Herbert Georges Wells
United Kingdom
El cuerpo robado
Mr. Bessel era el socio más antiguo de la empresa Bessel, Hart y Brown, de St. Paul’s Churchyard, y durante muchos años fue muy conocido entre los que se interesan por las investigaciones psíquicas como investigador abierto y concienzudo. No estaba casado, y en lugar de vivir en las afueras, como estaba de moda entre la gente de su clase, ocupaba unas habitaciones en el Albany, cerca de Piccadilly. Esta¬ba particularmente interesado en cuestiones de transmisión de pensamiento y de aparición de per¬sonas vivas, y en noviembre de 1896, inició una serie de experimentos junto con Mr. Vincey, que vivía en Staple Inn, para verificar la supuesta posibilidad de proyectar, a través del espacio, la aparición de uno mismo por la fuerza de la voluntad.
Sus experimentos fueron llevados a cabo de la siguiente manera: a una hora previamente acordada, Mr. Bessel se encerró en una de sus habitaciones del Albany y Mr. Vincey en su cuarto de estar de Staple Inn; y cada uno concentró su mente, con la mayor fuerza posible, en el otro. Mr. Bessel había adquirido el arte del autohipnotismo, y, en la medida de lo posible, intentó en primer lugar hipnotizarse a sí mismo y luego proyectarse como el «fantasma de un ser vivo» a través del espacio de cerca de tres kilómetros que había entre ellos, hasta el aposento de Mr. Vincey. Durante varias noches, lo intentaron sin ningún resultado satisfactorio, pero en la quinta o sexta ocasión, Mr. Vincey vio o imaginó ver real¬mente una aparición de Mr. Bessel en su habitación. Afirma que la aparición, aunque breve, fue muy vívida y real. Notó que la cara de Mr. Bessel estaba blanca, que su expresión era de ansiedad y, además, que su pelo estaba desordenado. Por un momento, Mr. Vincey, a pesar de estar esperándolo, se llevó tal sorpresa que no pudo hablar ni moverse, y en ese momento le pareció como si la figura mirara por encima del hombro y desapareciera inmediatamente.
Habían acordado que se intentaría fotografiar cualquier fantasma que fuera visto, pero Mr. Vincey no tuvo la suficiente presencia de ánimo para dispa¬rar la cámara que se encontraba en una mesa situada junto a él, y cuando lo hizo, era demasiado tarde. Muy contento, sin embargo, por este éxito parcial, apuntó la hora exacta y en seguida cogió un coche y se dirigió hacia el Albany para informar a Mr. Bessel de este resultado.
Se quedó sorprendido al encontrar la puerta de Mr. Bessel abierta a la oscuridad de la noche y los aposentos interiores iluminados y en extraordinario desorden. Había una botella de champán hecha pedazos en el suelo; el cuello roto de la botella se encontraba junto al tintero del escritorio, Una pe¬queña mesa octogonal, en la que había una estatua de bronce y unos cuantos libros escogidos, había sido volcada con violencia, y en la parte inferior del papel amarillo de la pared, se veía la marca de unos dedos manchados de tinta, como si lo hubieran hecho por el mero placer de manchar. Una de las delicadas cortinas de quimón había sido arrancada violentamente de las anillas y arrojada al fuego, de modo que el olor de su lenta combustión invadía la habitación. Todo el lugar, en efecto, estaba desorde¬nado de la forma más extraña. Durante unos minu¬tos Mr. Vincey, que había entrado con la seguridad de ver a Mr. Bessel esperándole en su cómodo sillón, apenas podía dar crédito a sus ojos y se quedó contemplando, vacilante, estas cosas inesperadas.
Luego, invadido por una sensación de calami¬dad, llamó al portero.
-¿Dónde está Mr. Bessel? -preguntó-. ¿Sabe que todos los muebles de su habitación están des¬trozados?
El portero no dijo nada, pero siguiendo sus indicaciones, fue en seguida al aposento de Mr. Bessel para ver lo que había sucedido.
-Ahora se explica todo -dijo, contemplando el demente desorden-. No sabía nada de esto. Mr. Bessel se ha ido. ¡Está loco!
Después procedió a contar a Mr. Vincey que una media hora antes, aproximadamente cuando se apa¬reció Mr. Bessel en las habitaciones de Mr. Vincey, el caballero desaparecido había salido a toda veloci¬dad por las puertas del Albany hacia Vigo Street, sin sombrero y con el pelo desordenado, y había desa¬parecido finalmente en dirección a Bond Street.
-Y cuando pasó por delante de mí -dijo el portero-, se rió a carcajadas (era una risa entre-cortada) con la boca abierta y una mirada feroz. ¡Le aseguro, señor, que me pegó un buen susto! Se reía así…
Tal y como la imitaba, la risa no dejaba de ser agradable.
Mr. Bessel era el socio más antiguo de la empresa Bessel, Hart y Brown, de St. Paul’s Churchyard, y durante muchos años fue muy conocido entre los que se interesan por las investigaciones psíquicas como investigador abierto y concienzudo. No estaba casado, y en lugar de vivir en las afueras, como estaba de moda entre la gente de su clase, ocupaba unas habitaciones en el Albany, cerca de Piccadilly. Esta¬ba particularmente interesado en cuestiones de transmisión de pensamiento y de aparición de per¬sonas vivas, y en noviembre de 1896, inició una serie de experimentos junto con Mr. Vincey, que vivía en Staple Inn, para verificar la supuesta posibilidad de proyectar, a través del espacio, la aparición de uno mismo por la fuerza de la voluntad.
Sus experimentos fueron llevados a cabo de la siguiente manera: a una hora previamente acordada, Mr. Bessel se encerró en una de sus habitaciones del Albany y Mr. Vincey en su cuarto de estar de Staple Inn; y cada uno concentró su mente, con la mayor fuerza posible, en el otro. Mr. Bessel había adquirido el arte del autohipnotismo, y, en la medida de lo posible, intentó en primer lugar hipnotizarse a sí mismo y luego proyectarse como el «fantasma de un ser vivo» a través del espacio de cerca de tres kilómetros que había entre ellos, hasta el aposento de Mr. Vincey. Durante varias noches, lo intentaron sin ningún resultado satisfactorio, pero en la quinta o sexta ocasión, Mr. Vincey vio o imaginó ver real¬mente una aparición de Mr. Bessel en su habitación. Afirma que la aparición, aunque breve, fue muy vívida y real. Notó que la cara de Mr. Bessel estaba blanca, que su expresión era de ansiedad y, además, que su pelo estaba desordenado. Por un momento, Mr. Vincey, a pesar de estar esperándolo, se llevó tal sorpresa que no pudo hablar ni moverse, y en ese momento le pareció como si la figura mirara por encima del hombro y desapareciera inmediatamente.
Habían acordado que se intentaría fotografiar cualquier fantasma que fuera visto, pero Mr. Vincey no tuvo la suficiente presencia de ánimo para dispa¬rar la cámara que se encontraba en una mesa situada junto a él, y cuando lo hizo, era demasiado tarde. Muy contento, sin embargo, por este éxito parcial, apuntó la hora exacta y en seguida cogió un coche y se dirigió hacia el Albany para informar a Mr. Bessel de este resultado.
Se quedó sorprendido al encontrar la puerta de Mr. Bessel abierta a la oscuridad de la noche y los aposentos interiores iluminados y en extraordinario desorden. Había una botella de champán hecha pedazos en el suelo; el cuello roto de la botella se encontraba junto al tintero del escritorio, Una pe¬queña mesa octogonal, en la que había una estatua de bronce y unos cuantos libros escogidos, había sido volcada con violencia, y en la parte inferior del papel amarillo de la pared, se veía la marca de unos dedos manchados de tinta, como si lo hubieran hecho por el mero placer de manchar. Una de las delicadas cortinas de quimón había sido arrancada violentamente de las anillas y arrojada al fuego, de modo que el olor de su lenta combustión invadía la habitación. Todo el lugar, en efecto, estaba desorde¬nado de la forma más extraña. Durante unos minu¬tos Mr. Vincey, que había entrado con la seguridad de ver a Mr. Bessel esperándole en su cómodo sillón, apenas podía dar crédito a sus ojos y se quedó contemplando, vacilante, estas cosas inesperadas.
Luego, invadido por una sensación de calami¬dad, llamó al portero.
-¿Dónde está Mr. Bessel? -preguntó-. ¿Sabe que todos los muebles de su habitación están des¬trozados?
El portero no dijo nada, pero siguiendo sus indicaciones, fue en seguida al aposento de Mr. Bessel para ver lo que había sucedido.
-Ahora se explica todo -dijo, contemplando el demente desorden-. No sabía nada de esto. Mr. Bessel se ha ido. ¡Está loco!
Después procedió a contar a Mr. Vincey que una media hora antes, aproximadamente cuando se apa¬reció Mr. Bessel en las habitaciones de Mr. Vincey, el caballero desaparecido había salido a toda veloci¬dad por las puertas del Albany hacia Vigo Street, sin sombrero y con el pelo desordenado, y había desa¬parecido finalmente en dirección a Bond Street.
-Y cuando pasó por delante de mí -dijo el portero-, se rió a carcajadas (era una risa entre-cortada) con la boca abierta y una mirada feroz. ¡Le aseguro, señor, que me pegó un buen susto! Se reía así…
Tal y como la imitaba, la risa no dejaba de ser agradable.
-Agitó las manos con los dedos encorvados y arañando… así. Y dijo susurrando ferozmente: «;Vi¬da!» Sólo esa palabra: «¡Vida!»
-¡Ay! -dijo Mr. Vincey-. ¡Qué horror! ¡Ay!
No se le ocurría otra cosa que decir. Estaba, como es natural, muy sorprendido. Iba de la habitación al portero y del portero a la habitación, gravemente preocupado y perplejo. Aparte de su sugerencia de que Mr. Bessel volvería dentro de poco y explicaría lo que había sucedido, la conversación que mante¬nían no llevaba a ninguna parte.
