Ricardo Marcenaro bitacora - ¿Cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más? - 31-07-10
Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in Ricardo Marcenaro bitacora - ¿Cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más? - 31-07-10 | Posted on 2:25
Entrenando mi oído al italiano, miraba una serie policial en la RAI, se que el comisario se llama Montalbano, terminaba la serie, día de año nuevo, reunión en una casa, ¡auguri!, ¡auguri!, escucho silbidos de fuego artificial que sube y explosiones, saco la vista de esta pantalla y voy de un golpe de mirada al televisor que uso como radio, veo el cielo reventar en estrellas rosadas, ¡auguri!, ¡auguri!, se me humedecen los ojos…, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Recordé mi infancia, mi padre amado con su rostro iluminado con fuegos artificiales, no le gustaban los explosivos, sí las lluvias de chispas, era un hombre de paz, bueno, no de guerra, además tenía alma de niño, murió en esa gracia, niño, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
El comisario Montalbano en medio de un barullo familiar…, la casa de mi abuela Lola era eso, toda la familia, sobrinos que corrían a por aventuro en los techos, comer hasta reventar todos los dulces que existían en el mundo sin tener que privarse, comidas caseras, exquisitas, la abuela Lola riendo, con su papada suave de ángel mayor que presidía, la mujer más graciosa del mundo en ese mundo amado de rostros iluminados de una felicidad que uno no quería que se acabae nunca, pero estoy aquí, con lágrimas en los ojos, recordando lo que se acabó y llenó mi vida, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
En un proceso de sucesiones, heredades, repartos y fucking papeles y abogados, reunión en casa de los tres hermanos, una palabra, hace poco mi hermano mayor y yo nos desayunamos con que hay una palabra que no se cumplió, mi hermano mayor no necesita el dinero y como yo que no lo tengo, se caga en él, que no quiere decir que no lo respetemos, que sepamos claro que el dinero representa trabajo humano, hablo de otra cosa, se me murió un familiar vivo, gané para siempre un hermano, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Amé mucho en mi vida y muchas veces, besos hermosos que llenaban el mundo de tanta pasión, fuego, ternura, alegría del otro en el nosotros que en la nobleza del sentirse destejaban ese milagro de pocas palabras que lo arrebata todo de lógicas, cálculos, mapas, seguridades, más que la seguridad de hacerse al cuerpo del otro y brindar con la breva del alma pelada, expuesto totalmente al “haz de mí lo que quieras, soy todo tuyo, tú me haces infinito, inacabable, eterno…”, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Chaco, hace unos años, bienal de escultura, cargábamos una inmensa escultura hecha de cañas y con juncos tejidos, unas veinte personas cargamos a través de dos cañas gruesas y resistente de unos seis metros de largo esta torre de otros seis metros de alto, como un atalaya, habían cuatro de éstas piezas que diseñó un escultor holandés y armaron unas indias Tobas, tejiendo y tejiendo incansables, es de noche, las esculturas tienen contenedores con fuego, vamos camino al río, estoy cargando en el puesto de adelante, dejamos no sin esfuerzo la pieza en el agua, flota como una baca ritual, así van las cuatro barcas al río, nos alejamos un poco de la orilla a una loma, estoy con Leo a quien le fui a dar la sorpresa de mi presencia en donde iba a participar como concursante, su maestro que quería estar, de repente le digo: “mirá bien esto Leo, porque esto que estás viendo es hoy, ahora y nunca más lo vas a ver, esto es un milagro”, siento una presencia en mi espalda, una de las indias a la que especialmente traté, llevaba bebida fresca pues nadie las atendía y todo el trabajo de esas piezas estaba sobre sus espaldas, el holandés daba instrucciones más que hacer, si hizo la estructura con otros escultores, la mujer, me di cuenta, había oído lo que dije que homenajeaba a esa gente india, llena de belleza, las mujeres de las comunidades indias, no sé que me ven que me ven con dulzura, ojos limpios de un