Filosofia: George Berkeley - Tres dialogos entre Hilas Y Filonus - Tercer Dialogo - Links a mas Filosofia
Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in Filosofia: George Berkeley - Tres dialogos entre Hilas Y Filonus - Tercer Dialogo - Links a mas Filosofia | Posted on 10:51
TERCER DIALOGO
FILONÚS.- Dime, Hilas1, ¿qué frutos has sacado de la meditación de ayer? ¿Te ha confirmado en la misma opinión que sostenías al separarnos? ¿O has visto desde entonces algo que te haga cambiar de opinión?
HILAS.- En verdad, mi opinión es que todas nuestras opiniones son igualmente vanas e inciertas. Lo que aprobamos hoy lo condenamos mañana. Nos afanamos por conocer y dedicamos nuestras vidas al conocimiento, y he aquí que no sabemos nada; ni creo posible que podamos alguna vez saber algo en esta vida. Nuestras facultades son demasiado limitadas y demasiado pocas. La naturaleza no nos ha llamado ciertamente por el camino de la especulación.
FILONÚS.- ¿Cómo? ¿Dices que no podemos conocer nada, Hilas?
HILAS.- No hay una sola cosa en el mundo de la cual podamos conocer su naturaleza real o lo que es en sí misma.
FILONÚS.- ¿Me quieres decir que no conozco realmente lo que es el fuego o el agua?
HILAS.- Podrás saber, sin duda, que el fuego se muestra caliente y el agua fluida; pero esto no es nada más que saber lo que producen las sensaciones en tu propia mente al aplicar el fuego y él agua a tus órganos de los sentidos. Por lo que respecta a su constitución interna, a su naturaleza real, te encuentras en una completa oscuridad.
FILONÚS.- ¿No sé que esto es una piedra real sobre la que estoy, y que lo que veo ante mis ojos es un árbol verdadero?
HILAS.- ¿Sabes? No, es imposible que tú o cualquier hombre vivo lo sepa. Todo lo que sabes es que tienes una cierta idea o aparición en tu propia mente. ¿Pero qué es esto, con relación al árbol o a la piedra real? Te digo que ese color, forma y dureza que percibes, no son la naturaleza real de esas cosas, ni se le parecen en lo más mínimo. Lo mismo puede decirse de todas las otras cosas reales o sustancias corpóreas que componen el mundo. Ninguna de ellas tiene nada en ellas mismas de semejante con aquellas cualidades sensibles percibidas por nosotros. No deberíamos pretender, por tanto, afirmar ni conocer nada de ellas tal como son en su propia naturaleza.
FILONÚS.- Pero, Hilas, es seguro que puedo distinguir el oro, por ejemplo, del hierro, ¿y cómo podrá ser así si no supiera lo que verdaderamente son?
1 En la 1.a y en la 2.a edición: «Así pues, Hilas».
HILAS.- Créeme, Filonús, sólo puedes distinguir entre tus propias ideas. ¿Crees que están realmente en el oro ese color amarillo, ese peso y otras cualidades sensibles? Son relativas solamente a los sentidos y no tienen ninguna existencia absoluta en la naturaleza. Y al pretender distinguir las especies de las cosas reales por las apariciones que hay en tu mente, actuarás tan sabiamente como aquel que llegara a la conclusión de que dos hombres son de diferente especie porque sus vestidos no eran del mismo color.
FILONÚS.- Parece, pues, que estamos engañados completamente por las apariencias de las cosas; que éstas son falsas. El alimento mismo que como y los vestidos que llevo no tienen en sí mismos nada semejante a lo que veo y siento.
HILAS.- Exactamente.
FILONÚS.- ¿Y no es extraño que estén equivocados todos los hombres y sean tan locos que crean en sus sentidos? Pues aunque no sepan cómo ocurre, los hombres comen, beben y duermen, y realizan todas las funciones de su vida, tan fácil y convenientemente como si conocieran realmente las cosas de que se ocupan.
HILAS.- Así hacen; pero tú sabes que la práctica corriente no requiere la precisión del conocimiento especulativo. Por eso el vulgo conserva sus errores y a pesar de todo se las arregla para superar los problemas de su vida. Pero los filósofos conocen mejor las cosas.
FILONÚS.- Quieres decir que saben que no saben nada.
HILAS.- Ésa es la verdadera meta y perfección del conocimiento humano.
FILONÚS.- Pero, Hilas, todo este tiempo has actuado como persona seria, ¿y estás seriamente persuadido de que no conoces ninguna realidad en el mundo? Supón que vas a escribir, ¿no pedirías pluma, tinta y papel como cualquier otro hombre? ¿Y no sabes qué es lo que pides?
HILAS.- ¿Cuántas veces tengo que decirte que no conozco la naturaleza real de ninguna cosa del universo? Si se presentara la ocasión yo podría sin duda utilizar pluma, tinta y papel. Pero declaro positivamente que no conozco qué es lo que es ninguna de tales cosas en su verdadera y propia naturaleza. Y lo mismo ocurre con respecto a cualquier otra cosa corpórea. Y lo que es más, no sólo ignoramos la naturaleza verdadera y real de las cosas, sino incluso su existencia. No se puede negar que percibimos ciertas apariencias o ideas; pero de ahí no se puede concluir que los cuerpos existan realmente. Es más, ahora se me ocurre, tengo que declarar también, de conformidad con mis anteriores concesiones, que es imposible que exista en la naturaleza real cosa corpórea alguna.
FILONÚS.- Me pasmas. ¿Hay algo más grosero y extravagante que las opiniones que ahora sostienes? ¿Y no es evidente que te ha conducido a estas extravagancias la creencia en una sustancia material? Eso es lo que hace que sueñes en esas naturalezas desconocidas en todas las cosas. Y por eso ignoras lo que todo hombre conoce perfectamente bien. Y no es esto todo. No sólo ignoras la verdadera naturaleza de cada cosa, sino que no sabes si existe realmente algo, o si hay verdaderas naturalezas; pues atribuyes a tus seres materiales una existencia absoluta o externa en que supones consiste su realidad. Y como al final estás obligado a reconocer que dicha existencia significa o una contradicción manifiesta o nada en absoluto, se sigue que te ves obligado a prescindir de tu propia hipótesis de sustancia material, y a negar positivamente la existencia real de cualquier parte del universo. Y así has caído en el escepticismo más profundo y lamentable que haya conocido hombre alguno. Dime, Hilas, ¿no es como digo?
HILAS.- Estoy de acuerdo contigo. La sustancia material no fue más que una hipótesis y, además, falsa y sin fundamento. No me fatigaré más en defenderla. Pero estoy seguro de que cualquier hipótesis que propongas o cualquier teoría acerca de las cosas que en su lugar introduzcas, me parecerá como completamente falsa; y permíteme que te haga algunas preguntas acerca de ella. Es decir, permíteme que te trate lo mismo que tú a mí y te garantizo que esa hipótesis tuya te llevará, después de pasar por muchas perplejidades y contradicciones, al mismísimo estado de escepticismo en que ahora yo mismo me encuentro.
FILONÚS.- Te aseguro, Hilas, que no pretendo forjar hipótesis alguna en absoluto. Soy una persona corriente, lo bastante simple para creer en mis sentidos y dejar las cosas tal como me las encuentro. A decir verdad, opino que las cosas reales son las mismísimas cosas que veo y palpo y percibo por mis sentidos. Éstas las conozco, y al encontrar que responden a todas las necesidades y fines de la vida no tengo razón alguna para preocuparme por otras realidades desconocidas. Un trozo de pan sensible, por ejemplo, me quitará el hambre mejor que diez mil trozos de ese pan insensible, ininteligible y real de que hablas. Asimismo, mi opinión es que los colores y otras cualidades sensibles están en los objetos. No podría, aunque en ello me fuera la vida, dejar de pensar que la nieve es blanca y el fuego caliente. Tú, sin duda, que entiendes por nieve y fuego ciertas sustancias no percipientes, no percibidas y externas, estás en tu derecho al negar que la blancura o el calor sean afecciones inherentes a ellos. Pero yo, que entiendo por esas palabras las cosas que veo y toco, estoy obligado a pensar como la demás gente. Y como no soy escéptico con respecto a la naturaleza de las cosas, tampoco lo soy con respecto a su existencia. Que una cosa sea realmente percibida por mis sentidos y que al mismo tiempo no exista realmente es para mí una evidente contradicción; pues no puedo separar ni abstraer, ni siquiera en el pensamiento, la existencia de una cosa sensible de su ser percibida. La madera, las piedras, el fuego, el agua, la carne, el hierro y cosas semejantes que nombro y de las cuales hablo, son cosas que conozco. Y no las hubiera conocido si no las hubiera percibido por mis sentidos; las cosas percibidas por los sentidos son percibidas inmediatamente; y las cosas percibidas inmediatamente son ideas; ahora bien, las ideas no pueden existir fuera de la mente; su existencia, por tanto, consiste en ser percibidas; y si son, por tanto, efectivamente percibidas, no hay duda alguna de su existencia. Fuera, pues, todo ese escepticismo, esas ridículas dudas filosóficas. ¡Qué tontería que un filósofo dude de la existencia de las cosas sensibles hasta que se le pruebe por la veracidad de Dios! ¡O que pretenda que nuestro conocimiento en este punto es deficiente en intuición o demostración! Yo podría dudar lo mismo de mi propia realidad que de la realidad de esas cosas que realmente veo y siento.
HILAS.- No tan de prisa, Filonús; dices que no puedes concebir cómo pueden existir cosas sensibles fuera de la mente. ¿No es así?
FILONÚS.- Sí.
HILAS.- Supongamos que seas reducido a la nada; ¿no puedes concebir como posible que las cosas perceptibles por los sentidos puedan aún existir?
FILONÚS.- Puedo; pero entonces tienen que estar en otra mente. Cuando niego a las cosas sensibles una existencia fuera de la mente, no me refiero a mi mente en particular, sino a todas las mentes. Ahora bien, está claro que tienen una existencia exterior a mi mente, pues encuentro por experiencia que son independientes de ella. Hay, sin duda, alguna otra mente en la cual existen, en los intervalos que separan los momentos en que las percibo; así existían antes de mi nacimiento y existirán después de mi supuesto aniquilamiento. Y como lo mismo ocurre con respecto a todos los otros espíritus finitos creados, se sigue necesariamente que hay una mente eterna, omnipresente, que conoce y abarca todas las cosas y nos las presenta ante nuestros ojos en la forma y con arreglo a las normas que ella misma ha dispuesto, a las cuales llamamos leyes de la naturaleza.
HILAS.- Respóndeme, Filonús. ¿Son todas nuestras ideas realidades perfectamente inertes? ¿O encierran una cierta actividad?
FILONÚS.- Son completamente pasivas e inertes.
HILAS.- ¿Y no es Dios un agente, un ser puramente activo?
FILONÚS.- Lo reconozco.
HILAS.- Por tanto, ninguna idea puede asemejarse o representar a la naturaleza de Dios.
FILONÚS.- Ninguna.
HILAS.- Si no tienes, pues, idea alguna de la mente de Dios, ¿cómo puedes concebir la posibilidad de que las cosas existan en su mente? Y si puedes concebir la mente de Dios sin tener una idea de él, ¿por qué no se me ha de permitir concebir la existencia de la materia, aunque no tenga idea alguna de ella?
FILONÚS.- Por lo que se refiere a tu primera pregunta, admito que no tengo propiamente ninguna idea, ni de Dios ni de ningún otro espíritu; pues, al ser éstos activos, no se les puede representar por cosas perfectamente inertes, como son nuestras ideas. Sé, sin embargo, que yo, que soy un espíritu o sustancia pensante, existo tan ciertamente como sé que mis ideas existen. Sé, además, qué quiero decir con los términos yo y yo mismo; y conozco esto de forma inmediata, intuitiva, aunque no lo percibo como un triángulo, un color o un sonido. La mente, espíritu o alma es esa cosa inextensa, indivisible, que piensa, actúa y percibe. Digo que es indivisible, porque es inextensa; e inextensa, porque las cosas extensas, con forma y móviles son las ideas; y lo que percibe las ideas, que piensa y quiere, no es evidentemente ninguna idea, ni se parece a una idea. Las ideas son cosas inactivas y percibidas; y los espíritus, una clase de seres completamente diferentes de ellas. Por eso no digo que mi alma es una idea o algo semejante a una idea. Sin embargo, tomando la palabra idea en un sentido amplio, se puede decir que mi alma me facilita una idea, es decir, una imagen o semejanza de Dios aunque desde luego extremadamente inadecuada. Pues toda la noción que tengo de Dios la obtengo reflexionando sobre mi propia alma, potenciando sus facultades y suprimiendo sus imperfecciones. Tengo, por tanto, en mí mismo no ya una idea inactiva, sino una especie de imagen pensante, activa, de la Divinidad. Y aunque no la percibo por los sentidos, tengo, sin embargo, una noción de ella o la conozco mediante la reflexión y el razonamiento. Tengo un conocimiento de mi propia mente y de mis propias ideas; y con su ayuda aprehendo mediatamente la posibilidad de la existencia de otros espíritus e ideas. Además, partiendo de mi propia realidad y de la dependencia que encuentro en mí mismo y en mis ideas, infiero necesariamente, por un acto de la razón, la existencia de un Dios y de todas las cosas creadas en la mente de Dios. Esto, por lo que se refiere a la primera pregunta. En cuanto a la segunda, supongo que esta vez puedes contestar tú mismo. Pues ni percibes la materia objetivamente, como cuando percibes una idea o realidad inactiva, ni la conoces como te conoces tú mismo mediante un acto reflejo; ni la aprehendes mediatamente por la semejanza con lo uno o con lo otro; ni la coliges mediante un razonamiento partiendo de lo que conoces inmediatamente. Todo lo cual hace que el caso de la materia sea muy diferente del de la Divinidad.
HILAS.- Dices que tu propia alma te suministra una especie de idea o imagen de Dios. Pero al mismo tiempo reconoces que no tienes, propiamente hablando, ninguna idea de tu propia alma. Incluso afirmas que los espíritus son una clase de seres completamente diferentes de las ideas. Y consiguientemente, que ninguna idea puede ser semejante a un espíritu. No tenemos, por tanto, ninguna idea de ningún espíritu. Admites, sin embargo, que hay una sustancia espiritual, aunque no tengas ninguna idea de ella; y al mismo tiempo niegas que pueda haber nada parecido a una sustancia material porque no tienes ninguna noción o idea de ella. ¿Está esto bien? Para actuar coherentemente tienes que admitir la materia o rechazar el espíritu. ¿Qué dices a esto?
FILONÚS.- En primer lugar, digo que no niego la existencia de la sustancia material simplemente porque no tenga noción alguna de ella, sino porque su noción es contradictoria; en otras palabras, porque repugna que haya una noción de ella. Muchas cosas, por lo que yo sé, pueden existir y de ellas ni yo ni otro hombre tenemos ni podemos tener idea o noción alguna. Pero entonces, estas cosas tienen que ser posibles, es decir, no puede estar incluido en su definición nada contradictorio. Y en segundo lugar, digo que aunque creemos que existen cosas que no percibimos, no podemos creer, a pesar de ello, que existe alguna cosa determinada sin tener alguna razón para tal creencia; ahora bien, no tengo razón alguna para creer en la existencia de la materia. No tengo de ello ninguna intuición inmediata, ni puedo inferir mediatamente de mis sensaciones, ideas, nociones, acciones o pasiones, una sustancia inactiva no percipiente y no pensante, ni por deducción probable ni como consecuencia necesaria. Mientras que la realidad de mí mismo, es decir, mi propia alma, mente o principio pensante, la conozco evidentemente por reflexión. Te ruego me excuses si repito las mismas cosas al responder a las mismas objeciones. En la misma noción o definición de sustancia material, se incluye una manifiesta repugnancia y contradicción. Y esto no ocurre con la noción de espíritu. Repugna que existan ideas en lo que no percibe o que se produzcan por lo que no actúa. Pero no hay repugnancia en decir que una cosa percipiente es sujeto de ideas, o que una cosa activa es la causa de ellas. Concedido que no tenemos ni una evidencia inmediata ni un conocimiento demostrativo de la existencia de otros espíritus finitos; pero no se sigue de ahí que dichos espíritus estén al mismo nivel que las sustancias materiales, si se admite que las unas son contradictorias y que no hay contradicción en admitir los otros; si no se pueden inferir las unas por ningún argumento y hay una probabilidad para los otros; si vemos signos y efectos que nos indican la existencia de agentes finitos distintos, semejantes a nosotros y vemos que no hay signo o síntoma alguno que conduzca a una creencia racional en la materia. Y digo, por último, que tengo una noción del espíritu, aunque no poseo, estrictamente hablando, una idea de él. No lo percibo como una idea o mediante una idea, sino que lo conozco por reflexión.
FILONÚS.- Dime, Hilas1, ¿qué frutos has sacado de la meditación de ayer? ¿Te ha confirmado en la misma opinión que sostenías al separarnos? ¿O has visto desde entonces algo que te haga cambiar de opinión?
HILAS.- En verdad, mi opinión es que todas nuestras opiniones son igualmente vanas e inciertas. Lo que aprobamos hoy lo condenamos mañana. Nos afanamos por conocer y dedicamos nuestras vidas al conocimiento, y he aquí que no sabemos nada; ni creo posible que podamos alguna vez saber algo en esta vida. Nuestras facultades son demasiado limitadas y demasiado pocas. La naturaleza no nos ha llamado ciertamente por el camino de la especulación.
FILONÚS.- ¿Cómo? ¿Dices que no podemos conocer nada, Hilas?
HILAS.- No hay una sola cosa en el mundo de la cual podamos conocer su naturaleza real o lo que es en sí misma.
FILONÚS.- ¿Me quieres decir que no conozco realmente lo que es el fuego o el agua?
HILAS.- Podrás saber, sin duda, que el fuego se muestra caliente y el agua fluida; pero esto no es nada más que saber lo que producen las sensaciones en tu propia mente al aplicar el fuego y él agua a tus órganos de los sentidos. Por lo que respecta a su constitución interna, a su naturaleza real, te encuentras en una completa oscuridad.
FILONÚS.- ¿No sé que esto es una piedra real sobre la que estoy, y que lo que veo ante mis ojos es un árbol verdadero?
HILAS.- ¿Sabes? No, es imposible que tú o cualquier hombre vivo lo sepa. Todo lo que sabes es que tienes una cierta idea o aparición en tu propia mente. ¿Pero qué es esto, con relación al árbol o a la piedra real? Te digo que ese color, forma y dureza que percibes, no son la naturaleza real de esas cosas, ni se le parecen en lo más mínimo. Lo mismo puede decirse de todas las otras cosas reales o sustancias corpóreas que componen el mundo. Ninguna de ellas tiene nada en ellas mismas de semejante con aquellas cualidades sensibles percibidas por nosotros. No deberíamos pretender, por tanto, afirmar ni conocer nada de ellas tal como son en su propia naturaleza.
FILONÚS.- Pero, Hilas, es seguro que puedo distinguir el oro, por ejemplo, del hierro, ¿y cómo podrá ser así si no supiera lo que verdaderamente son?
1 En la 1.a y en la 2.a edición: «Así pues, Hilas».
HILAS.- Créeme, Filonús, sólo puedes distinguir entre tus propias ideas. ¿Crees que están realmente en el oro ese color amarillo, ese peso y otras cualidades sensibles? Son relativas solamente a los sentidos y no tienen ninguna existencia absoluta en la naturaleza. Y al pretender distinguir las especies de las cosas reales por las apariciones que hay en tu mente, actuarás tan sabiamente como aquel que llegara a la conclusión de que dos hombres son de diferente especie porque sus vestidos no eran del mismo color.
FILONÚS.- Parece, pues, que estamos engañados completamente por las apariencias de las cosas; que éstas son falsas. El alimento mismo que como y los vestidos que llevo no tienen en sí mismos nada semejante a lo que veo y siento.
HILAS.- Exactamente.
FILONÚS.- ¿Y no es extraño que estén equivocados todos los hombres y sean tan locos que crean en sus sentidos? Pues aunque no sepan cómo ocurre, los hombres comen, beben y duermen, y realizan todas las funciones de su vida, tan fácil y convenientemente como si conocieran realmente las cosas de que se ocupan.
HILAS.- Así hacen; pero tú sabes que la práctica corriente no requiere la precisión del conocimiento especulativo. Por eso el vulgo conserva sus errores y a pesar de todo se las arregla para superar los problemas de su vida. Pero los filósofos conocen mejor las cosas.
FILONÚS.- Quieres decir que saben que no saben nada.
HILAS.- Ésa es la verdadera meta y perfección del conocimiento humano.
FILONÚS.- Pero, Hilas, todo este tiempo has actuado como persona seria, ¿y estás seriamente persuadido de que no conoces ninguna realidad en el mundo? Supón que vas a escribir, ¿no pedirías pluma, tinta y papel como cualquier otro hombre? ¿Y no sabes qué es lo que pides?
HILAS.- ¿Cuántas veces tengo que decirte que no conozco la naturaleza real de ninguna cosa del universo? Si se presentara la ocasión yo podría sin duda utilizar pluma, tinta y papel. Pero declaro positivamente que no conozco qué es lo que es ninguna de tales cosas en su verdadera y propia naturaleza. Y lo mismo ocurre con respecto a cualquier otra cosa corpórea. Y lo que es más, no sólo ignoramos la naturaleza verdadera y real de las cosas, sino incluso su existencia. No se puede negar que percibimos ciertas apariencias o ideas; pero de ahí no se puede concluir que los cuerpos existan realmente. Es más, ahora se me ocurre, tengo que declarar también, de conformidad con mis anteriores concesiones, que es imposible que exista en la naturaleza real cosa corpórea alguna.
