El dolor, ¿quién quiere tenerlo?, todos huyen de él, por eso duele.
Lo que digo es que si aceptas el dolor, lo enfrentas relajándote, el dolor tiende a desaparecer.
En el frío y el dolor sucede un fenómeno contractivo en el cuerpo, los músculos se tensan como si estuviéramos con esa contracción tirando para dentro.
Efectivamente, con esa forma espasmódica, es lo que hacemos, más lo sembramos dentro de nosotros y así retroalimentados, frío y dolor, más duran, más se agrandan, de forma total, apoderándose de nuestras mentes.
En el frío, lo expliqué en alguna bitácora o escrito de mi blog acerca de la primera mujer que entró en el Tíbet, en la práctica de la disciplina del Tumo, la secuencial de respiraciones calculadas a un ritmo eleva la temperatura del cuerpo, respirar, respiramos todos, saber usar la herramienta de la respiración, pocos.
El método de la relajación muscular, para terminar con lo del frío, pues me interesa centrarme en el dolor, logra, tanto para uno como para otro, por movimiento contrario de aquello a lo que nos impulsa de primero, que es contraernos metiéndonos para adentro, sacar afuera aquello que no nos gusta, y más bien, lo sentimos como que nos agrede.
El dolor es una circunstancia física, fisiológica, por algo existen nuestros sensores transmisores de señales que pudieran poner en peligro la continuación de las correctas funciones con las que nos mantenemos vivos, los conductores de estas señales son los nervios, los perceptores, papilas nerviosas, neurotransmisores los encargadas de las interconexiones, cerebro el procesador.
Esto existe, pues todo organismo tenderá naturalmente a la sobrevivencia, por las naturales funciones de estos paquetes orgánicos de medios y funciones, para eso con ellos hemos sido dotados, morimos por desgaste de éstos, si el desgaste no existiera, seríamos eternos.
Pero dentro de este paquete hay una cerebro, una mente, y hablando de mente es que recordé una anécdota sucedida en mi casa durante un almuerzo en el que le hice a un sobrino una demostración práctica de cómo dominar el dolor, pues el dolor, primero que todo, y antes de los remedios químicos, tratando de apelar a los remedios naturales, que gracias al uso de ese procesador, llamado inteligencia, podemos aliviar o anular totalmente la sensación del dolor.
Almorzábamos en casa, venían a comer mis sobrinos con el padre, estaba mi madre presidiendo la mesa, yo en la otra cabecera.
Desde que entró a casa, uno de mis sobrinos, creo que Agustín, se quejaba de un dolor de muela que no lo había dejado dormir, lo tenía a mal traer desde el día anterior, estaba doblado (para adentro), encorvado (para adentro), decaído (agotado del para adentro), quejoso (totalmente en el adentro de su adentro), en fin, no soportándose (inmerso ahogadamente de adentros).
Traté de decirle que se relajara varas veces pero él estaba para adentro, ¿ya lo dije? Oír y escuchar es diferente, lo segundo requiere compenetrarse, o sea, dejar que algo penetre acompañándolo (con) y se comprenda razonadamente (asirlo, con-prender, prenderlo), pero contraído en el “para adentro” de sus músculos y mente extasiados en el dolor, la cosa se hacía impenetrable.
“Que no puedo comer”, “que me duele”, “ay tío, cómo me duele, vos no entendés (tú no entiendes)”, todas frases de ese estilo del para adentro, del estar ensimismado.
Me iluminé, estaba concentrado, habiendo ayudado a otros en la superación de estos menesteres, más aún entonces queriéndolo hacer con la sangre de mi sangre, a la que uno quiere.
Le dije: “¿querés ver como en un solo segundo te saco ese dolor que tienes?, me miró sorprendido, un poco incrédulo, estaba vencido por el cansancio, estar con los músculos contraídos permanentemente, desgasta muchísimo, es como si levantáramos pesas sin alzarlas, de continuo, días, es matador.
Todos quedaron en silencio, mi madre, hermano, Belén, Santiago y Agustín, ahora me doy cuenta, por algo que me dijo Santiago hace un tiempo, que cuando yo hablo de cierta manera, impongo un respeto, la gente calla, se dejan penetrar por mis palabras, la verdad es que nunca había reparado en eso y si no hubiera sido por que un día le pregunté qué había pasado en un recital que ofrecí, y él me hubiera espabilado, de aquello que parece que mi ser proyecta en ciertas ocasiones, seguiría virgen de esa noción, la cual prefiero seguir ignorando, por otra parte, no sea que se desarregle algo.