amor que me brindan, siento las presencias, sé que soy lo que ellas ven y no me corresponde decirlo, le hablo para que se ponga a mi lado y caminemos juntos…, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Una tarde estaba en un lugar que se llama El Caracol, en San Isidro, había sido una tarde hermosa, el clima estupendo, yo era un treintañero, caía el sol y enfrente tenía al río más ancho del mundo de color dorado, lila y verdes intensos mezclados con unos púrpuras absurdos, era tan bello que me lastimaba, se los aseguro que ese atardecer me dolió de tan pero tan de otro mundo, estaba ahí, enfrente mío en la soledad de ese mirador donde nadie había, ¡qué más bello que un saber íntimo!, era tan bello que pensé en mis hijos, los res aún vivían en Buenos Aires, me dije: “vos no podés ver esto sin ellos”, me di vuelta y puse una tijera a ese dolor de placer clavándola al dolor de no tenerlos, de no compartirnos es esa belleza suspensiva en que uno quisiera poder vivir seguido, caminé desprendido de ese paisaje, ya sin sensaciones, sin paisaje, sin hijos, pasos huecos en la calle que sin eco hacen rebotar la mirada paso a paso en el carril de la calle donde los ojos ya no quieren levantarse y encontrar más jardines, de vuelta a casa, con largo camino por hacer…, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Ahora que escribo esto, con una frase que encontré en algún rincón mío, apelada de rostros y lugares que pasan y se fugan, pocos, muy pocos bajan por los dedos a las teclas, sabiendo que si se borrara todo lo escrito no podría atrapar lo que dije de la forma que lo dije, confirmando que cada momento de la vida que vivimos es sagrado, único, irrepetible, llego a la puerta por donde sale lo que del pensamiento no ha de salir con esta rapidez que parto a las partes consecuentes de aquello que vivo, y no sé cuánto más queda atrapado en la red, pez inmenso que refleja lunas sorprendidas por la luna, en un retiro brusco de la marea, que los deja de lado a boquear sin poder hacer nada más que respirar entre aletazos, al sol desecante y asesino, como me pasó con unos amigos alrededor de mis veinte años, en que íbamos a la plata de mi barrio de Olivos a prender fogatas, tocar la guitarra, recitar poemas y fumarnos unos ricos cigarrillos con nube frente al agua pacífica donde vimos a esos niños de la vida muriendo, fuimos a ellos, los tomábamos y nos internábamos en el agua haciéndoles un para adelante y para atrás que les pasara agua por las agallas, los restaurara a la vida de su medio…, esa noche los diez o quince amigos que estábamos ahí, en tiempos de gobierno militar, persecución, muerte, desapariciones, explosiones y tiros permanentes, habremos salvado unos ¿doscientos peces, o cien…?, esa noche…, ese tiempo, ¿Quiénes eran todos los que estaban ahí?, lo recordará alguien como a mí se me quedó grabado para siempre?..., ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Me levanto, voy al baño que con el ruido del agua no sé por qué, en esa liberación líquida, me inspira siempre, pues muchas de mis mejores ideas de ese interrumpirme han salido, voy a la cocina, caliento café, en el apuro de volver al texto me quemo un poco los dedos trayendo el pequeño hervidor mientras corren las ideas que son imágenes, amándonos con la mujer que hice los hijos, haciéndolo calientes como se debe hacer pero dándome cuenta que mis hijos fueron hechos con amor, debería estar escrito en todas la biblias del mundo, en todos los libros del mundo con la calentura del amor que hay que hacer los hijos e inspirar a este acto sagrado de dar calientes vida, recuerdo la cara de mi mujer embarazada iluminada de felicidad pues es la mujer de las más madres que he conocido y por suerte y cruce de la vida, a mi me tocó, recuerdo como nos gozábamos con ella embarazada, cosa que tampoco figura en esos libros que quiero, asido a su panza, gozándonos sin descanso hasta apenas un par de días antes de parir…, hoy es una ex, mis hijos no son bebés saliendo de su vientre, gritones y ensangrentados, ni están esas manos estrechadas en el momento del esfuerzo que ella hacía para largarlos a la vida, ni el aroma a hospital maternal, ni los sueños que no sé cuáles habrán sido…, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Ricardo Marcenaro