-Puede haber sido un dolor de muelas repentino -dijo el portero-, un dolor de muelas repentino y violento que le ha dado de golpe y le ha vuelto loco. Yo mismo he roto cosas en situaciones semejantes… -reflexionó-. Si fuera así, ¿por qué tenía que decir¬me «vida» cuando pasó delante de mí?
Mr. Vincey no lo sabía. Mr. Bessel no volvía y, finalmente, Mr. Vincey, después de haber echado otra ojeada inútil y haber escrito una nota donde preguntaba por lo ocurrido y que dejó en un lugar visible del escritorio, volvió en un estado de ánimo sumamente perplejo a sus habitaciones de Staple Inn. El caso le había conmocionado. No acertaba a explicarse la conducta de Mr. Bessel de acuerdo con alguna hipótesis sensata. Intentó leer, pero no pudo hacerlo; salió a dar un pequeño paseo, pero iba tan preocupado que casi le atropella un coche al final de Chancery Lane; y, finalmente, una hora antes de lo habitual, se fue a la cama. Durante mucho tiempo, fue incapaz de dormir a causa del recuerdo del desorden silencioso de los aposentos de Mr. Bessel, y, cuando por fin se sumergió en un sueño intran¬quilo, fue perturbado inmediatamente por un sueño vívido y doloroso sobre Mr. Bessel.
Vio a Mr. Bessel gesticulando de un modo vio¬lento, con la cara pálida y retorcida. Se mezclaban inexplicablemente con su aspecto un temor intenso y una súplica apremiante, sugeridos quizá por sus gestos. Incluso cree que oyó la voz de su compañero de experimento que le llamaba angustiosamente, aunque entonces consideró que esto era una ilusión. La vívida impresión permaneció, aunque Mr. Vin¬cey se despertase. Durante un tiempo estuvo des¬pierto y temblando en la oscuridad, poseído por ese terror vago e inexplicable hacia las posibilidades desconocidas que se revela hasta en los sueños de los hombres más valientes. Pero se animó, se dio la vuelta y se durmió de nuevo, sólo para que el sueño volviese con vividez más intensa.
Se despertó tan convencido de que Mr. Bessel se hallaba en un peligro agobiante y de que necesitaba ayuda, que no pudo dormir más. Estaba persuadido de que su amigo se había arrojado a alguna horrenda calamidad. Durante un tiempo, estuvo razonando vanamente contra esta creencia, pero al final cedió ante ella. Se levantó, desobedeciendo toda norma de prudencia, encendió la lámpara de gas, se vistió y se lanzó a través de las calles desiertas -desiertas salvo por la presencia de un policía silencioso y las carretas de los periódicos- hacia Vigo Street para preguntar si Mr. Bessel había vuelto.
Pero no llegó allí. Cuando bajaba por Long Acre, un impulso inexplicable le desvió hacia Covent Garden, que empezaba a despertar a sus actividades nocturnas. Vio el mercado delante de él: una extraña impresión de luces amarillas incandescentes y negras figuras atareadas. Percibió un grito y vio una figura que daba la vuelta a la esquina del hotel y corría velozmente hacia él. Supo en seguida que se trataba de Mr. Bessel, pero estaba transfigurado. Iba sin sombrero y despeinado, con el cuello de la camisa, desabrochado; tenía la boca retorcida y llevaba, cogido cerca de la contera, un bastón con puño de hueso. Corría a gran velocidad, dando ágiles zanca¬das. El encuentro fue cosa de un instante.
-¡Bessel! -gritó Vincey.
El hombre que iba corriendo no dio muestras de reconocer a Mr. Vincey, ni su propio nombre. En cambio, le produjo una herida con el bastón al golpearle salvajemente en la cara, muy cerca del ojo. Mr. Vincey, aturdido y pasmado, se tambaleó hacia atrás, perdió el equilibrio y cayó pesadamente sobre la acera. Le pareció que Mr. Bessel saltó por encima de él cuando cayó al suelo. Cuando volvió a mirar, Mr. Bessel ya había desaparecido y un policía y unos cuantos mozos de cuerda y vendedores corrían pre-cipitadamente hacia Long Aire, en impetuosa per¬secucion.
Con la ayuda de varios transeúntes -toda la calle se llenó de gente que corría-, Mr. Vincey intentó levantarse. En seguida se convirtió en el centro de una muchedumbre ávida por ver su herida. Una multitud de voces compitió por tranquilizarle di¬ciéndole que estaba a salvo, y luego por contarle la conducta del loco, como consideraban a Mr. Bessel. Había aparecido de repente en medio del mercado gritando: «¡Vida! ¡Vida!», golpeando a diestro y si¬niestro con el bastón manchado de sangre, saltando y riendo a carcajadas cada vez que acertaba un golpe. Un muchacho y dos mujeres tenían la cabeza abier¬ta; había destrozado la muñeca de un hombre y había golpeado a un niño dejándole sin conocimien¬to. Durante un tiempo mantuvo alejados a todos de él, tan furioso y decidido era su comportamiento. Hizo una incursión en un puesto de café, lanzó la lámpara por la ventana de la oficina de correos y huyó riéndose después de dejar sin sentido al prime¬ro de los dos policías que habían tenido el valor de atacarle.
Naturalmente, el primer impulso de Mr. Vincey fue unirse a la persecución de su amigo para evitar, en lo posible, que fuera presa de la violencia de la gente indignada. Pero se movía con lentitud, el golpe le había dejado semiinconsciente y, cuando su impulso seguía siendo sólo un propósito, oyó, mez¬clado entre la multitud, que Mr. Bessel había eludi¬do a sus perseguidores. En un primer momento, Mr. Vincey apenas podía dar crédito a esto, pero la unanimidad de la noticia y el grave regreso al poco rato, de los policías burlados acabaron por conven¬cerle. Después de hacer algunas preguntas sin obje¬to, volvió a Staple Inn introduciéndose un pañuelo en la nariz, que ahora le dolía mucho.
Estaba enojado, preocupado y perplejo. Le pare¬cía indiscutible que Mr. Bessel tenía que haberse vuelto loco de repente en el transcurso del experi¬mento de transmisión de pensamiento, pero por qué se aparecía en sueños a Mr. Vincey con la cara triste y pálida era un problema de solución inalcanzable. En vano se devanó los sesos buscando una explica¬ción. Finalmente, pensó que no sólo Mr. Bessel debía de estar loco, sino que también había enloque¬cido el orden de las cosas. Pero no se le ocurría nada que pudiera hacer. Se encerró prudentemente en su habitación, encendió la estufa -una estufa de gas con ladrillos de asbesto- y, como temía nuevos sueños si se metía en la cama, se quedó lavándose la cara herida y después intentó inútilmente leer algún libro hasta el amanecer. Durante toda aquella vigilia, tuvo la curiosa persuasión de que Mr. Bessel intentaba hablar con él, pero se negó a prestar atención a semejante creencia.
Al amanecer, el cansancio físico le venció, y al fin, se acostó y durmió a pesar de los sueños. Se levantó tarde, angustiado y desasosegado, con la cara muy dolorida. Los periódicos de la mañana no traían noticia alguna de la aberración de Mr. Bessel; había ocurrido demasiado tarde para que la pudie¬ran incluir. La perplejidad de Mr. Vincey, a quien la fiebre producida por sus contusiones añadía una nueva irritación, se hizo finalmente insoportable, y, después de hacer una infructuosa visita al Albany, se dirigió a St. Paul’s Churchyard para ver a Mr. Hart, socio de Mr. Bessel, y, por lo que sabía Mr. Vincey, su mejor amigo.
Se sorprendió al enterarse de que Mr. Hart, aunque no sabía nada del escándalo, había sido perturbado por una visión, la misma que Mr. Vin¬cey había visto: Mr. Bessel, pálido y despeinado, pidiendo ayuda de todo corazón por medio de gestos. Este es el sentido que Mr. Hart creyó ver en esas señas.
-Iba al Albany a verle justo cuando usted llegó -dijo Mr. Hart-. Estaba seguro de que algo malo le había pasado.
Como resultado de esta consulta, los dos caba¬lleros decidieron preguntar en Scotland Yard por su amigo desaparecido.
-Seguro que le echan el guante -dijo Mr. Hart-. No podrá seguir mucho tiempo a este paso.
Pero la policía no había echado el guante a Mr. Bessel. Confirmaron los sucesos nocturnos a los que Mr. Vincey había asistido y aportaron nuevos datos, algunos de ellos de un carácter aún más grave que los que él ya conocía: una serie de cristales rotos en la parte alta de Tottenham Court Road, una agresión a un policía en Hampstead Road, un asalto atroz a una mujer. Todos estos desmanes fueron cometidos entre las doce y media y las dos menos cuarto de la madrugada, y en este tiempo -en realidad, desde el mismo momento en que Mr. Bessel salió corriendo de sus habitaciones a las nueve y media de la noche ¬la policía pudo seguir el rastro de la violencia, que iba en aumento, de su fantástica carrera. Durante la última hora, esto es, desde antes de la una hasta las dos menos cuarto, corrió enloquecido por las calles de Londres, escapando con asombrosa agilidad de cualquier intento de detenerle o capturarle.
Pero a partir de las dos menos cuarto había desaparecido. Hasta esa hora los testigos habían sido muy numerosos. Docenas de personas le habían visto, habían huido de él o le habían perseguido, y entonces todo terminó súbitamente. A las dos me¬nos cuarto le habían visto corriendo por Euston Road hacia Baker Street, agitando una lata de aceite de colza combustible y rociando el aceite en llamas por las ventanas de las casas por donde pasaba. Pero ninguno de los policías de Euston Road que están más allá del Museo de Cera, ni ninguno de los que están en las bocacalles por donde tenía que haber pasado de haber dejado Euston Road le habían visto. Desapareció repentinamente. Nada se supo de lo que hizo después, a pesar de las intensas investiga¬ciones que se realizaron.
