Los Jaivas
Mira Niñita
A Los Jaivas me unen recuerdos de todo tipo, recuerdos de los años setenta, de una generación que practicaba fervientemente la poesía como una vía de comunicarse, querer que el mundo cambiara, mi generación quería cambiar el orden de las cosas, ensayaba por muchos medios hacerlo, lo arruinaron los que haciendo uso de la violencia, de ambos lados y signos estropearon el magnífico clima que se vivía de cotidiano en la calle, antes que el ave negra de la muerte, sobrevolara buscando sus pedazos de carne, sobre los cielos de los países de América.
Los Jaivas significaban un forma nueva de encarar el folklore americano poniendo al gusto y consideración una forma que mezclaba la música rock con el folklore, sobre todo un folklore indigenista más que de tradición proveniente de lo español, quizás más identificado con cierto sentido señorial y de clase alta, digo esto pues me ubico en el pensamiento de la época en que se originó esta corriente, este conjunto, esta forma de sentir.
A los Jaivas los seguían más los Hippies, la gente que hoy sería ecologistas y los hijos del flower power, paz y amor era su lema, todos mucho más ligados a las expresiones artístivas que a corrientes ideológicas que luego influenciadas por lo que se jugaba durante la época de la guerra fría, Estados Unidos influenciando las derechas empresariales y militares, Rusia jugando la partida a través de Cuba auspiciando modelo revolucionario, emulando lo que el Che, Fidel, Camilo, hicieran en Cuba, los cuales desde extranjero las abonaban para que se extremaran tratando de zanjar dominios.
En esa época iba al colegio secundario, vi como se invitaba a los alumnos a reuniones políticas de la JP (Juventud Peronista) donde se “le hacía la cabeza” a los chicos, ¿quién no es inocentemente idealista a esa edad?, lo digo así pues no he entregado muchos de mis dieales de mejorar el mundo, que en ese mejoramiento estarán los cambios que soñábamos, sin saber cómo.
Esos jóvenes inmaduros ignoraban que serían llevados a los hornos de la tortura, la desaparición, la traición de aquellos que los llevaban a esas reuniones, que eran los que los abandonarían a su suerte, mientras ellos disfrutaban exilios Europeos con los dineros que los secuestros les produjeron y con que podrían haber financiado sacarlos del país hasta que todo volviese a la normalidad y en democracia pudiese hacerse política, que es desde el curso desde nunca debió salirse.
No le tengo respeto a esa gente, los nombres los conocemos todos, no le tengo respeto a ninguno de los dos extremos que arruinaron esa época, que de ninguna forma expresaban el sentimiento de las mayorías pero que en su ideario reaccionario, se hicieron dueños de la escena.
Pero también he de decir algo, eso que pasó fue como el pus que anunciaba una gran infección interna y profunda de la sociedad de ese tiempo, la que describiría como una gente madura acostumbrada a educar mediante golpes, ejercicio de la violencia y represión apenas no salían las cosas como sus rígidos esquemas le dictaban y una juventud que se sentía asfixiada en ese mundo de pseudo-principios ligados a imposiciones llenas de prejuicios sexuales y sociales, estaba en curso un cambio social, una mejor de la sociedad, de eso no tengo dudas más allá de las dificultades que tengamos ahora, a un niño y a un joven hoy se los escucha, tiene más probabilidades de desarrollar su personalidad sin castigos por lo que siente, le dicta el corazón o las búsquedas que su edad le impone hacer.
Fui a ver a los Jaivas al teatro Coliseo donde hicieron un recital juntamente con la Sinfónica Nacional. Fue una fiesta. La Sinfónica era conducida por Juan Carlos Zorzi.
Los Jaivas tenían una gran virtud, sonaban mucho mejor y más potentes que a través de los discos, en esa época no existían los DVD o los CD, había discos y el sistema estéreo era lo más sofisticado.
El teatro estaba lleno, terminamos todos de pie revoleando nuestros sacos y pullovers, recuerdo a Zorzi tocando el piano con un fervor que impresionaba, el baterista de los Jaivas era un fuera de serie, había logrado un estilo potente donde las bases rítmicas de nuestro folklore y el rock fluían con una fuerza que aparte de darle una base de excelencia al conjunto, enfervorizaban a la concurrencia, de ese recital no me olvido más en la vida.
Pasaron los años, los Jaivas eran famosos porque vivían en comunidad, se tejían un montón de cuentos sobre la vida que hacían, por suerte ya no los recuerdos, será por mi poco amor a los cuentos, las míticas que parten más del chisme y lo anecdótico que desde la sustancia que los hacía especiales. Así conocí a una mujer que había estado casada o había vivido con ellos.
Siguieron pasando los años, un día el médico de toda la vida de mi familia, Gabino Peláez, me hace un contacto con un músico que necesitaba un carpintero, yo estaba en mis primeros pasos en ese oficio, ya casado, necesitado de trabajo permanente y levantándome de una situación personal que casi me había excluido de mi familia, toco el timbre de esa casa, me abre la puerta una mujer muy gentil, me hace pasar, me pone enfrente a su marido, ¿quién era?, Juan Carlos Zorzi, el director de la sinfónica que años antes había visto en ese día inolvidable de mi vida.