Recordé mi infancia, mi padre amado con su rostro iluminado con fuegos artificiales, no le gustaban los explosivos, sí las lluvias de chispas, era un hombre de paz, bueno, no de guerra, además tenía alma de niño, murió en esa gracia, niño, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
El comisario Montalbano en medio de un barullo familiar…, la casa de mi abuela Lola era eso, toda la familia, sobrinos que corrían a por aventuro en los techos, comer hasta reventar todos los dulces que existían en el mundo sin tener que privarse, comidas caseras, exquisitas, la abuela Lola riendo, con su papada suave de ángel mayor que presidía, la mujer más graciosa del mundo en ese mundo amado de rostros iluminados de una felicidad que uno no quería que se acabae nunca, pero estoy aquí, con lágrimas en los ojos, recordando lo que se acabó y llenó mi vida, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
En un proceso de sucesiones, heredades, repartos y fucking papeles y abogados, reunión en casa de los tres hermanos, una palabra, hace poco mi hermano mayor y yo nos desayunamos con que hay una palabra que no se cumplió, mi hermano mayor no necesita el dinero y como yo que no lo tengo, se caga en él, que no quiere decir que no lo respetemos, que sepamos claro que el dinero representa trabajo humano, hablo de otra cosa, se me murió un familiar vivo, gané para siempre un hermano, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Amé mucho en mi vida y muchas veces, besos hermosos que llenaban el mundo de tanta pasión, fuego, ternura, alegría del otro en el nosotros que en la nobleza del sentirse destejaban ese milagro de pocas palabras que lo arrebata todo de lógicas, cálculos, mapas, seguridades, más que la seguridad de hacerse al cuerpo del otro y brindar con la breva del alma pelada, expuesto totalmente al “haz de mí lo que quieras, soy todo tuyo, tú me haces infinito, inacabable, eterno…”, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Chaco, hace unos años, bienal de escultura, cargábamos una inmensa escultura hecha de cañas y con juncos tejidos, unas veinte personas cargamos a través de dos cañas gruesas y resistente de unos seis metros de largo esta torre de otros seis metros de alto, como un atalaya, habían cuatro de éstas piezas que diseñó un escultor holandés y armaron unas indias Tobas, tejiendo y tejiendo incansables, es de noche, las esculturas tienen contenedores con fuego, vamos camino al río, estoy cargando en el puesto de adelante, dejamos no sin esfuerzo la pieza en el agua, flota como una baca ritual, así van las cuatro barcas al río, nos alejamos un poco de la orilla a una loma, estoy con Leo a quien le fui a dar la sorpresa de mi presencia en donde iba a participar como concursante, su maestro que quería estar, de repente le digo: “mirá bien esto Leo, porque esto que estás viendo es hoy, ahora y nunca más lo vas a ver, esto es un milagro”, siento una presencia en mi espalda, una de las indias a la que especialmente traté, llevaba bebida fresca pues nadie las atendía y todo el trabajo de esas piezas estaba sobre sus espaldas, el holandés daba instrucciones más que hacer, si hizo la estructura con otros escultores, la mujer, me di cuenta, había oído lo que dije que homenajeaba a esa gente india, llena de belleza, las mujeres de las comunidades indias, no sé que me ven que me ven con dulzura, ojos limpios de un amor que me brindan, siento las presencias, sé que soy lo que ellas ven y no me corresponde decirlo, le hablo para que se ponga a mi lado y caminemos juntos…, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Una tarde estaba en un lugar que se llama El Caracol, en San Isidro, había sido una tarde hermosa, el clima estupendo, yo era un treintañero, caía el sol y enfrente tenía al río más ancho del mundo de color dorado, lila y verdes intensos mezclados con unos púrpuras absurdos, era tan bello que me lastimaba, se los aseguro que ese atardecer me dolió de tan pero tan de otro mundo, estaba ahí, enfrente mío en