Esto constituyó una nueva sorpresa para Mr. Vincey. Había encontrado un gran consuelo en la convicción de Mr. Hart: «Seguro que no tardan mucho en echarle el guante», y con esta certeza había sido capaz de suspender su perplejidad. Pero cual¬quier novedad parecía destinada a añadir nuevas dificultades a un montón que ya pesaba más de lo que él podía soportar. Comenzó a preguntarse si su memoria no le había jugado una mala pasada y si era posible que todo esto hubiera sucedido; y por la tarde, fue a ver otra vez a Mr. Hart para compartir el peso insoportable que abrumaba su mente. En¬contró a Mr. Hart conversando con un detective muy conocido, pero como este caballero no logró nada en este caso, no tenemos por qué tratar con más extensión su modo de proceder.
Durante todo el día y toda la noche, se investigó activa e incesantemente sin lograr dar con el para¬dero de Mr. Bessel. Y durante todo ese día, Mr. Vincey tuvo, en el fondo de su espíritu, la convic¬ción de que Mr. Bessel, con la cara cubierta de lágrimas por la angustia, le persiguió a través de sus sueños. Y siempre que veía a Mr. Bessel en sus sueños, también veía otras cosas, confusas, pero malignas, que daban la impresión de perseguir a Mr. Bessel.
Fue al día siguiente, el domingo, cuando Mr. Vincey recordó ciertas historias extraordinarias de Mrs. Bullock, la médium, que por aquella época llamaba la atención por primera vez en Londres. Decidió consultarla. Se alojaba en casa del famoso investigador, el doctor Wilson Paget, y Mr. Vincey, aunque no conocía a este caballero, se dirigió a él sin dilación con el propósito de implorar su ayuda. Pero apenas había mencionado el nombre de Bessel, cuando el doctor Paget le interrumpió.
-Anoche, justo al final -dijo-, tuvimos una comunicación.
Abandonó la habitación y volvió con una pizarra sobre la que había ciertas palabras escritas con una letra poco firme, en efecto, pero que era sin discu¬sión ¡la de Mr. Bessel!
-¿Cómo ha conseguido esto? -dijo Mr. Vincey ¬¿Quiere decir…?
-Lo recibimos anoche -dijo el doctor Paget.
Con numerosas interrupciones por parte de Mr. Vincey, procedió a explicar cómo habían obtenido el escrito. Parece ser que en sus séances, Mrs. Bullock entra en trance, sus ojos giran de un modo extraño bajo los párpados y su cuerpo se queda rígido. Entonces empieza a hablar muy rápido, normal¬mente con una voz diferente a la suya. Al mismo tiempo, una de sus manos o ambas empiezan a moverse, y si hay pizarras y lápices preparados, escriben a la vez e independientemente del torrente de palabras que brota de su boca. Muchos la consi¬deran una médium todavía más extraordinaria que la célebre Mrs. Piper. Era uno de esos mensajes, el que escribió la mano derecha de Mrs. Bullock, el que tenía ahora Mr. Vincey delante. Consistía en ocho palabras escritas de un modo deslavazado: «George Bessel… excavación prueba… Baker Street… soco¬rro… inanición.» Aunque parezca mentira, ni el doctor Paget ni los otros dos investigadores que estaban presentes habían oído hablar de la desapari¬ción de Mr. Bessel -las noticias sobre ella sólo salieron en los periódicos de la tarde del sábado- y habían puesto el mensaje aparte, junto a muchos otros de carácter vago y enigmático que Mrs. Bu¬llock recibe con frecuencia. Cuando el doctor Paget oyó la narración de Mr. Vincey, concentró todas sus fuerzas en seguir el rastro que permitiera encontrar a Mr. Bessel. Sería inútil describir aquí sus investi¬gaciones y las de Mr. Vincey; baste decir que la pista era auténtica y que Mr Bessel fue descubierto, en efecto, gracias a ella.
Lo encontraron en el fondo de un pozo solitario que habían excavado y abandonado cuando se ini¬ciaron las obras del nuevo ferrocarril eléctrico, cerca de la estación de Baker Street. Tenía rotos un brazo, una pierna y dos costillas. El pozo está protegido por una valla de cerca de siete metros y, por increíble que parezca, Mr. Bessel -hombre gordo y de edad madura- tuvo que escalarla para caer en el pozo. Estaba empapado de aceite de colza y la lata, que estaba hecha pedazos, se encontraba junto a él; pero, por fortuna, la llama se había extinguido al caer. Su locura había desaparecido por completo. Pero es-taba, como es natural, terriblemente debilitado, y, al ver a sus salvadores, se echó a llorar de forma histérica.
En vista del deplorable estado de sus habitacio¬nes, le llevaron a casa del doctor Hatton, en Baker Street. Fue sometido a un tratamiento sedativo y se evitó cualquier cosa que pudiera recordarle la crisis violenta que había atravesado. Pero al segundo día se ofreció a relatar los hechos.
Desde entonces, Mr. Bessel ha repetido varias veces su relato -a mí entre otras personas- variando los detalles, como sucede siempre que se narran experiencias reales, pero sin contradecirse nunca en ningún punto. Y el relato que hace es, en esencia, como sigue.
Para comprenderlo con claridad es necesario re¬montarse a sus experimentos con Mr. Vincey, antes de que sufriera el extraordinario ataque. Los prime¬ros intentos que hizo Mr. Bessel, con la colaboración de Mr. Vincey, fueron, como el lector recordará, un fracaso. Pero a lo largo de todos ellos, fue concen¬trando todo su poder y voluntad en salir del cuerpo: «queriéndolo con todas mis fuerzas», dice él. Al fin, casi en contra de lo que esperaba, tuvo éxito. Y Mr. Bessel afirma que él, estando vivo, abandonó real¬mente su cuerpo, gracias a un esfuerzo de la volun¬tad, y entró en un lugar o estado situado más allá de este mundo.
La liberación, afirma, fue instantánea: «en un determinado momento, estaba sentado en mi sillón, con los ojos totalmente cerrados y las manos agarra¬das a los brazos del sillón, haciendo todo lo que podía para concentrar mi mente en Vincey, y luego me percibí a mí mismo fuera del cuerpo. Vi mi cuerpo cerca de mí, pero ya no me contenía; las manos se relajaban y la cabeza se inclinaba sobre el pecho.»
Nada puede conmover su creencia en esta libe¬ración. Describe la nueva sensación que experimen¬tó de un modo tranquilo y realista. Sintió que se había vuelto impalpable, esto se lo esperaba; pero lo que ya no se esperaba era sentirse enormemente grande. Parece ser, sin embargo, que ésta fue la forma que adquirió. «Era una gran nube -si puedo expresarlo así- anclada en mi cuerpo. Tuve la im¬presión, al principio, de haber descubierto un yo mayor del cual el ser consciente de mi cerebro era sólo una pequeña parte. Vi el Albany, Piccadilly, Regent Street y todas las habitaciones y lugares de las casas muy diminutos, brillantes y definidos, es¬parcidos debajo de mí como una ciudad vista desde un globo. De vez en cuando, vagas figuras, como espirales de humo a la deriva, hacían que la visión fuese un poco borrosa, pero al principio apenas les presté atención. La cosa que más me asombró, y que aún sigue asombrándome, fue que veía muy nítida¬mente los interiores de las casas, así como las calles; veía gente pequeña cenando y hablando en sus casas, hombres y mujeres cenando, jugando al billar y bebiendo en restaurantes y hoteles, y varios lugares de diversión repletos de gente. Era como observar los acontecimientos de una colmena de cristal.»
Estas eran las palabras exactas de Mr. Bessel, tal como las apunté cuando me contó la historia. Du¬rante un rato, observó estas cosas sin acordarse de Mr. Vincey. Impulsado por la curiosidad, según dice, se inclinó, y con el quimérico brazo informe que descubrió que poseía intentó tocar a un hombre que paseaba por Vigo Street. Pero no lo consiguió, aunque parecía que su dedo atravesaba al hombre. Algo le impidió hacerlo, pero es difícil saber lo que encontró. Compara el obstáculo con una lámina de cristal.
«Sentí lo mismo que un gatito puede sentir -dijo ¬cuando va por primera vez a acariciar su imagen en un espejo.» Cuando le oigo contar esta historia, Mr. Bessel vuelve una y otra vez a esta comparación de la lámina de cristal para explicar este punto. No es, sin embargo, una comparación totalmente precisa por¬que, como el lector verá en seguida, había lagunas en esa resistencia generalmente impenetrable, medios de volver a atravesar la barrera del mundo material. Pero, naturalmente, existe una gran dificultad para expresar estas impresiones insólitas con el lenguaje de la experiencia cotidiana.
Algo que le impresionó al instante, y que le inquietó hasta el final de la experiencia, fue el silen¬cio de aquel lugar: estaba en un mundo sin sonido.
Al principio, el estado mental de Mr. Bessel consistía en un asombro desprovisto de emoción. Su pensamiento estaba principalmente ocupado en averiguar en qué lugar podría hallarse. Estaba fuera de su cuerpo -fuera del cuerpo material, en cual¬quier caso-, pero eso no era todo. Cree -y yo, por lo menos, también lo creo- que estaba en un lugar situado completamente fuera del espacio, tal como lo entendemos. Gracias a un esfuerzo intenso de la voluntad, había salido del cuerpo y se había intro¬ducido en un mundo situado más allá de éste, un mundo nunca soñado, que, sin embargo, se encuen¬tra tan cerca y tan extrañamente situado con relación a éste, que todas las cosas de la tierra son claramente visibles, tanto por dentro como por fuera, desde ese otro mundo que nos rodea. Durante mucho tiempo, así le pareció, esta observación ocupó su mente, excluyendo cualquier otra cuestión, y luego se acor¬dó de la cita que tenía con Mr. Vincey, de la cual esta asombrosa experiencia era, después de todo, sólo un preludio.
