Poesia: Leopoldo Lugones - El color exótico - El éxtasis - Emoción aldeana - Historia de mi muerte - Links a mas LL
Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in Poesia: Leopoldo Lugones - El color exotico - El extasis - Emoción aldeana - Historia de mi muerte - Links a mas LL | Posted on 14:13
El color exótico
Con tu pantalla oval de anea rara,
tus largos alfileres y tus flores,
parecías, cargada de primores
una ambigua musmé del Yoshivara.
Hería en los musgosos surtidores
su cristalina tecla el agua clara,
y el tilo que a mis ojos te ocultara
gemía con eglógicos rumores.
Tal como una bandera derrotada
se ajó la tarde, hundiéndose en la nada.
A la sombra del tálamo enemigo
se apagó en tu collar la última gema.
Y sobre el broche de tu liga crema
crucifiqué mi corazón mendigo.
Con tu pantalla oval de anea rara,
tus largos alfileres y tus flores,
parecías, cargada de primores
una ambigua musmé del Yoshivara.
Hería en los musgosos surtidores
su cristalina tecla el agua clara,
y el tilo que a mis ojos te ocultara
gemía con eglógicos rumores.
Tal como una bandera derrotada
se ajó la tarde, hundiéndose en la nada.
A la sombra del tálamo enemigo
se apagó en tu collar la última gema.
Y sobre el broche de tu liga crema
crucifiqué mi corazón mendigo.
El éxtasis
Dormía la arboleda; las ventanas
llenábanse de luz como pupilas;
las sendas grises se tornaban lilas;
cuajábanse la luz en densas granas.
La estrella que conoce por hermanas
desde el cielo tus lágrimas tranquilas,
brotó, evocando al son de las esquilas,
el rústico Belén de las aldeanas.
Mientras en las espumas del torrente
deshojaba tu amor sus primaveras
de muselina, relevó el ambiente
la armoniosa amplitud de tus caderas,
y una vaca mugió sonoramente
allá, por las sonámbulas praderas.
Emoción aldeana
Nunca gocé ternura más extraña,
Que una tarde entre las manos prolijas
Del barbero de campaña,
Furtivo carbonario que tenía dos hijas.
Yo venía de la montaña
En mi claudicante jardinera,
Con timidez urbana y ebrio de primavera.
Aristas de mis parvas,
Tupían la fortaleza silvestre
De mi semestre
De barbas.
Recliné la cabeza
Sobre la fatigada almohadilla,
Con una plenitud sencilla
De docilidad y de limpieza;
y en ademán cristiano presenté la mejilla...
El desonchado espejo,
Protegido por marchitos tules,
Absorbiendo el paisaje en su reflejo,
Era un óleo enorme de sol bermejo,
Praderas pálidas y cielos azules.
y ante el mórbido gozo
De la tarde vibrada en pastorelas,
Flameaba como un soberbio trozo
Que glorificara un orgullo de escuelas.
La brocha, en tanto,
Nevaba su sedosa espuma
Con el encanto
De una caricia de pluma.
De algún redil cabrío, que en tibiezas amigas
Aprontaba al rebaño su familiar sosiego,
Exhalaban un perfume labriego
De polen almizclado las boñigas.
Con sonora mordedura
Raía mi fértil mejilla la navaja.
Mientras sonriendo anécdotas en voz baja,
El liberal barbero me hablaba mal del cura.
A la plática ajeno,
Preguntábale yo, superior y sereno
(Bien que con cierta inquietud de celibato),
Por sus dos hijas, Filiberta y Antonia;
Cuando de pronto deleitó mi olfato
Una ráfaga de agua de colonia.
Era la primogénita, doncella preclara,
Chisporroteada en pecas bajo rulos de cobre.
Mas en ese momento, con presteza avara,
Rociábame el maestro su vinagre a la cara,
En insípido aroma de pradera pobre.
Harto esponjada en sus percales,
La joven apareció, un tanto incierta,
A pesar de las lisonjas locales.
Por la puerta,
Asomaron racimos de glicinas,
y llegó de la huerta
Un maternal escándalo de gallinas.
Cuando, con fútil prisa,
Hacia la bella volví mi faz más grata,
Su púdico saludo respondió a mi sonrisa.
y ante el sufragio de mi amor pirata,
y la flamante lozanía de mis carrillos,
Vi abrirse enormemente sus ojos de gata,
Fritos en rubor como dos huevecillos.
