Poesia: Leopoldo Lugones - Delectacion morosa - Elegia crepuscular - La palmera - Seleccion Fotografica - Bio Link
Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in Poesia: Leopoldo Lugones - Delectacion morosa - Elegia crepuscular - La palmera - Seleccion Fotografica - Bio Link | Posted on 20:50
DELECTACIÓN MOROSA
La tarde, con ligera pincelada
que iluminó la paz de nuestro asilo,
apuntó en su matiz crisoberilo
una sutil decoración morada.
Surgió enorme la luna en la enramada;
las hojas agravaban su sigilo,
y una araña en la punta de su hilo,
tejía sobre el astro, hipnotizada.
Poblóse de murciélagos el combo
cielo, a manera de chinesco biombo;
sus rodillas exangües sobre el plinto
manifestaban la delicia inerte,
y a nuestros pies un río de jacinto
corría sin rumor hacia la muerte.
La tarde, con ligera pincelada
que iluminó la paz de nuestro asilo,
apuntó en su matiz crisoberilo
una sutil decoración morada.
Surgió enorme la luna en la enramada;
las hojas agravaban su sigilo,
y una araña en la punta de su hilo,
tejía sobre el astro, hipnotizada.
Poblóse de murciélagos el combo
cielo, a manera de chinesco biombo;
sus rodillas exangües sobre el plinto
manifestaban la delicia inerte,
y a nuestros pies un río de jacinto
corría sin rumor hacia la muerte.
LA BLANCA SOLEDAD
Bajo la calma del sueño,
calma lunar de luminosa seda,
la noche
como si fuera
el blanco cuerpo del silencio,
dulcemente en la inmensidad se acuesta.
Y desata
su cabellera,
en prodigioso follaje de alamedas.
Nada vive sino el ojo
del reloj en la torre tétrica,
profundizando inútilmente el infinito
como un agujero abierto en la arena.
El infinito.
Rodado por las ruedas
de los relojes,
como un carro que nunca llega.
La luna cava un blanco abismo
de quietud, en cuya cuenca
las cosas son cadáveres
y las sombras viven como ideas.
Y uno se pasma de lo próxima
que está la muerte en la blancura aquella.
De lo bello que es el mundo
poseído por la antigüedad de la luna llena.
Y el ansia tristísima de ser amado,
en el corazón doloroso tiembla.
Hay una ciudad en el aire,
una ciudad casi invisible suspensa,
cuyos vagos perfiles
sobre la clara noche transparentan,
como las rayas de agua en un pliego,
su cristalización poliédrica.
Una ciudad tan lejana,
que angustia con su absurda presencia.
¿Es una ciudad o un buque
en el que fuésemos abandonando la tierra,
callados y felices,
y con tal pureza,
que sólo nuestras almas
en la blancura plenilunar vivieran?...
Y de pronto cruza un vago
estremecimiento por la luz serena.
Las líneas se desvanecen,
la inmensidad cámbiase en blanca piedra
y sólo permanece en la noche aciaga
la certidumbre de tu ausencia.
Bajo la calma del sueño,
calma lunar de luminosa seda,
la noche
como si fuera
el blanco cuerpo del silencio,
dulcemente en la inmensidad se acuesta.
Y desata
su cabellera,
en prodigioso follaje de alamedas.
Nada vive sino el ojo
del reloj en la torre tétrica,
profundizando inútilmente el infinito
como un agujero abierto en la arena.
El infinito.
Rodado por las ruedas
de los relojes,
como un carro que nunca llega.
La luna cava un blanco abismo
de quietud, en cuya cuenca
las cosas son cadáveres
y las sombras viven como ideas.
Y uno se pasma de lo próxima
que está la muerte en la blancura aquella.
De lo bello que es el mundo
poseído por la antigüedad de la luna llena.
Y el ansia tristísima de ser amado,
en el corazón doloroso tiembla.
Hay una ciudad en el aire,
una ciudad casi invisible suspensa,
cuyos vagos perfiles
sobre la clara noche transparentan,
como las rayas de agua en un pliego,
su cristalización poliédrica.
Una ciudad tan lejana,
que angustia con su absurda presencia.
