Cuento: Pío Baroja - El reloj - Bio data - Links

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in | Posted on 17:13







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Pío Baroja - El reloj



Porque todos sus días, dolores, y sus ocupaciones,

 molestias, aún de noche su corazón no reposa.

-Eclesiastés




Hay en los dominios de la fantasía bellas comarcas en donde los árboles suspiran y los arroyos cristalinos se deslizan cantando por entre orillas esmaltadas de flores a perderse en el azul mar. Lejos de estas comarcas, muy lejos de ellas, hay una región terrible y misteriosa en donde los árboles elevan al cielo sus descarnados brazos de espectro y en donde el silencio y la oscuridad proyectan sobre el alma rayos intensos de sombría desolación y de muerte.



Y en lo más siniestro de esa región de sombras, hay un castillo, un castillo negro y grande, con torreones almenados, con su galería ojival ya derruida y un foso lleno de aguas muertas y malsanas.



Yo la conozco, conozco esa región terrible. Una noche, emborrachado por mis tristezas y por el alcohol, iba por el camino tambaleándome como un barco viejo al compás de las notas de una vieja canción marinera. Era una canción la mía en tono menor, canción de pueblo salvaje y primitivo, triste como un canto luterano, canción serena de una amargura grande y sombría, de la amargura de la montaña y del bosque. Y era de noche. De repente, sentí un gran terror. Me encontré junto al castillo, y entré en una sala desierta; un alcotán, con un ala rota, se arrastraba por el suelo.



Desde la ventana se veía la luna, que ilumina a con su luz espectral el campo yerto y desnudo; en los fosos se estremecía el agua intranquila y llena de emanaciones. Arriba, en el cielo, el brillante Arturus resplandecía y titilaba con un parpadeo misterioso y confidencial. En la lejanía las llamas de una hoguera se agitaban con el viento. En el ancho salón, adornado con negras colgaduras, puse mi cama de helechos secos. El salón estaba abandonado; un braserillo, donde ardía un montón de teas, lo iluminaba. Junto a una pared del salón había un reloj gigantesco, alto y estrecho como un ataúd, un reloj de caja negra que en las noches llenas de silencio lanzaba su tictac metálico con la energía de una amenaza.



«¡Ah! Soy feliz -me repetía a mí mismo-. Ya no oigo la odiosa voz humana, nunca, nunca.»



Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico.



La vida estaba dominada; había encontrado el reposo. Mi espíritu gozaba con el horror de la noche, mejor que con las claridades blancas de la aurora.



¡Oh! Me encontraba tranquilo, nada turbaba mi calma; allí podía pasar mi vida solo, siempre solo, rumiando en silencio el amargo pasto de mis ideas, sin locas esperanzas, sin necias ilusiones, con el espíritu lleno de serenidades grises, como un paisaje de otoño.



Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico. En las noches calladas una nota melancólica, el canto de un sapo me acompañaba.



-Tú también -le decía al cantor de la noche- vives en la soledad. En el fondo de tu escondrijo no tienes quien te responda más que el eco de los latidos de tu corazón.



Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico.



Una noche, una noche callada, sentí el terror de algo vago que se cernía sobre mi alma; algo tan vago como la sombra de un sueño en el mar agitado de las ideas. Me asomé a la ventana. Allá en el negro cielo se estremecían y palpitaban los astros, en la inmensidad de sus existencias solitarias; ni un grito, ni un estremecimiento de vida en la tierra negra. Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico.



Escuché atentamente; nada se oía. ¡El silencio, el silencio por todas partes! Sobrecogido, delirante, supliqué a los árboles que suspiraban en la noche que me acompañaran con suspiros; supliqué al viento que murmurase entre el follaje, y a la lluvia que resonara en las hojas secas del camino; e imploré de las cosas y de los hombres que no me abandonasen, y pedí a la luna que rompiera su negro manto de ébano y acariciara mis ojos, mis pobres ojos, turbios por la angustia de la muerte, con su mirada argentada y casta.



Y los árboles, y la luna, y la lluvia, y el viento permanecieron sordos. Y el reloj sombrío que mide indiferente las horas tristes se había parado para siempre.



FIN




Cuento: Pío Baroja - El reloj - Bio data - Links




Pío Baroja y Nessi (San Sebastián, 28 de diciembre de 1872 – Madrid, 30 de octubre de 1956) fue un escritor español de la llamada Generación del 98 y médico. Fue hermano del pintor y escritor Ricardo Baroja, de la escritora Carmen Baroja y tío del antropólogo Julio Caro Baroja y del director de cine y guionista Pío Caro Baroja.