Trabajé con ellos en su casa en unas reformas que hicieron, recuerdo bien que les diseñé un revestimiento amachimbrado con tablas muy anchas de pino, las cuales quemé y desgasté de una manera que de verdad habían quedado hermosas, nadie hacía ese trabajo, siempre me gustó hacer cosas especiales, diferentes, interpretar un idearios y sensibilidad que tenía que no corrían por el camino de la copia ni del trabajar solo por comerciar y ganar dinero, nunca puede trabajar desde ahí, trataba de elegir a mis clientes y por un cliente como los Zorzi me rompía el alma trabajando y tratando de hacer lo máximo, cosa que en general fue lo que me animó siempre, dar lo máximo, quedarme con esa tranquilidad y las veces que no me salió, hoy lo tengo más que claro, es por que trabajé para la gente que no debía ni entendía el recibir mi espíritu.
Lo recuerdo a Juan Carlos encerrado en su estudio, una sala de música donde un piano presidía, ahí concurría una cantante de ópera a la que entrenaba en ensayos que harían para algún estreno, Juan Carlos no solo era pianista y director, también era compositor, sus composiciones tenían un acento enclavado en nuestra música folklórica.
Me sonrío al memorar, saliendo del estudio, resoplando, era un tipo lleno de fervor, de fuego, yo amaba eso, éramos del palo, solo así entendíamos la vida, una vez se me acerca, me mira y me dice haciendo un gesto muy de hombres que expresa un lugar donde se nos hincha sin que de verdad pase, pero se nos hincha y a veces que con una fuerza estrepitosa provocada por aquél que no cansa, “Ricardo, usted no sabe lo que son las cantantes de ópera, tienen una de vueltas…”, jajaja, lo amé a ese hombre, me trataron tan bien, ¡nos quisimos tanto!
Sin darme cuenta, haciendo un trabajo subterráneo, con mis trabajos de carpintería aprendía una inmensa cantidad de secretos alrededor de la madera, los talleres, los viejos oficios…, los cuales completaba leyendo libros acerca del tema específico de la profesión que ejercía como hablando con dueños de aserraderos que era gente de viejo que sabía un montón, algunos con explotaciones propias, también leía libros de explotaciones forestales, de especies de árboles y botánicas, libros técnicos que hablaban de pesos específicos, características, virtudes y calidades, usos y todo lo atinente al empleo que de las maderas podía hacerse.
Corrieron los años, ya artista, habían pasado como veinte años, lo llamé a Juan Carlos Zorzi, tenía una idea para hacer con él y ya me sentía digno de tener la altura para hacerla, nunca voy a olvidar al llamarlo, aparte de su estallar en alegría, y escuchar de mi presente, lo que me dijo con emoción, “Ricardo, siempre con Lidia (si mal no recuerdo el nombre de su esposa) dijimos que usted era un artista, no sabe la alegría que me da, voy a ir a verlo a la muestra, hablamos…”, lo dijo de una forma que implícitamente me estaba dando una señal que seguramente haríamos algo juntos.
Tuvimos esa reunión, ya había hablado con gente de una compañía aérea alemana muy importante para que nos auspiciara, con el sí de Juan Carlos se cerraría el trato, faltaba hacer el pedido burocrático de solicitar la sinfónica que quedaba en manos de Zorzi, yo debía esculpir como nunca hasta ese momento, combinaríamos fuerzas para un espectáculo público. Zorzi aprobó mi propuesta, estaba feliz y sorprendido al ver mi obra la calidad que tenía, le encantó y yo respiré, a la vez que sentí que pagaba en cierta forma las cosas que de oídas aprendí en esa casa alimentada a arte, días de piano, almuerzos y comidas compartidas, en una familiaridad y compañerismo que me llevaré a la tumba como uno de los logros de mi vida, mucho más que las muestras, exposiciones y eventos que hacen aparentar lucimientos que en final son más bien banales que sustanciales, pues la verdad está en hacer la obra, en dotarla, en vivir en el estado de gracia en que uno vive cuando desde la sencillez y la pasión se la hace.
Desgraciadamente a los pocos meses Juan Carlos Zorzi, muy tempranamente, muere, lamenté con todo mi corazón esa muerte, no me importó el plan abortado, si el placer perdido de el encuentro aunque ya nos habíamos reencontrado, siendo parte de un mismo cuerpo, sintiéndome yo digno de ser llamado artista, en la llama de ese notable maestro, lamente la muerte pues me hubiera seguir riendo con él, hablando con el fervor que lo hacíamos de la vida y el arte…, Dios lo tenga en la gloria como lo mereció, pues Zorzi tenía un corazón que era una casa grande y una locomotora.
Por eso cuando los Jaivas cantan, todas estas canciones que los exceden, canciones de mi vida, cantan con ellos, en un tiempo de buscarme, lleno de aromas a rosas, en una virginidad que en los primeros momentos de relacionarse con el afuera de la casa y la familia, uno va sorprendido a cada momento, en ese éxtasis que así nos propone la vida, éxtasis que al escuchar a este hermoso conjunto chileno, hace vibrar nuevamente la emoción, como si en la carne se me repitiera la película.
Ricardo Marcenaro
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Los Jaivas. Juan Carlos Zorzi
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