Ricardo Marcenaro bitácora - Gato que no se ahoga sirve para otra caza
Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in Ricardo Marcenaro bitácora - Gato que no se ahoga sirve para otra caza | Posted on 18:55
Me pasó algo muy gracioso con el gato.
Como nunca tuve uno estoy muy atento, el tipo me adora, ya les contaré las que hace, estoy descubriendo.
Ahora entiendo por qué ellos fueron los custodios de los templos egipcios, por qué su importancia en Persia.
Toda mi vida amé los animales, tuve perros y siempre los adoré como ellos me adoraron, con los caballos tengo un gran feeling, me encanta montar caballos bravos, al borde del descontrol, me gusta el control de lo que puede descontrolarse, el peligro, reacciono rápido, soy muy lúcido en el riesgo, es cuando más rindo.
Me encanta cuando un caballo nervioso se para sobre las patas y uno tiene ese segundo de gloriosa libertad vertiginosa, me gusta el nervio, el caracoleo, las venas hinchadas como cuando esculpo, la palpitación.
Los caballos más cómodos que monté en mi vida, me fascinaron, fueron los de paso peruanos, los mejores caballos de paso del mundo como se los reconoce, ver su sombra que la luz del atardecer arrastra en una calle de pueblo de casas de adobe que revela sus escarbes, sus cambios de paso, los pases de mano, es una maravilla.
Esa fue una tarde inolvidable en San Carlos, Salta, sobre un negro azabache que era para llorar de tan bello.
Los de carrera emocionan e ir a toda velocidad acelera el corazón cuando uno va juntado haciendo la tabla, como se le dice al ir despegado de la silla, estribado corto, como los jockey lo hacen, los cabellos y las crines abanderadas por el viento.
No monté árabes puros, si mezcla, son hermosos, los más elegantes, es la realeza de los equinos, son los señores del desierto, ahí quiero montarlos.
Volvamos al gato.
Ayer de golpe siento un raro zumbar, Paik entró al cuarto, cabeza gacha en una actitud que no le conocía, como si en la garganta tuviera algo que se la obstruía, cada vez el zumbido más fuerte, me alarmé mucho.
Tengo terror que le pase algo, por eso prefiero no querer demasiado a nadie, me aterrorizan las perdidas desde que murió mi padre, no lo superé nunca.
Lo llamé, le preguntaba qué le pasaba, estaba con el estómago muy inflado, respiraba, caminaba como agazapado pero siempre la trompa pegada al piso, el ruido era cada vez más fuerte.
Lo seguí pues enfiló a la cocina, inflaba más el estómago lleno de aire, tengo miedo que algún desgraciado lo envenene, este mundo está lleno de malvados, empezando por quien me lo trajo, uno de los seres más perversos y malvados que conocí en mi vida.
Me acerque por atrás, ya demasiado el ruido, él hacía arcadas pero sin abrir la boca.
Pensando que iba a reventar de tan hinchado le apreté la panza por ambos lados y cada vez que lo hacía el sonido se hacía más intenso, como si tuviera un pito, un resonador trabado, parecía una corneta de bicicleta de esas como cuando era chico, rematadas con una bola de goma que expulsa el aire.
Así cuatro a cinco veces con mi gato cornetín, el aire le salía, me tranquilizaba que respiraba, que no convulsionaba, seguí apretando, extrañado.
Apretaba más sonaba mi corneta con pelos, la cosa empezaba a volverse tragicómica.
De repente ante mis reclamos, abre la boca y larga una inmensa chicharra que había atrapado, ojos grandotes y marcianos, queriendo extender las alas a cada resonar con el que se quejaba.
Una vez en el piso, jugó apenas manoteándola, terminó de acabarla.
Estaba contento de haberme dejado su ofrenda, se subió a mi escritorio donde yo intentaba escribir.
Ahí me estira la cabeza presentándome la oreja donde se encanta con la punta de mi nariz que se le encaja removiéndola a la vez que le soplo muy suaves brisas de aire cálido que lo enloquecen de amor.