Biografía

Pío Baroja perteneció a familias muy distinguidas y conocidas en San Sebastián, relacionadas con el periodismo y los negocios de imprenta. Su bisabuelo paterno, Rafael, fue en Oyarzun impresor del periódico La Papeleta de Oyarzun y de otros textos durante la guerra contra Napoleón. Su abuelo del mismo nombre, Pío Baroja, editó en San Sebastián el periódico El Liberal Guipuzcoano (1820–1823) durante el Trienio Liberal e imprimió la Historia de la Revolución francesa de Thiers en doce tomos, con traducción de Sebastián de Miñano y Bedoya. Los hijos de Rafael Baroja, Ignacio Ramón y Pío, continuaron con el negocio de imprenta y un hijo de este último, Ricardo, tío del novelista, será, con el tiempo, editor y factótum del periódico donostiarra El Urumea. Entre los ascendientes de la madre había una rama italiana lombarda, los Nessi, a la que el escritor debe su segundo apellido.

Su primer apellido es originario del solar vasco si bien de etimología incierta, y desde luego no eusquérica. En sus Memorias1 el propio don Pío aventura una fantástica etimología, según la cual «Baroja» sería una aféresis de ibar hotza, que en euskera significa 'valle frío' o 'río frío'. Aunque también podría tratarse de una contracción del apellido castellano Bar(barr)oja.

Pío fue el tercero de tres hermanos: Darío, que murió joven aún en 1894; Ricardo, que sería en el futuro también escritor y un importante pintor, conocido sobre todo por sus espléndidos aguafuertes, y Pío, el hermano menor, que dejaría la profesión de médico por la de novelista hacia 1896. Ya muy separada de ellos, nació Carmen, que habría de ser la inseparable compañera del novelista y la mujer del futuro editor de su hermano, Rafael Caro Raggio, ocasional escritora también. El padre de los Baroja, Serafín, era, al par que hombre inquieto y periodista de ideas liberales, un ingeniero de minas del Estado, lo que llevó a la familia a constantes cambios de residencia por toda España. El continuo ir y venir de su familia inculcó al futuro novelista la afición a los viajes y le permitió conocer bien el país, pero lo transformó en un desarraigado. A los siete años marchó con su familia a Madrid, donde el padre obtuvo una plaza en el Instituto Geográfico y Estadístico; sin embargo, volvieron a Pamplona y otra vez de nuevo a Madrid. Baroja se aficionó a la literatura mientras era joven, habiendo devorado buena parte de la literatura contemporánea desde el siglo XVIII después de clásicos juveniles como Stevenson, Julio Verne, Thomas Mayne-Reid y Daniel Defoe. Se libró del servicio militar, que le repugnaba. En 1891 terminó la carrera de medicina en Valencia2 y se doctoró en 1894 en Madrid con una tesis sobre El dolor, estudio psicofísico.

Formación académica

Como estudiante no destacó, más por falta de interés que de talento, y ya por entonces se le apreció un carácter crítico; ninguna profesión le atraía, solamente escribir no le disgustaba. Se decidió a publicar a fines del siglo XIX, cuando regentaba una panadería propiedad de un tío suyo, D. Matías Lacasa (la primera Viena Capellanes, en Madrid). Por entonces leyó bastante filosofía alemana, desde Inmanuel Kant a Arthur Schopenhauer, decantándose finalmente por el pesimismo de este último. Su amigo suizo Paul Schmitz le introduciría más tarde en la filosofía de Nietzsche. Era un hombre de pensamiento y no de acción, pensaba y no actuaba; dicho apocamiento y la dificultad de encontrar esposa de su nivel intelectual, contribuyó a que no se casara. El mero hecho de que buscara una relación basada en la intelectualidad con las mujeres, descarta la misoginia que largamente se le ha imputado.