FILONÚS.- Me pasmas. ¿Hay algo más grosero y extravagante que las opiniones que ahora sostienes? ¿Y no es evidente que te ha conducido a estas extravagancias la creencia en una sustancia material? Eso es lo que hace que sueñes en esas naturalezas desconocidas en todas las cosas. Y por eso ignoras lo que todo hombre conoce perfectamente bien. Y no es esto todo. No sólo ignoras la verdadera naturaleza de cada cosa, sino que no sabes si existe realmente algo, o si hay verdaderas naturalezas; pues atribuyes a tus seres materiales una existencia absoluta o externa en que supones consiste su realidad. Y como al final estás obligado a reconocer que dicha existencia significa o una contradicción manifiesta o nada en absoluto, se sigue que te ves obligado a prescindir de tu propia hipótesis de sustancia material, y a negar positivamente la existencia real de cualquier parte del universo. Y así has caído en el escepticismo más profundo y lamentable que haya conocido hombre alguno. Dime, Hilas, ¿no es como digo?
HILAS.- Estoy de acuerdo contigo. La sustancia material no fue más que una hipótesis y, además, falsa y sin fundamento. No me fatigaré más en defenderla. Pero estoy seguro de que cualquier hipótesis que propongas o cualquier teoría acerca de las cosas que en su lugar introduzcas, me parecerá como completamente falsa; y permíteme que te haga algunas preguntas acerca de ella. Es decir, permíteme que te trate lo mismo que tú a mí y te garantizo que esa hipótesis tuya te llevará, después de pasar por muchas perplejidades y contradicciones, al mismísimo estado de escepticismo en que ahora yo mismo me encuentro.
FILONÚS.- Te aseguro, Hilas, que no pretendo forjar hipótesis alguna en absoluto. Soy una persona corriente, lo bastante simple para creer en mis sentidos y dejar las cosas tal como me las encuentro. A decir verdad, opino que las cosas reales son las mismísimas cosas que veo y palpo y percibo por mis sentidos. Éstas las conozco, y al encontrar que responden a todas las necesidades y fines de la vida no tengo razón alguna para preocuparme por otras realidades desconocidas. Un trozo de pan sensible, por ejemplo, me quitará el hambre mejor que diez mil trozos de ese pan insensible, ininteligible y real de que hablas. Asimismo, mi opinión es que los colores y otras cualidades sensibles están en los objetos. No podría, aunque en ello me fuera la vida, dejar de pensar que la nieve es blanca y el fuego caliente. Tú, sin duda, que entiendes por nieve y fuego ciertas sustancias no percipientes, no percibidas y externas, estás en tu derecho al negar que la blancura o el calor sean afecciones inherentes a ellos. Pero yo, que entiendo por esas palabras las cosas que veo y toco, estoy obligado a pensar como la demás gente. Y como no soy escéptico con respecto a la naturaleza de las cosas, tampoco lo soy con respecto a su existencia. Que una cosa sea realmente percibida por mis sentidos y que al mismo tiempo no exista realmente es para mí una evidente contradicción; pues no puedo separar ni abstraer, ni siquiera en el pensamiento, la existencia de una cosa sensible de su ser percibida. La madera, las piedras, el fuego, el agua, la carne, el hierro y cosas semejantes que nombro y de las cuales hablo, son cosas que conozco. Y no las hubiera conocido si no las hubiera percibido por mis sentidos; las cosas percibidas por los sentidos son percibidas inmediatamente; y las cosas percibidas inmediatamente son ideas; ahora bien, las ideas no pueden existir fuera de la mente; su existencia, por tanto, consiste en ser percibidas; y si son, por tanto, efectivamente percibidas, no hay duda alguna de su existencia. Fuera, pues, todo ese escepticismo, esas ridículas dudas filosóficas. ¡Qué tontería que un filósofo dude de la existencia de las cosas sensibles hasta que se le pruebe por la veracidad de Dios! ¡O que pretenda que nuestro conocimiento en este punto es deficiente en intuición o demostración! Yo podría dudar lo mismo de mi propia realidad que de la realidad de esas cosas que realmente veo y siento.
HILAS.- No tan de prisa, Filonús; dices que no puedes concebir cómo pueden existir cosas sensibles fuera de la mente. ¿No es así?
FILONÚS.- Sí.
HILAS.- Supongamos que seas reducido a la nada; ¿no puedes concebir como posible que las cosas perceptibles por los sentidos puedan aún existir?
FILONÚS.- Puedo; pero entonces tienen que estar en otra mente. Cuando niego a las cosas sensibles una existencia fuera de la mente, no me refiero a mi mente en particular, sino a todas las mentes. Ahora bien, está claro que tienen una existencia exterior a mi mente, pues encuentro por experiencia que son independientes de ella. Hay, sin duda, alguna otra mente en la cual existen, en los intervalos que separan los momentos en que las percibo; así existían antes de mi nacimiento y existirán después de mi supuesto aniquilamiento. Y como lo mismo ocurre con respecto a todos los otros espíritus finitos creados, se sigue necesariamente que hay una mente eterna, omnipresente, que conoce y abarca todas las cosas y nos las presenta ante nuestros ojos en la forma y con arreglo a las normas que ella misma ha dispuesto, a las cuales llamamos leyes de la naturaleza.
HILAS.- Respóndeme, Filonús. ¿Son todas nuestras ideas realidades perfectamente inertes? ¿O encierran una cierta actividad?
FILONÚS.- Son completamente pasivas e inertes.
HILAS.- ¿Y no es Dios un agente, un ser puramente activo?
FILONÚS.- Lo reconozco.
HILAS.- Por tanto, ninguna idea puede asemejarse o representar a la naturaleza de Dios.
FILONÚS.- Ninguna.
HILAS.- Si no tienes, pues, idea alguna de la mente de Dios, ¿cómo puedes concebir la posibilidad de que las cosas existan en su mente? Y si puedes concebir la mente de Dios sin tener una idea de él, ¿por qué no se me ha de permitir concebir la existencia de la materia, aunque no tenga idea alguna de ella?
FILONÚS.- Por lo que se refiere a tu primera pregunta, admito que no tengo propiamente ninguna idea, ni de Dios ni de ningún otro espíritu; pues, al ser éstos activos, no se les puede representar por cosas perfectamente inertes, como son nuestras ideas. Sé, sin embargo, que yo, que soy un espíritu o sustancia pensante, existo tan ciertamente como sé que mis ideas existen. Sé, además, qué quiero decir con los términos yo y yo mismo; y conozco esto de forma inmediata, intuitiva, aunque no lo percibo como un triángulo, un color o un sonido. La mente, espíritu o alma es esa cosa inextensa, indivisible, que piensa, actúa y percibe. Digo que es indivisible, porque es inextensa; e inextensa, porque las cosas extensas, con forma y móviles son las ideas; y lo que percibe las ideas, que piensa y quiere, no es evidentemente ninguna idea, ni se parece a una idea. Las ideas son cosas inactivas y percibidas; y los espíritus, una clase de seres completamente diferentes de ellas. Por eso no digo que mi alma es una idea o algo semejante a una idea. Sin embargo, tomando la palabra idea en un sentido amplio, se puede decir que mi alma me facilita una idea, es decir, una imagen o semejanza de Dios aunque desde luego extremadamente inadecuada. Pues toda la noción que tengo de Dios la obtengo reflexionando sobre mi propia alma, potenciando sus facultades y suprimiendo sus imperfecciones. Tengo, por tanto, en mí mismo no ya una idea inactiva, sino una especie de imagen pensante, activa, de la Divinidad. Y aunque no la percibo por los sentidos, tengo, sin embargo, una noción de ella o la conozco mediante la reflexión y el razonamiento. Tengo un conocimiento de mi propia mente y de mis propias ideas; y con su ayuda aprehendo mediatamente la posibilidad de la existencia de otros espíritus e ideas. Además, partiendo de mi propia realidad y de la dependencia que encuentro en mí mismo y en mis ideas, infiero necesariamente, por un acto de la razón, la existencia de un Dios y de todas las cosas creadas en la mente de Dios. Esto, por lo que se refiere a la primera pregunta. En cuanto a la segunda, supongo que esta vez puedes contestar tú mismo. Pues ni percibes la materia objetivamente, como cuando percibes una idea o realidad inactiva, ni la conoces como te conoces tú mismo mediante un acto reflejo; ni la aprehendes mediatamente por la semejanza con lo uno o con lo otro; ni la coliges mediante un razonamiento partiendo de lo que conoces inmediatamente. Todo lo cual hace que el caso de la materia sea muy diferente del de la Divinidad.
HILAS.- Dices que tu propia alma te suministra una especie de idea o imagen de Dios. Pero al mismo tiempo reconoces que no tienes, propiamente hablando, ninguna idea de tu propia alma. Incluso afirmas que los espíritus son una clase de seres completamente diferentes de las ideas. Y consiguientemente, que ninguna idea puede ser semejante a un espíritu. No tenemos, por tanto, ninguna idea de ningún espíritu. Admites, sin embargo, que hay una sustancia espiritual, aunque no tengas ninguna idea de ella; y al mismo tiempo niegas que pueda haber nada parecido a una sustancia material porque no tienes ninguna noción o idea de ella. ¿Está esto bien? Para actuar coherentemente tienes que admitir la materia o rechazar el espíritu. ¿Qué dices a esto?
FILONÚS.- En primer lugar, digo que no niego la existencia de la sustancia material simplemente porque no tenga noción alguna de ella, sino porque su noción es contradictoria; en otras palabras, porque repugna que haya una noción de ella. Muchas cosas, por lo que yo sé, pueden existir y de ellas ni yo ni otro hombre tenemos ni podemos tener idea o noción alguna. Pero entonces, estas cosas tienen que ser posibles, es decir, no puede estar incluido en su definición nada contradictorio. Y en segundo lugar, digo que aunque creemos que existen cosas que no percibimos, no podemos creer, a pesar de ello, que existe alguna cosa determinada sin tener alguna razón para tal creencia; ahora bien, no tengo razón alguna para creer en la existencia de la materia. No tengo de ello ninguna intuición inmediata, ni puedo inferir mediatamente de mis sensaciones, ideas, nociones, acciones o pasiones, una sustancia inactiva no percipiente y no pensante, ni por deducción probable ni como consecuencia necesaria. Mientras que la realidad de mí mismo, es decir, mi propia alma, mente o principio pensante, la conozco evidentemente por reflexión. Te ruego me excuses si repito las mismas cosas al responder a las mismas objeciones. En la misma noción o definición de sustancia material, se incluye una manifiesta repugnancia y contradicción. Y esto no ocurre con la noción de espíritu. Repugna que existan ideas en lo que no percibe o que se produzcan por lo que no actúa. Pero no hay repugnancia en decir que una cosa percipiente es sujeto de ideas, o que una cosa activa es la causa de ellas. Concedido que no tenemos ni una evidencia inmediata ni un conocimiento demostrativo de la existencia de otros espíritus finitos; pero no se sigue de ahí que dichos espíritus estén al mismo nivel que las sustancias materiales, si se admite que las unas son contradictorias y que no hay contradicción en admitir los otros; si no se pueden inferir las unas por ningún argumento y hay una probabilidad para los otros; si vemos signos y efectos que nos indican la existencia de agentes finitos distintos, semejantes a nosotros y vemos que no hay signo o síntoma alguno que conduzca a una creencia racional en la materia. Y digo, por último, que tengo una noción del espíritu, aunque no poseo, estrictamente hablando, una idea de él. No lo percibo como una idea o mediante una idea, sino que lo conozco por reflexión.
HILAS.- A pesar de todo lo que has dicho, me parece que, de acuerdo con tu propia forma de pensar y como consecuencia de tus propios principios, se seguiría que tú no eres más que un sistema de ideas flotantes sin ninguna sustancia que las soporte. Las palabras no se han de usar sin un significado. Y como no hay más sentido en la sustancia espiritual que en la sustancia material, hay que descartar tanto la una como la otra.
FILONÚS.- ¿Cuántas veces tengo que repetir que conozco mi propia realidad o tengo conciencia de ella, y que yo mismo no soy mis ideas sino otra cosa, un principio activo que percibe, conoce, quiere y actúa sobre las ideas? Sé que yo, uno e idéntico, percibo los colores y los sonidos, que un color no puede percibir un sonido, ni un sonido un color; que soy, por tanto, un principio individual, distinto del color y del sonido, y por la misma razón, de todas las otras cosas sensibles e ideas inertes. Pero no tengo conciencia en la misma forma de la existencia o esencia de la materia. Por el contrario, sé que no puede existir nada contradictorio y que la existencia de la materia implica una contradicción. Además, sé lo que quiero decir cuando afirmo que hay una sustancia espiritual o soporte de las ideas, es decir, que un espíritu conoce y percibe las ideas. Pero no sé qué se quiere decir cuando se afirma que una sustancia no percipiente tiene inherentes en ella, y soporta, o ideas o los arquetipos de las ideas. No hay, por tanto, en general, paridad alguna entre el espíritu y la materia.1
HILAS.- Me declaro convencido en este punto. Pero, ¿puedes creer seriamente que la existencia real de las cosas sensibles consiste en su ser
1 Añadido en la 3a edición
percibidas efectivamente? Si es así, ¿cómo ocurre que toda la humanidad distingue ambas realidades? Pregunta al primer hombre que encuentres y te dirá que ser percibido es una cosa, y existir otra,
FILONÚS.- Me conformo, amigo Hilas, en apelar al sentido común de la gente para justificar la verdad de mi opinión. Pregunta al jardinero por qué cree que existe este cerezo que hay en el jardín y te dirá que porque lo ve y lo toca; en una palabra, porque lo percibe mediante sus sentidos. Pregúntale por qué cree que no hay allí un naranjo y te dirá que porque no lo percibe. Llama ser real a lo que percibe por los sentidos y dice que eso existe; pero que lo que no es perceptible dice que no tiene realidad.
HILAS.- Sí, Filonús, admito la existencia de una cosa sensible que consiste en ser perceptible, pero no en ser efectivamente percibida.
FILONÚS.- ¿Y qué es perceptible sino una idea? ¿Y puede existir una idea sin ser percibida efectivamente? Estos son puntos en los que estamos de acuerdo desde hace tiempo.
HILAS.- Pero, por muy verdadera que sea tu opinión, no negarás que es chocante y contraria al sentido común de las gentes. Pregunta a una persona si aquel árbol tiene una existencia fuera de su mente; ¿qué crees que respondería?
FILONÚS.- Lo mismo que yo respondería, a saber, que existe desde luego fuera de su inteligencia. Pero entonces, a un cristiano no puede seguramente resultarle chocante decir que el árbol real que existe fuera de su mente es conocido verdaderamente y comprehendido por (es decir, existe en) la mente infinita de Dios. Probablemente, quizá a primera vista no se percate de la prueba directa e inmediata que hay de que la realidad misma de un árbol o de cualquier cosa sensible implica una mente en la cual estar. Pero no puede negar el hecho en cuestión. El problema entre los materialistas y yo, no es si las cosas tienen una existencia real fuera de la mente de esta o aquella persona, sino si tienen una i existencia absoluta, distinta del ser percibidas por Dios, y exterior a to-das las mentes. Esto, desde luego, lo han afirmado paganos y filósofos, pero todo el que tenga acerca de la Divinidad una noción conforme con las Sagradas Escrituras será de otra opinión.
HILAS.- Pero con arreglo a tus concepciones, ¿qué diferencia hay entre las cosas reales y las quimeras forjadas por la imaginación o las visiones de un sueño, si todas están igualmente en la mente?
FILONÚS.- Las ideas que forma la imaginación son débiles y no distintas; además, dependen completamente de la voluntad. Pero las ideas percibidas por los sentidos, es decir, las cosas reales, son más vividas y claras y al imprimirse en la mente por un espíritu distinto de nosotros no tienen esa dependencia respecto de nuestra voluntad. No hay, por tanto, peligro alguno de confundirlas con las ideas de la imaginación, y es pequeño el que hay de confundirlas con las visiones de un sueño que son vagas, irregulares y confusas. Y aunque ocurre a veces que sean muy animadas y naturales, sin embargo, por no estar en conexión ni formar Un todo con las ocupaciones precedentes y subsiguientes de nuestras vidas, pueden distinguirse fácilmente de las realidades. En fin, sea cualquiera el método que emplees para distinguir las cosas de las quimeras en tu propio sistema, el mismo evidentemente valdrá en el mío. Pues supongo que tendrá que ser por una diferencia percibida y no voy a privarte de ninguna de las cosas que percibes.
HILAS.- Pero, Filonús, sostienes que en el mundo no hay más que espíritus e ideas. Y esto, tienes que reconocerlo, suena muy extraño.
FILONÚS.- Reconozco que la palabra idea, que no se usa convenientemente en el sentido de cosa, suena de un modo un poco particular. La razón que tenía para usarla es que se entiende que dicho término implica una relación necesaria con la mente; y ahora se usa comúnmente por los filósofos para denotar los objetos inmediatos del entendimiento. Pero por muy extraños que puedan sonar los términos de la proposición, su sentido no encierra, sin embargo, nada que sea muy extraño o chocante, pues en efecto no quiere decir más que lo siguiente: que sólo hay cosas percipientes y cosas percibidas; o que todo ser no pensante es necesariamente, y por la naturaleza misma de su existencia, percibido por alguna mente; si no lo es por una mente finita, creada, lo es ciertamente por la mente infinita de Dios en el cual «vivimos, nos movemos y existimos». ¿Es esto tan extraño como decir: las cualidades sensibles no están en los objetos, o que no podemos estar seguros de la existencia de las cosas, o que no conocemos nada de sus naturalezas reales aunque las veamos y toquemos y las percibamos por medio de todos nuestros sentidos?
HILAS.- Y como consecuencia de esto, ¿no tendremos que pensar que no hay cosas físicas ni corpóreas, y que un espíritu es la causa inmediata de todos los fenómenos de la naturaleza? ¿Puede haber algo más extravagante que esto?
FILONÚS.- Sí, es infinitamente más extravagante decir que una cosa que es inerte opera sobre la mente y que lo que no percibe es la causa de nuestras percepciones [sin tener en cuenta si es coherente, ni el viejo y conocido axioma de que ninguna cosa puede dar a otra lo que ella misma no tiene1]. Además, eso que a ti, no sé por qué razón, te parece tan extravagante no es sino lo que las Sagradas Escrituras afirman en cien lugares diferentes. En ellas se representa a Dios como el único e inmediato autor de todos esos efectos que algunos paganos y filósofos han acostumbrado adscribir a la naturaleza, la materia, el hado o un principio semejante no pensante. Son tan constantes en esto las Sagradas Escrituras, que sería inútil corroborarlo con citas.
HILAS.- No reparas, amigo Filonús, en que al hacer a Dios el autor inmediato de todos los movimientos de la naturaleza, lo conviertes en autor de asesinatos, sacrilegios, adulterios y otros odiosos pecados.
FILONÚS.- Respondiendo a lo que dices, observo en primer lugar que la imputación de culpa es la misma, cometa la persona la acción con un instrumento o sin él. En el caso, pues, de que supongas que Dios actúa mediante un instrumento u ocasión, llamado materia, le haces autor del pecado tan realmente como yo, que pienso que es el agente inmediato en todas esas operaciones que corrientemente se adscriben a la naturaleza Observo, asimismo, que el pecado o la torpeza moral no consiste en el
1. Omitido en la 3a edición
movimiento o acción física externa, sino en la interna desviación de la voluntad de las leyes de la razón y de la religión. Es evidente que matar al enemigo en una batalla o ejecutar legalmente a un criminal no se considera pecaminoso, aunque el acto externo sea el mismo que en el caso de un asesinato. Si el pecado, por tanto, no consiste en la acción física, hacer a Dios causa inmediata de todas esas acciones no es convertirle en autor del pecado. Y por último, no he dicho nunca que Dios es el único agente que produce todos los movimientos en los cuerpos. Es verdad que he negado que haya otros agentes además de los espíritus, pero esto concuerda perfectamente con reconocer a los seres racionales pensantes, en la producción de movimientos, el uso de poderes ilimitados, derivados sin duda últimamente de Dios, pero que inmediatamente los dirigen sus propias voluntades, lo cual basta para hacerles plenamente culpables de sus acciones.
HILAS.- Pero el punto en cuestión, amigo Filonús, es la negación de la materia o sustancia corpórea. Nunca podrás persuadirme de que no repugna al sentir universal de la humanidad. Si nuestra discusión tu-viese que decidirse por mayoría de votos, estoy seguro de que aban-donarías tu tesis, sin recabar sufragios.
FILONÚS.- Desearía que nuestras dos opiniones se expusieran y sometiesen en forma conveniente al juicio de hombres que tuviesen sentido común simple, sin los prejuicios de una educación letrada. Preséntame como una persona que confía en sus sentidos, cree que conoce las cosas que ve y siente y no tiene dudas acerca de su existencia; y tú expón claramente todas tus dudas, tus paradojas y tu escepticismo que te invade y me atendré de buen grado a lo que decida una persona imparcial. Es para mí evidente que no hay una sustancia en la que puedan existir las ideas como no sea un espíritu. Y todos están de acuerdo en que los objetos inmediatamente percibidos son ideas. Y que las cualidades sensibles son objetos inmediatamente percibidos, nadie puede negarlo. Es evidente, por tanto, que no puede haber más substrato de esas cualidades que el espíritu, en el que existen, no por vía de modo o propiedad, sino como cosas percibidas en aquello que las percibe. Niego, pues, que haya un substrato no pensante de los objetos de los sentidos y, en ese sentido, que haya una sustancia material. Pero si se entiende por sustancia material únicamente el cuerpo sensible que es visto y tocado (y me atrevo a decir que todos los hombres no filósofos no entienden otra cosa) entonces estoy más cierto de la existencia de la materia que lo que tú, o cualquier filósofo, pretendáis estarlo. Si hay algo que hace que la generalidad de los hombres se aparte de las opiniones que sostengo, es el malentendido de que niego la realidad de las cosas sensibles; pero como el reo de tal culpa eres tú y no yo, sigúese que en realidad se oponen a tus opiniones y no a las mías. Afirmo, consecuentemente, que estoy tan cierto de mi propia realidad como de que hay cuerpos o sustancias corpóreas (es decir, las cosas que percibo por mis sentidos); y que al admitir esto, el conjunto de la humanidad no se ocupará de esas naturalezas desconocidas ni de esas esencias filosóficas a las que tan aficionados son algunos hombres, ni pensarán en absoluto que les concierne la suerte de las mismas.
