Diario Amorfo 1

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in | Posted on 12:44





Cero.
Día uno.
Hoy salí a la calle, son adorables las calles de mi barrio cuando el sol de otoño ilumina sus verdes, que aún  festejan, contrastando con celeste de cielo, sorpresa el que las percibiera como lo hice cuando pensaba que estaba despidiéndome de ellas, ellas me saludan amándome, haciéndome sentir su amor, el que los árboles comunican desde sus cuerpos pacíficos, por sus almas vibrantes, aman.
Así, con el amor, un sentimiento de libertad curativa nos habita, mi libertad es mía como siempre lo fue, desde donde arranco.
Las hojas mueven sus manos, saludan, gratificándome, suprimen mis pensamientos atormentados, muestran la belleza que la vida ofrece a cada paso.
El gato Hugo, un personaje de largos cabellos blancos de amos vecinos, decide empresas de mono pendular en el árbol de la puerta, queda colgando de una rama mientras afirma una pata en otra rama de más abajo y la otra desespera pedaleos en el aire, de repente ambas levan ancla y pareciera que fuera a caer, pero su fuerza es mucha, pelea, triunfa, nuevamente sobre la rama estudia otro camino ignorando que lo miro sonriente por la ventana, tiene el cuerpo rechoncho y fuerte y unas ganas de vivir tremendas.
Mi gato Moscú pasó todo el día en la cama, ayer también, empiezo a dudar si no se siente mal pues al acariciarlo dormido no se sobresaltó, apenas ronroneó, es un gato problemático que ya se salvó de varias, si tiene siete vidas ya lleva gastadas tres, solo espero que no quiera una cuarta, que estoy despejando cuestiones, no es momento, evidentemente los gatos tienen muchos más problemas que los perros, si vamos a vivir al campo quizás ahí sea feliz y su salud mejore, veremos.

Otro día pasa, día tres.
Moscú está mejor, está con frío, es gracioso, acabo de pescarlo acurrucado sobre las cenizas del hogar, disfrutando las irradiaciones caloríficas recuerdos del fuego de la noche anterior, lo saqué de ahí y le hice una cuna de mantas, al rato regreso, Moscú nuevamente sobre las cenizas y bien pegado a los ladrillos refractarios, me mira guiñándome ambos ojos como diciéndome: aquí quiero estar, papi.
Pienso en una mujer que nunca queda sola porque siempre está subida a algún tren, pienso en el tiempo que se pierde cuando no se sabe y se cree que sí, pienso sintiéndola, sin enajenarla solamente en razón.
Voy por las calles buscando semillas de árboles, enredaderas y toda planta bella que pueda plantar para no extrañar un símbolo inequívoco de civilización, hacerlas bosques, quiero llevar esa variedad del gusto conmigo, el otoño es ideal para recolectar, llevo en el bolso que me hice hace unos años bolsas de nailon donde voy separando las especies, también se suman las semillas aportadas por mi quinta y por mi Jardín del Té que será otro pero también en otra parte, pues muchas de sus plantas serán transplantadas si es que son adaptables a la zona que elija para fijar residencia, quiero hacer tierra, hacer bosques, comer sano, respirar puro, caminar por los paisajes montañosos que se me ofrecen y los que yo les ofreceré a la montaña que es la tierra, La Madre Tierra tan presente en el norte de mi amado país.

La noche del día tres.
Hoy en la calle me pasó algo que me dejó un poco preocupado, pues pensé que estaba perdiendo la conducción de mi mente, estaba en pensamientos que me tienen presentándome situaciones que vienen a mi, sentidas tanto como a veces resentidas, aunque no es lo segundo aquello que prime, no hay odio ni guisar malestares, una vocación de entender en un contexto de amor a lo humano más que a lo personal, donde lo turbio querría ganar por medio de su gran débil, el ego, cosa que trato que me tenga sin cuidado, cuestión que dos veces me pasó haber girado en una esquina, y a los cien o cincuenta metros, levantando la vista del piso, mirando un entorno que he transitado de toda la vida, no tenía idea de dónde me dirigía ni en que calle estaba, enseguida recuperaba la brújula, pero esos segundos de desconcierto eran de una profundidad inmensa, anonadante.
Cuando caminamos con las ausencias en presente, sin sentidos, nos ausentamos.

Otro día más de mi vida que en el mismo es un día menos de mi vida, el estómago acusa la comida abundante donde intenté degustar las carnes abandonadas, los gustos chocan, lo que antes disfrutaba ahora no significa nada, el vino estaba exquisito, contemplaba en la charla la avenida por la que no cesaban de pasar automóviles y colectivos, los que me disgustaban, ruidos y más ruidos, en mi mente hay otros paisajes que claman todo lo contrario de lo que veo y vivo.

RM




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