Tras defender su tesis, marchó en ese mismo año de 1894 a Cestona, en Guipúzcoa, con una plaza de médico que había leído anunciada en un diario. Esa vida le parecía monótona, dura y no muy bien remunerada: p. ej. en invierno tenía que ir en mula con nieve, viento, etc. a los pueblos de donde le llamaban; prefería volver a Madrid e intentarlo como escritor; tuvo alguna diferencia de criterio con el médico viejo, con el alcalde, con el párroco y con el sector católico del pueblo, que le acusaba de trabajar los domingos en su jardín y de no ir a misa, pues, en efecto, era agnóstico; nunca simpatizó con la Iglesia desde su misma niñez, como cuenta en una de sus autobiografías, Juventud, egolatría; tras pasar un año allí volvió, pues, a San Sebastián, dispuesto a probar suerte en el mundo literario, y encontró su oportunidad en la bullente villa de Madrid, donde su hermano Ricardo dirigía una panadería (Viena Capellanes) porque una tía materna les había legado el negocio; Ricardo le había escrito que estaba harto y quería dejarlo y Pío decidió encargarse él mismo de regentar la tahona. Sobre eso le gastaron bastantes bromas que le agradaban poco: «Es un escritor de mucha miga, Baroja» —dijo de él Rubén Darío a un periodista. A lo cual respondió el escritor: «También Darío es escritor de mucha pluma: se nota que es indio». Instalado en Madrid, empezó a colaborar en periódicos y revistas, simpatizando con las doctrinas sociales anarquistas, pero sin militar abiertamente en ninguna. Al igual que su contemporáneo Miguel de Unamuno, abominó del nacionalismo vasco, contra el que escribió su sátira Momentum catastrophicum.

Pío Baroja pensaba que había que acercar el País Vasco al resto de España, a Madrid, y no al contrario. Daba por sentada la existencia de España, con su tierra natal incluida en ella.

Escritor

En 1900 publicó su primer libro, una recopilación de cuentos titulada Vidas sombrías, la mayoría compuestos en Cestona sobre gentes de esa región y sus propias experiencias como médico. En esta obra se encuentran en germen todas las obsesiones que reflejó en su novelística posterior. El libro fue muy leído y comentado por prestigiosos escritores como Miguel de Unamuno, que se entusiasmó con él y quiso conocer al autor, por Azorín y por Benito Pérez Galdós. Baroja fue así acercándose cada vez más al mundillo literario y abandonando el negocio de panadería hasta dejarlo por completo. Estrechó una especial amistad con el anarquista José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín, e hizo, impulsado por él, algún intento de entrar en política, presentándose de concejal en Madrid y de diputado por Fraga, pero fracasó. Al acercarse Azorín al partido de Antonio Maura, rompió su antigua amistad. De igual manera cultivó la amistad de Maeztu. Con él y Azorín formaron durante un breve período el grupo de los Tres.

A principios del siglo XX (1903) estuvo en Tánger como periodista corresponsal de prensa escrita de El Globo, impreso en Madrid. Viajó después por toda Europa (residió varias veces en París, estuvo algún tiempo en Londres, y pasó por Italia, Bélgica, Suiza —donde tuvo un gran amigo, el filonazi nietzscheano Paul Schmitz—, Alemania, Noruega, Holanda y Dinamarca) y acumuló una impresionante biblioteca especializada en ocultismo, brujería e historia del siglo XIX, que instaló en un viejo caserío del siglo XVII destartalado pero con magnífica construcción, que compró en Vera de Bidasoa y restauró paulatinamente y con gran gusto, convirtiéndolo en el famoso caserío de «Itzea», donde pasaba los veranos con su familia.

Prefería el clima, luz, paisaje y vegetación del Norte, por eso eligió Navarra para veranear. Esto le salvó la vida en 1936 permitiéndole huir a Francia tras el Alzamiento del 18 de Julio. Pasó una noche detenido por carlistas, que le odiaban al ser agnóstico. Su parecer sobre el clima cambió circunstancialmente en tiempos posteriores, debido a razones de salud (reumatismo, etc.).

Sus viajes por España los hizo casi siempre acompañado por sus hermanos Carmen y Ricardo, pero también por Ramiro de Maeztu, Azorín, Schmitz e incluso José Ortega y Gasset en una ocasión, en la que recorrieron en automóvil gran parte del recorrido realizado por el general Gómez con su famosa expedición durante la Primera Guerra Carlista. En 1921 fue operado, con cirugía abierta, de próstata, y, tras 37 días en cama, logró recuperarse; pero quedó impotente. Siempre negó la existencia de la «Generación del 98» por considerar que carecían sus pretendidos componentes de las necesarias afinidades y similitudes.

