Poesia: Arthur Rimbaud - Poesia Completa - Parte 2 - Versos Escolares - Poemas en Latin - El angel y el niño - Combate de Hercules y del rio Aquelo - Link
Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in Poesia: Arthur Rimbaud - Poesia Completa - Parte 2 - Versos Escolares - Poemas en Latin - El angel y el niño - Combate de Hercules y del rio Aquelo - Link | Posted on 17:06
EL ÁNGEL Y EL NIÑO8
El nuevo año ha consumido ya la luz del primer día;
luz tan agradable para los niños, tanto tiempo esperada y tan pronto olvidada,
y, envuelto en sueño y risa, el niño adormecido se ha callado...
Está acostado en su cuna de plumas; y el sonajero ruidoso9 calla, junto a él, en el
suelo.
Lo recuerda y tiene un sueño feliz:
tras los regalos de su madre, recibe los de los habitantes del cielo10.
Su boca se entreabre, sonriente, y parece que sus labios entornados invocan a
Dios.
Junto a su cabeza, un ángel aparece inclinado:
espía los susurros de un corazón inocente y, como colgado de su propia imagen,
contempla esta cara celestial: admira sus mejillas, su frente serena, los gozos de
su alma,
esta flor que no ha tocado el Mediodía11:
«¡Niño que a mí te pareces, vente al cielo conmigo! Entra en la morada divina;
habita el palacio que has visto en tu sueño;
¡eres digno! ¡Que la tierra no se quede ya con un hijo del cielo!
Aquí abajo, no podemos fiamos de nadie; los mortales no acarician nunca con dicha
sincera;
incluso del olor de la flor brota un algo amargo;
y los corazones agitados sólo gozan de alegrías tristes;
nunca la alegría reconforta sin nubes y una lágrima luce en la risa que duda.
¿Acaso tu frente pura tiene que ajarse en esta vida amarga, las preocupaciones
turbar los llantos de tus ojos color cielo y la sombra del ciprés dispersar las rosas de tu cara?
¡No ocurrirá! te llevaré conmigo a las tierras celestes,
para que unas tu voz al concierto de los habitantes del cielo.
Velarás por los hombres que se han quedado aquí abajo.
¡Vamos! Una Divinidad rompe los lazos que te atan a la vida.
¡Y que tu madre no se vele con lúgubre luto;
que no mire tu féretro con ojos diferentes de los que miraban tu cuna;
que abandone el entrecejo triste y que tus funerales no entristezcan su cara,
sino que lance azucenas a brazadas,
pues para un ser puro su último día es el más bello!»
De pronto acerca, leve, su ala a la boca rosada...
y lo siega, sin que se entere, acogiendo en sus alas azul cielo el alma del niño,
llevándolo a las altas regiones, con un blando aleteo.
Ahora, el lecho guarda sólo unos miembros empalidecidos, en los que aún hay
belleza,
pero ya no hay un hálito que los alimente y les dé vida.
Murió... Mas en sus labios, que los besos perfuman aún, se muere la risa,
y ronda el nombre de su madre;
y según se muere, se acuerda de los regalos del año que nace.
Se diría que sus ojos se cierran, pesados, con un sueño tranquilo.
Pero este sueño, más que nuevo honor de un mortal,
rodea su frente de una luz celeste desconocida,
atestiguando que ya no es hijo de la tierra, sino criatura del Cielo.
¡Oh! con qué lágrimas la madre llora a su muerto
¡cómo inunda el querido sepulcro con el llanto que mana!
Mas, cada vez que cierra los ojos para un dulce sueño,
le aparece, en el umbral rosa del cielo, un ángel pequeñito que disfruta llamando a
la dulce madre que sonríe al que sonríe.
De pronto, resbalando en el aire, en tomo a la madre extrañada, revolotea con sus
alas de nieve
y a sus labios delicados une sus labios divinos12.
(1.º semestre de 1869)
ARTHUR RIMBAUD
Nacido el 20 de octubre de 1854 en Charleville
El nuevo año ha consumido ya la luz del primer día;
luz tan agradable para los niños, tanto tiempo esperada y tan pronto olvidada,
y, envuelto en sueño y risa, el niño adormecido se ha callado...
Está acostado en su cuna de plumas; y el sonajero ruidoso9 calla, junto a él, en el
suelo.
Lo recuerda y tiene un sueño feliz:
tras los regalos de su madre, recibe los de los habitantes del cielo10.
