Ricardo Marcenaro bitácora - Expedición en bicicleta a Loma Verde. San Isidro - Recuerdos de Infancia. 14-07-10

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in | Posted on 22:27




Ricardo Marcenaro
60s
Por susbir al bus, rumbo al colegio Jesús en el Huerto de los Olivos
Olivos - Provimcia de Buenos Aires
Argentina








Tengo 56 años, por suerte por los tiempos que viví, en lo bueno y lo malo, por desgracia por lo que no viviré si así me pudiese conservar por lo bueno y lo malo que traerá el tiempo.

Mi objetivo en esta es hablar de lo bueno de la infancia, que de malo tiene bastante y ya espero ocuparme, sobre todo de la infancia en lo social, recuerdos de niños que jugaban.

Jugar es aprender, no hay mejor manera de aprender que tomarse el aprendizaje como un juego, así el conocimiento entra en uno en los años más importantes de hacerlo, la primera infancia, como una vía permanente de hacerlo.

Escribo esto para los jóvenes, no sé si les importe, no tiene por qué, pero quizás de ello puedan sacar algún beneficio para ellos hacer la parte que les corresponde como seres sociales para que cuando tengan hijos, algo mejor les destinen a vivirlo, no me anima eso de “todo tiempo pasado fue mejor”, es un sofisma, así como cosas mejores las hubo, peores a montones poblaron nuestra infancia, el autoritarismo, el castigo físico, entre sus máximas expresiones.

Pero vamos a lo bueno, ¿qué había de bueno?... recuerdos para que vean:

La calle era nuestro lugar de juego, mi casa tenía, como aún lo tiene, una gran extensión, 60 metros de largo, nuestros padres habían dividido el parque, el fondo era nuestro, dividido por un seto de crataegus, terreno libre para hacer lo que se nos diera la gana, fueron muy generosos nuestros padres a la vez que inteligentes, pues así había un orden y sitios donde la vida social familiar presentaba reglas estrictas.

Pero la calle era nuestro lugar de juego independiente, ahí nos encontrábamos los niños del vecindario sin que nada nos perturbase, peligro alguno hubiera, algún que otro automóvil de los pocos que habían en esa época en un barrio residencial en plena formación, aún con rastros de terrenos baldíos, quintas de verdura, viveros, hasta un vecino verdulero que tenía un caballo para tirar de su carro con el que hacía reparto a domicilio por el bajo de Olivos.

Recuerdo que una vez hicimos una “expedición” con las bicicletas, guiaría seguro mi hermano Carlos, cinco años mayor a quien les escribe, éramos una bandada, nos encaminamos muy curiosos a la avenida Panamericana, que en esa época estaba en plena construcción, recuerdo que bajamos a ese lugar donde se acumulaban inmensas montañas de tierra que las maquinarias movían para los planteos que la ingeniería planteaba.

Se me acaba de cruzar por la cabeza si ese paisaje alucinante no haya influido en Carlos, que hoy es un ingeniero notable, con una extensa carrera en el exterior, reconocido y en una muy alta posición, como se lo merece.

Esas rampas de tierra eran un paraíso para nosotros niños, claro que apenas verlas, ya subirlas, sentir el esfuerzo de la escalada que no costaba tanto y la emoción que ponía los pelos de punta del bajar a toda velocidad en aceleraciones que a solo pedal, en llano, imposibles.

Éramos como pájaros.

Siempre cuando este tipo de recuerdos vienen, asocio mis sensaciones de entonces a las de los pájaros, a su alegría, libertad, desprendimiento del límite terráqueo, si es que se me entiende, volaba, colgado a los techos, árboles, riesgos a los que con fervor me daba, ese sentimiento, en cierta forma y de muchas maneras, me quedó para siempre, aún me habita, por suerte no he perdido la flexibilidad, el amor por estos menesteres en el que siento probarme, valorizándome en un seguridad que me hace bien.

Seguimos en nuestra exploración por la ruta de hormigón aún no inaugurada, toda para nosotros, segura en su vía libre para nuestra curiosidad, gritos, juego.

Llegamos donde lo construido acababa en el solado de tierra que preparaba el vaciado de hormigón que se haría en un próximo futuro, recuerdo que hicimos un largo camino hasta que llegamos a un lugar que para nosotros tuvo un nombre de puerta de magos: “Loma Verde”, totalmente diferente a nuestro barrio, que era nuestro mundo, mucho más no conocíamos, Belgrano R casa de abuelos, alguna ida al centro, seguramente, que a esa edad, casi no recuerdo.

Loma Verde quedaba donde la actual avenida Márquez, zona de quintas de fin de semana, de establos para caballos de carrera, el hipódromo de San Isidro queda en la zona, también de barrios humildes, de gente trabajadora que en general venía de nuestras provincias y se las arreglaban como podían, en un tránsito a comprarse algún terreno, con el trabajo que en esa época abundaba, construir casa para su familia.

No existía peligro alguno en pasar por estos barrios ni a esos niños o mayores se les ocurriría agredirnos, cada cual hacía su vida, creo que con alegría y sin rencores, por lo menos así lo siento al ver para atrás, muy claro desde el presente visto: el delito no era una salida laboral.

La gente humilde enseñaba estrictamente a sus hijos los valores del trabajo, la honestidad, como hoy no abunda en todas las clases sociales, donde pareciera que el “trepar”, el oportunismo, el tener y no el Ser, fuese la meta para obtener “éxito”, no prestigio, como más estaba orientada la educación que tuvimos en esa época, la cual agradeceré siempre y traté de traspasar a mis hijos y a quienes tuvieron contacto conmigo, como maestro, pariente, consejero, amigo, según me haya tocado actuar, con los límites y errores que tengo o he tenido.

Recuerdo cuando le contaba a mi maestro de poesía que queriendo escribir acerca de mi infancia, me era totalmente imposible, el me dijo que ella estaba muy cerca, que no me preocupara pues cuando creciera, en ese entonces tenía 18 años, las imágenes y recuerdos aflorarían claros, ¡cuánta razón tenía Sigfrido! (S. Radaelli)

Recordando vi esos caminos entre nubes en fuga, soleados y grises, murmullos…

En el alma del hombre maduro, vivo está el niño.


RM









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