Su principal aporte a la literatura, como él mismo confiesa en Desde la última vuelta del Camino (sus memorias compendiadas, Ed. Tusquets, 2006), es la observación y valoración objetiva, documental y psicológica de la realidad que le rodeó. Tenía conciencia de ser persona dotada de una especial agudeza psicológica a la hora de conocer a las personas. Es un mito su pretendida misoginia, habiendo descrito numerosos personajes femeninos encantadores o sin denigración alguna hacia éstos, más bien al contrario, mostrándose un observador imparcial de la mujer con sus virtudes y defectos. Valoraba las razas humanas, las formas de las cabezas de las personas, con cierto toque antropológico, hallándose en este particular muy influido por concepciones del siglo XIX y los estudios de su propio sobrino Julio Caro Baroja, quien fue en su juventud ayudante suyo.

En sus novelas reflejó una original filosofía realista, producto de la observación psicológica y objetiva («Ver en lo que es», como decía Stendhal), impregnada quizá con el profundo pesimismo de Arthur Schopenhauer, pero que predicaba en alguna forma una especie de redención por la acción, en la línea de Friedrich Nietzsche: de ahí los personajes aventureros y vitalistas que inundan la mayor parte de sus novelas, pero también los más escasos abúlicos y desengañados, como el Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia o el Fernando Ossorio de Camino de perfección (pasión mística), dos de sus novelas más acabadas. Ideológicamente, terminó por identificarse con las doctrinas liberales y no abandonó en ningún momento sus ideas anticlericales, fue cofundador el 11 de febrero de 1933 de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, creada en unos tiempos en que la derecha condenaba los relatos sobre las conquistas del socialismo en la URSS. En 1935 fue admitido en la Real Academia Española; fue acaso el único honor oficial que se le dispensó.

Guerra Civil

Cuando estalló la Guerra Civil veraneaba en su casa de Vera de Bidasoa, junto a la frontera con Francia. Lo detuvo la columna carlista que desde Pamplona se dirigía a Guipúzcoa. Tras pasar un día en prisión, fue puesto en libertad por intervención del militar Carlos Martínez Campos, duque de la Torre (años más tarde preceptor del príncipe de España, don Juan Carlos). Se trasladó inmediatamente a Francia en un automóvil, estableciéndose en París, en el Colegio de España de la Ciudad Universitaria, gracias a la hospitalidad que le ofreció el director de dicho colegio, el Sr. Establier (hospitalidad que le fue agriamente reprochada al director por el entonces embajador de la República en Francia, Luis Araquistáin, que personalmente y a través de su esposa hizo repetidas gestiones ante el director Establier para que expulsase a Baroja de su alojamiento, gestiones que gracias a la caballerosidad de dicho director no dieron el menor resultado).

En el periodo 1936–1939 regresó a España («zona nacional») varias veces, y una de ellas fue a Salamanca (enero de 1938) para jurar como miembro del recién creado Instituto de España y para gestionar la publicación de artículos periodísticos muy críticos con la República en general y con los políticos republicanos (como el muy famoso «Una explicación», publicado en el Diario de Navarra, 1–IX–1936).

Posguerra

De algún modo, su mejor literatura termina con la guerra, salvo la composición de sus memorias Desde la última vuelta del camino, uno de los mejores ejemplos de autobiografía en lengua castellana. Terminada la Guerra Civil, residió todavía una corta época en Francia y se estableció más tarde definitivamente entre Madrid y Vera de Bidasoa. Siguió escribiendo y publicando novelas, sus Memorias (que alcanzaron gran éxito) y una edición de sus Obras completas. Sufrió algunos problemas con la censura, que no le permitió publicar su novela sobre la Guerra Civil, Miserias de la guerra, ni su continuación, Los caprichos de la suerte. La primera fue publicada por sus sucesores en 2006, en edición del escritor Miguel Sánchez-Ostiz, precedida, entre otros títulos, por Libertad frente a sumisión en 2001. Sostuvo en su domicilio de Madrid una tertulia de sesgo escéptico (en la cual participaban diversas personalidades, entre ellas novelistas como Camilo José Cela, Juan Benet y otros).

Su hotelito de la calle Mendizábal (paralela a la calle de la Princesa, cerca de la Plaza de España) fue destruido por una bomba nacional durante la Guerra Civil, perdiéndose muchísimos documentos de valor que allí tenía archivados. Tras la Guerra Civil, se mudó a la calle Ruiz de Alarcón, cerca de la Bolsa.