Dirigió su atención hacia la locomoción de este nuevo cuerpo en el que se encontraba. Durante un tiempo, fue incapaz de separarse del lazo que le unía al cuerpo terrestre. Durante un tiempo este nuevo cuerpo extraño y nebuloso simplemente oscilaba, se contraía, se dilataba, se enrollaba y se retorcía por los esfuerzos que hacía para liberarse, y luego, de pronto, el vínculo que le unía se rompió. Por un momento todo quedó oculto por lo que a él le parecían esferas giratorias de vapor oscuro, y luego, a través de un resquicio efímero, vio su cuerpo inerte que se derrumbaba con languidez, su cabeza sin vida que se desplomaba hacia un lado, y se vio arrastrado como una inmensa nube por un extraño lugar de nubes misteriosas, a través de las cuales se vislum¬braba la complejidad de Londres, que se extendía como una maqueta.
Pero ahora se dio cuenta de que el vapor que fluctuaba alrededor de él era algo más que vapor, y el entusiasmo temerario de su primer ensayo se convirtió en temor. Porque percibió, al principio borrosamente, pero después muy claramente y de una forma súbita, que estaba rodeado de caras, que cada rollo y espiral de lo que parecía una materia hecha de nubes era una cara. ¡Y qué caras! Caras de sombras transparentes, caras de temeridad gaseosa. Caras como las que miran con furia, de una forma insoportable y extraña, al durmiente en las horas aciagas de sus sueños. Ojos diabólicos y codiciosos llenos de codiciosa curiosidad, cosas con las cejas fruncidas y enredadas, y labios que insinuaban son¬risas. Sus manos informes se agarraban a Mr. Bessel cuando pasaba, y el resto de sus cuerpos no era más que una estela esquiva de tinieblas que se arrastra¬ban. Nunca dijeron una palabra, nunca salió un sonido de las bocas que daban la impresión de farfullar. Se estrujaban a su alrededor en ese silencio de pesadilla, atravesando libremente la débil bruma que era su cuerpo, reuniéndose cada vez más nume¬rosos a su alrededor. Y el informe Mr. Bessel, presa ahora de un súbito miedo, paseaba a través de la silenciosa y activa multitud de ojos y manos violentas.
Tan inhumanas eran estas caras, tan malvados sus ojos saltones y sus gestos misteriosos y amenazadores que no se le ocurrió a Mr. Bessel tratar de establecer ninguna relación con estas criaturas flotantes. Fan¬tasmas imbéciles, hijos del vano deseo, seres nonatos y privados del don de la existencia, cuyas únicas expresiones y gestos manifestaban el deseo y el an¬helo de vivir, que era su solitario vínculo con la existencia.
Dice mucho en favor de su audacia que, en medio de toda la nube hormigueante de estos espí¬ritus mudos del mal, pudiera todavía pensar en Mr. Vincey. Hizo un violento esfuerzo de voluntad y se vio, sin saber cómo, bajando hacia Staple Inn, y vio a Mr. Vincey sentado en su sillón, atento y alerta, junto al fuego.
Y reunida en torno a él, como siempre lo hacen en torno a todo lo que vive y respira, se hallaba otra multitud de estas vanas y calladas sombras, anhelan¬do, deseando, buscando una grieta que los llevara a la vida.
Durante un rato, quiso llamar la atención de su amigo, pero no lo consiguió. Intentó ponerse delan¬te de sus ojos, mover los objetos de la habitación, tocarle. Pero Mr. Vincey permanecía imperturba¬ble, ignorando el ser que estaba tan cerca del suyo. La cosa extraña que Mr. Bessel había comparado con una lámina de cristal los separaba de una forma inexorable.
Finalmente, Mr. Bessel hizo algo desesperado. Ya he dicho que, de algún modo extraño, podía ver no sólo el exterior de un hombre, como lo vemos nosotros, sino también el interior. Extendió su mis¬teriosa mano y metió sus vagos dedos negros a través del cerebro desatento.
Entonces, súbitamente, Mr. Vincey se sobresaltó, como alguien que emerge de pensamientos errantes, y a Mr. Bessel le pareció que un pequeño cuerpo rojo oscuro, situado en el centro del cerebro de Mr. Vincey, se inflaba y brillaba. Después de esta expe¬riencia, han mostrado a Mr. Bessel láminas anató¬micas del cerebro, y ahora sabe que aquel cuerpo oscuro es esa estructura inútil que los doctores lla¬man el ojo pineal. Pues, por extraño que parezca a muchos, tenemos, en las profundidades del cerebro -donde posiblemente ninguna luz terrenal puede acceder- ¡un ojo! En aquellos días este dato, como el resto de la anatomía interna del cerebro, era totalmente nuevo para él. Sin embargo, al ver que modificaba su aspecto, impulsó el dedo y, más bien temeroso de las consecuencias, tocó este pequeño punto. Mr. Vincey se sobresaltó al instante y Mr. Bessel supo que Vincey le estaba viendo.
Y en ese mismo instante, Mr. Bessel sintió que algo malo le había ocurrido a su cuerpo; de repente, una gran ráfaga de viento dispersó ese mundo de sombras y lo arrebató. Tan fuerte era esta persuasión que no pensó más en Mr. Vincey, sino que se dio media vuelta en seguida y todas las innumerables caras retrocedieron con él como hojas arrastradas por un vendaval. Pero volvió demasiado tarde. En un instante vio que el cuerpo que había dejado inerte y desplomado -que yacía en realidad como el cuerpo de un hombre que acaba de morir- se había levan¬tado; se había levantado en virtud de una fuerza y voluntad que no eran las suyas. Se mantenía de pie con los ojos saltones, estirando los miembros torpe¬mente.
Durante un momento lo observó con una cons¬ternación frenética y luego se inclinó hacia él. Pero la lámina de cristal se había vuelto a cerrar y le impidió llegar a su cuerpo. Se estrelló furiosamente contra ella y, a su alrededor, los espíritus del mal se reían, le señalaban y se mofaban de él. Se puso colérico y furioso. Mr. Bessel se compara a sí mismo con un pájaro que, sin advertirlo, entra revolotean¬do en una habitación y golpea los cristales que le niegan el camino de la libertad.
Y he aquí que el pequeño cuerpo que una vez había sido suyo está saltando de alegría. Le vio gritar, aunque no podía oír sus gritos y observó que sus movimientos eran cada vez más violentos. Contem¬pló cómo arrojaba sus queridos muebles, ebrio del loco placer de la existencia; también le vio destrozar sus libros preferidos, romper botellas, beber descui¬dadamente de los trozos de vidrio, saltar y dar golpes a modo de aceptación apasionada de vivir. Mr. Bessel observó estas acciones paralizado por el asom¬bro. Luego se lanzó una vez más contra la barrera infranqueable, y después, rodeado de toda esa mul¬titud de fantasmas burlones, volvió rápidamente, en medio de una horrible confusión, a casa de Vincey para contarle el atropello de que había sido objeto.
Pero el cerebro de Mr. Vincey estaba ahora ce¬rrado a las apariciones, y el Mr. Bessel incorpóreo le persiguió en vano cuando salió apresuradamente a Holborn para llamar un coche. Frustrado y aterro¬rizado, Mr. Bessel volvió rápidamente a su casa para encontrarse con su cuerpo profanado, que iba gri¬tando, presa de un enorme frenesí, por el Arco de Burlington.
Y ahora el lector atento empezará a comprender la interpretación de Mr. Bessel de la primera parte de esta extraña historia. El ser cuyo loco ajetreo por las calles de Londres había causado tantos daños y desastres tenía, en efecto, el cuerpo de Mr. Bessel, pero no era Mr. Bessel. Era un espíritu perverso que se había escapado de ese extraño mundo situado más allá de la existencia, y en el que Mr. Bessel se había aventurado independientemente. Durante veinte horas poseyó su cuerpo, y durante todas esas horas el espíritu desposeído de Mr. Bessel vagó de un lado para otro por ese desconocido mundo de sombras, buscando ayuda en vano.
Pasó muchas horas golpeando las mentes de Mr. Vincey y de su amigo Mr. Hart. Como ya sabemos, despertó a ambos gracias a sus esfuerzos. Pero des¬conocía el lenguaje que pudiera transmitir su situa¬ción a estos salvadores a través del abismo; sus débiles dedos buscaban a tientas en sus cerebros vana e impotentemente. Una vez, en efecto, como ya hemos dicho, fue capaz de desviar a Mr. Vincey de su camino para que tropezara con el cuerpo robado en su carrera, pero no pudo hacerle entender lo que había pasado: fue incapaz de obtener ayuda alguna de este encuentro…
A lo largo de estas horas, el espíritu de Mr. Bessel se sintió abrumado por la persuasión de que en poco tiempo su furioso inquilino acabaría con la vida de su cuerpo y de que él tendría que permanecer en aquel país de sombras para siempre. De modo que aquellas largas horas fueron una creciente agonía de terror. Y mientras corría de un lado para otro agi¬tándose inútilmente, incontables espíritus de ese mundo que le rodeaba, le acosaban y le desconcer¬taban. Y una multitud envidiosa corría aplaudiendo detrás de su compañero afortunado mientras prose¬guía su gran carrera.
Así debe de ser, al parecer, la vida de estas cosas sin cuerpo de ese mundo que es la sombra del nuestro. Siempre están al acecho, codiciando un camino que los introduzca en un cuerpo mortal, para poder descender, como furias y frenesíes, como apetitos violentos e insensatos, extraños impulsos que se regocijan en el cuerpo que han conquistado. Pues Mr. Bessel no era la única alma humana que había en ese lugar. Lo prueba el hecho de que primero encontró una, y después varias sombras de hombres, hombres como él mismo, al parecer, que habían perdido sus cuerpos, tal vez como él había perdido el suyo, y erraban desesperadamente por ese mundo perdido que no es la vida ni la muerte. No podían hablar porque ese mundo es mudo; supo, sin embargo, que eran hombres por sus tenues figuras humanas y por la tristeza de sus caras.