¿Es una ciudad o un buque
en el que fuésemos abandonando la tierra,
callados y felices,
y con tal pureza,
que sólo nuestras almas
en la blancura plenilunar vivieran?...
Y de pronto cruza un vago
estremecimiento por la luz serena.
Las líneas se desvanecen,
la inmensidad cámbiase en blanca piedra
y sólo permanece en la noche aciaga
la certidumbre de tu ausencia.
ELEGÍA CREPUSCULAR
Desamparo remoto de la estrella,
hermano del amor sin esperanza,
cuando el herido corazón no alcanza
sino el consuelo de morir por ella.
Destino a la vez fútil y tremendo
de sentir que con gracia dolorosa
en la fragilidad de cada rosa
hay algo nuestro que se está muriendo.
Ilusión de alcanzar, franca o esquiva,
la compasión que agonizando implora,
en una dicha tan desgarradora
que nos debe matar por excesiva.
Eco de aquella anónima tonada
cuya dulzura sin querer nos hizo
con la propia delicia de su hechizo
un mal tan hondo al alma enajenada.
Tristeza llena de fatal encanto,
en el que ya incapaz de gloria o de arte,
sólo acierto, temblando, a preguntarte
¡qué culpa tengo de quererte tanto!
Heroísmo de amar hasta la muerte,
que el corazón rendido te inmolara,
con una noble sencillez tan clara
como el gozo que en lágrimas se vierte.
Y en lenguaje a la vez vulgar y blando,
al ponerlo en tus manos te diría:
no sé cómo no entiendes, alma mía,
que de tanto adorar se está matando.
¿Cómo puedes dudar, si en el exceso
de esta pasión, yo mismo me lo hiriera,
sólo porque a la herida se viniera
toda mi sangre desbordada en beso?
Pero ya el día, irremediablemente,
se va a morir más lúgubre en su calma:
y más hundida en soledad mi alma,
te llora tan cercana y tan ausente.
Trágico paso el aposento mide....
Y al final de la alameda oscura,
parece que algo tuyo se despide
en la desolación de mi ternura.
Glorioso en mi martirio, sólo espero
la perfección de padecer por ti.
Y es tan hondo el dolor con que te quiero,
que tengo miedo de quererte así.
Desamparo remoto de la estrella,
hermano del amor sin esperanza,
cuando el herido corazón no alcanza
sino el consuelo de morir por ella.
Destino a la vez fútil y tremendo
de sentir que con gracia dolorosa
en la fragilidad de cada rosa
hay algo nuestro que se está muriendo.
Ilusión de alcanzar, franca o esquiva,
la compasión que agonizando implora,
en una dicha tan desgarradora
que nos debe matar por excesiva.
Eco de aquella anónima tonada
cuya dulzura sin querer nos hizo
con la propia delicia de su hechizo
un mal tan hondo al alma enajenada.
Tristeza llena de fatal encanto,
en el que ya incapaz de gloria o de arte,
sólo acierto, temblando, a preguntarte
¡qué culpa tengo de quererte tanto!
Heroísmo de amar hasta la muerte,
que el corazón rendido te inmolara,
con una noble sencillez tan clara
como el gozo que en lágrimas se vierte.
Y en lenguaje a la vez vulgar y blando,
al ponerlo en tus manos te diría:
no sé cómo no entiendes, alma mía,
que de tanto adorar se está matando.
¿Cómo puedes dudar, si en el exceso
de esta pasión, yo mismo me lo hiriera,
sólo porque a la herida se viniera
toda mi sangre desbordada en beso?
Pero ya el día, irremediablemente,
se va a morir más lúgubre en su calma:
y más hundida en soledad mi alma,
te llora tan cercana y tan ausente.
Trágico paso el aposento mide....
Y al final de la alameda oscura,
parece que algo tuyo se despide
en la desolación de mi ternura.
Glorioso en mi martirio, sólo espero
la perfección de padecer por ti.
Y es tan hondo el dolor con que te quiero,
que tengo miedo de quererte así.
LA PALMERA
Al llegar la hora esperada
en que de amarla me muera,
que dejen una palmera
sobre mi tumba plantada.
Así cuando todo calle,
en el olvido disuelto,
recobrará el tronco esbelto
la elegancia de su talle.