Toda su vida fue un gran andarín, habiendo paseado por Madrid y todos sus alrededores en su juventud, como queda reflejado en su trilogía La lucha por la vida (La busca, Mala hierba y Aurora roja). En sus últimos años fue un gran paseante por el Parque del Buen Retiro madrileño, de forma que se le levantó allí la estatua que guarda su memoria (cruce con la Cuesta de Moyano y Alfonso XII).

Su hermana Carmen murió en 1949 y su hermano Ricardo en 1953. Afectado poco a poco por la arterioesclerosis, murió en 1956 y fue enterrado en el Cementerio Civil de Madrid (junto al de La Almudena) como ateo, con gran escándalo de la España oficial, a pesar de las presiones que recibió su sobrino, el antropólogo Julio Caro Baroja, para que renunciase a la voluntad de su tío. Ello no obstante, el entonces ministro de Educación Nacional, Jesús Rubio García-Mina, asistió en su calidad de tal al entierro. Su ataúd fue llevado a hombros por Camilo José Cela, Pérez Ferrero, Alberto Machimbarrena entre otros. Ernest Hemingway asistió al sepelio y John Dos Passos declaró su admiración y su deuda con el escritor.

Obra

Baroja cultivó preferentemente el género narrativo, pero se acercó también con frecuencia al ensayo y más ocasionalmente al teatro, la lírica (Canciones del suburbio) y la biografía.

El propio autor agrupó sus novelas, un poco arbitrariamente, en ocho trilogías y dos tetralogías, aunque es difícil distinguir qué elementos pueden tener en común: Tierra vasca, La lucha por la vida, El pasado, El mar, La raza, Las ciudades, Agonías de nuestro tiempo, La selva oscura, La juventud perdida y La vida fantástica.

    Tierra vasca agrupa La casa de Aitzgorri (1900), El mayorazgo de Labraz (1903), Zalacaín el aventurero (1909) y La leyenda de Jaun de Alzate (1922).3
    La lucha por la vida integra La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora roja (1904).
    La raza está formada por El árbol de la ciencia (1911), La dama errante (1908) y La ciudad de la niebla (1909).
    El pasado: La feria de los discretos (1905), Los últimos románticos (1906) y Las tragedias grotescas (1907).
    La vida fantástica: Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901), Camino de perfección (pasión mística) (1901) y Paradox rey (1906).
    Las ciudades: César o nada (1910); El mundo es ansí (1912); La sensualidad pervertida: ensayos amorosos de un hombre ingenuo en una época de decadencia (1920).
    El mar: Las inquietudes de Shanti Andía (1911); El laberinto de las sirenas (1923); Los pilotos de altura (1931); La estrella del capitán Chimista (1930).
    Agonías de nuestro tiempo: El gran torbellino del mundo (1926); Las veleidades de la fortuna (1927); Los amores tardíos (1942).
    La selva oscura: La familia de Errotacho (1932); El cabo de las tormentas (1932); Los visionarios (1932).
    La juventud perdida: Las noches del Buen Retiro (1934); Locuras de carnaval (1937); El cura de Monleón (1936).

A las novelas de la última etapa de la vida del escritor se las suele llamar «novelas sueltas» porque no terminaron de formar trilogía, pero no por intención del autor, ya que debido en primer lugar a su agotamiento como escritor propio de un hombre de más de 70 años, como por razones de censura (así las de tema de la Guerra Civil) u otras razones no se hicieron así: Susana y los cazadores de moscas (1938), Laura o la soledad sin remedio (1939), Ayer y hoy (publicada en Chile en 1939). El caballero de Erlaiz (1943), El puente de las ánimas (1944), El hotel del Cisne (1946) y El cantor vagabundo (1950). Tanto el Puente de las ánimas como El cantor vagabundo formarían con otra no publicada o nunca escrita la trilogía Saturnales. El hotel del Cisne serie la primera pieza de otra inconclusa trilogía que llevaría por nombre Días aciagos. En sus últimos años intentó escribir una nueva trilogía sobre la Guerra Civil, pero la censura franquista impidió la publicación; sin embargo, con la llegada de la democracia, han empezado a imprimirse algunas de ellas; la primera ha sido Miserias de la guerra, y se anuncia la publicación de la siguiente, A la desbandada.