HILAS.- ¿Qué responderás a esto que te voy a decir? Puesto que, según tú, los hombres juzgan de la realidad de las cosas por sus sentidos, ¿cómo puede equivocarse un hombre al pensar que la Luna es una superficie plana, luminosa, de un diámetro de un pie aproximadamente; o que una torre cuadrada, vista a distancia, es redonda; o que un remo con un extremo sumergido en el agua está roto?
FILONÚS.- No está equivocado con respecto de las ideas que realmente percibe, sino en las inferencias que hace partiendo de sus percepciones presentes. Así, en el caso del remo, lo que inmediatamente percibe por la vista está ciertamente roto; y hasta ahora tiene razón. Pero si de ahí concluye que al sacar el remo del agua lo percibirá igualmente roto, o que afectará su sentido del tacto como suelen hacerlo las cosas rotas, en ese caso estará equivocado. Análogamente, si, basándose en lo que percibe en una determinada posición, concluye que en el caso de que avance hacia la Luna o hacia la torre seguirán afectándole las mismas ideas, se equivocará entonces. Pero la equivocación no está en lo que percibe inmediatamente y en el momento (es una contradicción manifiesta suponer que podría errar a este respecto) sino en el juicio erróneo que hace relativo a las ideas que aprehende como conexas con las inmediatamente percibidas; o el relativo a las ideas que, partiendo de lo que percibe en el momento presente, imagina que se percibirán en otras circunstancias. Lo mismo sucede con respecto al sistema copernicano. Aquí no percibimos ningún movimiento de la Tierra, pero sería erróneo concluir de ahí que en el caso en que estuviéramos situados a una distancia tan grande como la que nos separa de otros planetas, no percibiríamos entonces su movimiento.
HILAS.- Te comprendo; y hay que reconocer que dices cosas bastante plausibles. Pero permíteme que te llame la atención acerca de una cosa. Por favor, Filonús, ¿no estabas antes tan seguro de que la materia existía como ahora lo estás de que no existe?
FILONÚS.- Lo estaba. Pero la diferencia es ésta: antes, mi convencimiento se fundaba, sin examen, en un prejuicio; pero ahora, después de una investigación, se funda en la evidencia.
HILAS.- Después de todo, parece que nuestra disputa es más bien acerca de palabras que de cosas. Estamos de acuerdo en la cosa, pero diferimos en el nombre. Es evidente que estamos afectados con ideas que proceden del exterior; y no es menos evidente que tiene que haber, no diré arquetipos, sino poderes fuera de la mente que se corresponden con dichas ideas. Y como esos poderes no pueden subsistir por sí mismos, hay que admitir que existe un cierto sujeto de ellos al que llamo materia y tú espíritu. Ésta es toda la diferencia.
FILONÚS.- ¡Por favor, Hilas! ¿Es extenso ese ser poderoso, o sujeto de poderes?
HILAS.- No tiene extensión; pero tiene el poder de producir en ti la idea de extensión.
FILONÚS.- ¿No es también activo?
HILAS.- Sin duda, pues si no, ¿cómo podríamos atribuirle poderes?
FILONÚS.- Permíteme ahora que te haga dos preguntas. Primera: ¿está de acuerdo con la costumbre de los filósofos o de otros, dar el nombre de materia a un ser activo inextenso? Segunda: ¿no es ridículamente absurdo utilizar mal los nombres e ir en contra del uso corriente del idioma?
HILAS.- Bueno, pues entonces no le llamemos materia, si así lo quieres, sino una tercera naturaleza distinta de la materia y del espíritu. Pues, ¿por qué razón le has de llamar espíritu? ¿No implica la noción de espíritu que sea pensante, así como activo e inextenso?
FILONÚS.- La razón que tengo es la siguiente: puesto que poseo una mente para tener una noción o significación de lo que digo, pero no tengo noción alguna de una acción distinta de la volición, ni puedo concebir que haya una volición en otro sitio que no sea un espíritu, por tanto, cuando hablo de un ser activo me veo obligado a querer decir un espíritu. Además, ¿puede haber algo más evidente que el hecho de que una cosa que no tiene en sí misma ideas no puede comunicarlas a los demás? Y si tiene ideas, seguro que tiene que ser un espíritu. Para que comprendas el asunto con más claridad aún, si es posible: afirmo, lo mismo que tú, que puesto que estamos afectados por algo exterior, tenemos que admitir que existen poderes fuera de nosotros en una realidad distinta de nosotros mismos. Hasta aquí, estamos de acuerdo. Pero empezamos a diferir cuando se trata del género de ese ser poderoso. Yo sostengo que es espíritu, tú materia o no sé qué (puedo añadir también que no sabes cuál) tercera naturaleza. Así, pruebo que es espíritu. Partiendo de los efectos que veo que se producen, llego a la conclusión de que hay acciones y porque hay acciones hay voliciones; y al haber voliciones, tiene que haber una voluntad. Además, las cosas que percibo tienen que tener una existencia, ellas o sus arquetipos, fuera de mi mente; pero al ser ideas, ni ellas ni sus arquetipos pueden existir de otra forma que no sea en un entendimiento; hay, por tanto, un entendimiento. Ahora bien, la voluntad y el entendimiento constituyen una mente o un espíritu en el más estricto sentido. Así pues, la causa eficiente de mis ideas es, en el sentido propio y estricto del término, un espíritu.
FILONÚS.- ¿Cuántas veces tengo que repetir que conozco mi propia realidad o tengo conciencia de ella, y que yo mismo no soy mis ideas sino otra cosa, un principio activo que percibe, conoce, quiere y actúa sobre las ideas? Sé que yo, uno e idéntico, percibo los colores y los sonidos, que un color no puede percibir un sonido, ni un sonido un color; que soy, por tanto, un principio individual, distinto del color y del sonido, y por la misma razón, de todas las otras cosas sensibles e ideas inertes. Pero no tengo conciencia en la misma forma de la existencia o esencia de la materia. Por el contrario, sé que no puede existir nada contradictorio y que la existencia de la materia implica una contradicción. Además, sé lo que quiero decir cuando afirmo que hay una sustancia espiritual o soporte de las ideas, es decir, que un espíritu conoce y percibe las ideas. Pero no sé qué se quiere decir cuando se afirma que una sustancia no percipiente tiene inherentes en ella, y soporta, o ideas o los arquetipos de las ideas. No hay, por tanto, en general, paridad alguna entre el espíritu y la materia.1
HILAS.- Me declaro convencido en este punto. Pero, ¿puedes creer seriamente que la existencia real de las cosas sensibles consiste en su ser
1 Añadido en la 3a edición
percibidas efectivamente? Si es así, ¿cómo ocurre que toda la humanidad distingue ambas realidades? Pregunta al primer hombre que encuentres y te dirá que ser percibido es una cosa, y existir otra,
FILONÚS.- Me conformo, amigo Hilas, en apelar al sentido común de la gente para justificar la verdad de mi opinión. Pregunta al jardinero por qué cree que existe este cerezo que hay en el jardín y te dirá que porque lo ve y lo toca; en una palabra, porque lo percibe mediante sus sentidos. Pregúntale por qué cree que no hay allí un naranjo y te dirá que porque no lo percibe. Llama ser real a lo que percibe por los sentidos y dice que eso existe; pero que lo que no es perceptible dice que no tiene realidad.
HILAS.- Sí, Filonús, admito la existencia de una cosa sensible que consiste en ser perceptible, pero no en ser efectivamente percibida.
FILONÚS.- ¿Y qué es perceptible sino una idea? ¿Y puede existir una idea sin ser percibida efectivamente? Estos son puntos en los que estamos de acuerdo desde hace tiempo.
HILAS.- Pero, por muy verdadera que sea tu opinión, no negarás que es chocante y contraria al sentido común de las gentes. Pregunta a una persona si aquel árbol tiene una existencia fuera de su mente; ¿qué crees que respondería?
FILONÚS.- Lo mismo que yo respondería, a saber, que existe desde luego fuera de su inteligencia. Pero entonces, a un cristiano no puede seguramente resultarle chocante decir que el árbol real que existe fuera de su mente es conocido verdaderamente y comprehendido por (es decir, existe en) la mente infinita de Dios. Probablemente, quizá a primera vista no se percate de la prueba directa e inmediata que hay de que la realidad misma de un árbol o de cualquier cosa sensible implica una mente en la cual estar. Pero no puede negar el hecho en cuestión. El problema entre los materialistas y yo, no es si las cosas tienen una existencia real fuera de la mente de esta o aquella persona, sino si tienen una i existencia absoluta, distinta del ser percibidas por Dios, y exterior a to-das las mentes. Esto, desde luego, lo han afirmado paganos y filósofos, pero todo el que tenga acerca de la Divinidad una noción conforme con las Sagradas Escrituras será de otra opinión.
HILAS.- Pero con arreglo a tus concepciones, ¿qué diferencia hay entre las cosas reales y las quimeras forjadas por la imaginación o las visiones de un sueño, si todas están igualmente en la mente?
FILONÚS.- Las ideas que forma la imaginación son débiles y no distintas; además, dependen completamente de la voluntad. Pero las ideas percibidas por los sentidos, es decir, las cosas reales, son más vividas y claras y al imprimirse en la mente por un espíritu distinto de nosotros no tienen esa dependencia respecto de nuestra voluntad. No hay, por tanto, peligro alguno de confundirlas con las ideas de la imaginación, y es pequeño el que hay de confundirlas con las visiones de un sueño que son vagas, irregulares y confusas. Y aunque ocurre a veces que sean muy animadas y naturales, sin embargo, por no estar en conexión ni formar Un todo con las ocupaciones precedentes y subsiguientes de nuestras vidas, pueden distinguirse fácilmente de las realidades. En fin, sea cualquiera el método que emplees para distinguir las cosas de las quimeras en tu propio sistema, el mismo evidentemente valdrá en el mío. Pues supongo que tendrá que ser por una diferencia percibida y no voy a privarte de ninguna de las cosas que percibes.
HILAS.- Pero, Filonús, sostienes que en el mundo no hay más que espíritus e ideas. Y esto, tienes que reconocerlo, suena muy extraño.
FILONÚS.- Reconozco que la palabra idea, que no se usa convenientemente en el sentido de cosa, suena de un modo un poco particular. La razón que tenía para usarla es que se entiende que dicho término implica una relación necesaria con la mente; y ahora se usa comúnmente por los filósofos para denotar los objetos inmediatos del entendimiento. Pero por muy extraños que puedan sonar los términos de la proposición, su sentido no encierra, sin embargo, nada que sea muy extraño o chocante, pues en efecto no quiere decir más que lo siguiente: que sólo hay cosas percipientes y cosas percibidas; o que todo ser no pensante es necesariamente, y por la naturaleza misma de su existencia, percibido por alguna mente; si no lo es por una mente finita, creada, lo es ciertamente por la mente infinita de Dios en el cual «vivimos, nos movemos y existimos». ¿Es esto tan extraño como decir: las cualidades sensibles no están en los objetos, o que no podemos estar seguros de la existencia de las cosas, o que no conocemos nada de sus naturalezas reales aunque las veamos y toquemos y las percibamos por medio de todos nuestros sentidos?
HILAS.- Y como consecuencia de esto, ¿no tendremos que pensar que no hay cosas físicas ni corpóreas, y que un espíritu es la causa inmediata de todos los fenómenos de la naturaleza? ¿Puede haber algo más extravagante que esto?
FILONÚS.- Sí, es infinitamente más extravagante decir que una cosa que es inerte opera sobre la mente y que lo que no percibe es la causa de nuestras percepciones [sin tener en cuenta si es coherente, ni el viejo y conocido axioma de que ninguna cosa puede dar a otra lo que ella misma no tiene1]. Además, eso que a ti, no sé por qué razón, te parece tan extravagante no es sino lo que las Sagradas Escrituras afirman en cien lugares diferentes. En ellas se representa a Dios como el único e inmediato autor de todos esos efectos que algunos paganos y filósofos han acostumbrado adscribir a la naturaleza, la materia, el hado o un principio semejante no pensante. Son tan constantes en esto las Sagradas Escrituras, que sería inútil corroborarlo con citas.
HILAS.- No reparas, amigo Filonús, en que al hacer a Dios el autor inmediato de todos los movimientos de la naturaleza, lo conviertes en autor de asesinatos, sacrilegios, adulterios y otros odiosos pecados.
FILONÚS.- Respondiendo a lo que dices, observo en primer lugar que la imputación de culpa es la misma, cometa la persona la acción con un instrumento o sin él. En el caso, pues, de que supongas que Dios actúa mediante un instrumento u ocasión, llamado materia, le haces autor del pecado tan realmente como yo, que pienso que es el agente inmediato en todas esas operaciones que corrientemente se adscriben a la naturaleza Observo, asimismo, que el pecado o la torpeza moral no consiste en el
1. Omitido en la 3a edición
movimiento o acción física externa, sino en la interna desviación de la voluntad de las leyes de la razón y de la religión. Es evidente que matar al enemigo en una batalla o ejecutar legalmente a un criminal no se considera pecaminoso, aunque el acto externo sea el mismo que en el caso de un asesinato. Si el pecado, por tanto, no consiste en la acción física, hacer a Dios causa inmediata de todas esas acciones no es convertirle en autor del pecado. Y por último, no he dicho nunca que Dios es el único agente que produce todos los movimientos en los cuerpos. Es verdad que he negado que haya otros agentes además de los espíritus, pero esto concuerda perfectamente con reconocer a los seres racionales pensantes, en la producción de movimientos, el uso de poderes ilimitados, derivados sin duda últimamente de Dios, pero que inmediatamente los dirigen sus propias voluntades, lo cual basta para hacerles plenamente culpables de sus acciones.
HILAS.- Pero el punto en cuestión, amigo Filonús, es la negación de la materia o sustancia corpórea. Nunca podrás persuadirme de que no repugna al sentir universal de la humanidad. Si nuestra discusión tu-viese que decidirse por mayoría de votos, estoy seguro de que aban-donarías tu tesis, sin recabar sufragios.
FILONÚS.- Desearía que nuestras dos opiniones se expusieran y sometiesen en forma conveniente al juicio de hombres que tuviesen sentido común simple, sin los prejuicios de una educación letrada. Preséntame como una persona que confía en sus sentidos, cree que conoce las cosas que ve y siente y no tiene dudas acerca de su existencia; y tú expón claramente todas tus dudas, tus paradojas y tu escepticismo que te invade y me atendré de buen grado a lo que decida una persona imparcial. Es para mí evidente que no hay una sustancia en la que puedan existir las ideas como no sea un espíritu. Y todos están de acuerdo en que los objetos inmediatamente percibidos son ideas. Y que las cualidades sensibles son objetos inmediatamente percibidos, nadie puede negarlo. Es evidente, por tanto, que no puede haber más substrato de esas cualidades que el espíritu, en el que existen, no por vía de modo o propiedad, sino como cosas percibidas en aquello que las percibe. Niego, pues, que haya un substrato no pensante de los objetos de los sentidos y, en ese sentido, que haya una sustancia material. Pero si se entiende por sustancia material únicamente el cuerpo sensible que es visto y tocado (y me atrevo a decir que todos los hombres no filósofos no entienden otra cosa) entonces estoy más cierto de la existencia de la materia que lo que tú, o cualquier filósofo, pretendáis estarlo. Si hay algo que hace que la generalidad de los hombres se aparte de las opiniones que sostengo, es el malentendido de que niego la realidad de las cosas sensibles; pero como el reo de tal culpa eres tú y no yo, sigúese que en realidad se oponen a tus opiniones y no a las mías. Afirmo, consecuentemente, que estoy tan cierto de mi propia realidad como de que hay cuerpos o sustancias corpóreas (es decir, las cosas que percibo por mis sentidos); y que al admitir esto, el conjunto de la humanidad no se ocupará de esas naturalezas desconocidas ni de esas esencias filosóficas a las que tan aficionados son algunos hombres, ni pensarán en absoluto que les concierne la suerte de las mismas.
HILAS.- ¿Qué responderás a esto que te voy a decir? Puesto que, según tú, los hombres juzgan de la realidad de las cosas por sus sentidos, ¿cómo puede equivocarse un hombre al pensar que la Luna es una superficie plana, luminosa, de un diámetro de un pie aproximadamente; o que una torre cuadrada, vista a distancia, es redonda; o que un remo con un extremo sumergido en el agua está roto?
FILONÚS.- No está equivocado con respecto de las ideas que realmente percibe, sino en las inferencias que hace partiendo de sus percepciones presentes. Así, en el caso del remo, lo que inmediatamente percibe por la vista está ciertamente roto; y hasta ahora tiene razón. Pero si de ahí concluye que al sacar el remo del agua lo percibirá igualmente roto, o que afectará su sentido del tacto como suelen hacerlo las cosas rotas, en ese caso estará equivocado. Análogamente, si, basándose en lo que percibe en una determinada posición, concluye que en el caso de que avance hacia la Luna o hacia la torre seguirán afectándole las mismas ideas, se equivocará entonces. Pero la equivocación no está en lo que percibe inmediatamente y en el momento (es una contradicción manifiesta suponer que podría errar a este respecto) sino en el juicio erróneo que hace relativo a las ideas que aprehende como conexas con las inmediatamente percibidas; o el relativo a las ideas que, partiendo de lo que percibe en el momento presente, imagina que se percibirán en otras circunstancias. Lo mismo sucede con respecto al sistema copernicano. Aquí no percibimos ningún movimiento de la Tierra, pero sería erróneo concluir de ahí que en el caso en que estuviéramos situados a una distancia tan grande como la que nos separa de otros planetas, no percibiríamos entonces su movimiento.
HILAS.- Te comprendo; y hay que reconocer que dices cosas bastante plausibles. Pero permíteme que te llame la atención acerca de una cosa. Por favor, Filonús, ¿no estabas antes tan seguro de que la materia existía como ahora lo estás de que no existe?
FILONÚS.- Lo estaba. Pero la diferencia es ésta: antes, mi convencimiento se fundaba, sin examen, en un prejuicio; pero ahora, después de una investigación, se funda en la evidencia.
HILAS.- Después de todo, parece que nuestra disputa es más bien acerca de palabras que de cosas. Estamos de acuerdo en la cosa, pero diferimos en el nombre. Es evidente que estamos afectados con ideas que proceden del exterior; y no es menos evidente que tiene que haber, no diré arquetipos, sino poderes fuera de la mente que se corresponden con dichas ideas. Y como esos poderes no pueden subsistir por sí mismos, hay que admitir que existe un cierto sujeto de ellos al que llamo materia y tú espíritu. Ésta es toda la diferencia.
FILONÚS.- ¡Por favor, Hilas! ¿Es extenso ese ser poderoso, o sujeto de poderes?
HILAS.- No tiene extensión; pero tiene el poder de producir en ti la idea de extensión.
FILONÚS.- ¿No es también activo?
HILAS.- Sin duda, pues si no, ¿cómo podríamos atribuirle poderes?
FILONÚS.- Permíteme ahora que te haga dos preguntas. Primera: ¿está de acuerdo con la costumbre de los filósofos o de otros, dar el nombre de materia a un ser activo inextenso? Segunda: ¿no es ridículamente absurdo utilizar mal los nombres e ir en contra del uso corriente del idioma?
HILAS.- Bueno, pues entonces no le llamemos materia, si así lo quieres, sino una tercera naturaleza distinta de la materia y del espíritu. Pues, ¿por qué razón le has de llamar espíritu? ¿No implica la noción de espíritu que sea pensante, así como activo e inextenso?
FILONÚS.- La razón que tengo es la siguiente: puesto que poseo una mente para tener una noción o significación de lo que digo, pero no tengo noción alguna de una acción distinta de la volición, ni puedo concebir que haya una volición en otro sitio que no sea un espíritu, por tanto, cuando hablo de un ser activo me veo obligado a querer decir un espíritu. Además, ¿puede haber algo más evidente que el hecho de que una cosa que no tiene en sí misma ideas no puede comunicarlas a los demás? Y si tiene ideas, seguro que tiene que ser un espíritu. Para que comprendas el asunto con más claridad aún, si es posible: afirmo, lo mismo que tú, que puesto que estamos afectados por algo exterior, tenemos que admitir que existen poderes fuera de nosotros en una realidad distinta de nosotros mismos. Hasta aquí, estamos de acuerdo. Pero empezamos a diferir cuando se trata del género de ese ser poderoso. Yo sostengo que es espíritu, tú materia o no sé qué (puedo añadir también que no sabes cuál) tercera naturaleza. Así, pruebo que es espíritu. Partiendo de los efectos que veo que se producen, llego a la conclusión de que hay acciones y porque hay acciones hay voliciones; y al haber voliciones, tiene que haber una voluntad. Además, las cosas que percibo tienen que tener una existencia, ellas o sus arquetipos, fuera de mi mente; pero al ser ideas, ni ellas ni sus arquetipos pueden existir de otra forma que no sea en un entendimiento; hay, por tanto, un entendimiento. Ahora bien, la voluntad y el entendimiento constituyen una mente o un espíritu en el más estricto sentido. Así pues, la causa eficiente de mis ideas es, en el sentido propio y estricto del término, un espíritu.
HILAS.- Y ahora seguramente que piensas haber esclarecido perfectamente el punto en cuestión, sin sospechar que lo que propones conduce directamente a una contradicción, ¿no es absurdo imaginar alguna imperfección en Dios?
FILONÚS.- Sin duda.
HILAS.- Experimentar dolor es una imperfección.
FILONÚS.- Así es.
HILAS.- ¿No estamos afectados algunas veces con dolor y malestar por al¬gún otro ser?
FILONÚS.- Sí.
HILAS.- ¿Y no has dicho que ese ser es un espíritu? ¿Y no es Dios ese es¬píritu?