En la copa, que su alteza
doble con melancolía,
se abatirá la sombría
dulzura de su cabeza.
Entregará con ternura
la flor, al viento sonoro,
el mismo reguero de oro
que dejaba su hermosura.
Como un suspiro al pasar,
palpitando entre las hojas,
murmurará mis congojas
la brisa crepuscular.
Y mi recuerdo ha de ser,
en su angustia sin reposo,
el pájaro misterioso
que vuelve al anochecer.
Al llegar la hora esperada
en que de amarla me muera,
que dejen una palmera
sobre mi tumba plantada.
Así cuando todo calle,
en el olvido disuelto,
recobrará el tronco esbelto
la elegancia de su talle.
En la copa, que su alteza
doble con melancolía,
se abatirá la sombría
dulzura de su cabeza.
Entregará con ternura
la flor, al viento sonoro,
el mismo reguero de oro
que dejaba su hermosura.
Como un suspiro al pasar,
palpitando entre las hojas,
murmurará mis congojas
la brisa crepuscular.
Y mi recuerdo ha de ser,
en su angustia sin reposo,
el pájaro misterioso
que vuelve al anochecer.
Leopoldo Lugones (n. Villa de María del Río Seco, Córdoba, Argentina, 13 de junio de 1874 - † Tigre, Buenos Aires, Argentina, 18 de febrero de 1938) fue un poeta, ensayista, periodista y político argentino.
Leopoldo Lugones nació el 13 de junio de 1874 en la localidad de Villa de María del Río Seco ubicada en el norte de la provincia de Córdoba, como el primer hijo de Santiago M. Lugones y Custodia Argüello.
Su padre, Santiago M. Lugones, quien era hijo de Pedro Nolasco Lugones, iba de regreso a Santiago del Estero, de donde el linaje de la familia es originario, desde la Ciudad de Buenos Aires cuando al detenerse en Villa de María del Río Seco conoció a Custodia Argüello.
Al momento de conocer a quien sería la madre del poeta, la localidad de Villa de María del Río Seco era territorio disputado entre las provincias de Santiago del Estero y Córdoba.
Fue su madre quien le enseñó a Leopoldo las primeras letras y fue responsable de una formación católica muy estricta.
Cuando Lugones tenía seis años y luego del nacimiento del segundo hijo del matrimonio, Santiago Martín Lugones (1878, Villa de María del Río Seco), la familia se trasladó a la ciudad de Santiago del Estero y más tarde a Ojo de Agua, una pequeña villa situada en el sur de la provincia de Santiago del Estero cerca del límite con la provincia de Córdoba, donde nacieron los dos hermanos menores del poeta: Ramón Miguel Lugones (1880, Santiago del Estero), y el menor de los cuatro hermanos, Carlos Florencio Lugones (1885, en Ojo de Agua, Santiago del Estero).
Más tarde sus padres lo envían a cursar el bachillerato en el Colegio Nacional de Monserrat, en Córdoba, donde vive con su abuela materna. En 1892 su familia se trasladaría a esa ciudad y en esa época comienza a realizar sus primeras experiencias en el campo del periodismo y la literatura.
Contrae matrimonio en la Ciudad de Córdoba con Juana Agudelo. En el año 1896 se traslada a Buenos Aires.
En 1897 nace su único hijo, Leopoldo "Polo" Lugones, a quien José Féliz Uriburu nombraría Comisario Inspector de la Policía durante su dictadura. Tarea que realizó sin pertenecer a la fuerza de seguridad y con el único antecedente de haber sido Director de un Instituto de menores durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear. Durante esta tarea fue condenado por la violación de un menor y otros actos aberrantes. El propio Leopoldo Lugones le pidió "de rodillas" al presidente Hipólito Yrigoyen el perdón para su hijo "Polo" por "el buen nombre de su familia", solicitud que atendió Yrigoyen. Años más tarde Leopoldo "Polo" Lugones introdujo el uso de la picana eléctrica como método de tortura para sacar información a los detenidos que se oponían al régimen.
En 1898 Mariano de Vedia le presenta al presidente Julio Argentino Roca, quien en ese momento iniciaba su segundo mandato al frente del Poder Ejecutivo Nacional.