Entre 1913 y 1935 aparecieron los veintidós volúmenes de una larga novela histórica, Memorias de un hombre de acción, basada en la vida de un antepasado suyo, el conspirador y aventurero liberal y masón Eugenio de Aviraneta (1792–1872), a través del cual refleja los acontecimientos más importantes de la historia española del siglo XIX, desde la Guerra de la Independencia hasta la regencia de María Cristina, pasando por el turbulento reinado de Fernando VII. Son las siguientes: El aprendiz de conspirador (1913), El escuadrón del «Brigante» (1913), Los caminos del mundo (1914), Con la pluma y con el sable (1915), que narra el período en que Aviraneta fue regidor de Aranda de Duero, Los recursos de la astucia (1915), La ruta del aventurero (1916), Los contrastes de la vida (1920), La veleta de Gastizar (1918), Los caudillos de 1830 (1918), La Isabelina (1919), El sabor de la venganza (1921), Las furias (1921), El amor, el dandysmo y la intriga (1922), Las figuras de cera (1924), La nave de los locos (1925, en cuyo prólogo se defiende de las críticas hacia su forma de novelar vertidas por José Ortega y Gasset en El Espectador), Las mascaradas sangrientas (1927), Humano enigma (1928), La senda dolorosa (1928), Los confidentes audaces (1930), La venta de Mirambel (1931), Crónica escandalosa (1935) y Desde el principio hasta el fin (1935).

Baroja apareció publicado en 1938 en la editorial Reconquista: Comunistas, judíos y demás ralea, libro formado por fragmentos de obras y artículos de Baroja anteriores a 1936 y del tiempo de la propia guerra.4

Baroja publicó también cuentos, como los que recogió en Vidas sombrías (1900) e Idilios vascos (1902); libros autobiográficos y de memorias (Juventud, egolatría y los ocho volúmenes Desde la última vuelta del camino, compuestos por El escritor según él y según los críticos, 1944; Familia, infancia y juventud, 1945, Final de siglo XIX y principios del XX, 1946; Galería de tipos de la época, 1947; La intuición y el estilo, 1948; Reportajes, 1948; Bagatelas de otoño, 1949; y La Guerra Civil en la frontera, 2005).5 Además redactó biografías como Juan van Halen o Aviraneta o la vida de un conspirador (1931); ensayos, como El tablado de Arlequín (1904), La caverna del humorismo (1919), Momentum catastrophicum, Divagaciones apasionadas (1924), Las horas solitarias, Intermedios. Vitrina pintoresca (1935), Rapsodias. Pequeños ensayos, El diablo a bajo precio, Ciudades de Italia, La obra de Pello Yarza y otras cosas, Artículos periodísticos y algunas obras dramáticas: Nocturnos del hermano Beltrán, Todo acaba bien... a veces, Arlequín, mancebo de botica, Chinchín, comediante y El horroroso crimen de Peñaranda del Campo.

Defensor de una novela abierta, ya que considera ésta como un fluir en sucesión («La novela en general es como la corriente de la historia: no tiene principio ni fin; empieza y acaba donde se quiera»), compone sus obras a través de una serie de episodios dispersos, unidos, muchas veces, por la presencia de un personaje central.

La mayor parte de los personajes barojianos son seres inadaptados, que se oponen al ambiente y a la sociedad en la que viven, aunque impotentes, incapaces de demostrar energía suficiente para llevar lejos su lucha, acaban frustrados, vencidos y destruidos, en ocasiones físicamente, en muchas otras moralmente, y, en consecuencia, condenados a someterse al sistema que han rechazado.

El escepticismo barojiano, su idea de un mundo que carece de sentido, su falta de fe en el ser humano le llevan a rechazar cualquier posible solución vital, ya sea religiosa, política o filosófica y, por otro lado, le conducen a un marcado individualismo pesimista, y no por ello anarquizante.