FILONÚS.- De acuerdo.
HILAS.- Ahora bien, has afirmado que todas las ideas que percibimos del exterior están en la mente que nos afecta. Así pues, las ideas de dolor y malestar están en Dios; con otras palabras, Dios experimenta dolor; es decir, que hay una imperfección en la naturaleza divina, lo cual reconociste que era absurdo. Se te ha cogido, por tanto, en una franca contradicción.
FILONÚS.- Que Dios conoce o comprende todas las cosas y que él conoce entre otras cosas qué es el dolor, incluso cada especie de sensación dolo-rosa, y qué es para sus criaturas experimentar dolor, eso no constituye para mí problema alguno. Pero niego terminantemente que Dios, aunque conoce y algunas veces causa sensaciones dolorosas en nosotros, pueda experimentar él mismo dolor. Nosotros, que somos espíritus limitados y dependientes, estamos sometidos a impresiones de los sentidos, efectos de un agente externo que al producirse contra nuestra voluntad son a veces penosos y molestos. Pero Dios, a quien no puede afectar ningún ser exterior, que no percibe nada por los sentidos como nosotros, cuya voluntad es absoluta e independiente, que es causa de todas las cosas y no está sometido a ninguna resistencia ni contrariedad, es evidente que un ser como ése no puede sufrir nada ni ser afectado por ninguna sensación dolorosa, ni por ninguna sensación en general. Nos encontramos encadenados a un cuerpo, es decir, que nuestras percepciones están vinculadas a movimientos corporales. Según la ley de nuestra naturaleza, quedamos afectados por cualquier alteración de las partes nerviosas de nuestro cuerpo sensible; y ese cuerpo sensible, si se le considera en debida forma, no es más que un complejo de dichas cualidades o ideas, en cuanto que no tienen existencia distinta de ser percibidas por una mente; de suerte que dicha vinculación de sensaciones o movimientos corporales no significa más que la correspondencia en el orden de la naturaleza entre dos series de ideas o cosas inmediatamente perceptibles. Pero Dios es un espíritu puro desligado de esa afinidad o vinculación natural. Ningún movimiento corporal acompaña a las sensaciones de dolor o placer en su mente. Conocer todo lo que es cognoscible es ciertamente una perfección; pero soportar, sufrir, o sentir algo por los sentidos es una imperfección. Lo primero, digo, conviene a Dios, pero lo segundo no. Dios conoce o tiene ideas, pero sus ideas no le acceden por los sentidos como las nuestras. Al no distinguir esa diferencia, cuando es tan manifiesta, te imaginas ver un absurdo allí donde no hay ninguno.
HILAS.- Pero en todo este rato que llevamos discutiendo no has considerado el hecho de que se ha demostrado que la cantidad de materia es proporcional a la gravedad de los cuerpos. ¿Y qué puede alegarse contra esa demostración?
FILONÚS.- ¿Me quieres decir cómo lo demuestras?
HILAS.- Establezco como principio, que los impulsos o cantidades de movimiento en los cuerpos están en razón directa, compuesta de las velocidades y cantidades de materia contenidas en los mismos. Y por tanto, cuando las velocidades son iguales, resulta que los movimientos están en razón directa de la cantidad de materia de cada cuerpo. Ahora bien, la experiencia enseña que todos los cuerpos (deducidas las pequeñas desigualdades originadas por la resistencia del aire) descienden con la misma velocidad; así pues, el movimiento de los cuerpos que caen, y por tanto, su gravedad, que es la causa o principio de dicho movimiento, es proporcional a la cantidad de materia; que es lo que se quería demostrar.
FILONÚS.- Estableces como principio evidente por sí mismo que la cantidad de movimiento en un cuerpo es proporcional a la velocidad y a la materia tomadas en conjunto; y os servís de eso para probar una proposición de la cual deducís la existencia de la materia. ¡Por favor!, ¿no es eso una petición de principios?
HILAS.- En la premisa sólo quiero decir que el movimiento es proporcional a la velocidad, unida a la extensión y a la solidez.
FILONÚS.- Aun admitiendo que esto sea verdadero, no se sigue, sin embargo, que la gravedad sea proporcional a la materia, en el sentido filosófico que das al término; a no ser que admitas que el substrato desconocido o como quieras llamarlo, es proporcional a esas cualidades sensibles; y suponer eso, es evidentemente una petición de principio. Que haya magnitud, solidez o resistencia perceptibles por los sentidos estoy dispuesto a admitirlo; y asimismo, no discuto que la gravedad pueda ser proporcional a esas cualidades. Pero que esas cualidades, en tanto que percibidas por nosotros, o los poderes que las producen, existan en un substrato material, eso es lo que yo niego y tú sin duda afirmas pero sin haberlo probado aún, a pesar de tu demostración.
HILAS.- No insistiré más en ese punto. ¿Crees, sin embargo, que me persuadirás de que los filósofos de la naturaleza han estado soñando todo este tiempo? Dime, ¿en qué se convierten todas sus hipótesis explicaciones de los fenómenos, las cuales suponen la existencia de la materia?
FILONÚS.- ¿Qué entiendes, Hilas, por fenómenos?
HILAS.- Entiendo las apariencias que percibo por medio de mis sentidos.
FILONÚS.- Y las apariencias percibidas por los sentidos, ¿no son ideas?
HILAS.- Te lo he dicho cien veces.
FILONÚS.- Así pues, explicar los fenómenos es mostrar cómo nos van afectando las ideas, en la forma y por el orden en que se imprimen en nuestros sentidos. ¿No es así?
HILAS.- Así es.
FILONÚS.- Ahora bien, si puedes probar que algún filósofo ha explicado la producción de alguna idea en nuestras mentes con ayuda de la materia, tendrás mi aquiescencia para siempre y no tendré para nada en cuenta todo lo que se ha dicho contra dicha materia; pero si no puedes, te esforzarás en vano en explicar los fenómenos. Se entiende fácilmente que un ser dotado de conocimiento y voluntad produzca o muestre ideas. Pero que un ser, que está manifiestamente desprovisto de esas facultades, sea capaz de producir ideas, o de afectar de algún modo a una inteligencia, eso no lo podré entender nunca. Yo digo que aunque tuviéramos una concepción positiva de la materia, aunque conociésemos sus cualidades y pudiésemos comprender su existencia, estaríamos, no obstante, muy lejos aún de explicar las cosas, pues ella misma es la cosa más inexplicable del mundo. Y sin embargo, a pesar de todo, no se sigue que los filósofos no hayan estado haciendo nada; pues al observar y razonar acerca de la conexión de las ideas descubren las leyes y los métodos de la naturaleza, lo cual es una forma de conocimiento útil e interesante.
HILAS.- Después de todo, ¿se puede suponer que Dios iba a engañar a toda la humanidad? ¿Imaginas que hubiera inducido al mundo entero a creer en la existencia de la materia si no hubiera tal cosa?
FILONÚS.- No creo que afirmes que toda opinión epidémica que proceda del prejuicio de la pasión o de la falta de reflexión se pueda imputar a Dios como autor de ella. Sea cualquiera la opinión que le atribuyamos, tendrá que ser o porque nos la ha descubierto mediante una revelación sobrenatural o porque resulta tan evidente a nuestras facultades naturales, que Dios ha formado y nos ha dado, que es imposible que no prestemos nuestro asentimiento. Pero, ¿dónde está la revelación o dónde la evidencia que provoca artificiosamente la creencia en la materia? Y es más, ¿cómo ocurre que toda la humanidad cree que la materia, tomada como algo distinto de lo que percibimos por nuestros sentidos, existe; toda la humanidad, con excepción de unos pocos filósofos que no saben a qué atenerse? Tu pregunta supone que esos puntos están esclarecidos; cuando los esclarezcas, me creeré obligado a darte otra respuesta. Mientras tanto, baste decirte que no creo que Dios haya engañado en absoluto a la humanidad.
HILAS.- ¡Oh, la novedad, amigo Filonús, la novedad! Ahí está el peligro. Se deberían rechazar siempre las concepciones nuevas; trastornan la mente de los hombres y nadie sabe a dónde llegarán sus consecuencias.
FILONÚS.- No puedo imaginarme por qué se ha de pensar que rechazar una opinión que no tiene fundamento alguno ni en los sentidos, ni en la razón, ni en la autoridad divina pueda hacer vacilar la creencia en opiniones que se fundan en todos o en alguno de dichos fundamentos. Admito espontáneamente que las innovaciones en materia de gobierno y de religión son peligrosas y no se deben fomentar, pero ¿hay una razón análoga para que no se fomenten en filosofía? Dar a conocer una cosa que anteriormente era desconocida es una innovación en el campo del conocimiento; y si se hubieran reprimido todas esas innovaciones, los hombres no hubieran hecho un progreso notable en las artes y en las ciencias. Pero no es asunto mío abogar por novedades y paradojas. Que las cualidades que percibimos no están en los objetos; que no tenemos que creer en nuestros sentidos; que no sabemos nada acerca de la naturaleza real de las cosas y que no se puede asegurar nunca nada acerca de su existencia; que los sonidos y colores reales no son nada sino ciertas formas y movimientos desconocidos; que los movimientos, en sí mismos, no son ni lentos ni rápidos; que hay en los cuerpos extensiones absolutas sin forma ni magnitud determinada; que una cosa estúpida, sin pensamiento e inactiva actúa sobre el espíritu; que la partícula última de un cuerpo contiene innumerables partes extensas: ésas son las novedades, ésas son las extrañas opiniones que chocan al juicio ingenuo y no corrompido de toda humanidad; y una vez que se las admite, embarazan la mente con dudas y dificultades sin fin. Y contra esas innovaciones y otras semejantes me esfuerzo en defender el sentido común. Es verdad que al hacer esto me pueda ver obligado a utilizar ciertos ambages y modos de expresión no comunes. Pero si se comprenden a fondo mis opiniones, la singularidad que hay en ellas se reduce en realidad a lo siguiente: es absolutamente imposible, y una clara contradicción, suponer que un ser no pensante exista sin ser percibido por una mente. Y si esta opinión es singular, es una vergüenza que sea así en estas fechas y en un país cristiano.
HILAS.- Las dificultades a que están sujetas otras opiniones se salen del problema. Tu cometido es defender tu propia opinión. ¿Puede haber algo más evidente que el hecho de que transformas todas las cosas en ideas? Tú que no te avergüenzas de acusarme de escepticismo. Esto es tan evidente que no hay nadie que lo niegue.
FILONÚS.- Te equivocas. No intento transformar cosas en ideas sino más bien ideas en cosas; pues esos objetos inmediatos de percepción, que según tú son sólo apariencias de cosas, los tomo por las cosas reales mismas.
HILAS.- ¡Cosas! Podrás pretender lo que quieras; pero es cierto que no nos dejas nada sino las formas vacías de las cosas, la parte exterior sólo que afecta a los sentidos.
FILONÚS.- Lo que llamas las formas vacías y la parte exterior de las cosas me parece que son las cosas mismas. Ni están vacías ni incompletas, a no ser que supongas que la materia es una parte esencial de todas las cosas corpóreas. Estamos los dos de acuerdo en que percibimos sólo formas sensibles, pero diferimos en que tú las consideras apariencias, vacías, yo seres reales. En una palabra, tú no confías en tus sentidos; yo sí. •
HILAS.- Dices que crees en tus sentidos, y parece como si te felicitaras de que en esto estés de acuerdo con el vulgo. Por tanto, según tú, la naturaleza de una cosa queda descubierta por los sentidos. Si es así, ¿de dónde procede ese desacuerdo? ¿Por qué no se percibe la misma forma y otras cualidades sensibles, observadas desde cualquier punto de vista? ¿Y por qué tenemos que utilizar un microscopio para descubrir mejor la verdadera naturaleza de un cuerpo, si fuese descubrible a simple vista?
FILONÚS.- Hablando estrictamente, amigo Hilas, no vemos el mismo ob¬jeto que tocamos; ni por el microscopio se percibe el mismo objeto que a simple vista. Pero si se creyese que cada variación es suficiente para constituir un nuevo género o individuo, el número sin fin y la confusión de los nombres haría el lenguaje impracticable. Así pues, para evitar este y otros inconvenientes, que inmediatamente se presentan a poco que en ello se piense, los hombres combinan diversas ideas, aprehendidas por diversos sentidos, o por el mismo sentido, en diferentes ocasiones o en diferentes circunstancias, pero en las que se observa, empero, que tienen una cierta conexión natural, bien en coexistencia o en sucesión; todas las cuales las refieren a un nombre y las consideran como una cosa. De aquí se deduce que al examinar con mis otros sentidos una cosa que he visto, no lo hago para comprender mejor el mismo objeto que había percibido por la vista, pues el objeto de un sentido no es percibido por los otros sentidos. Y cuando miro a través de un microscopio no es que pueda percibir más claramente lo que he percibido ya a simple vista, pues el objeto percibido a través del lente es completamente distinto del primero. Pero en ambos casos, mí objetivo es sólo saber qué ideas están en conexión entre sí; y cuanto más sabe un hombre de conexión de ideas, más se dice que sabe acerca de la naturaleza de las cosas. ¿Qué pasa si nuestras ideas son variables? ¿Qué pasa si nuestros sentidos no están afectados en todas las circunstancias con las mismas apariencias? No se deducirá por eso que no se ha de confiar en ellos, o que son contradictorios con ellos mismos o con cualquier otra cosa que no sea tu preconcebido concepto de no sé qué naturaleza real, no perceptible, no cambiada y singular, designada por cada nombre; ese prejuicio parece que ha tenido su origen en no haber comprendido bien el lenguaje corriente de los hombres, que hablan de diversas ideas distintas como unidas en una sola cosa por la mente. Y sin duda, hay razones para sospechar que diversas concepciones erróneas de los filósofos tienen el mismo origen; pues empezaron a construir sus teorías, no tanto sobre nociones como sobre palabras que fueron formadas por el vulgo simplemente por conveniencia y rapidez en las actividades corrientes de la vida, sin tener en cuenta la especulación.
HILAS.- Creo comprender lo que quieres decir.
FILONÚS.- Sin duda.
HILAS.- Experimentar dolor es una imperfección.
FILONÚS.- Así es.
HILAS.- ¿No estamos afectados algunas veces con dolor y malestar por al¬gún otro ser?
FILONÚS.- Sí.
HILAS.- ¿Y no has dicho que ese ser es un espíritu? ¿Y no es Dios ese es¬píritu?
FILONÚS.- De acuerdo.
HILAS.- Ahora bien, has afirmado que todas las ideas que percibimos del exterior están en la mente que nos afecta. Así pues, las ideas de dolor y malestar están en Dios; con otras palabras, Dios experimenta dolor; es decir, que hay una imperfección en la naturaleza divina, lo cual reconociste que era absurdo. Se te ha cogido, por tanto, en una franca contradicción.
FILONÚS.- Que Dios conoce o comprende todas las cosas y que él conoce entre otras cosas qué es el dolor, incluso cada especie de sensación dolo-rosa, y qué es para sus criaturas experimentar dolor, eso no constituye para mí problema alguno. Pero niego terminantemente que Dios, aunque conoce y algunas veces causa sensaciones dolorosas en nosotros, pueda experimentar él mismo dolor. Nosotros, que somos espíritus limitados y dependientes, estamos sometidos a impresiones de los sentidos, efectos de un agente externo que al producirse contra nuestra voluntad son a veces penosos y molestos. Pero Dios, a quien no puede afectar ningún ser exterior, que no percibe nada por los sentidos como nosotros, cuya voluntad es absoluta e independiente, que es causa de todas las cosas y no está sometido a ninguna resistencia ni contrariedad, es evidente que un ser como ése no puede sufrir nada ni ser afectado por ninguna sensación dolorosa, ni por ninguna sensación en general. Nos encontramos encadenados a un cuerpo, es decir, que nuestras percepciones están vinculadas a movimientos corporales. Según la ley de nuestra naturaleza, quedamos afectados por cualquier alteración de las partes nerviosas de nuestro cuerpo sensible; y ese cuerpo sensible, si se le considera en debida forma, no es más que un complejo de dichas cualidades o ideas, en cuanto que no tienen existencia distinta de ser percibidas por una mente; de suerte que dicha vinculación de sensaciones o movimientos corporales no significa más que la correspondencia en el orden de la naturaleza entre dos series de ideas o cosas inmediatamente perceptibles. Pero Dios es un espíritu puro desligado de esa afinidad o vinculación natural. Ningún movimiento corporal acompaña a las sensaciones de dolor o placer en su mente. Conocer todo lo que es cognoscible es ciertamente una perfección; pero soportar, sufrir, o sentir algo por los sentidos es una imperfección. Lo primero, digo, conviene a Dios, pero lo segundo no. Dios conoce o tiene ideas, pero sus ideas no le acceden por los sentidos como las nuestras. Al no distinguir esa diferencia, cuando es tan manifiesta, te imaginas ver un absurdo allí donde no hay ninguno.
HILAS.- Pero en todo este rato que llevamos discutiendo no has considerado el hecho de que se ha demostrado que la cantidad de materia es proporcional a la gravedad de los cuerpos. ¿Y qué puede alegarse contra esa demostración?
FILONÚS.- ¿Me quieres decir cómo lo demuestras?
HILAS.- Establezco como principio, que los impulsos o cantidades de movimiento en los cuerpos están en razón directa, compuesta de las velocidades y cantidades de materia contenidas en los mismos. Y por tanto, cuando las velocidades son iguales, resulta que los movimientos están en razón directa de la cantidad de materia de cada cuerpo. Ahora bien, la experiencia enseña que todos los cuerpos (deducidas las pequeñas desigualdades originadas por la resistencia del aire) descienden con la misma velocidad; así pues, el movimiento de los cuerpos que caen, y por tanto, su gravedad, que es la causa o principio de dicho movimiento, es proporcional a la cantidad de materia; que es lo que se quería demostrar.
FILONÚS.- Estableces como principio evidente por sí mismo que la cantidad de movimiento en un cuerpo es proporcional a la velocidad y a la materia tomadas en conjunto; y os servís de eso para probar una proposición de la cual deducís la existencia de la materia. ¡Por favor!, ¿no es eso una petición de principios?
HILAS.- En la premisa sólo quiero decir que el movimiento es proporcional a la velocidad, unida a la extensión y a la solidez.
FILONÚS.- Aun admitiendo que esto sea verdadero, no se sigue, sin embargo, que la gravedad sea proporcional a la materia, en el sentido filosófico que das al término; a no ser que admitas que el substrato desconocido o como quieras llamarlo, es proporcional a esas cualidades sensibles; y suponer eso, es evidentemente una petición de principio. Que haya magnitud, solidez o resistencia perceptibles por los sentidos estoy dispuesto a admitirlo; y asimismo, no discuto que la gravedad pueda ser proporcional a esas cualidades. Pero que esas cualidades, en tanto que percibidas por nosotros, o los poderes que las producen, existan en un substrato material, eso es lo que yo niego y tú sin duda afirmas pero sin haberlo probado aún, a pesar de tu demostración.
HILAS.- No insistiré más en ese punto. ¿Crees, sin embargo, que me persuadirás de que los filósofos de la naturaleza han estado soñando todo este tiempo? Dime, ¿en qué se convierten todas sus hipótesis explicaciones de los fenómenos, las cuales suponen la existencia de la materia?
FILONÚS.- ¿Qué entiendes, Hilas, por fenómenos?
HILAS.- Entiendo las apariencias que percibo por medio de mis sentidos.
FILONÚS.- Y las apariencias percibidas por los sentidos, ¿no son ideas?
HILAS.- Te lo he dicho cien veces.
FILONÚS.- Así pues, explicar los fenómenos es mostrar cómo nos van afectando las ideas, en la forma y por el orden en que se imprimen en nuestros sentidos. ¿No es así?
HILAS.- Así es.
FILONÚS.- Ahora bien, si puedes probar que algún filósofo ha explicado la producción de alguna idea en nuestras mentes con ayuda de la materia, tendrás mi aquiescencia para siempre y no tendré para nada en cuenta todo lo que se ha dicho contra dicha materia; pero si no puedes, te esforzarás en vano en explicar los fenómenos. Se entiende fácilmente que un ser dotado de conocimiento y voluntad produzca o muestre ideas. Pero que un ser, que está manifiestamente desprovisto de esas facultades, sea capaz de producir ideas, o de afectar de algún modo a una inteligencia, eso no lo podré entender nunca. Yo digo que aunque tuviéramos una concepción positiva de la materia, aunque conociésemos sus cualidades y pudiésemos comprender su existencia, estaríamos, no obstante, muy lejos aún de explicar las cosas, pues ella misma es la cosa más inexplicable del mundo. Y sin embargo, a pesar de todo, no se sigue que los filósofos no hayan estado haciendo nada; pues al observar y razonar acerca de la conexión de las ideas descubren las leyes y los métodos de la naturaleza, lo cual es una forma de conocimiento útil e interesante.
HILAS.- Después de todo, ¿se puede suponer que Dios iba a engañar a toda la humanidad? ¿Imaginas que hubiera inducido al mundo entero a creer en la existencia de la materia si no hubiera tal cosa?
FILONÚS.- No creo que afirmes que toda opinión epidémica que proceda del prejuicio de la pasión o de la falta de reflexión se pueda imputar a Dios como autor de ella. Sea cualquiera la opinión que le atribuyamos, tendrá que ser o porque nos la ha descubierto mediante una revelación sobrenatural o porque resulta tan evidente a nuestras facultades naturales, que Dios ha formado y nos ha dado, que es imposible que no prestemos nuestro asentimiento. Pero, ¿dónde está la revelación o dónde la evidencia que provoca artificiosamente la creencia en la materia? Y es más, ¿cómo ocurre que toda la humanidad cree que la materia, tomada como algo distinto de lo que percibimos por nuestros sentidos, existe; toda la humanidad, con excepción de unos pocos filósofos que no saben a qué atenerse? Tu pregunta supone que esos puntos están esclarecidos; cuando los esclarezcas, me creeré obligado a darte otra respuesta. Mientras tanto, baste decirte que no creo que Dios haya engañado en absoluto a la humanidad.