Pero cómo habían entrado en ese mundo, no lo podía decir, ni dónde podrían estar los cuerpos que habían perdido, si siguen anhelando la tierra o si habían caído en la muerte sin retorno. Que fueran los espíritus de los muertos no lo creemos ni él ni yo. Pero el doctor Wilson Paget piensa que son las almas racionales de los hombres que se han extravia¬do en la locura, aquí en la tierra.
Al fin, Mr. Bessel fue a dar con un lugar donde estaba reunido un pequeño grupo de estas criaturas silenciosas e incorpóreas, y, abriéndose paso entre ellas, vio abajo una habitación muy iluminada, cua¬tro o cinco caballeros y una mujer; una mujer cor¬pulenta vestida de bombasí negro y sentada en una silla de forma incómoda con la cabeza echada para atrás. Por los retratos que había visto de ella, supo que era Mrs. Bullock, la médium. Y percibió que las regiones y estructuras de su cerebro brillaban y se agitaban como lo hacía el ojo pineal del cerebro de Mr. Vincey que ya había visto. La luz era muy desigual; a veces era una amplia iluminación y otras sólo un débil punto crepuscular que se trasladaba lentamente por su cerebro. No dejaba de hablar ni de escribir con una mano. Y Mr. Bessel vio que las sombras de hombres que se agolpaban a su alrededor y gran multitud de espíritus tenebrosos del país de las sombras se esforzaban y se empujaban para tocar las regiones iluminadas de la médium. Cuando uno alcanzaba su cerebro u otro era expulsado, la voz y la escritura de la mano cambiaba, de modo que lo que decía era algo desordenado ‘y confuso en su mayor parte; ya escribía un fragmento del mensaje de un alma, ya un fragmento del de otra, ya farfu¬llaba las fantasías descabelladas de los espíritus del vano deseo. Entonces Mr. Bessel comprendió que hablaba por el espíritu que la había tocado y empezó a luchar furiosamente por llegar hasta ella.
Pero estaba alejado del centro de la multitud y en ese momento no pudo alcanzarla; finalmente, cada vez más angustiado, se fue a ver lo que le había sucedido a su cuerpo.
Durante mucho tiempo fue de un lado para otro buscándolo en vano, con el temor de que estuviera sin vida, hasta que lo encontró en el fondo de un pozo de Baker Street, maldiciendo y retorciéndose de dolor. Tenía rotos una pierna, un brazo y dos costillas a causa de la caída. Además, el malvado espíritu estaba colérico por haber poseído tan poco tiempo ese cuerpo y, a causa del dolor, hacía movi¬mientos bruscos y agitaba con violencia su cuerpo.
Entonces Mr. Bessel volvió con redoblado celo a la habitación donde tenía lugar la séance. En cuanto logró alcanzar la vista la habitación, vio que uno de los hombres que estaban alrededor de la médium miraba el reloj, como si diera a entender que la séance terminaría dentro de poco. Entonces, muchas de las sombras que habían estado luchando se marcharon con gestos de desesperación. Pero la idea de que la séance estuviera a punto de terminar sólo hizo au¬mentar el celo de Mr. Bessel, y luchó tan tenazmente contra los otros que al poco tiempo alcanzó el cerebro de la mujer. Resultó que en ese preciso instante brillaba con mucha intensidad, y en ese instante escribió el mensaje que el doctor Wilson Paget conservó. Y luego las otras sombras y la nube de espíritus malvados que le rodeaban le empujaron y le alejaron de ella, y durante todo el resto de la séance ya no pudo volver a alcanzarla.
Por lo tanto, volvió a Baker Street y contempló, durante largas horas, el fondo del pozo donde el espíritu malvado yacía en el interior del cuerpo robado que había dañado, retorciéndose y maldi¬ciendo, llorando y gimiendo, y aprendiendo la lec¬ción del dolor. Y hacia el amanecer ocurrió lo que estaba esperando, el cerebro brilló con intensidad y el espíritu del mal salió, y Mr. Bessel entró en el cuerpo donde había temido que nunca más volvería a entrar. Cuando lo hizo, el silencio -el melancólico silencio- cesó; y oyó el tumulto del tráfico y las voces de la gente que llegaban desde arriba, y ese extraño mundo que es la sombra del nuestro -las sombras oscuras y calladas del fútil deseo y las sombras de los hombres perdidos- desapareció por completo.
Allí yació por espacio de unas tres horas antes de que lo encontraran. Y a pesar del dolor y el tormento de sus heridas, y del lugar húmedo y sombrío donde yacía; a pesar de las lágrimas que brotaban como consecuencia de su agotamiento físico, su corazón se llenó de alegría al ver que había vuelto de nuevo, a pesar de todo, al mundo benévolo de los hombres.
Sobre el autor.
Herbert George Wells, más conocido como H. G. Wells (21 de septiembre de 1866 en Bromley, Kent — 13 de agosto de 1946 en Londres),1 fue un escritor, novelista, historiador y filósofo británico.
-¡Ay! -dijo Mr. Vincey-. ¡Qué horror! ¡Ay!
No se le ocurría otra cosa que decir. Estaba, como es natural, muy sorprendido. Iba de la habitación al portero y del portero a la habitación, gravemente preocupado y perplejo. Aparte de su sugerencia de que Mr. Bessel volvería dentro de poco y explicaría lo que había sucedido, la conversación que mante¬nían no llevaba a ninguna parte.
-Puede haber sido un dolor de muelas repentino -dijo el portero-, un dolor de muelas repentino y violento que le ha dado de golpe y le ha vuelto loco. Yo mismo he roto cosas en situaciones semejantes… -reflexionó-. Si fuera así, ¿por qué tenía que decir¬me «vida» cuando pasó delante de mí?
Mr. Vincey no lo sabía. Mr. Bessel no volvía y, finalmente, Mr. Vincey, después de haber echado otra ojeada inútil y haber escrito una nota donde preguntaba por lo ocurrido y que dejó en un lugar visible del escritorio, volvió en un estado de ánimo sumamente perplejo a sus habitaciones de Staple Inn. El caso le había conmocionado. No acertaba a explicarse la conducta de Mr. Bessel de acuerdo con alguna hipótesis sensata. Intentó leer, pero no pudo hacerlo; salió a dar un pequeño paseo, pero iba tan preocupado que casi le atropella un coche al final de Chancery Lane; y, finalmente, una hora antes de lo habitual, se fue a la cama. Durante mucho tiempo, fue incapaz de dormir a causa del recuerdo del desorden silencioso de los aposentos de Mr. Bessel, y, cuando por fin se sumergió en un sueño intran¬quilo, fue perturbado inmediatamente por un sueño vívido y doloroso sobre Mr. Bessel.
Vio a Mr. Bessel gesticulando de un modo vio¬lento, con la cara pálida y retorcida. Se mezclaban inexplicablemente con su aspecto un temor intenso y una súplica apremiante, sugeridos quizá por sus gestos. Incluso cree que oyó la voz de su compañero de experimento que le llamaba angustiosamente, aunque entonces consideró que esto era una ilusión. La vívida impresión permaneció, aunque Mr. Vin¬cey se despertase. Durante un tiempo estuvo des¬pierto y temblando en la oscuridad, poseído por ese terror vago e inexplicable hacia las posibilidades desconocidas que se revela hasta en los sueños de los hombres más valientes. Pero se animó, se dio la vuelta y se durmió de nuevo, sólo para que el sueño volviese con vividez más intensa.
Se despertó tan convencido de que Mr. Bessel se hallaba en un peligro agobiante y de que necesitaba ayuda, que no pudo dormir más. Estaba persuadido de que su amigo se había arrojado a alguna horrenda calamidad. Durante un tiempo, estuvo razonando vanamente contra esta creencia, pero al final cedió ante ella. Se levantó, desobedeciendo toda norma de prudencia, encendió la lámpara de gas, se vistió y se lanzó a través de las calles desiertas -desiertas salvo por la presencia de un policía silencioso y las carretas de los periódicos- hacia Vigo Street para preguntar si Mr. Bessel había vuelto.
Pero no llegó allí. Cuando bajaba por Long Acre, un impulso inexplicable le desvió hacia Covent Garden, que empezaba a despertar a sus actividades nocturnas. Vio el mercado delante de él: una extraña impresión de luces amarillas incandescentes y negras figuras atareadas. Percibió un grito y vio una figura que daba la vuelta a la esquina del hotel y corría velozmente hacia él. Supo en seguida que se trataba de Mr. Bessel, pero estaba transfigurado. Iba sin sombrero y despeinado, con el cuello de la camisa, desabrochado; tenía la boca retorcida y llevaba, cogido cerca de la contera, un bastón con puño de hueso. Corría a gran velocidad, dando ágiles zanca¬das. El encuentro fue cosa de un instante.
-¡Bessel! -gritó Vincey.
El hombre que iba corriendo no dio muestras de reconocer a Mr. Vincey, ni su propio nombre. En cambio, le produjo una herida con el bastón al golpearle salvajemente en la cara, muy cerca del ojo. Mr. Vincey, aturdido y pasmado, se tambaleó hacia atrás, perdió el equilibrio y cayó pesadamente sobre la acera. Le pareció que Mr. Bessel saltó por encima de él cuando cayó al suelo. Cuando volvió a mirar, Mr. Bessel ya había desaparecido y un policía y unos cuantos mozos de cuerda y vendedores corrían pre-cipitadamente hacia Long Aire, en impetuosa per¬secucion.
Con la ayuda de varios transeúntes -toda la calle se llenó de gente que corría-, Mr. Vincey intentó levantarse. En seguida se convirtió en el centro de una muchedumbre ávida por ver su herida. Una multitud de voces compitió por tranquilizarle di¬ciéndole que estaba a salvo, y luego por contarle la conducta del loco, como consideraban a Mr. Bessel. Había aparecido de repente en medio del mercado gritando: «¡Vida! ¡Vida!», golpeando a diestro y si¬niestro con el bastón manchado de sangre, saltando y riendo a carcajadas cada vez que acertaba un golpe. Un muchacho y dos mujeres tenían la cabeza abier¬ta; había destrozado la muñeca de un hombre y había golpeado a un niño dejándole sin conocimien¬to. Durante un tiempo mantuvo alejados a todos de él, tan furioso y decidido era su comportamiento. Hizo una incursión en un puesto de café, lanzó la lámpara por la ventana de la oficina de correos y huyó riéndose después de dejar sin sentido al prime¬ro de los dos policías que habían tenido el valor de atacarle.
