Filosofia: Abü Nasr Muhammad Al-Farabi (872-950) - La ciudad ideal - Links a mas Filosofia

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in | Posted on 12:42




GOICHON, A.M., La distinction de l'essence et de l'existence d'apres ibn Sina, Desclee de Brouwer, Paris, 1937.

Acerca de las inteligencias
Fārābī, ‘Uyūn, § 8-9 en Nota 4, pp. 227-228.

8. De la primera inteligencia en tanto que es necesaria y conoce el Primero resulta otra inteligencia. No hay multiplicidad en ella, excepto bajo el aspecto del que hemos hablado. De esta primera inteligencia resulta, en segundo lugar, […] en tanto que ella es posible y en tanto que se conoce a sí mismo, la esfera celeste superior con su materia y su forma que es el alma. Lo que entendemos por esto, es que estas dos cosas (su posibilidad y su conocimiento de sí mismo), se convierten en causa de dos cosas, quiero decir la esfera celeste y el alma. 
9. De la segunda inteligencia resulta otra inteligencia y otra esfera, por debajo de la esfera superior. Esta [esfera] resulta solamente porque la multiplicidad es, por accidente, ejercida en acto, en esta inteligencia… De la misma manera, de una inteligencia resulta una inteligencia y una esfera. Pero nosotros, no sabemos la cantidad de inteligencias y de esferas, (sabemos) solamente de una manera general que las inteligencias activas desembocan en el Intelecto agente, separado de la materia. Aquí, el número de esferas está completo. La llegada al acto de esas inteligencias son de especies diversas, cada una de ellas es una especie aparte; y la última inteligencia es, de una parte, causa de la existencia de las almas terrestres, y, por otra parte, causa de la existencia de los cuatros elementos por el intermediario de las esferas.

Abu Nasr Al-Farabi, La ciudad ideal, presentación Miguel Cruz Hernández, traducción Manuel Alonso Alonso, Editorial Tecnos, Madrid, 1995.

Capítulo I, Sobre el ser primero

El Ser Primero (mawuŷūd al-lūal) es la causa primera (sabab al-lūal)  a la que deben su entidad  todos los demás seres. El está libre de toda especie de imperfección, mientras que todos los demás seres no pueden carecer de algo que envuelva algún modo de imperfección, sea ella una sola, o sean más de una. Si, pues, el Ser Primero está inmune de cualquier modo de imperfección, su ser (al-wuŷūd) es más excelente y más antiguo que otro ser cualquiera y aun es absurdo que pueda haber ser más excelente y antiguo que el suyo. Entre los modos perfectos de ser, El está en el más alto de los modos; y entre los grados perfectos de existir, está en el supremo de los grados. Por eso mismo es absurdo que en su entidad y substancia vaya entremezclada o implícita alguna privación o potencialidad. La privación y contrariedad se hallan tan solo en lo que cae debajo de la esfera de la luna (falak al-qamar). La privación es el no ser de algo cuya propiedad es ser. Repugna, pues que de algún modo tenga existencia (wuŷūd) en potencia que de algún modo tenga posibilidad de no existir. De aquí que necesariamente es eterno y de existencia permanente en sí misma y por sí misma, sin que para ser eterno necesite otra cosa que le alargue la permanencia; al contrario, en sí mismo tiene suficiencia (completa) para perseverar y dar continuidad a su existencia. Imposible que haya ser como el ser que El tiene. Ni en tal grado de entidad puede darse otro ser, ni puede darse otra entidad que supere o pueda completar la suya. El es el único ser que absolutamente no puede tener causa: ni eficiente (bihi = cuius), ni material o formal (‘anhu = ex quibus), ni final (lahu = ratione cuius). No es, pues, materia ni de subsistencia en materia, ni puede absolutamente estar en algo como en sujeto suyo. Al contrario, su entidad está inmune de toda materia y de todo sujeto. Tampoco tiene forma, porque la forma no puede existir más que en la materia, y si tuviese forma, ya su esencia constaría de materia y forma, y si así fuese, subsistiría con dependencia de las dos partes de que constaba y su ser tendría necesariamente causa, ya que cada una de las partes sería causa de la existencia del todo. Pero ya dimos por supuesto que El es la causa primera. Su ser no es tampoco por razón de algún motivo o finalidad, de modo que ese su ser se dé tan sólo en la realidad para llevar a cabo aquella finalidad o intención. Si así fuese, eso en cierto modo sería causa de su existencia y ya no sería causa primera. Tampoco proviene su entidad de otra cosa más antigua que El, como que entonces provendría de algo inferior a sí mismo.