En ese silencio expectante, le pedí a Agustín que extendiera su mano, concéntrate le dije mirándolo muy seria pero relajadamente aunque con voz de mando, entre las cosas que estudié en mi vida está el hipnotismo, el cual se apoya en una frecuencia de voz, “así, concéntrate Agustín, poné la mano sobre la mesa”, Agustín estaba totalmente entregado a mis órdenes mientras todos callados, suspendidos en el hecho, esperaban ver cómo haría yo para removerle ese dolor que lo tenía tan fastidioso.
Agustín reposó la mano sobre la mesa, yo lo miraba a los ojos, quería sus ojos en los míos, clavados, que no se distrajeran en lo que tenía resuelto,…silencio total…, como un rayo saqué mi mano abierta y le di un enérgico golpe en el envés de la suya, fuerte pero no con toda la fuerza que puedo, porque las manos de un escultor son demasiado fuertes y se la hubiese quebrado o lastimado, sabía exactamente el tenor del golpe que debía dar.
Agustín pegó un grito “ay” dijo, todos se quedaron estupefactos, “¿qué hacés tío?
Rápido, interrumpiéndolo, le pregunto antes de que pudiera reaccionar con más ¡ay!, de niño delicado, “¿te duele la muela?”, “no, me duele la mano”, estallaron todos en risas menos Agustín, que riéndonos todos, empezó a reírse, unos segundos más tarde. Sucedido esto, al rato, en la distracción, ambos dolores habían cesado.
Lo que hice fue dispararle una señal directa al cerebro para que interrumpiera una secuencia, alterándola, eso lo aprendí de mis maestros Zen que absorbí en los libros, gracias a Susuki, el introductor para occidente de tan notable filosofía del aprendizaje.
Del dolor, sé por experiencia propia, de modo que nadie lo hubiera querido aprender, el dolor tiene un umbral, superado este, quedamos inmersos en una suspensión, es muy raro, ya no duele más, aunque pareciera que por fuera, quien nos vea, creerá que en él estamos totalmente sumergidos, lo estamos pero por continuación del espanto, los sensores saturados ocluyen la sensación, de una forma muy extraña o que ignoro exactamente por no ser ni médico ni neurólogo, pero en mi carne lo aprendí y más allá de lo espantoso que fueron ambas experiencias, sin resentimientos por todas las lecciones que de ahí saqué, que me han servido para vivir y como artista.
Pienso en la bocina de un parlante que es sometido a un volumen tan alto que supera la resistencia física de los materiales, que de materiales estamos hechos y la comparación me parece por demás válida, hay una transmisión en ambos sistemas, el de sonido y el nervioso nuestro, una pulsación eléctrica que transmite, son frecuencias, llega un momento que las ondas de éstas son tan continuas y cortas, que como en el parlante, la física se satura, no hay que ser un genio para darse cuenta.
Al reemplazarle un dolor por otro y luego hacerlo reír, le permití relajarse, y mientras así se preservo, el dolor no lo habitó, antes de irse, creo que volvió al auto consentimiento, ya se puso a rezongar nuevamente, las lecciones son lecciones y cada uno ha de sacar provecho de ellas a través de los ejercicios que se imponga, como yo lo hice conmigo para poder superar barreras que me ataban a saber y dominar, es muy importante que un ser adquiera dominio de sí mismo, muy pocos lo logran, se los aseguro.
Pienso en las tribus guerreras que en la antigüedad se sometían al dolor como entrenamiento para resistirlo en las lides que en los frentes de batalla serían sometidos los guerreros.
Pienso en nuestra actual sociedad, en una burguesía creciente que con fervor se somete a las comodidades esquivando toda sensación y exposición al dolor, cómo se hace el humano cada vez más delicado, más propenso a espantarse cuando, por ejemplo, en un accidente grave, el tener la fortaleza para resistirlo haga la diferencia necesaria para que pensando claramente, se viva o se muera, es notable la cantidad que muere por los errores que cometen cuando se espantan, averigüen con expertos en accidentología y van a ver que los que les digo es cierto, dominar el temor es una cuestión de supervivencia, ¿quién nos educa a ello?
El dolor es una circunstancia de la mente, en ella habita, de ella se hará dueño si no es expulsado a tiempo, así como pasa con el miedo, que aunque sedimentariamente permanezca, podemos dominarlo de tal manera que siguiendo activo, le impidamos a él apoderarse de nosotros para desactivarnos, acometidos de manera tal, pasivos, nos detenga, solo por haberle permitido el efecto del defecto, pues no dominarse lo es, es un defecto, un defecto de la educación, de la autoeducación a la que estamos obligados todos a someternos, si es que queremos tener una fuerza que no nos inhabilite para cuando nos sea requerida, aplicarla con toda libertad y energía.
Pues de todo esto se trataba este cuento, ahora me doy cuenta de aquello que estaba reflexionando: de la forma de ser libres.
Ricardo Marcenaro
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