Poesía: César Vallejo - Poemas Humanos - Parte 3 - Voy a hablar de la esperanza - Hallazgo De La Vida - Una mujer de seños apacibles... - Cesa el anhelo...

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in | Posted on 15:28


Open your mind, your heart to other cultures
Abra su mente, su corazón a otras culturas
You will be a better person
Usted será una mejor persona
RM


César Vallejos

Perú


VOY A HABLAR DE LA ESPERANZA

Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo
ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquie-
ra. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni
como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Valle-
jo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también
lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo su-
friría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.
Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que
no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa?
¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa?
Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué
ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del
norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas
aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi do-
lor sería igual. Si me hubieran cortado el cuello de raíz, mi dolor
sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería
igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.
Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan
lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, sal-
dría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo
mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para
la mía sin fuente ni consumo!
Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran,
inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy
no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto
como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en una es-
tancia obscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia lumi-
nosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy
sufro solamente.




HALLAZGO DE LA VIDA
¡Señores! Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la
presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un
momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea y
reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me
hace dichoso hasta las lágrimas.

Mi gozo viene de lo inédito de mi emoción. Mi exultación
viene de que antes no sentí la presencia de la vida. No la he sen-
tido nunca. Miente quien diga que la he sentido. Miente y su
mentira me hiere a tal punto que me haría desgraciado. Mi gozo
viene de mi fe en este hallazgo personal de la vida, y nadie pue-
de ir contra esta fe. Al que fuera, se le caería la lengua, se le cae-
rían los huesos y correría el peligro de recoger otros, ajenos, para
mantenerse de pie ante mis ojos.

Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han
pasado gentes. Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas,
aire y horizonte. Si viniese ahora mi amigo Peyriet, le diría que
yo no le conozco y que debemos empezar de nuevo. ¿Cuándo, en
efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy sería la primera
vez que nos conocemos. Le diría que se vaya y regrese y entre a
verme, como si no me conociera, es decir, por la primera vez.

Ahora yo no conozco a nadie ni nada. Me advierto en un país
extraño, en el que todo cobra relieve de nacimiento, luz de epifa-
nía inmarcesible. No, señor. No hable usted a ese caballero.
Usted no lo conoce y le sorprendería tan inopinada parla. No
ponga usted el pie sobre esa piedrecilla: quién sabe no es piedra
y vaya usted a dar en el vacío. Sea usted precavido, puesto que
estamos en un mundo absolutamente inconocido.
¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente,
que no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de
nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores: soy tan pequeñito
que el día apenas cabe en mí.

Nunca, sino ahora, oí el estruendo de los carros, que cargan
piedras para una gran construcción del boulevard Haussmann.
Nunca, sino ahora, avancé paralelamente a la primavera, dicién-
dola: “Si la muerte hubiera sido otra…” Nunca, sino ahora, vi la
luz áurea del sol sobre las cúpulas del Sacré-Coeur. Nunca, sino
ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca.
Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el
canto cordial de las distancias.

¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte.




UNA MUJER DE SEÑOS APACIBLES...

Una mujer de seños apacibles, ante los que la lengua de la
vaca resulta una glándula violenta. Un hombre de templanza,
mandibular de genio, apto para marchar de a dos con los goznes
de los cofres. Un niño está al lado del hombre, llevando por el
revés, el derecho animal de la pareja.

¡Oh la palabra del hombre, libre de adjetivos y de adverbios,
que la mujer declina en su único caso de mujer, aun entre las mil
voces de la Capilla Sixtina! ¡Oh la falda de ella, en el punto
maternal donde pone el pequeño las manos y juega a los plie-
gues, haciendo a veces agrandar las pupilas de la madre, como en
las sanciones de los confesionarios!

Yo tengo mucho gusto de ver así al Padre, al Hijo y al Espíri-
tusanto, con todos los emblemas e insignias de sus cargos.



CESA EL ANHELO...


Cesa el anhelo, rabo al aire. De súbito, la vida se amputa, en
seco. Mi propia sangre me salpica en líneas femeninas, y hasta la
misma urbe sale a ver esto que se pára de improviso.
— Qué ocurre aquí, en este hijo del hombre? — clama la urbe,
y en una sala del Louvre, un niño llora de terror a la vista del re-
trato de otro niño.
— Que ocurre aquí, en este hijo de mujer? — clama la urbe, y
a una estatua del siglo de los Ludovico, le nace una brizna de
yerba en plena palma de la mano.
Cesa el anhelo, a la altura de la mano enarbolada. Y yo me
escondo detrás de mí mismo, a aguaitarme si paso por lo bajo o
merodeo en alto.



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