Su boca se entreabre, sonriente, y parece que sus labios entornados invocan a
Dios.
Junto a su cabeza, un ángel aparece inclinado:
espía los susurros de un corazón inocente y, como colgado de su propia imagen,
contempla esta cara celestial: admira sus mejillas, su frente serena, los gozos de
su alma,
esta flor que no ha tocado el Mediodía11:
«¡Niño que a mí te pareces, vente al cielo conmigo! Entra en la morada divina;
habita el palacio que has visto en tu sueño;
¡eres digno! ¡Que la tierra no se quede ya con un hijo del cielo!
Aquí abajo, no podemos fiamos de nadie; los mortales no acarician nunca con dicha
sincera;
incluso del olor de la flor brota un algo amargo;
y los corazones agitados sólo gozan de alegrías tristes;
nunca la alegría reconforta sin nubes y una lágrima luce en la risa que duda.
¿Acaso tu frente pura tiene que ajarse en esta vida amarga, las preocupaciones
turbar los llantos de tus ojos color cielo y la sombra del ciprés dispersar las rosas de tu cara?
¡No ocurrirá! te llevaré conmigo a las tierras celestes,
para que unas tu voz al concierto de los habitantes del cielo.
Velarás por los hombres que se han quedado aquí abajo.
¡Vamos! Una Divinidad rompe los lazos que te atan a la vida.
¡Y que tu madre no se vele con lúgubre luto;
que no mire tu féretro con ojos diferentes de los que miraban tu cuna;
que abandone el entrecejo triste y que tus funerales no entristezcan su cara,
sino que lance azucenas a brazadas,
pues para un ser puro su último día es el más bello!»
De pronto acerca, leve, su ala a la boca rosada...
y lo siega, sin que se entere, acogiendo en sus alas azul cielo el alma del niño,
llevándolo a las altas regiones, con un blando aleteo.
Ahora, el lecho guarda sólo unos miembros empalidecidos, en los que aún hay
belleza,
pero ya no hay un hálito que los alimente y les dé vida.
Murió... Mas en sus labios, que los besos perfuman aún, se muere la risa,
y ronda el nombre de su madre;
y según se muere, se acuerda de los regalos del año que nace.
Se diría que sus ojos se cierran, pesados, con un sueño tranquilo.
Pero este sueño, más que nuevo honor de un mortal,
rodea su frente de una luz celeste desconocida,
atestiguando que ya no es hijo de la tierra, sino criatura del Cielo.
¡Oh! con qué lágrimas la madre llora a su muerto
¡cómo inunda el querido sepulcro con el llanto que mana!
Mas, cada vez que cierra los ojos para un dulce sueño,
le aparece, en el umbral rosa del cielo, un ángel pequeñito que disfruta llamando a
la dulce madre que sonríe al que sonríe.
De pronto, resbalando en el aire, en tomo a la madre extrañada, revolotea con sus
alas de nieve
y a sus labios delicados une sus labios divinos12.
(1.º semestre de 1869)
ARTHUR RIMBAUD
Nacido el 20 de octubre de 1854 en Charleville
8 Poema compuesto durante el mismo curso que el anterior. Había que glosar la poesía El ángel y
el niño de un tal J. Reboul, poeta obrero, compuesta en versos octosíabos.
9 Observemos la armonía imitativa del texto latino, sin olvidar que es trabajo de un niño de
catorce años: crepitacula garrula tersa.
10 Texto que es preciso poner en relación, por su analogía y por sus oposiciones, con El aguinaldo
de los pobres, que veremos más tarde.
11 El viento cálido del Sur.
12 Rimbaud sigue de manera fiel la anécdota del modelo hasta el momento de la muerte. Las relaciones
de la madre y del niño después de la muerte y de las transformaciones de éste son invención
del joven poeta. Ahora bien, la diferencia no está en el nivel anecdótico del poema, sino en
la dimensión sensorial ––a veces exacerbada–– que cobra el texto de Rimbaud, frente a una
poesía cursimente moralizante.
COMBATE DE HÉRCULES
Y DEL RÍO AQUELO13
Antaño, el Aquelo de aguas henchidas salió de su vasto lecho;
tumultuoso irrumpió por los valles en cuesta envolviendo en sus aguas los rebaños
y el adorno de las mieses doradas.
Caen las casas de los hombres derruidas y los campos que se extienden a lo ancho
van siendo abandonados;
la Ninfa ha dejado su valle
los coros de los faunos se han callado:
todos contemplaban el furioso río.