Naturalmente, el primer impulso de Mr. Vincey fue unirse a la persecución de su amigo para evitar, en lo posible, que fuera presa de la violencia de la gente indignada. Pero se movía con lentitud, el golpe le había dejado semiinconsciente y, cuando su impulso seguía siendo sólo un propósito, oyó, mez¬clado entre la multitud, que Mr. Bessel había eludi¬do a sus perseguidores. En un primer momento, Mr. Vincey apenas podía dar crédito a esto, pero la unanimidad de la noticia y el grave regreso al poco rato, de los policías burlados acabaron por conven¬cerle. Después de hacer algunas preguntas sin obje¬to, volvió a Staple Inn introduciéndose un pañuelo en la nariz, que ahora le dolía mucho.
Estaba enojado, preocupado y perplejo. Le pare¬cía indiscutible que Mr. Bessel tenía que haberse vuelto loco de repente en el transcurso del experi¬mento de transmisión de pensamiento, pero por qué se aparecía en sueños a Mr. Vincey con la cara triste y pálida era un problema de solución inalcanzable. En vano se devanó los sesos buscando una explica¬ción. Finalmente, pensó que no sólo Mr. Bessel debía de estar loco, sino que también había enloque¬cido el orden de las cosas. Pero no se le ocurría nada que pudiera hacer. Se encerró prudentemente en su habitación, encendió la estufa -una estufa de gas con ladrillos de asbesto- y, como temía nuevos sueños si se metía en la cama, se quedó lavándose la cara herida y después intentó inútilmente leer algún libro hasta el amanecer. Durante toda aquella vigilia, tuvo la curiosa persuasión de que Mr. Bessel intentaba hablar con él, pero se negó a prestar atención a semejante creencia.
Al amanecer, el cansancio físico le venció, y al fin, se acostó y durmió a pesar de los sueños. Se levantó tarde, angustiado y desasosegado, con la cara muy dolorida. Los periódicos de la mañana no traían noticia alguna de la aberración de Mr. Bessel; había ocurrido demasiado tarde para que la pudie¬ran incluir. La perplejidad de Mr. Vincey, a quien la fiebre producida por sus contusiones añadía una nueva irritación, se hizo finalmente insoportable, y, después de hacer una infructuosa visita al Albany, se dirigió a St. Paul’s Churchyard para ver a Mr. Hart, socio de Mr. Bessel, y, por lo que sabía Mr. Vincey, su mejor amigo.
Se sorprendió al enterarse de que Mr. Hart, aunque no sabía nada del escándalo, había sido perturbado por una visión, la misma que Mr. Vin¬cey había visto: Mr. Bessel, pálido y despeinado, pidiendo ayuda de todo corazón por medio de gestos. Este es el sentido que Mr. Hart creyó ver en esas señas.
-Iba al Albany a verle justo cuando usted llegó -dijo Mr. Hart-. Estaba seguro de que algo malo le había pasado.
Como resultado de esta consulta, los dos caba¬lleros decidieron preguntar en Scotland Yard por su amigo desaparecido.
-Seguro que le echan el guante -dijo Mr. Hart-. No podrá seguir mucho tiempo a este paso.
Pero la policía no había echado el guante a Mr. Bessel. Confirmaron los sucesos nocturnos a los que Mr. Vincey había asistido y aportaron nuevos datos, algunos de ellos de un carácter aún más grave que los que él ya conocía: una serie de cristales rotos en la parte alta de Tottenham Court Road, una agresión a un policía en Hampstead Road, un asalto atroz a una mujer. Todos estos desmanes fueron cometidos entre las doce y media y las dos menos cuarto de la madrugada, y en este tiempo -en realidad, desde el mismo momento en que Mr. Bessel salió corriendo de sus habitaciones a las nueve y media de la noche ¬la policía pudo seguir el rastro de la violencia, que iba en aumento, de su fantástica carrera. Durante la última hora, esto es, desde antes de la una hasta las dos menos cuarto, corrió enloquecido por las calles de Londres, escapando con asombrosa agilidad de cualquier intento de detenerle o capturarle.
Pero a partir de las dos menos cuarto había desaparecido. Hasta esa hora los testigos habían sido muy numerosos. Docenas de personas le habían visto, habían huido de él o le habían perseguido, y entonces todo terminó súbitamente. A las dos me¬nos cuarto le habían visto corriendo por Euston Road hacia Baker Street, agitando una lata de aceite de colza combustible y rociando el aceite en llamas por las ventanas de las casas por donde pasaba. Pero ninguno de los policías de Euston Road que están más allá del Museo de Cera, ni ninguno de los que están en las bocacalles por donde tenía que haber pasado de haber dejado Euston Road le habían visto. Desapareció repentinamente. Nada se supo de lo que hizo después, a pesar de las intensas investiga¬ciones que se realizaron.
Esto constituyó una nueva sorpresa para Mr. Vincey. Había encontrado un gran consuelo en la convicción de Mr. Hart: «Seguro que no tardan mucho en echarle el guante», y con esta certeza había sido capaz de suspender su perplejidad. Pero cual¬quier novedad parecía destinada a añadir nuevas dificultades a un montón que ya pesaba más de lo que él podía soportar. Comenzó a preguntarse si su memoria no le había jugado una mala pasada y si era posible que todo esto hubiera sucedido; y por la tarde, fue a ver otra vez a Mr. Hart para compartir el peso insoportable que abrumaba su mente. En¬contró a Mr. Hart conversando con un detective muy conocido, pero como este caballero no logró nada en este caso, no tenemos por qué tratar con más extensión su modo de proceder.
Durante todo el día y toda la noche, se investigó activa e incesantemente sin lograr dar con el para¬dero de Mr. Bessel. Y durante todo ese día, Mr. Vincey tuvo, en el fondo de su espíritu, la convic¬ción de que Mr. Bessel, con la cara cubierta de lágrimas por la angustia, le persiguió a través de sus sueños. Y siempre que veía a Mr. Bessel en sus sueños, también veía otras cosas, confusas, pero malignas, que daban la impresión de perseguir a Mr. Bessel.
Fue al día siguiente, el domingo, cuando Mr. Vincey recordó ciertas historias extraordinarias de Mrs. Bullock, la médium, que por aquella época llamaba la atención por primera vez en Londres. Decidió consultarla. Se alojaba en casa del famoso investigador, el doctor Wilson Paget, y Mr. Vincey, aunque no conocía a este caballero, se dirigió a él sin dilación con el propósito de implorar su ayuda. Pero apenas había mencionado el nombre de Bessel, cuando el doctor Paget le interrumpió.
-Anoche, justo al final -dijo-, tuvimos una comunicación.
Abandonó la habitación y volvió con una pizarra sobre la que había ciertas palabras escritas con una letra poco firme, en efecto, pero que era sin discu¬sión ¡la de Mr. Bessel!
-¿Cómo ha conseguido esto? -dijo Mr. Vincey ¬¿Quiere decir…?
-Lo recibimos anoche -dijo el doctor Paget.
Con numerosas interrupciones por parte de Mr. Vincey, procedió a explicar cómo habían obtenido el escrito. Parece ser que en sus séances, Mrs. Bullock entra en trance, sus ojos giran de un modo extraño bajo los párpados y su cuerpo se queda rígido. Entonces empieza a hablar muy rápido, normal¬mente con una voz diferente a la suya. Al mismo tiempo, una de sus manos o ambas empiezan a moverse, y si hay pizarras y lápices preparados, escriben a la vez e independientemente del torrente de palabras que brota de su boca. Muchos la consi¬deran una médium todavía más extraordinaria que la célebre Mrs. Piper. Era uno de esos mensajes, el que escribió la mano derecha de Mrs. Bullock, el que tenía ahora Mr. Vincey delante. Consistía en ocho palabras escritas de un modo deslavazado: «George Bessel… excavación prueba… Baker Street… soco¬rro… inanición.» Aunque parezca mentira, ni el doctor Paget ni los otros dos investigadores que estaban presentes habían oído hablar de la desapari¬ción de Mr. Bessel -las noticias sobre ella sólo salieron en los periódicos de la tarde del sábado- y habían puesto el mensaje aparte, junto a muchos otros de carácter vago y enigmático que Mrs. Bu¬llock recibe con frecuencia. Cuando el doctor Paget oyó la narración de Mr. Vincey, concentró todas sus fuerzas en seguir el rastro que permitiera encontrar a Mr. Bessel. Sería inútil describir aquí sus investi¬gaciones y las de Mr. Vincey; baste decir que la pista era auténtica y que Mr Bessel fue descubierto, en efecto, gracias a ella.
Lo encontraron en el fondo de un pozo solitario que habían excavado y abandonado cuando se ini¬ciaron las obras del nuevo ferrocarril eléctrico, cerca de la estación de Baker Street. Tenía rotos un brazo, una pierna y dos costillas. El pozo está protegido por una valla de cerca de siete metros y, por increíble que parezca, Mr. Bessel -hombre gordo y de edad madura- tuvo que escalarla para caer en el pozo. Estaba empapado de aceite de colza y la lata, que estaba hecha pedazos, se encontraba junto a él; pero, por fortuna, la llama se había extinguido al caer. Su locura había desaparecido por completo. Pero es-taba, como es natural, terriblemente debilitado, y, al ver a sus salvadores, se echó a llorar de forma histérica.
En vista del deplorable estado de sus habitacio¬nes, le llevaron a casa del doctor Hatton, en Baker Street. Fue sometido a un tratamiento sedativo y se evitó cualquier cosa que pudiera recordarle la crisis violenta que había atravesado. Pero al segundo día se ofreció a relatar los hechos.