En 1906 y 1911 realiza sendos viajes a Europa, travesías entonces consideradas imprescindibles en la élite intelectual porteña.
Mientras tanto, en Buenos Aires, genera constante polémica no tanto por su obra literaria sino por su protagonismo político que sufre fuertes virajes ideológicos a lo largo de su vida, pasando por el socialismo, el liberalismo, el conservadurismo y el fascismo.
Decepcionado, precisamente, por las circunstancias políticas de la década de 1930 y quizás por su propia militancia, se suicida el 18 de febrero de 1938 en un hotel de Tigre, Buenos Aires, (llamado "El Tropezón") al ingerir una mezcla de cianuro y whisky.
MAS INFO AQUI
Leopoldo Lugones nació el 13 de junio de 1874 en la localidad de Villa de María del Río Seco ubicada en el norte de la provincia de Córdoba, como el primer hijo de Santiago M. Lugones y Custodia Argüello.
Su padre, Santiago M. Lugones, quien era hijo de Pedro Nolasco Lugones, iba de regreso a Santiago del Estero, de donde el linaje de la familia es originario, desde la Ciudad de Buenos Aires cuando al detenerse en Villa de María del Río Seco conoció a Custodia Argüello.
Al momento de conocer a quien sería la madre del poeta, la localidad de Villa de María del Río Seco era territorio disputado entre las provincias de Santiago del Estero y Córdoba.
Fue su madre quien le enseñó a Leopoldo las primeras letras y fue responsable de una formación católica muy estricta.
Cuando Lugones tenía seis años y luego del nacimiento del segundo hijo del matrimonio, Santiago Martín Lugones (1878, Villa de María del Río Seco), la familia se trasladó a la ciudad de Santiago del Estero y más tarde a Ojo de Agua, una pequeña villa situada en el sur de la provincia de Santiago del Estero cerca del límite con la provincia de Córdoba, donde nacieron los dos hermanos menores del poeta: Ramón Miguel Lugones (1880, Santiago del Estero), y el menor de los cuatro hermanos, Carlos Florencio Lugones (1885, en Ojo de Agua, Santiago del Estero).
Más tarde sus padres lo envían a cursar el bachillerato en el Colegio Nacional de Monserrat, en Córdoba, donde vive con su abuela materna. En 1892 su familia se trasladaría a esa ciudad y en esa época comienza a realizar sus primeras experiencias en el campo del periodismo y la literatura.
Contrae matrimonio en la Ciudad de Córdoba con Juana Agudelo. En el año 1896 se traslada a Buenos Aires.
En 1897 nace su único hijo, Leopoldo "Polo" Lugones, a quien José Féliz Uriburu nombraría Comisario Inspector de la Policía durante su dictadura. Tarea que realizó sin pertenecer a la fuerza de seguridad y con el único antecedente de haber sido Director de un Instituto de menores durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear. Durante esta tarea fue condenado por la violación de un menor y otros actos aberrantes. El propio Leopoldo Lugones le pidió "de rodillas" al presidente Hipólito Yrigoyen el perdón para su hijo "Polo" por "el buen nombre de su familia", solicitud que atendió Yrigoyen. Años más tarde Leopoldo "Polo" Lugones introdujo el uso de la picana eléctrica como método de tortura para sacar información a los detenidos que se oponían al régimen.
En 1898 Mariano de Vedia le presenta al presidente Julio Argentino Roca, quien en ese momento iniciaba su segundo mandato al frente del Poder Ejecutivo Nacional.
En 1906 y 1911 realiza sendos viajes a Europa, travesías entonces consideradas imprescindibles en la élite intelectual porteña.
Mientras tanto, en Buenos Aires, genera constante polémica no tanto por su obra literaria sino por su protagonismo político que sufre fuertes virajes ideológicos a lo largo de su vida, pasando por el socialismo, el liberalismo, el conservadurismo y el fascismo.
Decepcionado, precisamente, por las circunstancias políticas de la década de 1930 y quizás por su propia militancia, se suicida el 18 de febrero de 1938 en un hotel de Tigre, Buenos Aires, (llamado "El Tropezón") al ingerir una mezcla de cianuro y whisky.
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Diario La Nación
Argentina
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