No pasa día en que no tenga en mi lugar de trabajo una ofrenda de respeto y amor de ese ser que me custodia y que en este jardín encontró el lugar con el que soñó toda su vida.
Como nunca tuve uno estoy muy atento, el tipo me adora, ya les contaré las que hace, estoy descubriendo.
Ahora entiendo por qué ellos fueron los custodios de los templos egipcios, por qué su importancia en Persia.
Toda mi vida amé los animales, tuve perros y siempre los adoré como ellos me adoraron, con los caballos tengo un gran feeling, me encanta montar caballos bravos, al borde del descontrol, me gusta el control de lo que puede descontrolarse, el peligro, reacciono rápido, soy muy lúcido en el riesgo, es cuando más rindo.
Me encanta cuando un caballo nervioso se para sobre las patas y uno tiene ese segundo de gloriosa libertad vertiginosa, me gusta el nervio, el caracoleo, las venas hinchadas como cuando esculpo, la palpitación.
Los caballos más cómodos que monté en mi vida, me fascinaron, fueron los de paso peruanos, los mejores caballos de paso del mundo como se los reconoce, ver su sombra que la luz del atardecer arrastra en una calle de pueblo de casas de adobe que revela sus escarbes, sus cambios de paso, los pases de mano, es una maravilla.
Esa fue una tarde inolvidable en San Carlos, Salta, sobre un negro azabache que era para llorar de tan bello.
Los de carrera emocionan e ir a toda velocidad acelera el corazón cuando uno va juntado haciendo la tabla, como se le dice al ir despegado de la silla, estribado corto, como los jockey lo hacen, los cabellos y las crines abanderadas por el viento.
No monté árabes puros, si mezcla, son hermosos, los más elegantes, es la realeza de los equinos, son los señores del desierto, ahí quiero montarlos.
Volvamos al gato.
Ayer de golpe siento un raro zumbar, Paik entró al cuarto, cabeza gacha en una actitud que no le conocía, como si en la garganta tuviera algo que se la obstruía, cada vez el zumbido más fuerte, me alarmé mucho.
Tengo terror que le pase algo, por eso prefiero no querer demasiado a nadie, me aterrorizan las perdidas desde que murió mi padre, no lo superé nunca.
Lo llamé, le preguntaba qué le pasaba, estaba con el estómago muy inflado, respiraba, caminaba como agazapado pero siempre la trompa pegada al piso, el ruido era cada vez más fuerte.
Lo seguí pues enfiló a la cocina, inflaba más el estómago lleno de aire, tengo miedo que algún desgraciado lo envenene, este mundo está lleno de malvados, empezando por quien me lo trajo, uno de los seres más perversos y malvados que conocí en mi vida.
Me acerque por atrás, ya demasiado el ruido, él hacía arcadas pero sin abrir la boca.
Pensando que iba a reventar de tan hinchado le apreté la panza por ambos lados y cada vez que lo hacía el sonido se hacía más intenso, como si tuviera un pito, un resonador trabado, parecía una corneta de bicicleta de esas como cuando era chico, rematadas con una bola de goma que expulsa el aire.
Así cuatro a cinco veces con mi gato cornetín, el aire le salía, me tranquilizaba que respiraba, que no convulsionaba, seguí apretando, extrañado.
Apretaba más sonaba mi corneta con pelos, la cosa empezaba a volverse tragicómica.
De repente ante mis reclamos, abre la boca y larga una inmensa chicharra que había atrapado, ojos grandotes y marcianos, queriendo extender las alas a cada resonar con el que se quejaba.
Una vez en el piso, jugó apenas manoteándola, terminó de acabarla.
Estaba contento de haberme dejado su ofrenda, se subió a mi escritorio donde yo intentaba escribir.
Ahí me estira la cabeza presentándome la oreja donde se encanta con la punta de mi nariz que se le encaja removiéndola a la vez que le soplo muy suaves brisas de aire cálido que lo enloquecen de amor.
No pasa día en que no tenga en mi lugar de trabajo una ofrenda de respeto y amor de ese ser que me custodia y que en este jardín encontró el lugar con el que soñó toda su vida.
Ricardo Marcenaro
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