Desde entonces, Mr. Bessel ha repetido varias veces su relato -a mí entre otras personas- variando los detalles, como sucede siempre que se narran experiencias reales, pero sin contradecirse nunca en ningún punto. Y el relato que hace es, en esencia, como sigue.
Para comprenderlo con claridad es necesario re¬montarse a sus experimentos con Mr. Vincey, antes de que sufriera el extraordinario ataque. Los prime¬ros intentos que hizo Mr. Bessel, con la colaboración de Mr. Vincey, fueron, como el lector recordará, un fracaso. Pero a lo largo de todos ellos, fue concen¬trando todo su poder y voluntad en salir del cuerpo: «queriéndolo con todas mis fuerzas», dice él. Al fin, casi en contra de lo que esperaba, tuvo éxito. Y Mr. Bessel afirma que él, estando vivo, abandonó real¬mente su cuerpo, gracias a un esfuerzo de la volun¬tad, y entró en un lugar o estado situado más allá de este mundo.
La liberación, afirma, fue instantánea: «en un determinado momento, estaba sentado en mi sillón, con los ojos totalmente cerrados y las manos agarra¬das a los brazos del sillón, haciendo todo lo que podía para concentrar mi mente en Vincey, y luego me percibí a mí mismo fuera del cuerpo. Vi mi cuerpo cerca de mí, pero ya no me contenía; las manos se relajaban y la cabeza se inclinaba sobre el pecho.»
Nada puede conmover su creencia en esta libe¬ración. Describe la nueva sensación que experimen¬tó de un modo tranquilo y realista. Sintió que se había vuelto impalpable, esto se lo esperaba; pero lo que ya no se esperaba era sentirse enormemente grande. Parece ser, sin embargo, que ésta fue la forma que adquirió. «Era una gran nube -si puedo expresarlo así- anclada en mi cuerpo. Tuve la im¬presión, al principio, de haber descubierto un yo mayor del cual el ser consciente de mi cerebro era sólo una pequeña parte. Vi el Albany, Piccadilly, Regent Street y todas las habitaciones y lugares de las casas muy diminutos, brillantes y definidos, es¬parcidos debajo de mí como una ciudad vista desde un globo. De vez en cuando, vagas figuras, como espirales de humo a la deriva, hacían que la visión fuese un poco borrosa, pero al principio apenas les presté atención. La cosa que más me asombró, y que aún sigue asombrándome, fue que veía muy nítida¬mente los interiores de las casas, así como las calles; veía gente pequeña cenando y hablando en sus casas, hombres y mujeres cenando, jugando al billar y bebiendo en restaurantes y hoteles, y varios lugares de diversión repletos de gente. Era como observar los acontecimientos de una colmena de cristal.»
Estas eran las palabras exactas de Mr. Bessel, tal como las apunté cuando me contó la historia. Du¬rante un rato, observó estas cosas sin acordarse de Mr. Vincey. Impulsado por la curiosidad, según dice, se inclinó, y con el quimérico brazo informe que descubrió que poseía intentó tocar a un hombre que paseaba por Vigo Street. Pero no lo consiguió, aunque parecía que su dedo atravesaba al hombre. Algo le impidió hacerlo, pero es difícil saber lo que encontró. Compara el obstáculo con una lámina de cristal.
«Sentí lo mismo que un gatito puede sentir -dijo ¬cuando va por primera vez a acariciar su imagen en un espejo.» Cuando le oigo contar esta historia, Mr. Bessel vuelve una y otra vez a esta comparación de la lámina de cristal para explicar este punto. No es, sin embargo, una comparación totalmente precisa por¬que, como el lector verá en seguida, había lagunas en esa resistencia generalmente impenetrable, medios de volver a atravesar la barrera del mundo material. Pero, naturalmente, existe una gran dificultad para expresar estas impresiones insólitas con el lenguaje de la experiencia cotidiana.
Algo que le impresionó al instante, y que le inquietó hasta el final de la experiencia, fue el silen¬cio de aquel lugar: estaba en un mundo sin sonido.
Al principio, el estado mental de Mr. Bessel consistía en un asombro desprovisto de emoción. Su pensamiento estaba principalmente ocupado en averiguar en qué lugar podría hallarse. Estaba fuera de su cuerpo -fuera del cuerpo material, en cual¬quier caso-, pero eso no era todo. Cree -y yo, por lo menos, también lo creo- que estaba en un lugar situado completamente fuera del espacio, tal como lo entendemos. Gracias a un esfuerzo intenso de la voluntad, había salido del cuerpo y se había intro¬ducido en un mundo situado más allá de éste, un mundo nunca soñado, que, sin embargo, se encuen¬tra tan cerca y tan extrañamente situado con relación a éste, que todas las cosas de la tierra son claramente visibles, tanto por dentro como por fuera, desde ese otro mundo que nos rodea. Durante mucho tiempo, así le pareció, esta observación ocupó su mente, excluyendo cualquier otra cuestión, y luego se acor¬dó de la cita que tenía con Mr. Vincey, de la cual esta asombrosa experiencia era, después de todo, sólo un preludio.
Dirigió su atención hacia la locomoción de este nuevo cuerpo en el que se encontraba. Durante un tiempo, fue incapaz de separarse del lazo que le unía al cuerpo terrestre. Durante un tiempo este nuevo cuerpo extraño y nebuloso simplemente oscilaba, se contraía, se dilataba, se enrollaba y se retorcía por los esfuerzos que hacía para liberarse, y luego, de pronto, el vínculo que le unía se rompió. Por un momento todo quedó oculto por lo que a él le parecían esferas giratorias de vapor oscuro, y luego, a través de un resquicio efímero, vio su cuerpo inerte que se derrumbaba con languidez, su cabeza sin vida que se desplomaba hacia un lado, y se vio arrastrado como una inmensa nube por un extraño lugar de nubes misteriosas, a través de las cuales se vislum¬braba la complejidad de Londres, que se extendía como una maqueta.
Pero ahora se dio cuenta de que el vapor que fluctuaba alrededor de él era algo más que vapor, y el entusiasmo temerario de su primer ensayo se convirtió en temor. Porque percibió, al principio borrosamente, pero después muy claramente y de una forma súbita, que estaba rodeado de caras, que cada rollo y espiral de lo que parecía una materia hecha de nubes era una cara. ¡Y qué caras! Caras de sombras transparentes, caras de temeridad gaseosa. Caras como las que miran con furia, de una forma insoportable y extraña, al durmiente en las horas aciagas de sus sueños. Ojos diabólicos y codiciosos llenos de codiciosa curiosidad, cosas con las cejas fruncidas y enredadas, y labios que insinuaban son¬risas. Sus manos informes se agarraban a Mr. Bessel cuando pasaba, y el resto de sus cuerpos no era más que una estela esquiva de tinieblas que se arrastra¬ban. Nunca dijeron una palabra, nunca salió un sonido de las bocas que daban la impresión de farfullar. Se estrujaban a su alrededor en ese silencio de pesadilla, atravesando libremente la débil bruma que era su cuerpo, reuniéndose cada vez más nume¬rosos a su alrededor. Y el informe Mr. Bessel, presa ahora de un súbito miedo, paseaba a través de la silenciosa y activa multitud de ojos y manos violentas.
Tan inhumanas eran estas caras, tan malvados sus ojos saltones y sus gestos misteriosos y amenazadores que no se le ocurrió a Mr. Bessel tratar de establecer ninguna relación con estas criaturas flotantes. Fan¬tasmas imbéciles, hijos del vano deseo, seres nonatos y privados del don de la existencia, cuyas únicas expresiones y gestos manifestaban el deseo y el an¬helo de vivir, que era su solitario vínculo con la existencia.
Dice mucho en favor de su audacia que, en medio de toda la nube hormigueante de estos espí¬ritus mudos del mal, pudiera todavía pensar en Mr. Vincey. Hizo un violento esfuerzo de voluntad y se vio, sin saber cómo, bajando hacia Staple Inn, y vio a Mr. Vincey sentado en su sillón, atento y alerta, junto al fuego.
Y reunida en torno a él, como siempre lo hacen en torno a todo lo que vive y respira, se hallaba otra multitud de estas vanas y calladas sombras, anhelan¬do, deseando, buscando una grieta que los llevara a la vida.
Durante un rato, quiso llamar la atención de su amigo, pero no lo consiguió. Intentó ponerse delan¬te de sus ojos, mover los objetos de la habitación, tocarle. Pero Mr. Vincey permanecía imperturba¬ble, ignorando el ser que estaba tan cerca del suyo. La cosa extraña que Mr. Bessel había comparado con una lámina de cristal los separaba de una forma inexorable.
Finalmente, Mr. Bessel hizo algo desesperado. Ya he dicho que, de algún modo extraño, podía ver no sólo el exterior de un hombre, como lo vemos nosotros, sino también el interior. Extendió su mis¬teriosa mano y metió sus vagos dedos negros a través del cerebro desatento.
Entonces, súbitamente, Mr. Vincey se sobresaltó, como alguien que emerge de pensamientos errantes, y a Mr. Bessel le pareció que un pequeño cuerpo rojo oscuro, situado en el centro del cerebro de Mr. Vincey, se inflaba y brillaba. Después de esta expe¬riencia, han mostrado a Mr. Bessel láminas anató¬micas del cerebro, y ahora sabe que aquel cuerpo oscuro es esa estructura inútil que los doctores lla¬man el ojo pineal. Pues, por extraño que parezca a muchos, tenemos, en las profundidades del cerebro -donde posiblemente ninguna luz terrenal puede acceder- ¡un ojo! En aquellos días este dato, como el resto de la anatomía interna del cerebro, era totalmente nuevo para él. Sin embargo, al ver que modificaba su aspecto, impulsó el dedo y, más bien temeroso de las consecuencias, tocó este pequeño punto. Mr. Vincey se sobresaltó al instante y Mr. Bessel supo que Vincey le estaba viendo.