Alcides14, al oír sus quejas, se compadeció de ellos:
para frenar los furores del río lanza a las aguas crecidas su enorme cuerpo,
expulsa con sus brazos las oleadas que espumean
y las devuelve domadas a su lecho.
La ola del río vencido se estremece con rabia.
Al instante, el dios del río adopta la forma de una serpiente:
silba, chirría y retuerce su torso amoratado
y con su terrible cola golpea las esponjosas orillas.
Entonces, Alcides se avalanza, con sus robustos brazos, le rodea el cuello, lo
aprieta, lo destroza con sus potentes músculos,
y, volteando el tronco de un árbol lo lanza sobre él, dejándolo moribundo sobre la
negra arena
y alzándose furioso, le brama:
«¿Te atreves a desafiar los músculos hercúleos, imprudente, no sabes que crecieron
en estos juegos ––ya, cuando aún niño, estaba en mi primera cuna––:
ignoras que he vencido a los dos dragones?
Pero la vergüenza estimula al dios del río y la gloria de su nombre derrumbado,
en su corazón oprimido por el dolor, se resiste;
sus fieros ojos brillan con un fuego ardiente,
su terrible frente armada15 surge desgarrando el viento;
muge, y tiemblan los aires ante su horrendo mugido.
Mas el hijo de Alcmena se ríe de esta lucha furiosa...
Vuela, coge y zarandea los miembros temblorosos y los esparce por el suelo:
aplasta con la rodilla el cuello que cruje
y aprieta con un nudo vigoroso la garganta palpitante, hasta que exhala estertores.
Y entonces, Alcides, arrogante, mientras aplasta al monstruo, le arranca de la
frente ensangrentada un cuerno ––prueba de su victoria.
Al verlo, los Faunos, los coros de las Dríades16 y las hermanas de las Ninfas
cuyas riquezas y refugios natales el vencedor había vengado se acercan hasta
donde estaba, recostado perezosamente a la sombra de un roble,
evocando en su alegre espíritu los triunfos pasados.
Su alegre tropel lo rodea y corona su frente con múltiples flores y lo adorna con
verdes guirnaldas.
Todos, entonces, cogen, como si fueran una sola mano, el cuerno que junto a él
yacía 17,
llenando el despojo cruento de ubérrimas manzanas y de perfumadas flores18.
Primer semestre de 1869
RIMBAUD
(Externo en el colegio de Charleville)
13 Poema escrito durante el mismo curso escolar que los anteriores. El texto que había que glosar
pertenece al poeta del siglo XVIII J. Delille (17381813), autor de Jardins [Jardines] y traductor de
Virgilio; poeta de gran fuerza plástica, cuya poesía descriptiva nos lleva, por algunos derroteros
íntimos, a la poesía romántica de la naturaleza y, por avenidas luminosas y bien ordenadas, hacia
una sensibilidad que podríamos considerar parnasiana (y, como El Parnaso, con añoranzas barrocas).
El modelo es, pues, muy superior al que precede. Algunos de los elementos plásticos más
interesantes del texto de Rimbaud ya están en el de Délille.
14 Mote de Hércules, heredado de su abuelo Alceo.
Librodot Poesías completas Arthur Rimbaud
15 El río adopta la forma de un toro furioso.
16 Ninfas del bosque cuya vida dependía de la del árbol que habitaban.
17 Esta recreación del mito del cuerno de la Fortuna no está en el texto de Délille. También es preciso
observar que en el modelo no hay una sola anotación cromática.
18 A través del ejercicio escolar, el poema nos remite, de nuevo, al mundo clásico parnasiano:
mundo mítico, belleza de formas y armonía brutal del movimiento y, en este final, a la alianza
de lo salvaje, cruel y, en cierto modo, sádico con lo más poéticamente placentero de esta naturaleza
––guirnaldas de follaje, flores, frutos. Observemos cómo la narración mítica desemboca en
la representación plástica del cuerno de la abundancia: lecciones escolares perfectamente aprendidas
y presagios de un poeta siempre hambriento ––y sediento.
Esta sensación de estar `leyendo' un bajorrelieve clásico la tendremos, de forma continuada, con el
poema Sol y carne.
Y DEL RÍO AQUELO13
Antaño, el Aquelo de aguas henchidas salió de su vasto lecho;
tumultuoso irrumpió por los valles en cuesta envolviendo en sus aguas los rebaños
y el adorno de las mieses doradas.