HILAS.- ¡Oh, la novedad, amigo Filonús, la novedad! Ahí está el peligro. Se deberían rechazar siempre las concepciones nuevas; trastornan la mente de los hombres y nadie sabe a dónde llegarán sus consecuencias.
FILONÚS.- No puedo imaginarme por qué se ha de pensar que rechazar una opinión que no tiene fundamento alguno ni en los sentidos, ni en la razón, ni en la autoridad divina pueda hacer vacilar la creencia en opiniones que se fundan en todos o en alguno de dichos fundamentos. Admito espontáneamente que las innovaciones en materia de gobierno y de religión son peligrosas y no se deben fomentar, pero ¿hay una razón análoga para que no se fomenten en filosofía? Dar a conocer una cosa que anteriormente era desconocida es una innovación en el campo del conocimiento; y si se hubieran reprimido todas esas innovaciones, los hombres no hubieran hecho un progreso notable en las artes y en las ciencias. Pero no es asunto mío abogar por novedades y paradojas. Que las cualidades que percibimos no están en los objetos; que no tenemos que creer en nuestros sentidos; que no sabemos nada acerca de la naturaleza real de las cosas y que no se puede asegurar nunca nada acerca de su existencia; que los sonidos y colores reales no son nada sino ciertas formas y movimientos desconocidos; que los movimientos, en sí mismos, no son ni lentos ni rápidos; que hay en los cuerpos extensiones absolutas sin forma ni magnitud determinada; que una cosa estúpida, sin pensamiento e inactiva actúa sobre el espíritu; que la partícula última de un cuerpo contiene innumerables partes extensas: ésas son las novedades, ésas son las extrañas opiniones que chocan al juicio ingenuo y no corrompido de toda humanidad; y una vez que se las admite, embarazan la mente con dudas y dificultades sin fin. Y contra esas innovaciones y otras semejantes me esfuerzo en defender el sentido común. Es verdad que al hacer esto me pueda ver obligado a utilizar ciertos ambages y modos de expresión no comunes. Pero si se comprenden a fondo mis opiniones, la singularidad que hay en ellas se reduce en realidad a lo siguiente: es absolutamente imposible, y una clara contradicción, suponer que un ser no pensante exista sin ser percibido por una mente. Y si esta opinión es singular, es una vergüenza que sea así en estas fechas y en un país cristiano.
HILAS.- Las dificultades a que están sujetas otras opiniones se salen del problema. Tu cometido es defender tu propia opinión. ¿Puede haber algo más evidente que el hecho de que transformas todas las cosas en ideas? Tú que no te avergüenzas de acusarme de escepticismo. Esto es tan evidente que no hay nadie que lo niegue.
FILONÚS.- Te equivocas. No intento transformar cosas en ideas sino más bien ideas en cosas; pues esos objetos inmediatos de percepción, que según tú son sólo apariencias de cosas, los tomo por las cosas reales mismas.
HILAS.- ¡Cosas! Podrás pretender lo que quieras; pero es cierto que no nos dejas nada sino las formas vacías de las cosas, la parte exterior sólo que afecta a los sentidos.
FILONÚS.- Lo que llamas las formas vacías y la parte exterior de las cosas me parece que son las cosas mismas. Ni están vacías ni incompletas, a no ser que supongas que la materia es una parte esencial de todas las cosas corpóreas. Estamos los dos de acuerdo en que percibimos sólo formas sensibles, pero diferimos en que tú las consideras apariencias, vacías, yo seres reales. En una palabra, tú no confías en tus sentidos; yo sí. •
HILAS.- Dices que crees en tus sentidos, y parece como si te felicitaras de que en esto estés de acuerdo con el vulgo. Por tanto, según tú, la naturaleza de una cosa queda descubierta por los sentidos. Si es así, ¿de dónde procede ese desacuerdo? ¿Por qué no se percibe la misma forma y otras cualidades sensibles, observadas desde cualquier punto de vista? ¿Y por qué tenemos que utilizar un microscopio para descubrir mejor la verdadera naturaleza de un cuerpo, si fuese descubrible a simple vista?
FILONÚS.- Hablando estrictamente, amigo Hilas, no vemos el mismo ob¬jeto que tocamos; ni por el microscopio se percibe el mismo objeto que a simple vista. Pero si se creyese que cada variación es suficiente para constituir un nuevo género o individuo, el número sin fin y la confusión de los nombres haría el lenguaje impracticable. Así pues, para evitar este y otros inconvenientes, que inmediatamente se presentan a poco que en ello se piense, los hombres combinan diversas ideas, aprehendidas por diversos sentidos, o por el mismo sentido, en diferentes ocasiones o en diferentes circunstancias, pero en las que se observa, empero, que tienen una cierta conexión natural, bien en coexistencia o en sucesión; todas las cuales las refieren a un nombre y las consideran como una cosa. De aquí se deduce que al examinar con mis otros sentidos una cosa que he visto, no lo hago para comprender mejor el mismo objeto que había percibido por la vista, pues el objeto de un sentido no es percibido por los otros sentidos. Y cuando miro a través de un microscopio no es que pueda percibir más claramente lo que he percibido ya a simple vista, pues el objeto percibido a través del lente es completamente distinto del primero. Pero en ambos casos, mí objetivo es sólo saber qué ideas están en conexión entre sí; y cuanto más sabe un hombre de conexión de ideas, más se dice que sabe acerca de la naturaleza de las cosas. ¿Qué pasa si nuestras ideas son variables? ¿Qué pasa si nuestros sentidos no están afectados en todas las circunstancias con las mismas apariencias? No se deducirá por eso que no se ha de confiar en ellos, o que son contradictorios con ellos mismos o con cualquier otra cosa que no sea tu preconcebido concepto de no sé qué naturaleza real, no perceptible, no cambiada y singular, designada por cada nombre; ese prejuicio parece que ha tenido su origen en no haber comprendido bien el lenguaje corriente de los hombres, que hablan de diversas ideas distintas como unidas en una sola cosa por la mente. Y sin duda, hay razones para sospechar que diversas concepciones erróneas de los filósofos tienen el mismo origen; pues empezaron a construir sus teorías, no tanto sobre nociones como sobre palabras que fueron formadas por el vulgo simplemente por conveniencia y rapidez en las actividades corrientes de la vida, sin tener en cuenta la especulación.
HILAS.- Creo comprender lo que quieres decir.
FILONÚS.- Opinas que las ideas que percibimos por nuestros sentidos no son cosas reales, sino imágenes o copias de los mismos. Nuestro conocimiento, por tanto, no es real sino en la medida en que nuestras ideas son las representaciones verdaderas de esos originales. Pero como esos supuestos originales son en sí mismos desconocidos, es imposible saber hasta qué punto nuestras ideas se les asemejan; o si no se les asemejan en absoluto. No podemos, pues, estar seguros de que tenemos un conocimiento real. Además, como nuestras ideas están variando constantemente, sin cambio alguno en las supuestas cosas reales, se sigue necesariamente que no pueden todas ser copias verdaderas de ellas; y si unas son y otras no, es imposible distinguir las primeras de las segundas. Y esto nos hunde aún más en la incertidumbre. Por otra parte, cuando consideramos el problema, no podemos concebir cómo una idea, o algo semejante a una idea, pueda tener una existencia absoluta fuera de una mente; ni por tanto, según tú, pueda haber alguna cosa real en la naturaleza. El resultado de todo ello es que estamos sumidos en el más desolado y abandonado escepticismo. Permíteme ahora que te pregunte: primero, si el referir las ideas a unas sustancias no percibidas que tienen existencia absoluta, o a sus originales, no es el origen de todo ese escepticismo; segundo, si estás informado por los sentidos o por la razón, de la existencia de esos originales desconocidos. Y en el caso de que no lo estés, ¿no sería absurdo suponerlo? Tercero, si previo examen encuentras que hay algo significado o concebido distintamente mediante la expresión existencia absoluta o externa de sustancias no percipientes. Y, por último, si, previa consideración de las premisas, no es el procedimiento más sabio seguir a la naturaleza, confiar en los sentidos, y, dejando a un lado cualquier pensamiento afanoso acerca de las sustancias o naturalezas desconocidas, admitir con el vulgo como cosas reales lo que se percibe por los sentidos.
HILAS.- Por ahora no me siento propicio a responder. Preferiría, desde luego, ver cómo superas la siguiente prueba. ¡Por favor!, los objetos percibidos por los sentidos de uno, ¿no son igualmente perceptibles a otros que estén presentes? Si hubiera aquí cien personas más verían el jardín, los árboles y las flores como las veo yo. Pero no están afectados en la misma forma por las ideas que yo formo en mi imaginación. ¿No constituye esto una diferencia entre la primera clase de objeto y la segunda?
FILONÚS.- Reconozco que sí. Y no he negado que haya una diferencia entre los objetos de los sentidos y los de la imaginación. ¿Pero qué quieres inferir de ese hecho? No puedes decir que los objetos sensibles existen sin ser percibidos, pues son percibidos por muchos.
HILAS.- Reconozco que no puedo decir nada contra esta objeción; pero ella me conduce a otra. ¿No opinas que por medio de nuestros sentidos sólo percibimos las ideas que existen en nuestras mentes?
FILONÚS.- Sí.
HILAS.- Pero la misma idea que está en mi mente no puede estar en la tuya o en otra cualquiera. ¿No se deduce, por tanto, de tus principios, que dos personas no pueden ver la misma cosa? ¿Y no es esto completamente absurdo?
FILONÚS.- Si el término mismo se toma en su acepción corriente, es cierto (y ello no está en contradicción con los principios que sostengo) que diferentes personas pueden percibir la misma cosa; o que la misma cosa o idea existe en mentes diferentes. Las palabras se aplican convencional-mente, y puesto que los hombres acostumbran aplicar la palabra mismo cuando no se percibe distinción o variedad, y no pretendo modificar sus percepciones, se deduce que puesto que los hombres dijeron anteriormente que varios vieron la misma cosa, pueden seguir diciendo la misma frase en ocasiones semejantes sin apartarse de la propiedad del lenguaje o de la verdad de las cosas. Pero si el término mismo se emplea en la acepción de los filósofos, que aspiran a una noción abstracta de identidad, entonces, de acuerdo con las diversas definiciones de dicha noción (pues aún no se ha convenido en qué consiste la identidad filosófica) puede ser posible o no que diversas personas perciban la misma cosa. Pero que los filósofos crean conveniente llamar a una cosa la misma o no lo crean, eso me parece que es de poca importancia. Supongamos a varios hombres reunidos, dotados de las mismas facultades, afectados, por tanto, de igual modo por sus sentidos, y que sin embargo no hayan conocido nunca el uso del lenguaje; sin duda que coincidirán en sus percepciones. Aunque quizás, cuando utilicen el lenguaje, algunos, teniendo en cuenta la uniformidad de lo que fue percibido, lo llamarán la misma cosa; y otros, considerando especialmente la diversidad de personas que eran percipientes, preferirían denominarlo cosas diferentes. Pero, ¿quién no ve que toda la discusión es alrededor de una palabra, a saber, si a lo que es percibido por diferentes personas se le puede aplicar, sin embargo, la palabra mismo? O supóngase una casa cuyas paredes o estructura exterior quedan inalteradas y las habitaciones demolidas, construyéndose en su lugar otras nuevas; y que tú llamaras a eso la •misma casa y yo dijera que no era la misma casa. ¿No estaríamos, a pesar de todo, perfectamente de acuerdo en nuestros pensamientos de la casa considerada en sí misma? Si dijeras que diferíamos en nuestras opiniones porque añadías a tu idea de la casa la idea simple abstraída de identidad mientras que yo no hacía eso, te diría que no sé qué es lo que quieres decir por idea abstraída de identidad, y desearía que penetraras en tus propios pensamientos y te aseguraras de que te comprendías a ti mismo. ¿Por qué te quedas tan callado, Hilas? ¿No estás aún convencido de que el hombre pueda discutir acerca de la identidad y la diversidad sin que haya diferencia real alguna en sus pensamientos y opiniones, abstracción hecha de los nombres? Reflexiona, además, en lo siguiente: admítase o no que la materia existe, eso no importa para lo que aquí se trata. Pues los materialistas mismos reconocen que lo que inmediatamente percibimos por nuestros sentidos son nuestras ideas. Tu dificultad, por tanto, de que no hay dos personas que vean la misma cosa, va igualmente contra los materialistas y contra mí.
HILAS.- [Sí, Filonús]1. Pero admiten un arquetipo exterior al que refieren sus diversas ideas; y puede decirse con verdad que perciben la misma cosa.
FILONÚS.- Y (sin tener en cuenta que has descartado dichos arquetipos) puedes admitir también un arquetipo exterior según mis principios; exterior, quiero decir, a tu propia mente; aunque sin duda hay que admitir que existe en aquella mente que comprende todas las cosas, y entonces satisface a todas las exigencias de la identidad, como si existiera fuera de toda mente. Y estoy seguro de que no dirás que es menos inteligible.
HILAS.- Desde luego me has convencido plenamente de que en el fondo no hay dificultad alguna en este punto; y si la hay, afecta igualmente a las dos opiniones.
FILONÚS.- Pero lo que va igualmente contra dos opiniones contradictorias no puede ser un argumento contra ninguna.
HILAS.- Lo reconozco. Pero después de todo, Filonús, cuando considero la sustancia de tu tesis contra el escepticismo, la encuentro reducida a lo siguiente; estamos seguros de que realmente vemos, oímos y tocamos; en una palabra, de que estamos afectados por impresiones sensibles.
FILONÚS.- ¿Y qué más nos interesa? Veo esta cereza, la toco, la saboreo; estoy seguro de que la nada no puede ser vista ni tocada, ni saboreada; es, por tanto, real Suprime las sensaciones de suavidad, humedad, rojez, acidez, y suprimirás la cereza. Pues no es una realidad distinta de las sensaciones; digo que una cereza no es nada más que un conjunto de impresiones sensibles o ideas percibidas por diversos sentidos; las cuales ideas están unidas en una cosa (o se les ha dado un nombre) por la mente; pues se observa que se acompañan unas a otras. Así, cuando el paladar es afectado por un determinado sabor, la vista por un color rojo, el tacto por la redondez, la suavidad, etc. Y por eso, cuando veo, toco y saboreo de diversas maneras, estoy seguro de que la cereza existe, o es real; su realidad, en mi opinión, no es nada aparte de esas sensaciones. Pero si por la palabra cereza entiendes una naturaleza desconocida
1. Omitido en la 3a edición
distinta de todas esas cualidades sensibles, y por su existencia entiendes algo distinto de su ser percibida, en ese caso reconozco que ni tú ni yo ni nadie puede estar seguro de que exista.
HILAS.- ¿Y qué dirías, amigo Filonús, si te adujese contra la existencia de cosas sensibles en una mente las mismísimas razones que has presentado contra su existencia en un substrato material?
FILONÚS.- Cuando conozca tus razones oirás lo que tenga que decir de ellas.
HILAS.- ¿Es extensa o inextensa la mente?
FILONÚS.- Inextensa, sin duda alguna.
HILAS.- ¿Dices que las cosas que percibes están en tu mente?
FILONÚS.- Sí.
HILAS.- ¿No te he oído hablar de impresiones sensibles?
FILONÚS.- Creo que sí.
HILAS.- Explícame ahora, caro Filonús, cómo es posible que haya lugar para que todos esos árboles y casas existan en tu mente. ¿Puede lo inextenso contener a las cosas extensas? ¿O tendremos que imaginarnos impresiones hechas en una cosa desprovista de toda solidez? No puedes decir que los objetos están en tu mente como los libros en tu despacho; o que las cosas se imprimen en ella como la forma de un sello sobre la cera. ¿En qué sentido, pues, tendremos que entender esas expresiones? Explícamelo, si puedes; y entonces estaré en situación de responder a todas esas cuestiones que anteriormente me planteaste acerca de mi substrato.
FILONÚS.- Mira, Hilas, cuando hablo de objetos que existen en la mente o que se imprimen en los sentidos, no se me ha de entender en el sentido literal grosero, como cuando se dice que los cuerpos existen en un lugar, o que un sello produce una impresión en la cera. Lo que quiero decir solamente es que la mente los comprende o percibe; y que es afectada por algo exterior o por una realidad distinta de ella misma. Esta es mi explicación para solucionar tu dificultad; y me gustaría saber cómo puede servir para hacer inteligible tu dogma de un substrato material no percipiente.
HILAS.- ¡Oh, no! Si es eso todo, reconozco que no veo qué uso puede hacerse de ella. ¿Pero no eres culpable de un cierto abuso del lenguaje en todo esto?
FILONÚS.- En absoluto; no es más que lo que el uso corriente, que sabes es la norma del lenguaje, ha autorizado; pues nada más usual para los filósofos que hablar de los objetos inmediatos del entendimiento como cosas que existen en la mente. Y en esto no hay más que lo que se ajusta a la analogía general del lenguaje, pues la mayor parte de las operaciones mentales se significan mediante palabras tomadas de las cosas sensibles; como es evidente en los términos comprender, reflexionar, discurrir, etc., los cuales al aplicarse a la mente no se han de tomar en su sentido grosero original.
HILAS.- Reconozco que me has convencido en este punto; pero queda aún una gran dificultad que no sé cómo la vas a resolver. Y es, sin duda, de una importancia tal que si no puedes encontrar una solución para ella, nunca esperes hacerme un adepto de tus principios, aunque puedas solucionar todas las demás dificultades.
FILONÚS.- Dime qué dificultad es ésa tan grande.
HILAS.- El relato de la creación que hacen las Sagradas Escrituras es lo que me parece francamente irreconciliable con tus opiniones. Moisés habla de una creación. ¿Creación de qué? ¿De ideas? No, ciertamente, sino de cosas, de cosas reales, sustancias corpóreas sólidas. Si haces compatibles tus principios con lo que acabo de decir, quizás me ponga de acuerdo contigo.
FILONÚS.- Moisés menciona la Luna, el Sol y las estrellas, la Tierra y el mar, las plantas y los animales; para mí no hay duda de que todos esos seres existen realmente y fueron creados en un principio por Dios. Si por ideas entiendes las ficciones y fantasías de la mente, entonces no son ideas. Si por ¡deas entiendes los objetos inmediatos del entendimiento, o las cosas sensibles que no pueden existir sin ser percibidas o fuera de la mente, entonces aquellos seres son ideas. Pero importa poco que los llames o no ideas. La diferencia es sólo de nombre. Y el sentido, la verdad y la realidad de las cosas continúa siendo la misma, consérvese o rechácese ese nombre. En el lenguaje corriente, los objetos de nuestros sentidos no se llaman ideas, sino cosas. Puedes continuar llamándolos así, con tal de que no les atribuyas ninguna existencia absoluta externa; no voy a discutir contigo por una palabra; admito, por tanto, que la creación ha sido una creación de cosas, de cosas reales. Y eso no es en modo alguno incompatible con mis principios, como es evidente por lo que he dicho ahora; y también te habría sido evidente, aunque no hubiera dicho nada, si no hubieras olvidado lo que anteriormente he repetido tan frecuentemente. Pero por lo que respecta a sustancias corpóreas sólidas desearía que me mostraras dónde hace Moisés mención de ellas; y aunque las hubiera mencionado él o cualquier otro escritor inspirado, te correspondería hacer ver que esas palabras no se tomaban en su acepción corriente, de cosas que son objeto de nuestros sentidos, sino en la acepción filosófica de materia o esencia desconocida con existencia absoluta. Cuando hayas probado esos puntos, entonces (y sólo entonces) podrás aducir la autoridad de Moisés en nuestra discusión.
HILAS.- Es vano discutir acerca de un punto tan claro. Se limita a apelar a tu propia conciencia. ¿No estás convencido de que hay una cierta contradicción peculiar entre el relato mosaico y tus opiniones?
FILONÚS.- Si se puede concebir que todo posible sentido que se pueda dar al primer capítulo del Génesis es tan compatible con mis principios como con cualquier otro, en ese caso no hay contradicción particular. Ahora bien, no hay sentido que no puedas también comprender, si juzgas como yo. Pues fuera de los espíritus, todo lo que concibes son ideas, y la existencia de éstas no la niego. Ni tú pretendes afirmar que existen fuera de la mente.
HILAS.- ¡Por favor!, dime en qué sentido lo entiendes.
FILONÚS.- ¡Oh! Me imagino que si hubiera estado presente en la creación, hubiera visto las cosas puestas en la existencia, es decir, llegar a ser perceptibles en el orden que describe el historiador sacro. Siempre he creído en el relato mosaico y no encuentro ahora alteración alguna en mi forma de creencia. Cuando se dice que las cosas empiezan o terminan su existencia, no quiero decir con respecto a Dios sino a sus criaturas. Dios conoce todos los objetos eternamente, o, lo que es lo mismo, tienen una existencia eterna en su mente; pero cuando las cosas anteriormente imperceptibles a las criaturas, se les hacen perceptibles, en virtud de un decreto de Dios, entonces se dice que empiezan una existencia relativa con respecto a las mentes creadas. Al leer, por tanto, el relato mosaico de la creación, entiendo que las diversas partes del universo se hicieron gradualmente perceptibles a los espíritus finitos, dotados de facultades apropiadas; de suerte que, dondequiera que estuviesen presentes, las percibían efectivamente. Éste es el sentido obvio literal que me sugieren las palabras de las Sagradas Escrituras, las cuales no contienen mención ni pensamiento alguno de un substrato, instrumento, ocasión o existencia absoluta. Y si se hace un examen, no dudo que se encontrará que la mayoría de los hombres sencillos y rectos, que creen en la creación, no pensaron sino como yo. Sólo tú puedes decirme en qué sentido metafísico lo entiendes.