Y en ese mismo instante, Mr. Bessel sintió que algo malo le había ocurrido a su cuerpo; de repente, una gran ráfaga de viento dispersó ese mundo de sombras y lo arrebató. Tan fuerte era esta persuasión que no pensó más en Mr. Vincey, sino que se dio media vuelta en seguida y todas las innumerables caras retrocedieron con él como hojas arrastradas por un vendaval. Pero volvió demasiado tarde. En un instante vio que el cuerpo que había dejado inerte y desplomado -que yacía en realidad como el cuerpo de un hombre que acaba de morir- se había levan¬tado; se había levantado en virtud de una fuerza y voluntad que no eran las suyas. Se mantenía de pie con los ojos saltones, estirando los miembros torpe¬mente.
Durante un momento lo observó con una cons¬ternación frenética y luego se inclinó hacia él. Pero la lámina de cristal se había vuelto a cerrar y le impidió llegar a su cuerpo. Se estrelló furiosamente contra ella y, a su alrededor, los espíritus del mal se reían, le señalaban y se mofaban de él. Se puso colérico y furioso. Mr. Bessel se compara a sí mismo con un pájaro que, sin advertirlo, entra revolotean¬do en una habitación y golpea los cristales que le niegan el camino de la libertad.
Y he aquí que el pequeño cuerpo que una vez había sido suyo está saltando de alegría. Le vio gritar, aunque no podía oír sus gritos y observó que sus movimientos eran cada vez más violentos. Contem¬pló cómo arrojaba sus queridos muebles, ebrio del loco placer de la existencia; también le vio destrozar sus libros preferidos, romper botellas, beber descui¬dadamente de los trozos de vidrio, saltar y dar golpes a modo de aceptación apasionada de vivir. Mr. Bessel observó estas acciones paralizado por el asom¬bro. Luego se lanzó una vez más contra la barrera infranqueable, y después, rodeado de toda esa mul¬titud de fantasmas burlones, volvió rápidamente, en medio de una horrible confusión, a casa de Vincey para contarle el atropello de que había sido objeto.
Pero el cerebro de Mr. Vincey estaba ahora ce¬rrado a las apariciones, y el Mr. Bessel incorpóreo le persiguió en vano cuando salió apresuradamente a Holborn para llamar un coche. Frustrado y aterro¬rizado, Mr. Bessel volvió rápidamente a su casa para encontrarse con su cuerpo profanado, que iba gri¬tando, presa de un enorme frenesí, por el Arco de Burlington.
Y ahora el lector atento empezará a comprender la interpretación de Mr. Bessel de la primera parte de esta extraña historia. El ser cuyo loco ajetreo por las calles de Londres había causado tantos daños y desastres tenía, en efecto, el cuerpo de Mr. Bessel, pero no era Mr. Bessel. Era un espíritu perverso que se había escapado de ese extraño mundo situado más allá de la existencia, y en el que Mr. Bessel se había aventurado independientemente. Durante veinte horas poseyó su cuerpo, y durante todas esas horas el espíritu desposeído de Mr. Bessel vagó de un lado para otro por ese desconocido mundo de sombras, buscando ayuda en vano.
Pasó muchas horas golpeando las mentes de Mr. Vincey y de su amigo Mr. Hart. Como ya sabemos, despertó a ambos gracias a sus esfuerzos. Pero des¬conocía el lenguaje que pudiera transmitir su situa¬ción a estos salvadores a través del abismo; sus débiles dedos buscaban a tientas en sus cerebros vana e impotentemente. Una vez, en efecto, como ya hemos dicho, fue capaz de desviar a Mr. Vincey de su camino para que tropezara con el cuerpo robado en su carrera, pero no pudo hacerle entender lo que había pasado: fue incapaz de obtener ayuda alguna de este encuentro…
A lo largo de estas horas, el espíritu de Mr. Bessel se sintió abrumado por la persuasión de que en poco tiempo su furioso inquilino acabaría con la vida de su cuerpo y de que él tendría que permanecer en aquel país de sombras para siempre. De modo que aquellas largas horas fueron una creciente agonía de terror. Y mientras corría de un lado para otro agi¬tándose inútilmente, incontables espíritus de ese mundo que le rodeaba, le acosaban y le desconcer¬taban. Y una multitud envidiosa corría aplaudiendo detrás de su compañero afortunado mientras prose¬guía su gran carrera.
Así debe de ser, al parecer, la vida de estas cosas sin cuerpo de ese mundo que es la sombra del nuestro. Siempre están al acecho, codiciando un camino que los introduzca en un cuerpo mortal, para poder descender, como furias y frenesíes, como apetitos violentos e insensatos, extraños impulsos que se regocijan en el cuerpo que han conquistado. Pues Mr. Bessel no era la única alma humana que había en ese lugar. Lo prueba el hecho de que primero encontró una, y después varias sombras de hombres, hombres como él mismo, al parecer, que habían perdido sus cuerpos, tal vez como él había perdido el suyo, y erraban desesperadamente por ese mundo perdido que no es la vida ni la muerte. No podían hablar porque ese mundo es mudo; supo, sin embargo, que eran hombres por sus tenues figuras humanas y por la tristeza de sus caras.
Pero cómo habían entrado en ese mundo, no lo podía decir, ni dónde podrían estar los cuerpos que habían perdido, si siguen anhelando la tierra o si habían caído en la muerte sin retorno. Que fueran los espíritus de los muertos no lo creemos ni él ni yo. Pero el doctor Wilson Paget piensa que son las almas racionales de los hombres que se han extravia¬do en la locura, aquí en la tierra.
Al fin, Mr. Bessel fue a dar con un lugar donde estaba reunido un pequeño grupo de estas criaturas silenciosas e incorpóreas, y, abriéndose paso entre ellas, vio abajo una habitación muy iluminada, cua¬tro o cinco caballeros y una mujer; una mujer cor¬pulenta vestida de bombasí negro y sentada en una silla de forma incómoda con la cabeza echada para atrás. Por los retratos que había visto de ella, supo que era Mrs. Bullock, la médium. Y percibió que las regiones y estructuras de su cerebro brillaban y se agitaban como lo hacía el ojo pineal del cerebro de Mr. Vincey que ya había visto. La luz era muy desigual; a veces era una amplia iluminación y otras sólo un débil punto crepuscular que se trasladaba lentamente por su cerebro. No dejaba de hablar ni de escribir con una mano. Y Mr. Bessel vio que las sombras de hombres que se agolpaban a su alrededor y gran multitud de espíritus tenebrosos del país de las sombras se esforzaban y se empujaban para tocar las regiones iluminadas de la médium. Cuando uno alcanzaba su cerebro u otro era expulsado, la voz y la escritura de la mano cambiaba, de modo que lo que decía era algo desordenado ‘y confuso en su mayor parte; ya escribía un fragmento del mensaje de un alma, ya un fragmento del de otra, ya farfu¬llaba las fantasías descabelladas de los espíritus del vano deseo. Entonces Mr. Bessel comprendió que hablaba por el espíritu que la había tocado y empezó a luchar furiosamente por llegar hasta ella.
Pero estaba alejado del centro de la multitud y en ese momento no pudo alcanzarla; finalmente, cada vez más angustiado, se fue a ver lo que le había sucedido a su cuerpo.
Durante mucho tiempo fue de un lado para otro buscándolo en vano, con el temor de que estuviera sin vida, hasta que lo encontró en el fondo de un pozo de Baker Street, maldiciendo y retorciéndose de dolor. Tenía rotos una pierna, un brazo y dos costillas a causa de la caída. Además, el malvado espíritu estaba colérico por haber poseído tan poco tiempo ese cuerpo y, a causa del dolor, hacía movi¬mientos bruscos y agitaba con violencia su cuerpo.
Entonces Mr. Bessel volvió con redoblado celo a la habitación donde tenía lugar la séance. En cuanto logró alcanzar la vista la habitación, vio que uno de los hombres que estaban alrededor de la médium miraba el reloj, como si diera a entender que la séance terminaría dentro de poco. Entonces, muchas de las sombras que habían estado luchando se marcharon con gestos de desesperación. Pero la idea de que la séance estuviera a punto de terminar sólo hizo au¬mentar el celo de Mr. Bessel, y luchó tan tenazmente contra los otros que al poco tiempo alcanzó el cerebro de la mujer. Resultó que en ese preciso instante brillaba con mucha intensidad, y en ese instante escribió el mensaje que el doctor Wilson Paget conservó. Y luego las otras sombras y la nube de espíritus malvados que le rodeaban le empujaron y le alejaron de ella, y durante todo el resto de la séance ya no pudo volver a alcanzarla.
Por lo tanto, volvió a Baker Street y contempló, durante largas horas, el fondo del pozo donde el espíritu malvado yacía en el interior del cuerpo robado que había dañado, retorciéndose y maldi¬ciendo, llorando y gimiendo, y aprendiendo la lec¬ción del dolor. Y hacia el amanecer ocurrió lo que estaba esperando, el cerebro brilló con intensidad y el espíritu del mal salió, y Mr. Bessel entró en el cuerpo donde había temido que nunca más volvería a entrar. Cuando lo hizo, el silencio -el melancólico silencio- cesó; y oyó el tumulto del tráfico y las voces de la gente que llegaban desde arriba, y ese extraño mundo que es la sombra del nuestro -las sombras oscuras y calladas del fútil deseo y las sombras de los hombres perdidos- desapareció por completo.
Allí yació por espacio de unas tres horas antes de que lo encontraran. Y a pesar del dolor y el tormento de sus heridas, y del lugar húmedo y sombrío donde yacía; a pesar de las lágrimas que brotaban como consecuencia de su agotamiento físico, su corazón se llenó de alegría al ver que había vuelto de nuevo, a pesar de todo, al mundo benévolo de los hombres.
Sobre el autor.
Herbert George Wells, más conocido como H. G. Wells (21 de septiembre de 1866 en Bromley, Kent — 13 de agosto de 1946 en Londres),1 fue un escritor, novelista, historiador y filósofo británico.
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