Capítulo VII, De cómo todos los seres provienen (ṣudūr) del ser primero

Del Ser Primero procede todo otro ser. Puesto, pues, que el Ser Primero tiene la existencia que le es propia, necesariamente se sigue que de El provienen todos los demás seres  cuya existencia no depende de la voluntad y libre arbitrio del hombre y cada uno procede según su modo de ser: unos nos son percibidos por los sentidos, otros son conocidos mediante una demostración apodíctica. La entidad de lo que proviene de El, es a modo de emanación (fayḍ) (o expansión) de su propia entidad que da origen a otros seres, de manera que la entidad de otros seres según va emanando de la entidad del Ser Primero quede subsistente. Según esto, la entidad de lo que de El proviene, no es en modo alguno causa (final) que El tenga, ni ése es el fin que la entidad primera tiene, como, por el contrario la entidad del hijo en cuanto hijo es el fin que tiene la entidad de los padres en tanto padres, esto es, sin que la entidad de lo que de El proviene […]

Capítulo VIII, Gradación de los seres realizados, o existentes

Los seres realizados (mawuŷūdāt) son muchísimos y a pesar de su muchedumbre unos son superiores a los otros. La substancia del Ser Primero es una substancia de la cual emana toda otra entidad, cualquiera que ella sea, perfecta o imperfecta. La substancia del Ser Primero es además una substancia tal que al emanar de ella todos los seres realizados según su gradación, de ella proviene en todos la entidad y grado que tienen. Comienza el ser más perfecto, sigue luego otro que es tan solo un poco menos perfecto y a partir de aquí se van sucediendo seres menos y menos perfectos hasta llegar a un ser in actu tal que, si algo se le quita, el que vendría después de él ya no podría existir en absoluto. Allí cesa la serie de los seres realizados. La substancia del Ser Primero es una substancia de la que emanan todos los seres reales sin que el Ser Primero venga a ser caracterizado por una entidad distinta de la suya. Es generoso y su generosidad consiste en su propia substancia. De ella comienza la serie de los seres realizados y ella distribuye a cada uno la medida de entidad conforme a su grado. Es justo y su justicia consiste en su substancia misma sin ser algo que salga de su substancia o esencia.
Además, la substancia del Ser Primero es tal que al emanar de ella todos los seres realizados grado por grado, se van ellos engarzando, trabando y ordenando unos con otros con tal engarce, trabazón y orden que de esa manera, aunque los seres sean tantos en número, forman un solo conjunto y constituyen como un solo ser. El elemento de engarce y trabazón depende en unos de su propia substancia de modo que por las mismas substancias que constituyen su entidad, se engarzan y traban entre sí; respecto de otros, depende de ciertas modalidades que son subsiguientes a sus substancias, como, v. gr., el amor enlaza y asocia entre sí a los hombres; pero el amor es en los hombres algo circunstancial y no algo substancial que constituya su entidad. Pero aun esto mismo emana del Ser Primero, porque de la substancia del Ser Primero depende el que en la muchedumbre de tantos aparezcan con sus substancias aquellos elementos circunstanciales por los que unos se enlazan con otros, ordenándose en grados y series.