la soledad de ese mirador donde nadie había, ¡qué más bello que un saber íntimo!, era tan bello que pensé en mis hijos, los res aún vivían en Buenos Aires, me dije: “vos no podés ver esto sin ellos”, me di vuelta y puse una tijera a ese dolor de placer clavándola al dolor de no tenerlos, de no compartirnos es esa belleza suspensiva en que uno quisiera poder vivir seguido, caminé desprendido de ese paisaje, ya sin sensaciones, sin paisaje, sin hijos, pasos huecos en la calle que sin eco hacen rebotar la mirada paso a paso en el carril de la calle donde los ojos ya no quieren levantarse y encontrar más jardines, de vuelta a casa, con largo camino por hacer…, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Ahora que escribo esto, con una frase que encontré en algún rincón mío, apelada de rostros y lugares que pasan y se fugan, pocos, muy pocos bajan por los dedos a las teclas, sabiendo que si se borrara todo lo escrito no podría atrapar lo que dije de la forma que lo dije, confirmando que cada momento de la vida que vivimos es sagrado, único, irrepetible, llego a la puerta por donde sale lo que del pensamiento no ha de salir con esta rapidez que parto a las partes consecuentes de aquello que vivo, y no sé cuánto más queda atrapado en la red, pez inmenso que refleja lunas sorprendidas por la luna, en un retiro brusco de la marea, que los deja de lado a boquear sin poder hacer nada más que respirar entre aletazos, al sol desecante y asesino, como me pasó con unos amigos alrededor de mis veinte años, en que íbamos a la plata de mi barrio de Olivos a prender fogatas, tocar la guitarra, recitar poemas y fumarnos unos ricos cigarrillos con nube frente al agua pacífica donde vimos a esos niños de la vida muriendo, fuimos a ellos, los tomábamos y nos internábamos en el agua haciéndoles un para adelante y para atrás que les pasara agua por las agallas, los restaurara a la vida de su medio…, esa noche los diez o quince amigos que estábamos ahí, en tiempos de gobierno militar, persecución, muerte, desapariciones, explosiones y tiros permanentes, habremos salvado unos ¿doscientos peces, o cien…?, esa noche…, ese tiempo, ¿Quiénes eran todos los que estaban ahí?, lo recordará alguien como a mí se me quedó grabado para siempre?..., ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Me levanto, voy al baño que con el ruido del agua no sé por qué, en esa liberación líquida, me inspira siempre, pues muchas de mis mejores ideas de ese interrumpirme han salido, voy a la cocina, caliento café, en el apuro de volver al texto me quemo un poco los dedos trayendo el pequeño hervidor mientras corren las ideas que son imágenes, amándonos con la mujer que hice los hijos, haciéndolo calientes como se debe hacer pero dándome cuenta que mis hijos fueron hechos con amor, debería estar escrito en todas la biblias del mundo, en todos los libros del mundo con la calentura del amor que hay que hacer los hijos e inspirar a este acto sagrado de dar calientes vida, recuerdo la cara de mi mujer embarazada iluminada de felicidad pues es la mujer de las más madres que he conocido y por suerte y cruce de la vida, a mi me tocó, recuerdo como nos gozábamos con ella embarazada, cosa que tampoco figura en esos libros que quiero, asido a su panza, gozándonos sin descanso hasta apenas un par de días antes de parir…, hoy es una ex, mis hijos no son bebés saliendo de su vientre, gritones y ensangrentados, ni están esas manos estrechadas en el momento del esfuerzo que ella hacía para largarlos a la vida, ni el aroma a hospital maternal, ni los sueños que no sé cuáles habrán sido…, ¿cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
Ricardo Marcenaro
PD ¿Cuántas veces somos tan felices que no nos damos cuenta que somos tan felices, que no tenemos la claridad de decirnos viviéndolo: cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?, y vivirlo más, mucho más, mucho pero mucho más…
Ricardo Marcenaro
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Ricardo Marcenaro bitácora
¿Cuántas veces en la vida no te das cuenta que algo que vives es nunca más?
31-07-10
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