HILAS.- Pero, Filonús, no pareces darte cuenta de que concedes a las cosas creadas en un principio sólo una realidad relativa y, por tanto, hipotética; es decir, suponiendo que había hombres para percibirlas, sin los cuales no tendrían actualidad de existencia absoluta en la que pudiera perfeccionarse la creación. ¿No es, en efecto, según tú, manifiestamente imposible que la creación de criatura inanimada alguna preceda a la del hombre? ¿Y no es esto completamente contrario al relato mosaico?
HILAS.- Por ahora no me siento propicio a responder. Preferiría, desde luego, ver cómo superas la siguiente prueba. ¡Por favor!, los objetos percibidos por los sentidos de uno, ¿no son igualmente perceptibles a otros que estén presentes? Si hubiera aquí cien personas más verían el jardín, los árboles y las flores como las veo yo. Pero no están afectados en la misma forma por las ideas que yo formo en mi imaginación. ¿No constituye esto una diferencia entre la primera clase de objeto y la segunda?
FILONÚS.- Reconozco que sí. Y no he negado que haya una diferencia entre los objetos de los sentidos y los de la imaginación. ¿Pero qué quieres inferir de ese hecho? No puedes decir que los objetos sensibles existen sin ser percibidos, pues son percibidos por muchos.
HILAS.- Reconozco que no puedo decir nada contra esta objeción; pero ella me conduce a otra. ¿No opinas que por medio de nuestros sentidos sólo percibimos las ideas que existen en nuestras mentes?
FILONÚS.- Sí.
HILAS.- Pero la misma idea que está en mi mente no puede estar en la tuya o en otra cualquiera. ¿No se deduce, por tanto, de tus principios, que dos personas no pueden ver la misma cosa? ¿Y no es esto completamente absurdo?
FILONÚS.- Si el término mismo se toma en su acepción corriente, es cierto (y ello no está en contradicción con los principios que sostengo) que diferentes personas pueden percibir la misma cosa; o que la misma cosa o idea existe en mentes diferentes. Las palabras se aplican convencional-mente, y puesto que los hombres acostumbran aplicar la palabra mismo cuando no se percibe distinción o variedad, y no pretendo modificar sus percepciones, se deduce que puesto que los hombres dijeron anteriormente que varios vieron la misma cosa, pueden seguir diciendo la misma frase en ocasiones semejantes sin apartarse de la propiedad del lenguaje o de la verdad de las cosas. Pero si el término mismo se emplea en la acepción de los filósofos, que aspiran a una noción abstracta de identidad, entonces, de acuerdo con las diversas definiciones de dicha noción (pues aún no se ha convenido en qué consiste la identidad filosófica) puede ser posible o no que diversas personas perciban la misma cosa. Pero que los filósofos crean conveniente llamar a una cosa la misma o no lo crean, eso me parece que es de poca importancia. Supongamos a varios hombres reunidos, dotados de las mismas facultades, afectados, por tanto, de igual modo por sus sentidos, y que sin embargo no hayan conocido nunca el uso del lenguaje; sin duda que coincidirán en sus percepciones. Aunque quizás, cuando utilicen el lenguaje, algunos, teniendo en cuenta la uniformidad de lo que fue percibido, lo llamarán la misma cosa; y otros, considerando especialmente la diversidad de personas que eran percipientes, preferirían denominarlo cosas diferentes. Pero, ¿quién no ve que toda la discusión es alrededor de una palabra, a saber, si a lo que es percibido por diferentes personas se le puede aplicar, sin embargo, la palabra mismo? O supóngase una casa cuyas paredes o estructura exterior quedan inalteradas y las habitaciones demolidas, construyéndose en su lugar otras nuevas; y que tú llamaras a eso la •misma casa y yo dijera que no era la misma casa. ¿No estaríamos, a pesar de todo, perfectamente de acuerdo en nuestros pensamientos de la casa considerada en sí misma? Si dijeras que diferíamos en nuestras opiniones porque añadías a tu idea de la casa la idea simple abstraída de identidad mientras que yo no hacía eso, te diría que no sé qué es lo que quieres decir por idea abstraída de identidad, y desearía que penetraras en tus propios pensamientos y te aseguraras de que te comprendías a ti mismo. ¿Por qué te quedas tan callado, Hilas? ¿No estás aún convencido de que el hombre pueda discutir acerca de la identidad y la diversidad sin que haya diferencia real alguna en sus pensamientos y opiniones, abstracción hecha de los nombres? Reflexiona, además, en lo siguiente: admítase o no que la materia existe, eso no importa para lo que aquí se trata. Pues los materialistas mismos reconocen que lo que inmediatamente percibimos por nuestros sentidos son nuestras ideas. Tu dificultad, por tanto, de que no hay dos personas que vean la misma cosa, va igualmente contra los materialistas y contra mí.
HILAS.- [Sí, Filonús]1. Pero admiten un arquetipo exterior al que refieren sus diversas ideas; y puede decirse con verdad que perciben la misma cosa.
FILONÚS.- Y (sin tener en cuenta que has descartado dichos arquetipos) puedes admitir también un arquetipo exterior según mis principios; exterior, quiero decir, a tu propia mente; aunque sin duda hay que admitir que existe en aquella mente que comprende todas las cosas, y entonces satisface a todas las exigencias de la identidad, como si existiera fuera de toda mente. Y estoy seguro de que no dirás que es menos inteligible.
HILAS.- Desde luego me has convencido plenamente de que en el fondo no hay dificultad alguna en este punto; y si la hay, afecta igualmente a las dos opiniones.
FILONÚS.- Pero lo que va igualmente contra dos opiniones contradictorias no puede ser un argumento contra ninguna.
HILAS.- Lo reconozco. Pero después de todo, Filonús, cuando considero la sustancia de tu tesis contra el escepticismo, la encuentro reducida a lo siguiente; estamos seguros de que realmente vemos, oímos y tocamos; en una palabra, de que estamos afectados por impresiones sensibles.
FILONÚS.- ¿Y qué más nos interesa? Veo esta cereza, la toco, la saboreo; estoy seguro de que la nada no puede ser vista ni tocada, ni saboreada; es, por tanto, real Suprime las sensaciones de suavidad, humedad, rojez, acidez, y suprimirás la cereza. Pues no es una realidad distinta de las sensaciones; digo que una cereza no es nada más que un conjunto de impresiones sensibles o ideas percibidas por diversos sentidos; las cuales ideas están unidas en una cosa (o se les ha dado un nombre) por la mente; pues se observa que se acompañan unas a otras. Así, cuando el paladar es afectado por un determinado sabor, la vista por un color rojo, el tacto por la redondez, la suavidad, etc. Y por eso, cuando veo, toco y saboreo de diversas maneras, estoy seguro de que la cereza existe, o es real; su realidad, en mi opinión, no es nada aparte de esas sensaciones. Pero si por la palabra cereza entiendes una naturaleza desconocida
1. Omitido en la 3a edición
distinta de todas esas cualidades sensibles, y por su existencia entiendes algo distinto de su ser percibida, en ese caso reconozco que ni tú ni yo ni nadie puede estar seguro de que exista.
HILAS.- ¿Y qué dirías, amigo Filonús, si te adujese contra la existencia de cosas sensibles en una mente las mismísimas razones que has presentado contra su existencia en un substrato material?
FILONÚS.- Cuando conozca tus razones oirás lo que tenga que decir de ellas.
HILAS.- ¿Es extensa o inextensa la mente?
FILONÚS.- Inextensa, sin duda alguna.
HILAS.- ¿Dices que las cosas que percibes están en tu mente?
FILONÚS.- Sí.
HILAS.- ¿No te he oído hablar de impresiones sensibles?
FILONÚS.- Creo que sí.
HILAS.- Explícame ahora, caro Filonús, cómo es posible que haya lugar para que todos esos árboles y casas existan en tu mente. ¿Puede lo inextenso contener a las cosas extensas? ¿O tendremos que imaginarnos impresiones hechas en una cosa desprovista de toda solidez? No puedes decir que los objetos están en tu mente como los libros en tu despacho; o que las cosas se imprimen en ella como la forma de un sello sobre la cera. ¿En qué sentido, pues, tendremos que entender esas expresiones? Explícamelo, si puedes; y entonces estaré en situación de responder a todas esas cuestiones que anteriormente me planteaste acerca de mi substrato.
FILONÚS.- Mira, Hilas, cuando hablo de objetos que existen en la mente o que se imprimen en los sentidos, no se me ha de entender en el sentido literal grosero, como cuando se dice que los cuerpos existen en un lugar, o que un sello produce una impresión en la cera. Lo que quiero decir solamente es que la mente los comprende o percibe; y que es afectada por algo exterior o por una realidad distinta de ella misma. Esta es mi explicación para solucionar tu dificultad; y me gustaría saber cómo puede servir para hacer inteligible tu dogma de un substrato material no percipiente.
HILAS.- ¡Oh, no! Si es eso todo, reconozco que no veo qué uso puede hacerse de ella. ¿Pero no eres culpable de un cierto abuso del lenguaje en todo esto?
FILONÚS.- En absoluto; no es más que lo que el uso corriente, que sabes es la norma del lenguaje, ha autorizado; pues nada más usual para los filósofos que hablar de los objetos inmediatos del entendimiento como cosas que existen en la mente. Y en esto no hay más que lo que se ajusta a la analogía general del lenguaje, pues la mayor parte de las operaciones mentales se significan mediante palabras tomadas de las cosas sensibles; como es evidente en los términos comprender, reflexionar, discurrir, etc., los cuales al aplicarse a la mente no se han de tomar en su sentido grosero original.
HILAS.- Reconozco que me has convencido en este punto; pero queda aún una gran dificultad que no sé cómo la vas a resolver. Y es, sin duda, de una importancia tal que si no puedes encontrar una solución para ella, nunca esperes hacerme un adepto de tus principios, aunque puedas solucionar todas las demás dificultades.
FILONÚS.- Dime qué dificultad es ésa tan grande.
HILAS.- El relato de la creación que hacen las Sagradas Escrituras es lo que me parece francamente irreconciliable con tus opiniones. Moisés habla de una creación. ¿Creación de qué? ¿De ideas? No, ciertamente, sino de cosas, de cosas reales, sustancias corpóreas sólidas. Si haces compatibles tus principios con lo que acabo de decir, quizás me ponga de acuerdo contigo.
FILONÚS.- Moisés menciona la Luna, el Sol y las estrellas, la Tierra y el mar, las plantas y los animales; para mí no hay duda de que todos esos seres existen realmente y fueron creados en un principio por Dios. Si por ideas entiendes las ficciones y fantasías de la mente, entonces no son ideas. Si por ¡deas entiendes los objetos inmediatos del entendimiento, o las cosas sensibles que no pueden existir sin ser percibidas o fuera de la mente, entonces aquellos seres son ideas. Pero importa poco que los llames o no ideas. La diferencia es sólo de nombre. Y el sentido, la verdad y la realidad de las cosas continúa siendo la misma, consérvese o rechácese ese nombre. En el lenguaje corriente, los objetos de nuestros sentidos no se llaman ideas, sino cosas. Puedes continuar llamándolos así, con tal de que no les atribuyas ninguna existencia absoluta externa; no voy a discutir contigo por una palabra; admito, por tanto, que la creación ha sido una creación de cosas, de cosas reales. Y eso no es en modo alguno incompatible con mis principios, como es evidente por lo que he dicho ahora; y también te habría sido evidente, aunque no hubiera dicho nada, si no hubieras olvidado lo que anteriormente he repetido tan frecuentemente. Pero por lo que respecta a sustancias corpóreas sólidas desearía que me mostraras dónde hace Moisés mención de ellas; y aunque las hubiera mencionado él o cualquier otro escritor inspirado, te correspondería hacer ver que esas palabras no se tomaban en su acepción corriente, de cosas que son objeto de nuestros sentidos, sino en la acepción filosófica de materia o esencia desconocida con existencia absoluta. Cuando hayas probado esos puntos, entonces (y sólo entonces) podrás aducir la autoridad de Moisés en nuestra discusión.
HILAS.- Es vano discutir acerca de un punto tan claro. Se limita a apelar a tu propia conciencia. ¿No estás convencido de que hay una cierta contradicción peculiar entre el relato mosaico y tus opiniones?
FILONÚS.- Si se puede concebir que todo posible sentido que se pueda dar al primer capítulo del Génesis es tan compatible con mis principios como con cualquier otro, en ese caso no hay contradicción particular. Ahora bien, no hay sentido que no puedas también comprender, si juzgas como yo. Pues fuera de los espíritus, todo lo que concibes son ideas, y la existencia de éstas no la niego. Ni tú pretendes afirmar que existen fuera de la mente.
HILAS.- ¡Por favor!, dime en qué sentido lo entiendes.
FILONÚS.- ¡Oh! Me imagino que si hubiera estado presente en la creación, hubiera visto las cosas puestas en la existencia, es decir, llegar a ser perceptibles en el orden que describe el historiador sacro. Siempre he creído en el relato mosaico y no encuentro ahora alteración alguna en mi forma de creencia. Cuando se dice que las cosas empiezan o terminan su existencia, no quiero decir con respecto a Dios sino a sus criaturas. Dios conoce todos los objetos eternamente, o, lo que es lo mismo, tienen una existencia eterna en su mente; pero cuando las cosas anteriormente imperceptibles a las criaturas, se les hacen perceptibles, en virtud de un decreto de Dios, entonces se dice que empiezan una existencia relativa con respecto a las mentes creadas. Al leer, por tanto, el relato mosaico de la creación, entiendo que las diversas partes del universo se hicieron gradualmente perceptibles a los espíritus finitos, dotados de facultades apropiadas; de suerte que, dondequiera que estuviesen presentes, las percibían efectivamente. Éste es el sentido obvio literal que me sugieren las palabras de las Sagradas Escrituras, las cuales no contienen mención ni pensamiento alguno de un substrato, instrumento, ocasión o existencia absoluta. Y si se hace un examen, no dudo que se encontrará que la mayoría de los hombres sencillos y rectos, que creen en la creación, no pensaron sino como yo. Sólo tú puedes decirme en qué sentido metafísico lo entiendes.
HILAS.- Pero, Filonús, no pareces darte cuenta de que concedes a las cosas creadas en un principio sólo una realidad relativa y, por tanto, hipotética; es decir, suponiendo que había hombres para percibirlas, sin los cuales no tendrían actualidad de existencia absoluta en la que pudiera perfeccionarse la creación. ¿No es, en efecto, según tú, manifiestamente imposible que la creación de criatura inanimada alguna preceda a la del hombre? ¿Y no es esto completamente contrario al relato mosaico?
FILONÚS.- Para responder a eso digo, en primer lugar, que los seres creados pudieron empezar a existir en la mente de otras inteligencias creadas que no fuesen los hombres. No podrás tampoco probar que hay alguna contradicción entre Moisés y mis opiniones, a menos que muestres primero que no hubo otro orden de espíritus finitos creados existentes antes del hombre. Afirmo, asimismo, que en el caso de que concibiéramos la creación como si se produjese por un invisible poder una cantidad de plantas o vegetales en un desierto donde nadie estuviera presente, esa forma de explicarla o concebirla es compatible con mis principios, pues no te privan de nada sensible o imaginable, se adapta perfectamente a las opiniones corrientes, naturales y no pervertidas de la humanidad, y pone de manifiesto la dependencia de todas las cosas de Dios; y tiene, por consiguiente, todo el buen efecto o influencia que puede tener ese importante artículo de nuestra fe, al hacer a los hombres humildes, reconocidos y resignados para con su [gran]1 Creador. Declaro, sin embargo, que en esta ingenua concepción de las cosas, despojada de las palabras, no se encontrará noción alguna de lo que llamas la actualidad de una existencia absoluta. Podrás, desde luego, armar mucho jaleo con esas palabras y prolongar así nuestra discusión sin conseguir nada. Pero te pido que reflexiones con toda calma sobre tus propios pensamientos y que me digas entonces si no son una jerga inútil e ininteligible.
HILAS.- Reconozco que no va unida a ellos una noción muy clara. ¿Pero qué dices a esto? ¿No haces consistir la existencia de las cosas sensibles
1. Omitido en la 3a edición.
en que estén en una mente? ¿Y no estaban todas las cosas eternamente en la mente de Dios? ¿No existían, por tanto, desde toda la eternidad, según tú? ¿Y cómo podría ser creado en el tiempo lo que era eterno? ¿Puede haber algo más claro o mejor encadenado que lo que acabo de decir?
FILONÚS.- ¿Y no eres también de la opinión de que Dios conocía todas las cosas desde la eternidad?
HILAS.- Sí.
FILONÚS.- Tienen siempre, por tanto, una existencia en el intelecto divino.
HILAS.- Lo reconozco.
FILONÚS.- Así, pues, por tu propia confesión, nada es nuevo o empieza a ser con respecto a la mente de Dios. Estamos, indudablemente, de acuerdo en ese punto.
HILAS.- ¿Qué haremos, pues, de la creación?
FILONÚS.- ¿No pensaremos que se ha hecho completamente con relación a espíritus finitos, de suerte que se puede decir con propiedad que las cosas comienzan su existencia, o a ser creadas, cuando Dios decretó que se hicieran perceptibles a criaturas inteligentes, del modo y manera que entonces estableció y que ahora llamamos leyes de la naturaleza? Podrás llamar a esto una existencia relativa o hipotética, si quieres. Pero mientras nos facilite el sentido natural obvio y literal de la historia mosaica de la creación; mientras responda a todos los fines religiosos de ese gran artículo; en una palabra, mientras no puedas asignarle otro sentido o significado en su lugar, ¿por qué hemos de rechazarla? ¿Es para satisfacer una ridícula inclinación escéptica a hacer de todo algo sin sentido e ininteligible? Estoy seguro de que no puedes decir que es para la gloria de Dios. Pues admitiendo que sea posible y concebible qué el mundo corpóreo tenga una subsistencia absoluta extrínseca a la mente de Dios, así como a las mentes de todos los espíritus creados, ¿cómo eso podría, sin embargo, expresar la inmensidad o la omnisciencia de la Divinidad, o la dependencia necesaria e inmediata de todas las cosas con respecto a ella? Es más, ¿no parecería más bien que disminuía esos atributos?
HILAS.- Bueno, pero por lo que respecta a ese decreto de Dios por el que se hacen las cosas perceptibles, ¿qué dices, Filonús? ¿No está claro que Dios ejecutó ese decreto desde toda la eternidad, o empezó a querer en un cierto momento lo que no había querido efectivamente antes sino sólo tenido el designio de querer? En el primer caso no habría creación o comienzo de existencia tratándose de cosas finitas. En el segundo caso, tendremos que reconocer que algo nuevo acaece a la Divinidad, lo cual implica una especie de cambio, y todo cambio indica imperfección.
FILONÚS.- ¡Por favor! Ten en cuenta lo que vas a hacer. ¿No es evidente que esa objeción va igualmente contra la creación en cualquier otro sentido, e incluso contra todo otro acto de la Divinidad que pueda descubrir la luz natural? No podemos concebir nada de eso que no se realice en el tiempo y no tenga un comienzo. Dios es un ser de perfecciones trascendentes e ilimitadas; su naturaleza, por tanto, es incomprensible para los espíritus finitos. No hay que esperar, pues, que un hombre, sea materialista o inmaterialista, tenga conceptos exactamente precisos de la Divinidad, sus atributos y modos de operación. Si quieres, pues, inferir algo contra mí, tu dificultad no ha de proceder de la inadecuación de nuestras concepciones de la naturaleza divina, lo cual es inevitable en todo sistema, sino de la negación de la materia, la cual no se menciona para nada, ni directa ni indirectamente, en lo que acabas de objetar.
HILAS.- Tengo que reconocer que las dificultades que te has propuesto solucionar son únicamente aquellas que proceden de la no-existencia de la materia y son propias de dicha opinión. Hasta ahora tienes razón. Pero no puedo de ningún modo pensar que no hay una peculiar contradicción entre la creación y tu opinión; aunque desde luego no sé bien dónde está.
FILONÚS.- ¿Qué piensas? ¿No reconozco un doble estado de las cosas, uno ectípico o natural, otro arquetípico y eterno? El primero fue creado en el tiempo; el segundo existía desde siempre en la mente de Dios. ¿No está esto de conformidad con las opiniones corrientes de los teólogos? ¿O hace falta algo más para concebir la creación? Sin embargo, tienes la sospecha de una peculiar contradicción, aunque no sabes dónde está. Para eliminar cualquier escrúpulo posible, considera sólo este punto. Una de dos, o no puedes concebir la creación con ninguna hipótesis; y si es así no hay fundamento para que no guste mi opinión particular o para que se alegue algo en contra de la misma por tal motivo; o puedes concebirla, y en ese caso ¿por qué no has de hacerlo basándote en mis principios, pues con ellos no se suprime nada de lo que se puede concebir? Tienes a tu disposición todo el dominio de los sentidos, la imaginación y la razón. Así pues, todo lo que hayas podido aprehender anteriormente, mediata o inmediatamente, por medio de tus sentidos o del raciocinio partiendo de tus sentidos, todo lo que puedas percibir, imaginar o comprender, lo conservas. Si la opinión, pues, que tienes de la creación según otros principios es inteligible, también lo es según los míos; y si no lo es, pienso que no es una opinión en absoluto, y por tanto no se pierde nada. Y desde luego me parece muy evidente que suponer una materia, es decir, una cosa perfectamente desconocida e inconcebible, no puede servirnos para concebir nada. Y espero que no hará falta demostrarte que si la existencia de materia no permite que se conciba la creación, el hecho de que la realidad de la creación sea inconcebible sin ella no puede ser objeción alguna contra su no-existencia.
HILAS.- Reconozco, amigo Filonús, que casi me has convencido en este asunto de la creación.
FILONÚS.- Me gustaría saber por qué no estás completamente convencido. Me dirás, sin duda, que hay una contradicción entre la historia mosaica y el inmaterialismo, pero no sabes dónde está. ¿Es esto razonable, Hilas? ¿Cómo puedes esperar que solucione una dificultad sin saber cuál es? Pero, pasando por alto todo eso, ¿no se podría pensar que tú estás seguro de que no hay contradicción alguna entre las opiniones recibidas de los materialistas y las Escrituras inspiradas?
