Colegio Primario
Ocultando mi salvajismo
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Los niños mayores inventaron el Club del Barrio,
Nuestro club de la infancia de un verano,
Creado con el solo motivo de molestar a los menores,
Entre los cuales estaba yo, el más perseguido,
La ley del palo del gallinero refleja el reparto de los privilegios o castigos de las edades castigadas del castigo de las edades en que nos parieron,
De las cuales uno no tiene ni la más menor responsabilidad,
Simplemente arrojado del cubilete y una serie mágica o casual dirá:
en qué condiciones
con quiénes
por qué, si algún día, logras en-tender-te.
Lo jodido del club era:
el pretender ser socio,
(que era querer jugar con alguien)
ser de los menores,
(soldado raso-sirviente),
y:
EL INGRESO
(sesión de pruebas-tortura de admisión)
(planeado por los mayores, por supuesto, para eso son los “más” inteligentes.)
El jardín había sido dividido en dos,
Luego del parque, un cerco de grataegus abría por el medio un portal al territorio infantil,
Ahí todo estaba permitido,
Escarbábamos a gusto nuestras pistas de carrera de autos de juguete plásticos con algunas modificaciones que transformaban totalmente su performance,
Lomos de burro, charcos, badenes, curvas con peraltes, que en los momentos de peligro, hacían subir vértigo de pozo que tenía en la boca del estómago… en aquel entonces, cuando mi estómago era virgen.
A nuestro lugar se lo llamaba El Fondo,
En el fondo del Fondo había un tendedero, dos gruesos palos cuadrados de quebracho sostenían un fuerte caño galvanizado de dos pulgadas del que se asían los alambres sobre los que pinzaban los broches, la ropa, que debía secarse.
En esos días, estaba prohibido jugar a la pelota en nuestros dominios, que eran libres, pero tenían reglas.
Sí, no hay nada mejor para colgar a un niño, atado con un lazo en sus tobillos cabeza abajo, que un grueso y resistente caño galvanizado de unos cuatro metros de largo, lo cual permite colgar una tanda a tres o cuatro.
Jajá,
¡Cuando lo recuerdo!
Muchas veces me hice colgar, había que dominar tres cosas que ahora que me doy cuenta, conducían a una cuarta.
Primero, había que saber acomodar las piernas para que los huesos no molestaran la carne contra algún filo, cuando el lazo apretara al colgar.
En rigor, era un nudo fijo que no se corría, por lo que no estrangulaba, solo el efecto del peso del cuerpo recargado en la zona por la que pasaba la soga que era gruesa como para no lastimar.
Segundo, había que aprender a no inquietarse al sentir que la sangre se venía a la cabeza, las venas yugulares se hinchaban, las sienes empezaban a palpitar, una presión se sentía dentro del cerebro, si uno sentía miedo, todas esas sensaciones se le harían intolerables, pero si las dominaba, lentamente se daría cuenta que el cuerpo seguía funcionando perfectamente.
Tercero, no es lo mismo respirar en vertical invertida, es gracioso, de golpe, al colgar, se adquiere la conciencia del respirar, de otra forma, en general, no tenemos conciencia que estamos respirando, que tenemos que llevar un ritmo, una secuencia, una calidad de inspiración y expiración.
Eso hace uno dado vuelta, corrige vicios, mejora recursos mal utilizados.
Las enseñanzas del estar dado vuelta no se le escapan a quien quiere aprender de todo, siempre fui de esos.
Como antes dije, este ejercicio de ir para atrás, me hizo notar algo de esa competencia de “haber quién aguanta más” en la que nos embarcábamos felices:
Cuarto, se debe tener un control de la mente, se debe aprender a alinear el cuerpo, la mente y el espíritu.
Todo debe estar sumergido en una inmensa paz, una serena tranquilidad, un sereno respirar, un serenar de la musculatura, un silenciar las ideas absteniéndose de pensar, dejando la mente en la nada.
Así me auto-eduqué en la ciencia de la meditación, claro que sin saberlo.
Deberían correr muchos años hasta encontrarme con textos, imágenes y personas que me revelarían los buenos pasos que había dado, como así también, me hizo estar consciente de aquello que carecía, permitiéndome mejorar.
Pero yo, sin saberlo, ya estaba en camino, ya estaba preparándome para un gran paso que me sirvió para absorber cosas de la vida, como las que pueden pasarle a cualquiera, que son terribles.
Dominio, eso es lo que aprendí, a llevar mi territorio, esa fue una gran lección que me di y me dieron, sin ser demasiado conscientes del tamaño de la herramienta que me facilitaban.
Ricardo Marcenaro
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RM
Cuento: Ricardo Marcenaro - El Club Del Barrio - Parte 1