Sobre el espejo, la tarde lila
Improvisaba un lánguido miraje,
En un ligero vértigo de agua tranquila.
y aquella joven con su blanco traje
Al borde de esa visionaria cuenca,
Daba al fugaz paisaje
Un aire de antigua ingenuidad flamenca.
Historia de mi muerte
Soñé la muerte y era muy sencillo:
Una hebra de seda me envolvía,
y a cada beso tuyo
con una vuelta menos me ceñía.
Y cada beso tuyo
era un día.
Y el tiempo que mediaba entre dos besos
una noche. La muerte es muy sencilla.
Y poco a poco fue desenvolviéndose
la hebra fatal. Ya no la retenía
sino por un sólo cabo entre los dedos...
Cuando de pronto te pusiste fría,
y ya no me besaste...
Y solté el cabo, y se me fue la vida.
Dormía la arboleda; las ventanas
llenábanse de luz como pupilas;
las sendas grises se tornaban lilas;
cuajábanse la luz en densas granas.
La estrella que conoce por hermanas
desde el cielo tus lágrimas tranquilas,
brotó, evocando al son de las esquilas,
el rústico Belén de las aldeanas.
Mientras en las espumas del torrente
deshojaba tu amor sus primaveras
de muselina, relevó el ambiente
la armoniosa amplitud de tus caderas,
y una vaca mugió sonoramente
allá, por las sonámbulas praderas.
Emoción aldeana
Nunca gocé ternura más extraña,
Que una tarde entre las manos prolijas
Del barbero de campaña,
Furtivo carbonario que tenía dos hijas.
Yo venía de la montaña
En mi claudicante jardinera,
Con timidez urbana y ebrio de primavera.
Aristas de mis parvas,
Tupían la fortaleza silvestre
De mi semestre
De barbas.
Recliné la cabeza
Sobre la fatigada almohadilla,
Con una plenitud sencilla
De docilidad y de limpieza;
y en ademán cristiano presenté la mejilla...
El desonchado espejo,
Protegido por marchitos tules,
Absorbiendo el paisaje en su reflejo,
Era un óleo enorme de sol bermejo,
Praderas pálidas y cielos azules.
y ante el mórbido gozo
De la tarde vibrada en pastorelas,
Flameaba como un soberbio trozo
Que glorificara un orgullo de escuelas.
La brocha, en tanto,
Nevaba su sedosa espuma
Con el encanto
De una caricia de pluma.
De algún redil cabrío, que en tibiezas amigas
Aprontaba al rebaño su familiar sosiego,
Exhalaban un perfume labriego
De polen almizclado las boñigas.
Con sonora mordedura
Raía mi fértil mejilla la navaja.
Mientras sonriendo anécdotas en voz baja,
El liberal barbero me hablaba mal del cura.
A la plática ajeno,
Preguntábale yo, superior y sereno
(Bien que con cierta inquietud de celibato),
Por sus dos hijas, Filiberta y Antonia;
Cuando de pronto deleitó mi olfato
Una ráfaga de agua de colonia.
Era la primogénita, doncella preclara,
Chisporroteada en pecas bajo rulos de cobre.
Mas en ese momento, con presteza avara,
Rociábame el maestro su vinagre a la cara,
En insípido aroma de pradera pobre.
Harto esponjada en sus percales,
La joven apareció, un tanto incierta,
A pesar de las lisonjas locales.
Por la puerta,
Asomaron racimos de glicinas,
y llegó de la huerta
Un maternal escándalo de gallinas.
Cuando, con fútil prisa,
Hacia la bella volví mi faz más grata,
Su púdico saludo respondió a mi sonrisa.
y ante el sufragio de mi amor pirata,
y la flamante lozanía de mis carrillos,
Vi abrirse enormemente sus ojos de gata,
Fritos en rubor como dos huevecillos.
Sobre el espejo, la tarde lila
Improvisaba un lánguido miraje,
En un ligero vértigo de agua tranquila.
y aquella joven con su blanco traje
Al borde de esa visionaria cuenca,
Daba al fugaz paisaje
Un aire de antigua ingenuidad flamenca.
Historia de mi muerte
Soñé la muerte y era muy sencillo:
Una hebra de seda me envolvía,
y a cada beso tuyo
con una vuelta menos me ceñía.
Y cada beso tuyo
era un día.
Y el tiempo que mediaba entre dos besos
una noche. La muerte es muy sencilla.
Y poco a poco fue desenvolviéndose
la hebra fatal. Ya no la retenía
sino por un sólo cabo entre los dedos...
Cuando de pronto te pusiste fría,
y ya no me besaste...
Y solté el cabo, y se me fue la vida.
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