Capítulo X, De los seres del segundo grado y cómo se produce la multiplicidad (kaṯīr)

Del Ser Primero emana el ser (wuŷūd) del segundo grado. Se llama así cierta substancia absolutamente incorpórea e inmaterial  que se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero. Lo que conoce de sí misma, no es más que su esencia propia. En cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta de ella la entidad de un ser tercero, mientras que en cuanto constituida por su esencia propia, necesariamente resulta de ella la entidad del primer cielo. La entidad de aquel ser tercero es también inmaterial y en sí misma en una inteligencia que igualmente se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero de ella en cuanto constituida por su esencia propia remita necesariamente el orbe de las estrellas fijas, mientras que en cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta de ella una cuarta entidad (wuŷūd). Esta también es inmaterial y se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero. De ella, pues, en cuanto constituida por su esencia propia, necesariamente resulta el orbe de Saturno, mientras que en cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta una quinta entidad. Esta es también inmaterial y se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero. De ella, pues, en cuanto constituida por su propia esencia, necesariamente resulta el orbe de Júpiter (al-Muštāryī), mientras que en cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta una sexta entidad. Esta también es inmaterial y se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero. De ella, pues, en cuanto constituida por su esencia propia, necesariamente resulta el orbe de Marte (al-Miṯiḫ), mientras que en cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta de ella una séptima entidad. Esta también es inmaterial y se conoce a si misma y conoce al Ser Primero. De ella, pues, en cuanto constituida por su esencia propia, necesariamente resulta el orbe del Sol (aš-Šams), mientras que en cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta de ella una octava entidad. Esta tam¬bién es inmaterial y se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero. De ella, pues, en cuanto constituida por su esencia propia, necesariamente resulta el orbe de Venus (az-Zuhar), mientras que en cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta de ella una novena entidad. Esta también es inmaterial y se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero. De ella, pues, en cuanto constituida por su esencia propia, necesariamente resulta el orbe de Mercurio (Uṭārid), mientras que en cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta de ella una décima entidad. Esta también es inmaterial y se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero. De ella, pues, en cuanto constituida por su esencia propia, necesariamente resulta el orbe de la Luna (Qamar), mientras que en cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta de ella la entidad undécima. Esta a su vez es inmaterial y se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero. Sin embargo con ella cesan los seres que para existir no necesitan materia y sujeto. Tales son los seres separados que esencialmente son a la vez entendimiento e inteligible. En el orbe de la Luna no se dan cuerpos celestes, esto es, cuerpos que por naturaleza se mueven circularmente.



Capitulo XI, De los seres y de los cuerpos de aquí abajo

Los seres que hemos enumerado, obtienen por sí mismos desde el comienzo de su existencia su última perfección substancial. Con aquellos dos (últimos: el orbe de la Luna y la inteligencia undécima) cesa ya tal modo de entidad. Los que siguen, pues, no obtienen por sí mismos desde el comienzo su mayor perfección substancial; al contrario, de su concepto mismo es precisamente el tener, al principio, un modo de ser menos perfecto y a partir de ahí se van elevando uno en pos de otro hasta que cada especie obtiene su última perfección más elevada: primero en sus esencias propias y luego en los otros accidentes. Tal modalidad y circunstancia depende de la naturaleza de este género de seres sin que eso se les introduzca por intervención de alguna otra cosa extraña. Algunos de estos seres son meramente naturales, otros son voluntarios y finalmente otros son a la vez naturales y voluntarios. Lo natural es una especie de preliminar para lo voluntario y en el tiempo precede su esencia a la del ser vo¬luntario y repugna que exista lo voluntario sin que le haya precedido lo natural. Entre tales cuerpos naturales se dan los elementos, a saber, el fuego, el aire, el agua y la tierra, y otros seres parecidos como el vapor y la llama y otros; se dan también los minerales, v. gr., las piedras y sus especies, las plantas, los animales irracionales y los racionales.