HILAS.- Y sí que lo estoy.
FILONÚS.- ¿Se debe entender la parte histórica de las Escrituras en un sentido sencillo y obvio, o en un sentido metafísico y poco común?
HILAS.- En un sentido sencillo, evidentemente.
FILONÚS.- Cuando Moisés habla de las hierbas, el agua, la Tierra, como creaciones de Dios, ¿no crees que se sugieren al lector no filósofo las cosas sensibles comúnmente significadas por esas palabras?
HILAS.- No puedo dejar de pensar así.
FILONÚS.- ¿Y no niega la doctrina de los materialistas la existencia real a todas las ideas o cosas percibidas por los sentidos?
HILAS.- Ya lo he reconocido.
FILONÚS.- Así pues, la creación, según ellos, no fue la creación de cosas sensibles que tienen solamente una realidad relativa, sino de ciertas naturalezas desconocidas que tienen una realidad absoluta en la cual terminaría la creación.
HILAS.- Es verdad.
FILONÚS.- ¿No es, pues, evidente que los que afirman la existencia de la materia destruyen el sentido obvio y sencillo de Moisés con el que sus opiniones son abiertamente incompatibles, y en su lugar nos imponen no sé qué, igualmente ininteligible a ellos y a mí?
HILAS.- No puedo contradecirte.
FILONÚS.- Moisés nos habla de creación. ¿Creación de qué? ¿De esencias desconocidas, de ocasiones, de substrato? No, ciertamente, sino de cosas obvias para los sentidos. Primero, tienes que poner de acuerdo esa afirmación con tus opiniones, si esperas que yo esté de acuerdo con ellas.
HILAS.- Veo que puedes atacarme con mis propias armas.
FILONÚS.- Entonces, por lo que se refiere a la existencia absoluta, ¿se ha conocido jamás alguna noción más pobre que ésta? Es algo tan abstracto e ininteligible, que has reconocido francamente que no podías concebirla, mucho menos explicar por ella alguna cosa. Pero aun admitiendo que exista la materia y que la noción de existencia absoluta sea tan clara como la luz, ¿se sabe que haya contribuido a hacer más creíble la creación? Que una sustancia corpórea, que tiene una existencia absoluta fuera de las mentes de los espíritus, sea sacada de la nada por la mera voluntad de un espíritu, se ha considerado como algo tan contrario a toda razón, tan imposible y absurdo, que no sólo los más célebres en la antigüedad sino incluso diversos filósofos modernos y cristianos han pensado que la materia era coeterna con la Deidad. Considérese todo esto en conjunto y júzguese entonces si el materialismo predispone a los hombres a creer en la creación de las cosas.
HILAS.- Reconozco, amigo Filonús, que mi opinión es que no predispone. Ésta de la creación es la última objeción que puedo pensar; y tengo necesariamente que reconocer que has contestado a ella tan bien como a las demás. No queda más obstáculo que superar una especie de inexplicable repugnancia hacia tus opiniones que experimento en mí mismo.
FILONÚS.- Cuando un hombre se inclina hacia una de las dos soluciones de una cuestión, sin saber por qué, ¿a qué se puede deber sino a los efectos del prejuicio que nunca deja de acompañar a las opiniones antiguas y arraigadas? Y desde luego, en este respecto no puedo negar que la creencia en la materia tiene una gran ventaja sobre la opinión contraria tratándose de hombres de educación ilustrada.
HILAS.- Confieso que me parece que es como tú dices.
FILONÚS.- Para contrapesar ese peso del prejuicio arrojemos en el platillo las grandes ventajas que produce la creencia en el inmaterialismo, tanto por lo que se refiere a la religión como al conocimiento humano. ¿No quedan probadas con la más clara e inmediata evidencia la existencia de un Dios y la incorruptibilidad del alma? Cuando hablo de la existencia de un Dios no quiero decir una causa oscura y general de las cosas, de la que no tengamos concepto alguno, sino de Dios, en el sentido estricto y propio de la palabra. Un ser cuya espiritualidad, omnipresencia, providencia, omnisciencia, poder infinito y bondad son tan evidentes como la existencia de las cosas sensibles de las que (pese a las pretensiones falaces y los afectados escrúpulos de los escépticos) no hay más razón para dudar que de nuestra propia realidad. Y por lo que respecta a las ciencias humanas, en filosofía natural, ¡a cuántas complicaciones, oscuridades y contradicciones ha conducido la creencia en la materia! Para no hablar de las discusiones sin cuento acerca de su extensión, continuidad, homogeneidad, gravedad, divisibilidad, etc., ¿no pretenden explicar todas las cosas mediante la acción de cuerpos sobre cuerpos, con arreglo a las leyes del movimiento? Y sin embargo, ¿son capaces de comprender cómo un cuerpo mueve a otro? Es más, admitiendo que no hubiera dificultad en poner de acuerdo la noción de un ser inerte con una causa, o en concebir cómo un accidente puede pasar de un cuerpo a otro, ¿podrían, sin embargo, con todos sus forzados pensamientos y extravagantes suposiciones lograr la producción mecánica de un cuerpo animal o vegetal? ¿Pueden, mediante las leyes del movimiento, dar cuenta de los sonidos, sabores, olores, o colores, o del curso regular de las cosas? ¿Han dado cuenta, por medio de principios físicos, de la concordancia y mecanismo por lo menos de las partes menos importantes del universo? Pero dejando a un lado la materia y las causas corpóreas, y admitiendo solamente la eficiencia de una mente omniperfecta, ¿no son fáciles e inteligibles todos los efectos de la naturaleza? Si los fenómenos no son más que ideas, Dios es un espíritu, y la materia un ser no inteligente y no percipiente. Si demuestran la existencia de un poder limitado en la causa de esas ideas, Dios es activo y omnipotente, pero la materia es una masa inerte. Si no pueden nunca admirarse suficientemente su orden, regularidad y utilidad, Dios es infinitamente sabio y providente, y la materia, en cambio, está desprovista de todo designio y plan. Éstas son, en verdad, las grandes ventajas en la física. Para no hablar del hecho de que el conocimiento de la lejanía de la Divinidad predispone naturalmente a los hombres a ser negligentes en sus acciones morales, pues tendrían más cautela en el caso de que creyeran que estaba inmediatamente presente y actuando sobre sus mentes sin la interposición de la materia o de causas segundas no pensantes. Y en metafísica, ¡cuántas dificultades acerca de la entidad en abstracto, las formas sustanciales, los principios hilárquicos, las naturalezas plásticas, la sustancia y el accidente1, el principio de individuación, la posibilidad del pensamiento de la materia, el origen de las ideas, la forma como dos sustancias independientes, tan diferentes como espíritu y materia, pueden actuar mutuamente entre sí! ¡Cuántas dificultades, repito, y disquisiciones sin fin acerca de estos puntos y otros muchos semejantes nos evitamos suponiendo que sólo existen los espíritus y las ideas! Hasta las matemáticas mismas, si suprimimos la existencia absoluta de cosas extensas, se hacen mucho más fáciles y claras; la mayoría de las paradojas chocantes y la intrincada especulación de esas ciencias proceden de la infinita divisibilidad de la extensión finita, la cual tiene su origen en esa suposición. Pero, ¿qué necesidad hay de insistir en las ciencias particulares? ¿No tiene el mismo fundamento esa oposición a toda clase de ciencias, ese frenesí de los escépticos antiguos y modernos? ¿O puedes presentar tanto como un argumento contra la realidad de las cosas corporales o en defensa de esa confesada ignorancia extrema de sus naturalezas, la cual no admite que su realidad consista en una existencia absoluta exterior? Con esa hipótesis hay que reconocer que están justificadas las objeciones por el cambio de colores en el cuello de una paloma o la apariencia de rotura de un remo sumergido en el agua. Pero estas y otras objeciones semejantes desaparecen si no sostenemos la realidad de originales exteriores absolutos, sino que situamos la realidad de las cosas en ideas, sin duda fluctuantes y variables, pero no a capricho, sino con arreglo a un orden natural fijo. Pues en eso consiste esa constancia y verdad de las cosas que asegura todos los intereses vitales y distingue lo que es real de lo que son visiones irregulares de la fantasía. HILAS - Estoy de acuerdo con todo lo que acabas de decir y tengo que reconocer que nada puede inclinarme más a abrazar tu opinión que las ventajas que veo la acompañan. Soy por naturaleza perezoso, y esa opinión supone un ahorro muy grande en el estudio. ¡Cuántas dudas, cuántas hipótesis, cuántos laberintos de entretenimiento, cuántos campos de disputas, qué océano de falsa ciencia se podrían evitar con ese único concepto de inmaterialismo!
FILONÚS.- Después de todo, ¿se puede hacer otra cosa? Recuerda que prometiste abrazar aquella opinión que al examinarla se mostrase más conforme con el sentido común y más apartada del escepticismo. Y esa opinión, según confiesas, es la que niega la materia o la existencia absoluta de cosas corpóreas. Y no es esto todo. La misma opinión se ha probado de diferentes modos, se ha enfocado con diferentes luces, se ha llegado a sus consecuencias y se han solucionado todas las objeciones que había contra ella. ¿Puede haber mayor evidencia de su verdad? ¿O es posible que tenga todos los caracteres de una opinión verdadera, y sea, sin embargo, falsa?
HILAS.- Me declaro completamente convencido ahora en todos los respectos. Pero, ¿qué seguridad puedo tener que continúe con el mismo pleno asentimiento a tu opinión y de que no se presente en el futuro alguna objeción o dificultad impensada?
1. En la 1a y en la 2a edición: «sujetos y adjuntos»
FILONÚS.- ¡Por favor, Hilas!, en otros casos, cuando algo quede demostrado de forma evidente, ¿no prestarás tu asentimiento por las dificultades u objeciones que pudieran presentarse? ¿Son suficientes, para que te opongas a la demostración matemática, las dificultades que se presentan en la doctrina de las cantidades inconmensurables, del ángulo de contacto, de las asíntotas a las curvas, etc.? ¿O dejarás de creer en la providencia de Dios porque haya algunas cosas determinadas que no sabes cómo conciliarías con ella? Si al inmaterialismo le acompañan dificultades, también hay al mismo tiempo pruebas directas y evidentes en su favor. Pero en favor de la existencia de la materia no hay una prueba, y en contra suya hay objeciones mucho más numerosas e insuperables. Pero, ¿dónde están esas grandes dificultades en las que tanto insistes? ¡Ah! No sabes dónde están o qué son; son algo que puede presentarse en el futuro. Si esto es un pretexto suficiente para rehusar tu pleno asentimiento, nunca lo prestarías a ninguna proposición por libre que esté de objeciones y por muy clara y sólidamente que se demuestre.
HILAS.- Me has convencido, Filonús.
FILONÚS.- Pero para prevenirte contra cualquier futura objeción, considera sólo que lo que va igualmente en contra de dos opiniones contradictorias no puede constituir una prueba contra ninguna de ellas. Así pues, cuando se presente una dificultad intenta solucionarla, si puedes, con la hipótesis de los materialistas. No te dejes engañar por las palabras; lo que debes hacer es sondear tus propios pensamientos. Y en el caso de que no puedas solucionar nada con la ayuda del materialismo, está claro que esa dificultad no puede constituir objeción alguna contra el inmaterialismo. Si te hubieras guiado siempre por esa norma, te hubieras ahorrado probablemente mucho trabajo al hacer objeciones; pues te desafío a que muestres una sola de todas tus dificultades que se pueda explicar por medio de la materia; mejor dicho, que no sea más ininteligible con esa hipótesis que sin ella y, por tanto, no sea más bien un contra que un pro. Debes considerar, en cada caso, si la dificultad procede de la no-existencia de materia. Si no es así, con la misma razón podrías argüir contra la divina presciencia basándote en la divisibilidad infinita de la extensión, que contra el inmaterialismo basándote en esa dificultad. Y sin embargo, si haces memoria, creo que verás que eso ha ocurrido a menudo, si no siempre. Debes, asimismo, tener cuidado de no argüir en forma de petición de principio. Uno propende a decir que se deben considerar las sustancias desconocidas como cosas reales más que como ideas en nuestras mentes. Y ¿quién puede decir, sin embargo, que la sustancia externa no pensante puede concurrir como causa o instrumento en la producción de nuestras ideas? ¿Pero no se procede así suponiendo que hay tales sustancias externas? Y al suponer eso, ¿no se postula lo que está precisamente en cuestión? Por encima de todo, has de cuidar de no dejarte engañar por ese error corriente que se llama ignora-tio elenchi (ignorancia de la cuestión). Has hablado a menudo como si creyeras que yo mantenía la no-existencia de las cosas sensibles; cuando en realidad nadie puede estar más completamente convencido de su existencia que yo y eres tú quien duda; debiera decir, quien positivamente la niega. Todo aquello que es visto, tocado, oído o de algún modo percibido por los sentidos es, según mis principios pero no según los tuyos, un ser real. Recuerda que la materia que defiendes es algo desconocido (si es que se la puede llamar algo), está completamente desprovista de toda cualidad sensible y no puede percibirse por los sentidos ni aprehenderse por la mente. Recuerda que no es un objeto lo que es duro o blando, caliente o frío, azul o blanco, redondo o cuadrado, etc. Pues todas estas cosas, yo afirmo que existen. Aunque desde luego niego que tengan una existencia distinta de su ser percibidas; o que existan fuera de cualesquiera mentes. Piensa en todo esto; considéralo atentamente y tenlo siempre en cuenta. Si no es así, no comprenderás el estado de la cuestión; sin eso tus objeciones estarán siempre fuera de lugar, y en vez de ser dirigidas contra mis opiniones pueden serlo (como más de una vez ha ocurrido) contra las tuyas propias.
HILAS.- Tengo que reconocer, amigo Filonús, que nada me parece que me ha impedido más el acuerdo contigo que ese no tomar la cuestión en sus verdaderos términos. Al negar la materia fui tentado, a lo primero, de imaginar que negabas las cosas que vemos y tocamos; pero reflexionando, encuentro que no hay fundamento para ello. ¿Y qué te parece, pues, conservar el nombre de materia y aplicarla a cosas sensibles? Esto se puede hacer sin cambio alguno en tus convicciones; y créeme que sería una forma de ganarse a algunas personas a quienes podría chocar más una innovación en las palabras que una opinión nueva.
FILONÚS.- De todo corazón; conserva la palabra materia, y aplícala a los objetos de los sentidos si quieres, siempre que no les atribuyas una subsistencia distinta de su ser percibidos. No discutiré contigo por expresión más o menos. Materia o sustancia material son términos introducidos por los filósofos; y tal como los usan, implican una especie de independencia o subsistencia distinta de la percepción por una mente; pero no los usa nunca el común de las gentes, y si alguna vez los usa es para significar los objetos inmediatos de los sentidos. Uno pensaría, pues, que mientras se conserven los nombres de todas las cosas particulares y los términos sensible, sustancia, cuerpo, género y otros semejantes, nunca se debería haber puesto en circulación en el lenguaje corriente la palabra materia. Y en las discusiones filosóficas me parece que lo mejor es dejarla a un lado completamente; pues quizás no hay nada que haya favorecido y aumentado tanto la depravada inclinación de la mente hacia el ateísmo como el uso de ese término general tan confuso.
HILAS.- Bueno, Filonús, puesto que accedo a renunciar a la noción de una sustancia no pensante exterior a la mente, creo que no deberías rehusarme el privilegio de utilizar la palabra materia como me guste, y aplicarla a un conjunto de cualidades sensibles que subsisten sólo en la mente. Reconozco francamente que en un sentido estricto no hay más sustancia que el espíritu. Pero me he acostumbrado tanto al término materia que no sé pasarme sin él. Decir que no hay materia en el mundo me resulta todavía chocante. Pero no me lo resulta decir que no hay materia, si por ese término se quiere significar una sustancia no pensante que existe fuera de la mente; ahora bien, si por materia se entiende una cosa sensible cuya existencia consiste en ser percibida, entonces sí hay materia, ya que esta distinción modifica completamente el aspecto de la cuestión, y los hombres aceptarán tus opiniones con poca dificultad cuando se las propongas de esa forma. Pues, después de todo, la controversia acerca de la materia, en su acepción estricta, se entabla entre tú y los filósofos, cuyos principios -lo reconozco- no son tan naturales, ni tan conformes con el sentido común de la humanidad ni con las Sagradas Escrituras, como los tuyos. No hay nada que deseemos o evitemos que no forme parte, o se perciba que forma parte, de nuestra felicidad o de nuestra miseria. Pero, ¿qué tiene que ver con la felicidad o la miseria, la alegría o la pena, el placer o el dolor, una existencia absoluta o entidades desconocidas abstraídas de cualquier relación con nosotros? Es evidente que las cosas, con respecto a nosotros, sólo son agradables o desagradables; y pueden agradar o desagradar sólo en la medida que se las percibe. Pues más allá de eso, no nos atañen; y así dejas las cosas tal como las encontraste. Sin embargo, hay algo nuevo en esta doctrina. Es evidente que ahora no pienso como los filósofos y, no obstante, tampoco estoy con el común de las gentes. Me gustaría saber cuál es la situación en este respecto; con más precisión, qué has añadido a mis anteriores opiniones o qué modificación has introducido en ellas.
FILONÚS.- No pretendo ser un creador de opiniones nuevas. Mis esfuerzos sólo tienden a unificar e ilustrar esa verdad que anteriormente compartieron la gente y los filósofos: la primera opina que «las cosas que inmediatamente perciben son las cosas reales»; y los segundos que «las cosas inmediatamente percibidas son ideas que existen sólo en la mente». Esas dos opiniones reunidas constituyen, en efecto, la sustancia de lo que propongo.
HILAS.- He desconfiado durante mucho tiempo de mis sentidos; me parece que he visto las cosas a través de una luz nebulosa y de cristales que inducían al error. Ahora han desaparecido esos cristales y una nueva luz inunda mi entendimiento. Estoy convencido con toda evidencia de que veo las cosas con sus formas naturales; y ya no me preocupo de sus naturalezas desconocidas o de una existencia absoluta. Este es el estado en que en la actualidad me encuentro; aunque en verdad no comprendo muy bien todo el proceso que me ha conducido a él. Partiste de los mismos principios que los académicos cartesianos y escuelas semejantes; y durante mucho tiempo parecía como si estuvieras proponiendo su escepticismo filosófico; pero al final, tus conclusiones han sido completamente opuestas.
FILONÚS.- Mira, Hilas, el agua de esa fuente, cómo es impulsada, en una redonda columna, hasta una cierta altura; y al llegar a ella se rompe y cae en la fuente de donde surgió; su ascensión, como su descenso, se origina por la misma ley uniforme o principio de la gravedad. De ese modo, precisamente, los mismos principios que a primera vista conducen al escepticismo, si se los sigue hasta un cierto punto, llevan otra vez al hombre al sentido común.
HILAS.- Reconozco que no va unida a ellos una noción muy clara. ¿Pero qué dices a esto? ¿No haces consistir la existencia de las cosas sensibles
1. Omitido en la 3a edición.
en que estén en una mente? ¿Y no estaban todas las cosas eternamente en la mente de Dios? ¿No existían, por tanto, desde toda la eternidad, según tú? ¿Y cómo podría ser creado en el tiempo lo que era eterno? ¿Puede haber algo más claro o mejor encadenado que lo que acabo de decir?
FILONÚS.- ¿Y no eres también de la opinión de que Dios conocía todas las cosas desde la eternidad?
HILAS.- Sí.
FILONÚS.- Tienen siempre, por tanto, una existencia en el intelecto divino.
HILAS.- Lo reconozco.
FILONÚS.- Así, pues, por tu propia confesión, nada es nuevo o empieza a ser con respecto a la mente de Dios. Estamos, indudablemente, de acuerdo en ese punto.
HILAS.- ¿Qué haremos, pues, de la creación?
FILONÚS.- ¿No pensaremos que se ha hecho completamente con relación a espíritus finitos, de suerte que se puede decir con propiedad que las cosas comienzan su existencia, o a ser creadas, cuando Dios decretó que se hicieran perceptibles a criaturas inteligentes, del modo y manera que entonces estableció y que ahora llamamos leyes de la naturaleza? Podrás llamar a esto una existencia relativa o hipotética, si quieres. Pero mientras nos facilite el sentido natural obvio y literal de la historia mosaica de la creación; mientras responda a todos los fines religiosos de ese gran artículo; en una palabra, mientras no puedas asignarle otro sentido o significado en su lugar, ¿por qué hemos de rechazarla? ¿Es para satisfacer una ridícula inclinación escéptica a hacer de todo algo sin sentido e ininteligible? Estoy seguro de que no puedes decir que es para la gloria de Dios. Pues admitiendo que sea posible y concebible qué el mundo corpóreo tenga una subsistencia absoluta extrínseca a la mente de Dios, así como a las mentes de todos los espíritus creados, ¿cómo eso podría, sin embargo, expresar la inmensidad o la omnisciencia de la Divinidad, o la dependencia necesaria e inmediata de todas las cosas con respecto a ella? Es más, ¿no parecería más bien que disminuía esos atributos?
HILAS.- Bueno, pero por lo que respecta a ese decreto de Dios por el que se hacen las cosas perceptibles, ¿qué dices, Filonús? ¿No está claro que Dios ejecutó ese decreto desde toda la eternidad, o empezó a querer en un cierto momento lo que no había querido efectivamente antes sino sólo tenido el designio de querer? En el primer caso no habría creación o comienzo de existencia tratándose de cosas finitas. En el segundo caso, tendremos que reconocer que algo nuevo acaece a la Divinidad, lo cual implica una especie de cambio, y todo cambio indica imperfección.