Caen las casas de los hombres derruidas y los campos que se extienden a lo ancho
van siendo abandonados;
la Ninfa ha dejado su valle
los coros de los faunos se han callado:
todos contemplaban el furioso río.
Alcides14, al oír sus quejas, se compadeció de ellos:
para frenar los furores del río lanza a las aguas crecidas su enorme cuerpo,
expulsa con sus brazos las oleadas que espumean
y las devuelve domadas a su lecho.
La ola del río vencido se estremece con rabia.
Al instante, el dios del río adopta la forma de una serpiente:
silba, chirría y retuerce su torso amoratado
y con su terrible cola golpea las esponjosas orillas.
Entonces, Alcides se avalanza, con sus robustos brazos, le rodea el cuello, lo
aprieta, lo destroza con sus potentes músculos,
y, volteando el tronco de un árbol lo lanza sobre él, dejándolo moribundo sobre la
negra arena
y alzándose furioso, le brama:
«¿Te atreves a desafiar los músculos hercúleos, imprudente, no sabes que crecieron
en estos juegos ––ya, cuando aún niño, estaba en mi primera cuna––:
ignoras que he vencido a los dos dragones?
Pero la vergüenza estimula al dios del río y la gloria de su nombre derrumbado,
en su corazón oprimido por el dolor, se resiste;
sus fieros ojos brillan con un fuego ardiente,
su terrible frente armada15 surge desgarrando el viento;
muge, y tiemblan los aires ante su horrendo mugido.
Mas el hijo de Alcmena se ríe de esta lucha furiosa...
Vuela, coge y zarandea los miembros temblorosos y los esparce por el suelo:
aplasta con la rodilla el cuello que cruje
y aprieta con un nudo vigoroso la garganta palpitante, hasta que exhala estertores.
Y entonces, Alcides, arrogante, mientras aplasta al monstruo, le arranca de la
frente ensangrentada un cuerno ––prueba de su victoria.
Al verlo, los Faunos, los coros de las Dríades16 y las hermanas de las Ninfas
cuyas riquezas y refugios natales el vencedor había vengado se acercan hasta
donde estaba, recostado perezosamente a la sombra de un roble,
evocando en su alegre espíritu los triunfos pasados.
Su alegre tropel lo rodea y corona su frente con múltiples flores y lo adorna con
verdes guirnaldas.
Todos, entonces, cogen, como si fueran una sola mano, el cuerno que junto a él
yacía 17,
llenando el despojo cruento de ubérrimas manzanas y de perfumadas flores18.
Primer semestre de 1869
RIMBAUD
(Externo en el colegio de Charleville)
13 Poema escrito durante el mismo curso escolar que los anteriores. El texto que había que glosar
pertenece al poeta del siglo XVIII J. Delille (17381813), autor de Jardins [Jardines] y traductor de
Virgilio; poeta de gran fuerza plástica, cuya poesía descriptiva nos lleva, por algunos derroteros
íntimos, a la poesía romántica de la naturaleza y, por avenidas luminosas y bien ordenadas, hacia
una sensibilidad que podríamos considerar parnasiana (y, como El Parnaso, con añoranzas barrocas).
El modelo es, pues, muy superior al que precede. Algunos de los elementos plásticos más
interesantes del texto de Rimbaud ya están en el de Délille.
14 Mote de Hércules, heredado de su abuelo Alceo.
Librodot Poesías completas Arthur Rimbaud
15 El río adopta la forma de un toro furioso.
16 Ninfas del bosque cuya vida dependía de la del árbol que habitaban.
17 Esta recreación del mito del cuerno de la Fortuna no está en el texto de Délille. También es preciso
observar que en el modelo no hay una sola anotación cromática.
18 A través del ejercicio escolar, el poema nos remite, de nuevo, al mundo clásico parnasiano:
mundo mítico, belleza de formas y armonía brutal del movimiento y, en este final, a la alianza
de lo salvaje, cruel y, en cierto modo, sádico con lo más poéticamente placentero de esta naturaleza
––guirnaldas de follaje, flores, frutos. Observemos cómo la narración mítica desemboca en
la representación plástica del cuerno de la abundancia: lecciones escolares perfectamente aprendidas
y presagios de un poeta siempre hambriento ––y sediento.
Esta sensación de estar `leyendo' un bajorrelieve clásico la tendremos, de forma continuada, con el
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