Capitulo XIII, De la división entre los diversos grados; cuerpos hílicos y seres divinos

El orden de estos seres (materiales o hílicos) es éste: Primeramente aparecen los más imperfectos y luego vienen los más y más perfectos hasta llegar a uno tan perfecto que ya no le supere ningún otro. El más imperfecto es la materia prima común a todos los cuerpos; más perfectos que ella son los cuatro elementos; siguen después los minerales, las plantas, los animales irracionales y los animales racionales. Entre ellos no se da ya otro más perfecto que el ser racional. Al contrario, el orden de los seres arriba mencionados (los seres celestes) comienza por los más perfectos y sigue luego por los menos y menos perfectos hasta llegar al inferior a todos. El más excelente y perfecto es el Ser Primero. Los más excelentes en el conjunto de seres que del Ser Primero proceden, son los incorpóreos e independientes de cuerpos. Vienen luego los (cuerpos) celestes. El más perfecto de los seres separados es el ser segundo. Vienen luego todos los demás seres separados hasta llegar al undécimo. El más perfecto de los orbes celestes es el primero, luego el segundo y todos los demás por su orden hasta llegar al undécimo  que es el orbe de la Luna. Los seres separados que vienen después del Ser Primero, son diez y los cuerpos celestes en total son nueve. La suma de todos dará, pues, diecinueve seres. Cada uno de aquellos diez es único en su modo de ser (wuyūdu-hu) yen su grado. Repugna que su modo de ser se dé en otra cosa distinta de él. La razón es porque si otra cosa participase su modo de ser y si esa otra fuese distinta de él, necesariamente tendría algo que le diversificaría de aquel y ese algo que lo distingue y diversifica de aquel, será su esencia (wuŷūd) propia. Ahora bien: la esencia propia de un ser cualquiera no puede identificarse con aquello por lo que el otro es un ser in actu. De consiguiente, el modo de ser de ambos no puede ser idéntico, sino que cada uno tiene algo que lo individualiza 2. También repugna que tenga contrario, porque los contrarios han de tener una materia común y estos seres no tienen materia. Además: entre los seres (naturales) pertenecientes a una misma especie los individuos se multiplican por la multiplicación de los supuestos de la forma de aquella especie. De consiguiente, es imposible que un ser inmaterial contenga dentro de su especie otro individuo distinto de él. Además, los contrarios provienen, o de cosas cuyas substancias son contrarias o de una sola cosa cuyas disposiciones y relaciones mutuamente se repelen en un mismo sujeto, v. gr., el frío y el calor, que se deben ambos al sol, pero el sol aparece en dos circunstancias muy distintas según que se acerca o se aleja. Con esos dos modos de aparecer produce el sol circunstancias y relaciones que mutuamente se oponen. De todo lo cual se infiere que repugna que el Ser Primero tenga contrario y que posea estados o relaciones que se opongan al segundo (ser) y sus relaciones. Del propio modo, en el segundo (ser) tampoco puede darse contrariedad e igualmente en el tercero hasta llegar al décimo. Cada uno de los diez se conoce a sí mismo y conoce al Ser Primero. Pero ninguno es por sí solo capaz de existir tan perfectamente que no conozca sino tan sólo a sí mismo. Su perfecta excelencia la adquiere por el hecho de que, además de conocerse a sí mismo, conoce la esencia de la causa primera. Cuanto más supera la excelencia del Ser Primero a la excelencia de la inteligencia, tanto superará la felicidad de ésta en cuanto conoce al Ser Primero a la felicidad de conocerse a sí sola. Igualmente, la complacencia en sí misma por conocer al Ser Primero superará tanto a la complacencia de conocer a sí sola, cuanto la perfección del Primero supera a su perfección. La admiración de sí misma y el amor que así se tiene por conocer el Ser Primero superará tanto a la maravilla y amor por conocerse a sí misma sola, cuanto la gracia y belleza del Ser Primero supera a la suya propia. Así lo que primeramente ama y de lo que más se maravilla, es por lo que conoce del Ser Primero, y en segundo lugar por lo que conoce de sí misma. De aquí que respecto de estos diez seres el Ser Primero es el amado Primero y el querido Primero.



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