FILONÚS.- ¡Por favor! Ten en cuenta lo que vas a hacer. ¿No es evidente que esa objeción va igualmente contra la creación en cualquier otro sentido, e incluso contra todo otro acto de la Divinidad que pueda descubrir la luz natural? No podemos concebir nada de eso que no se realice en el tiempo y no tenga un comienzo. Dios es un ser de perfecciones trascendentes e ilimitadas; su naturaleza, por tanto, es incomprensible para los espíritus finitos. No hay que esperar, pues, que un hombre, sea materialista o inmaterialista, tenga conceptos exactamente precisos de la Divinidad, sus atributos y modos de operación. Si quieres, pues, inferir algo contra mí, tu dificultad no ha de proceder de la inadecuación de nuestras concepciones de la naturaleza divina, lo cual es inevitable en todo sistema, sino de la negación de la materia, la cual no se menciona para nada, ni directa ni indirectamente, en lo que acabas de objetar.
HILAS.- Tengo que reconocer que las dificultades que te has propuesto solucionar son únicamente aquellas que proceden de la no-existencia de la materia y son propias de dicha opinión. Hasta ahora tienes razón. Pero no puedo de ningún modo pensar que no hay una peculiar contradicción entre la creación y tu opinión; aunque desde luego no sé bien dónde está.
FILONÚS.- ¿Qué piensas? ¿No reconozco un doble estado de las cosas, uno ectípico o natural, otro arquetípico y eterno? El primero fue creado en el tiempo; el segundo existía desde siempre en la mente de Dios. ¿No está esto de conformidad con las opiniones corrientes de los teólogos? ¿O hace falta algo más para concebir la creación? Sin embargo, tienes la sospecha de una peculiar contradicción, aunque no sabes dónde está. Para eliminar cualquier escrúpulo posible, considera sólo este punto. Una de dos, o no puedes concebir la creación con ninguna hipótesis; y si es así no hay fundamento para que no guste mi opinión particular o para que se alegue algo en contra de la misma por tal motivo; o puedes concebirla, y en ese caso ¿por qué no has de hacerlo basándote en mis principios, pues con ellos no se suprime nada de lo que se puede concebir? Tienes a tu disposición todo el dominio de los sentidos, la imaginación y la razón. Así pues, todo lo que hayas podido aprehender anteriormente, mediata o inmediatamente, por medio de tus sentidos o del raciocinio partiendo de tus sentidos, todo lo que puedas percibir, imaginar o comprender, lo conservas. Si la opinión, pues, que tienes de la creación según otros principios es inteligible, también lo es según los míos; y si no lo es, pienso que no es una opinión en absoluto, y por tanto no se pierde nada. Y desde luego me parece muy evidente que suponer una materia, es decir, una cosa perfectamente desconocida e inconcebible, no puede servirnos para concebir nada. Y espero que no hará falta demostrarte que si la existencia de materia no permite que se conciba la creación, el hecho de que la realidad de la creación sea inconcebible sin ella no puede ser objeción alguna contra su no-existencia.
HILAS.- Reconozco, amigo Filonús, que casi me has convencido en este asunto de la creación.
FILONÚS.- Me gustaría saber por qué no estás completamente convencido. Me dirás, sin duda, que hay una contradicción entre la historia mosaica y el inmaterialismo, pero no sabes dónde está. ¿Es esto razonable, Hilas? ¿Cómo puedes esperar que solucione una dificultad sin saber cuál es? Pero, pasando por alto todo eso, ¿no se podría pensar que tú estás seguro de que no hay contradicción alguna entre las opiniones recibidas de los materialistas y las Escrituras inspiradas?
HILAS.- Y sí que lo estoy.
FILONÚS.- ¿Se debe entender la parte histórica de las Escrituras en un sentido sencillo y obvio, o en un sentido metafísico y poco común?
HILAS.- En un sentido sencillo, evidentemente.
FILONÚS.- Cuando Moisés habla de las hierbas, el agua, la Tierra, como creaciones de Dios, ¿no crees que se sugieren al lector no filósofo las cosas sensibles comúnmente significadas por esas palabras?
HILAS.- No puedo dejar de pensar así.
FILONÚS.- ¿Y no niega la doctrina de los materialistas la existencia real a todas las ideas o cosas percibidas por los sentidos?
HILAS.- Ya lo he reconocido.
FILONÚS.- Así pues, la creación, según ellos, no fue la creación de cosas sensibles que tienen solamente una realidad relativa, sino de ciertas naturalezas desconocidas que tienen una realidad absoluta en la cual terminaría la creación.
HILAS.- Es verdad.
FILONÚS.- ¿No es, pues, evidente que los que afirman la existencia de la materia destruyen el sentido obvio y sencillo de Moisés con el que sus opiniones son abiertamente incompatibles, y en su lugar nos imponen no sé qué, igualmente ininteligible a ellos y a mí?
HILAS.- No puedo contradecirte.
FILONÚS.- Moisés nos habla de creación. ¿Creación de qué? ¿De esencias desconocidas, de ocasiones, de substrato? No, ciertamente, sino de cosas obvias para los sentidos. Primero, tienes que poner de acuerdo esa afirmación con tus opiniones, si esperas que yo esté de acuerdo con ellas.
HILAS.- Veo que puedes atacarme con mis propias armas.
FILONÚS.- Entonces, por lo que se refiere a la existencia absoluta, ¿se ha conocido jamás alguna noción más pobre que ésta? Es algo tan abstracto e ininteligible, que has reconocido francamente que no podías concebirla, mucho menos explicar por ella alguna cosa. Pero aun admitiendo que exista la materia y que la noción de existencia absoluta sea tan clara como la luz, ¿se sabe que haya contribuido a hacer más creíble la creación? Que una sustancia corpórea, que tiene una existencia absoluta fuera de las mentes de los espíritus, sea sacada de la nada por la mera voluntad de un espíritu, se ha considerado como algo tan contrario a toda razón, tan imposible y absurdo, que no sólo los más célebres en la antigüedad sino incluso diversos filósofos modernos y cristianos han pensado que la materia era coeterna con la Deidad. Considérese todo esto en conjunto y júzguese entonces si el materialismo predispone a los hombres a creer en la creación de las cosas.
HILAS.- Reconozco, amigo Filonús, que mi opinión es que no predispone. Ésta de la creación es la última objeción que puedo pensar; y tengo necesariamente que reconocer que has contestado a ella tan bien como a las demás. No queda más obstáculo que superar una especie de inexplicable repugnancia hacia tus opiniones que experimento en mí mismo.
FILONÚS.- Cuando un hombre se inclina hacia una de las dos soluciones de una cuestión, sin saber por qué, ¿a qué se puede deber sino a los efectos del prejuicio que nunca deja de acompañar a las opiniones antiguas y arraigadas? Y desde luego, en este respecto no puedo negar que la creencia en la materia tiene una gran ventaja sobre la opinión contraria tratándose de hombres de educación ilustrada.
HILAS.- Confieso que me parece que es como tú dices.
FILONÚS.- Para contrapesar ese peso del prejuicio arrojemos en el platillo las grandes ventajas que produce la creencia en el inmaterialismo, tanto por lo que se refiere a la religión como al conocimiento humano. ¿No quedan probadas con la más clara e inmediata evidencia la existencia de un Dios y la incorruptibilidad del alma? Cuando hablo de la existencia de un Dios no quiero decir una causa oscura y general de las cosas, de la que no tengamos concepto alguno, sino de Dios, en el sentido estricto y propio de la palabra. Un ser cuya espiritualidad, omnipresencia, providencia, omnisciencia, poder infinito y bondad son tan evidentes como la existencia de las cosas sensibles de las que (pese a las pretensiones falaces y los afectados escrúpulos de los escépticos) no hay más razón para dudar que de nuestra propia realidad. Y por lo que respecta a las ciencias humanas, en filosofía natural, ¡a cuántas complicaciones, oscuridades y contradicciones ha conducido la creencia en la materia! Para no hablar de las discusiones sin cuento acerca de su extensión, continuidad, homogeneidad, gravedad, divisibilidad, etc., ¿no pretenden explicar todas las cosas mediante la acción de cuerpos sobre cuerpos, con arreglo a las leyes del movimiento? Y sin embargo, ¿son capaces de comprender cómo un cuerpo mueve a otro? Es más, admitiendo que no hubiera dificultad en poner de acuerdo la noción de un ser inerte con una causa, o en concebir cómo un accidente puede pasar de un cuerpo a otro, ¿podrían, sin embargo, con todos sus forzados pensamientos y extravagantes suposiciones lograr la producción mecánica de un cuerpo animal o vegetal? ¿Pueden, mediante las leyes del movimiento, dar cuenta de los sonidos, sabores, olores, o colores, o del curso regular de las cosas? ¿Han dado cuenta, por medio de principios físicos, de la concordancia y mecanismo por lo menos de las partes menos importantes del universo? Pero dejando a un lado la materia y las causas corpóreas, y admitiendo solamente la eficiencia de una mente omniperfecta, ¿no son fáciles e inteligibles todos los efectos de la naturaleza? Si los fenómenos no son más que ideas, Dios es un espíritu, y la materia un ser no inteligente y no percipiente. Si demuestran la existencia de un poder limitado en la causa de esas ideas, Dios es activo y omnipotente, pero la materia es una masa inerte. Si no pueden nunca admirarse suficientemente su orden, regularidad y utilidad, Dios es infinitamente sabio y providente, y la materia, en cambio, está desprovista de todo designio y plan. Éstas son, en verdad, las grandes ventajas en la física. Para no hablar del hecho de que el conocimiento de la lejanía de la Divinidad predispone naturalmente a los hombres a ser negligentes en sus acciones morales, pues tendrían más cautela en el caso de que creyeran que estaba inmediatamente presente y actuando sobre sus mentes sin la interposición de la materia o de causas segundas no pensantes. Y en metafísica, ¡cuántas dificultades acerca de la entidad en abstracto, las formas sustanciales, los principios hilárquicos, las naturalezas plásticas, la sustancia y el accidente1, el principio de individuación, la posibilidad del pensamiento de la materia, el origen de las ideas, la forma como dos sustancias independientes, tan diferentes como espíritu y materia, pueden actuar mutuamente entre sí! ¡Cuántas dificultades, repito, y disquisiciones sin fin acerca de estos puntos y otros muchos semejantes nos evitamos suponiendo que sólo existen los espíritus y las ideas! Hasta las matemáticas mismas, si suprimimos la existencia absoluta de cosas extensas, se hacen mucho más fáciles y claras; la mayoría de las paradojas chocantes y la intrincada especulación de esas ciencias proceden de la infinita divisibilidad de la extensión finita, la cual tiene su origen en esa suposición. Pero, ¿qué necesidad hay de insistir en las ciencias particulares? ¿No tiene el mismo fundamento esa oposición a toda clase de ciencias, ese frenesí de los escépticos antiguos y modernos? ¿O puedes presentar tanto como un argumento contra la realidad de las cosas corporales o en defensa de esa confesada ignorancia extrema de sus naturalezas, la cual no admite que su realidad consista en una existencia absoluta exterior? Con esa hipótesis hay que reconocer que están justificadas las objeciones por el cambio de colores en el cuello de una paloma o la apariencia de rotura de un remo sumergido en el agua. Pero estas y otras objeciones semejantes desaparecen si no sostenemos la realidad de originales exteriores absolutos, sino que situamos la realidad de las cosas en ideas, sin duda fluctuantes y variables, pero no a capricho, sino con arreglo a un orden natural fijo. Pues en eso consiste esa constancia y verdad de las cosas que asegura todos los intereses vitales y distingue lo que es real de lo que son visiones irregulares de la fantasía. HILAS - Estoy de acuerdo con todo lo que acabas de decir y tengo que reconocer que nada puede inclinarme más a abrazar tu opinión que las ventajas que veo la acompañan. Soy por naturaleza perezoso, y esa opinión supone un ahorro muy grande en el estudio. ¡Cuántas dudas, cuántas hipótesis, cuántos laberintos de entretenimiento, cuántos campos de disputas, qué océano de falsa ciencia se podrían evitar con ese único concepto de inmaterialismo!
FILONÚS.- Después de todo, ¿se puede hacer otra cosa? Recuerda que prometiste abrazar aquella opinión que al examinarla se mostrase más conforme con el sentido común y más apartada del escepticismo. Y esa opinión, según confiesas, es la que niega la materia o la existencia absoluta de cosas corpóreas. Y no es esto todo. La misma opinión se ha probado de diferentes modos, se ha enfocado con diferentes luces, se ha llegado a sus consecuencias y se han solucionado todas las objeciones que había contra ella. ¿Puede haber mayor evidencia de su verdad? ¿O es posible que tenga todos los caracteres de una opinión verdadera, y sea, sin embargo, falsa?
HILAS.- Me declaro completamente convencido ahora en todos los respectos. Pero, ¿qué seguridad puedo tener que continúe con el mismo pleno asentimiento a tu opinión y de que no se presente en el futuro alguna objeción o dificultad impensada?
1. En la 1a y en la 2a edición: «sujetos y adjuntos»
FILONÚS.- ¡Por favor, Hilas!, en otros casos, cuando algo quede demostrado de forma evidente, ¿no prestarás tu asentimiento por las dificultades u objeciones que pudieran presentarse? ¿Son suficientes, para que te opongas a la demostración matemática, las dificultades que se presentan en la doctrina de las cantidades inconmensurables, del ángulo de contacto, de las asíntotas a las curvas, etc.? ¿O dejarás de creer en la providencia de Dios porque haya algunas cosas determinadas que no sabes cómo conciliarías con ella? Si al inmaterialismo le acompañan dificultades, también hay al mismo tiempo pruebas directas y evidentes en su favor. Pero en favor de la existencia de la materia no hay una prueba, y en contra suya hay objeciones mucho más numerosas e insuperables. Pero, ¿dónde están esas grandes dificultades en las que tanto insistes? ¡Ah! No sabes dónde están o qué son; son algo que puede presentarse en el futuro. Si esto es un pretexto suficiente para rehusar tu pleno asentimiento, nunca lo prestarías a ninguna proposición por libre que esté de objeciones y por muy clara y sólidamente que se demuestre.
HILAS.- Me has convencido, Filonús.
FILONÚS.- Pero para prevenirte contra cualquier futura objeción, considera sólo que lo que va igualmente en contra de dos opiniones contradictorias no puede constituir una prueba contra ninguna de ellas. Así pues, cuando se presente una dificultad intenta solucionarla, si puedes, con la hipótesis de los materialistas. No te dejes engañar por las palabras; lo que debes hacer es sondear tus propios pensamientos. Y en el caso de que no puedas solucionar nada con la ayuda del materialismo, está claro que esa dificultad no puede constituir objeción alguna contra el inmaterialismo. Si te hubieras guiado siempre por esa norma, te hubieras ahorrado probablemente mucho trabajo al hacer objeciones; pues te desafío a que muestres una sola de todas tus dificultades que se pueda explicar por medio de la materia; mejor dicho, que no sea más ininteligible con esa hipótesis que sin ella y, por tanto, no sea más bien un contra que un pro. Debes considerar, en cada caso, si la dificultad procede de la no-existencia de materia. Si no es así, con la misma razón podrías argüir contra la divina presciencia basándote en la divisibilidad infinita de la extensión, que contra el inmaterialismo basándote en esa dificultad. Y sin embargo, si haces memoria, creo que verás que eso ha ocurrido a menudo, si no siempre. Debes, asimismo, tener cuidado de no argüir en forma de petición de principio. Uno propende a decir que se deben considerar las sustancias desconocidas como cosas reales más que como ideas en nuestras mentes. Y ¿quién puede decir, sin embargo, que la sustancia externa no pensante puede concurrir como causa o instrumento en la producción de nuestras ideas? ¿Pero no se procede así suponiendo que hay tales sustancias externas? Y al suponer eso, ¿no se postula lo que está precisamente en cuestión? Por encima de todo, has de cuidar de no dejarte engañar por ese error corriente que se llama ignora-tio elenchi (ignorancia de la cuestión). Has hablado a menudo como si creyeras que yo mantenía la no-existencia de las cosas sensibles; cuando en realidad nadie puede estar más completamente convencido de su existencia que yo y eres tú quien duda; debiera decir, quien positivamente la niega. Todo aquello que es visto, tocado, oído o de algún modo percibido por los sentidos es, según mis principios pero no según los tuyos, un ser real. Recuerda que la materia que defiendes es algo desconocido (si es que se la puede llamar algo), está completamente desprovista de toda cualidad sensible y no puede percibirse por los sentidos ni aprehenderse por la mente. Recuerda que no es un objeto lo que es duro o blando, caliente o frío, azul o blanco, redondo o cuadrado, etc. Pues todas estas cosas, yo afirmo que existen. Aunque desde luego niego que tengan una existencia distinta de su ser percibidas; o que existan fuera de cualesquiera mentes. Piensa en todo esto; considéralo atentamente y tenlo siempre en cuenta. Si no es así, no comprenderás el estado de la cuestión; sin eso tus objeciones estarán siempre fuera de lugar, y en vez de ser dirigidas contra mis opiniones pueden serlo (como más de una vez ha ocurrido) contra las tuyas propias.
HILAS.- Tengo que reconocer, amigo Filonús, que nada me parece que me ha impedido más el acuerdo contigo que ese no tomar la cuestión en sus verdaderos términos. Al negar la materia fui tentado, a lo primero, de imaginar que negabas las cosas que vemos y tocamos; pero reflexionando, encuentro que no hay fundamento para ello. ¿Y qué te parece, pues, conservar el nombre de materia y aplicarla a cosas sensibles? Esto se puede hacer sin cambio alguno en tus convicciones; y créeme que sería una forma de ganarse a algunas personas a quienes podría chocar más una innovación en las palabras que una opinión nueva.
FILONÚS.- De todo corazón; conserva la palabra materia, y aplícala a los objetos de los sentidos si quieres, siempre que no les atribuyas una subsistencia distinta de su ser percibidos. No discutiré contigo por expresión más o menos. Materia o sustancia material son términos introducidos por los filósofos; y tal como los usan, implican una especie de independencia o subsistencia distinta de la percepción por una mente; pero no los usa nunca el común de las gentes, y si alguna vez los usa es para significar los objetos inmediatos de los sentidos. Uno pensaría, pues, que mientras se conserven los nombres de todas las cosas particulares y los términos sensible, sustancia, cuerpo, género y otros semejantes, nunca se debería haber puesto en circulación en el lenguaje corriente la palabra materia. Y en las discusiones filosóficas me parece que lo mejor es dejarla a un lado completamente; pues quizás no hay nada que haya favorecido y aumentado tanto la depravada inclinación de la mente hacia el ateísmo como el uso de ese término general tan confuso.
HILAS.- Bueno, Filonús, puesto que accedo a renunciar a la noción de una sustancia no pensante exterior a la mente, creo que no deberías rehusarme el privilegio de utilizar la palabra materia como me guste, y aplicarla a un conjunto de cualidades sensibles que subsisten sólo en la mente. Reconozco francamente que en un sentido estricto no hay más sustancia que el espíritu. Pero me he acostumbrado tanto al término materia que no sé pasarme sin él. Decir que no hay materia en el mundo me resulta todavía chocante. Pero no me lo resulta decir que no hay materia, si por ese término se quiere significar una sustancia no pensante que existe fuera de la mente; ahora bien, si por materia se entiende una cosa sensible cuya existencia consiste en ser percibida, entonces sí hay materia, ya que esta distinción modifica completamente el aspecto de la cuestión, y los hombres aceptarán tus opiniones con poca dificultad cuando se las propongas de esa forma. Pues, después de todo, la controversia acerca de la materia, en su acepción estricta, se entabla entre tú y los filósofos, cuyos principios -lo reconozco- no son tan naturales, ni tan conformes con el sentido común de la humanidad ni con las Sagradas Escrituras, como los tuyos. No hay nada que deseemos o evitemos que no forme parte, o se perciba que forma parte, de nuestra felicidad o de nuestra miseria. Pero, ¿qué tiene que ver con la felicidad o la miseria, la alegría o la pena, el placer o el dolor, una existencia absoluta o entidades desconocidas abstraídas de cualquier relación con nosotros? Es evidente que las cosas, con respecto a nosotros, sólo son agradables o desagradables; y pueden agradar o desagradar sólo en la medida que se las percibe. Pues más allá de eso, no nos atañen; y así dejas las cosas tal como las encontraste. Sin embargo, hay algo nuevo en esta doctrina. Es evidente que ahora no pienso como los filósofos y, no obstante, tampoco estoy con el común de las gentes. Me gustaría saber cuál es la situación en este respecto; con más precisión, qué has añadido a mis anteriores opiniones o qué modificación has introducido en ellas.
FILONÚS.- No pretendo ser un creador de opiniones nuevas. Mis esfuerzos sólo tienden a unificar e ilustrar esa verdad que anteriormente compartieron la gente y los filósofos: la primera opina que «las cosas que inmediatamente perciben son las cosas reales»; y los segundos que «las cosas inmediatamente percibidas son ideas que existen sólo en la mente». Esas dos opiniones reunidas constituyen, en efecto, la sustancia de lo que propongo.
HILAS.- He desconfiado durante mucho tiempo de mis sentidos; me parece que he visto las cosas a través de una luz nebulosa y de cristales que inducían al error. Ahora han desaparecido esos cristales y una nueva luz inunda mi entendimiento. Estoy convencido con toda evidencia de que veo las cosas con sus formas naturales; y ya no me preocupo de sus naturalezas desconocidas o de una existencia absoluta. Este es el estado en que en la actualidad me encuentro; aunque en verdad no comprendo muy bien todo el proceso que me ha conducido a él. Partiste de los mismos principios que los académicos cartesianos y escuelas semejantes; y durante mucho tiempo parecía como si estuvieras proponiendo su escepticismo filosófico; pero al final, tus conclusiones han sido completamente opuestas.
FILONÚS.- Mira, Hilas, el agua de esa fuente, cómo es impulsada, en una redonda columna, hasta una cierta altura; y al llegar a ella se rompe y cae en la fuente de donde surgió; su ascensión, como su descenso, se origina por la misma ley uniforme o principio de la gravedad. De ese modo, precisamente, los mismos principios que a primera vista conducen al escepticismo, si se los sigue hasta un cierto punto, llevan otra vez al hombre al sentido común.
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