A menudo se ha reprochado a Baroja su descuido en la forma de escribir. Eso se debe a su tendencia antirretórica, pues rechazaba los largos y laberínticos periodos de los prolijos narradores del Realismo, actitud que compartió con otros contemporáneos suyos, así como el afán de crear lo que denomina una «retórica de tono menor», caracterizada por:

    Empleo del período corto.
    Sencillez y economía expresiva: «El escritor que con menos palabras da una sensación de que es mejor».
    Impresionismo descriptivo: selección de rasgos significativos más que reproducción fotográfica al detalle característica de los minuciosos y documentados narradores del Realismo.
    Tono agrio, selección de un léxico que degrada la realidad a tono con la actitud pesimista del autor.
    Breves ensayos e intensos intermedios líricos.
    Tempo narrativo rápido, cronotopo dilatado.
    Diálogos respetuosos con la oralidad y la naturalidad.
    Deseo de exactitud y precisión, rasgos estilísticos que confieren la amenidad, el dinamismo y la sensación de naturalidad y vida que el escritor pretendía para sus novelas.

Cabe destacar también su colaboración con el cine en las dos adaptaciones de su novela Zalacaín el aventurero. En la versión de finales de los años veinte de Francisco Camacho él mismo interpreta el papel de carlista. En la de Juan de Orduña, de los cincuenta, hace de sí mismo junto con el propio director, que va a visitarle como prólogo a la historia.

Si bien no era mucha su afición al teatro ni a los espectáculos populares, adaptó su obra teatral Adiós a la bohemia y compuso el libreto para la ópera chica homónima, con música de Pablo Sorozábal, estrenada en 1933.


Predecesor:
Leopoldo Cano y Masas     Académico de la Real Academia Española
Sillón a
1935 – 1956     Sucesor:
Juan Antonio de Zunzunegui y Loredo
Véase también

    Baroja (desambiguación)
    Caro Baroja (desambiguación)
    Generación del 98

Referencias

    ↑ Desde la última vuelta del camino. Tomo IV (Galería de tipos de la época). Biblioteca Nueva, Madrid 1947, págs. 342 y 343.
    ↑ VV.AA. «Los estudiantes liberales», en Historia de la Universidad de Valencia: la universidad liberal (siglos XIX–XX) [volumen 3 de la Historia de la Universidad de Valencia]. Valencia: Universidad Politécnica, 2000; pág. 100.
    ↑ Mainer, José-Carlos (2012). Pío Baroja. Madrid: Taurus. pp. 25; 129.
    ↑ Un extracto de la obra: «Esta última época ha demostrado lo que muchos hemos creído: Que el parlamentarismo no es fecundo. Es imposible. El parlamentarismo es una hoguera que lo consume todo a su lado; la dictadura puede ser la salvación...».
    ↑ La guerra civil en la frontera — Pío Baroja • Hislibris.

Bibliografía

    Alarcos Llorach, E., Anatomía de «La lucha por la vida», Oviedo: 1973.
    Arregui Zamorano, M. T., Estructuras y técnicas narrativas en el cuento literario de la generación del 98: Unamuno, Azorín y Baroja, Pamplona: 1998.
    Baeza, F. (ed.), Baroja y su mundo, 3 vols. Madrid: 1961.
    Benet, J., «Barojiana», en Otoño en Madrid hacia 1950, Madrid: Alianza, 1987.
    Caro Baroja, J., Los Baroja, Madrid: 1973.
    Caro Baroja, P., Guía de Pío Baroja. El mundo barojiano. Madrid: 1987.
    Ciplijauskaite, B., Baroja, un estilo, Madrid: Ínsula, 1972.
    Cueto Pérez, Magdalena, Aspectos sistemáticos en la narrativa de Pío Baroja: «El árbol de la ciencia». Oviedo: Universidad de Oviedo, 1985.
    Del Moral, C., La sociedad madrileña: fin de siglo y Baroja, Madrid: 1974.
    Elizalde, I., Personajes y temas barojianos, Bilbao, 1975.
    Gómez-Santos M., Baroja, médico rural y otros oficios. Madrid: IMC; 2006. ISBN 84-690-0884-6.
    González López, E., El arte narrativo de Pío Baroja en las trilogías. Nueva York: 1972.
    Iglesias, C. El pensamiento de Pío Baroja, México: 1963.
    Mainer, J. C., Pío Baroja, Madrid: Taurus, 2012.
    Navarro, K. Pío Barojaren Donostia, Irún: Alberdania, 2006.
    Sánchez-Ostiz, Miguel, Pío Baroja, a escena, Madrid: Espasa-Calpe, 2006.
    Sánchez-Ostiz, Miguel, Tiempos de tormenta. Pío Baroja 1936–1941, Pamplona: Pamiela, 2007.
    Sánchez-Ostiz, Miguel, Derrotero de Pío Baroja. Irún: Alberdania, 2000.




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