Poesia: Johann Wolfgang von Goethe - El Pescardor - El Rey de los Silfos - Links
Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in Poesia: Johann Wolfgang von Goethe - El Pescardor - El Rey de los Silfos - Links | Posted on 18:48
El pescador
Hinchada el agua, espumajea,
mientras sentado el pescador
que algúnn pez muerda el anzuelo
plácido aguarda y bonachón.
De pronto la onda se rasga,
y de su seno—¡oh maravilla!—
toda mojada, una mujer
saca su grácil figurilla.
Y con voz rítmica le increpa:
—¿Por qué, valiéndote de mañas,
hombre cruel, tiras de mí
para que muera en esta playa?
¡Si tú supieras qué delicia
allá se goza bajo el agua,
tal como estas te arrojarías
al mar, dejando en paz la caña!
¿No ves al sol, no ves la luna
cómo en las ondas se recrean?
¿Doble de hermosos no parecen
cuando en las agujas se reflejan?
¿No te seduce el hondo cielo
cuando su azul, húmedo muesta?
Cuando este aljófar lo salpica,
¿del propio rostro no te prendas?
Hinchada el agua, espumajea,
del pescador lame los pies;
siente el cuitado una nostalgia,
cual si a su amada viera fiel.
Cantaba un tanto la sirena,
todo pasó en un santiamén;
tiró ella de él, resbaló el hombre,
nunca más se dejó ver.
El rey de los silfos
¿Quién tan tarde cabalga en la ventosa noche?
Un padre con su hijo, a lomos del corcel
bien cogido lo lleva en sus brazos, seguro
y caliente al recaudo de su regazo fiel.
—Hijo mío, por qué escondes así triste tu rostro?
—¿Es que el rey de los silfos, oh padre, tú no ves?
¿De los silfos el rey con su corona y manto?
—¡Es la bruma, hijo mio, quien eso te hace ver!
¡Oh lindo niño, anda, ven conmigo ligero!
Verás que alegres juegos allí te enseñaré
¡y qué flores tan raras en mi orilla florecen,
y qué doradas vestes mi madre sabe hacer!
—Padre mío, padre mío, ¿no oyes tú las promesas
con que el rey de los silfos me pretende atraer?
—No hagas caso, hijo mío, que es el cierzo que agita
de la agostada fronda del bosque la aridez.
—Lindo niño, ¿no quieres venir a mi palacio?
Te aguardan mis hermosas hijas bajo el dintel.
Por turno en la alta noche arrullarán tu sueño
y sus danzas y cantos sabrán entretejer.
—Padre mío, padre mío, ¿no ves allá en la sombra
las hijas del monarca bellas resplandecer?
—Hijo mío, no hagas caso, es la vaga espesura;
no hay nada sino eso, que lo distingo bien.
—Lindo niño, me encanta tu belleza divina;
si no de grado vienes, la fuerza emplearé,
—¡Padre mío, padre mío, mira cómo me coge;
daño me hacen sus manos; padre, defiéndeme!
Siente temor el padre y su bridón aguija;
contra su pecho aprieta al lloroso doncel;
de su casona el atrio por fin alcanzar logra.
Mira, y muerto al instante entre sus brazos ve.
Hinchada el agua, espumajea,
mientras sentado el pescador
que algúnn pez muerda el anzuelo
plácido aguarda y bonachón.
De pronto la onda se rasga,
y de su seno—¡oh maravilla!—
toda mojada, una mujer
saca su grácil figurilla.
Y con voz rítmica le increpa:
—¿Por qué, valiéndote de mañas,
hombre cruel, tiras de mí
para que muera en esta playa?
¡Si tú supieras qué delicia
allá se goza bajo el agua,
tal como estas te arrojarías
al mar, dejando en paz la caña!
¿No ves al sol, no ves la luna
cómo en las ondas se recrean?
¿Doble de hermosos no parecen
cuando en las agujas se reflejan?
¿No te seduce el hondo cielo
cuando su azul, húmedo muesta?
Cuando este aljófar lo salpica,
¿del propio rostro no te prendas?
Hinchada el agua, espumajea,
del pescador lame los pies;
siente el cuitado una nostalgia,
cual si a su amada viera fiel.
Cantaba un tanto la sirena,
todo pasó en un santiamén;
tiró ella de él, resbaló el hombre,
nunca más se dejó ver.
El rey de los silfos
¿Quién tan tarde cabalga en la ventosa noche?
Un padre con su hijo, a lomos del corcel
bien cogido lo lleva en sus brazos, seguro
y caliente al recaudo de su regazo fiel.
—Hijo mío, por qué escondes así triste tu rostro?
—¿Es que el rey de los silfos, oh padre, tú no ves?
¿De los silfos el rey con su corona y manto?
—¡Es la bruma, hijo mio, quien eso te hace ver!
¡Oh lindo niño, anda, ven conmigo ligero!
Verás que alegres juegos allí te enseñaré
¡y qué flores tan raras en mi orilla florecen,
y qué doradas vestes mi madre sabe hacer!
—Padre mío, padre mío, ¿no oyes tú las promesas
con que el rey de los silfos me pretende atraer?
—No hagas caso, hijo mío, que es el cierzo que agita
de la agostada fronda del bosque la aridez.
—Lindo niño, ¿no quieres venir a mi palacio?
Te aguardan mis hermosas hijas bajo el dintel.
Por turno en la alta noche arrullarán tu sueño
y sus danzas y cantos sabrán entretejer.
—Padre mío, padre mío, ¿no ves allá en la sombra
las hijas del monarca bellas resplandecer?
—Hijo mío, no hagas caso, es la vaga espesura;
no hay nada sino eso, que lo distingo bien.
—Lindo niño, me encanta tu belleza divina;
si no de grado vienes, la fuerza emplearé,
—¡Padre mío, padre mío, mira cómo me coge;
daño me hacen sus manos; padre, defiéndeme!
Siente temor el padre y su bridón aguija;
contra su pecho aprieta al lloroso doncel;
de su casona el atrio por fin alcanzar logra.
Mira, y muerto al instante entre sus brazos ve.
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