Ricardo Marcenaro bitácora - Tati. Tata. Papá. Mi papá: Carlos Adolfo Pedro Felipe Marcenaro Boutell - Part 1

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in | Posted on 1:57



Carlos Adolfo Pedro Felipe Marcenaro Boutell



A mi viejo, mi padre, Tata, papá, Charlie para los amigos, lo amé y lo amo con todo mí ser aunque no esté.

Si Dios apareciera y me dijera, “Ricardo, tenés la oportunidad de estar con él abrazado, cinco minutos, hablar lo que quieras, pero luego de eso te llevo”, un sí inmediato recibiría.

Era un hombre bueno, sin un ápice de maldad, odiaba los chismes, la indiscreción, decía que los católicos debíamos predicar con el ejemplo y de verdad lo hacía, lo que no quiere decir que era un chupa cirios como le decimos acá a un ortodoxo que convierte la vida en un insoportable reglar que no admite más que conductas cerradas.

Él era un tipo abierto, admitía las ideas, admitía que los tiempos cambian, a veces me decía, “Ricardo, yo vi los tranvías a caballo y vos me venís con unas cosas…, que dame un tiempo hijo para que pueda comprenderte” Ese era mi viejo con un adolescente que gritaba libertades.

Era un erudito, se le podía preguntar de lo que fuere que lo respondía, había leído mucho y relacionaba más, pues hay gente que lee mucho, cita nombres, repite frases pero no relaciona y ser culto, como él lo era, es relacionar conceptos creando nuevos, lo que excede la noción de culto entrando en lo inventivo, era muy creativo, un hombre de ideas.

De pequeño me enseñó y nos trato de enseñar a los tres hijos varones, el arte de pensar, no de repetir, calcar, copiar, pensar, que es elaborar, tomar de algo y hacerlo algo más, que es enriquecerlo para enriquecerse uno.

Esa fue la fortuna que nos dejó, en mi casa estaba prohibido hablar de dinero, era un hombre de otra época, si en una mesa en casa alguna persona empezaba a hablar de un tercero no presente, ponía ambas manos en la mesa y amagaba levantarse de la cabecera que ocupaba con toda dignidad, no como un rey, sino como un sumo sabio al que respetábamos como un sol que nos iluminaba con su bondad e inteligencia, decía que abandonáramos eso o se levantaba y un silencio inmediato lo hacía desistir, odiaba el chisme, le parecía una bajeza, la malicia era altamente repudiada por él que la tenía totalmente fuera de su Ser.

Recuerdo, di mucho trabajo en el colegio y hasta ser casi un adulto no comprendí por qué, que un día en su escritorio, frente a la biblioteca que he custodiado toda mi vida como uno de mis más preciados tesoros, reconviniéndome por mis conductas que merecían llamadas de atención en los boletines, decirme: “Mirá Ricardo, a mi no me interesa que me traigas todos 10, hasta ni me interesa que apruebes, lo que me interesa es que sepas. Si vos supieras todo lo que vas a aprender en tus años de estudiante, serías un erudito y eso te va a ser útil toda la vida”

Mi viejo venía de un lugar donde lo que importaba era Ser y nunca parecer, nunca vivió ni propició apariencia alguna, era noble, amaba la sinceridad con la misma fuerza que repudiaba la mentira.

Como era problemático, en los debates familiares, cuando no me encontraba presente, los familiares le observaban lo travieso que era, lo rebelde, lo indominable.

Un día me lo contó mi tío Oscar Müller, entonces me dijo, que ante situación en la que todos me estaban dando caño, como le decimos al pegarte, criticarte despiadadamente, el dijo “Mirá, digan lo que quieran de Ricardo, pero Ricardo es el único que no me miente”, y era así, yo prefería aguantar su dolor, bronca o reacción que fuera antes que mentirle, fui valiente siempre, aguanté las consecuencias, peor era insultar su inteligencia, su persona, el don de tenerlo, que deshonrarlo con la mentira, y él eso siempre lo apreció firmemente de mí.

Recuerdo que una vez me llamó a su escritorio para hablarme muy seriamente, no recuerdo qué es lo que había hecho de grave, cerré la puerta una vez adentro, me senté frente a su escritorio y comenzó a reconvenirme observándome lo que debía, como buen padre guía que fue.

A cada cosa le contesté y subió el tono que había comenzado como reto, nunca sordo, pues mi padre escuchaba por más caliente que estuviera, debatimos apasionadamente un larguísimo tiempo, expliqué claramente mis ideas y sentimientos, lo que eran mis convicciones de ese momento, más fácil era decir si papá como hacían los demás y evitar lo que en vez de un castigo era el ejercicio del amor, cosa que no evitaría nunca de mi padre, pues en el amor nos ejercitamos, con amor, con placer, con problemas, debates, pero siempre en el amor.

Como si fuera hoy recuerdo que la cosa terminó con los dos llorando, abrazados, diciéndonos lo que nos amábamos.

Todos los días de mi vida agradezco a Dios por el padre que me dio.

Ricardo Marcenaro







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