Filosofia: Giorgio Agamben - ¿Qué es lo contemporáneo? - Bio data - Links a mas Filosofía
Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in Filosofia: Giorgio Agamben - Que es lo contemporaneo? - Bio data - Links a mas Filosofia | Posted on 19:04
¿Qué es lo contemporáneo?
La pregunta que quisiera apuntar al comienzo de este [texto] es: “¿De quién y de qué somos contemporáneos? Y, ante todo, ¿qué significa ser contemporáneos?” Una primera y provisoria indicación para orientar nuestra búsqueda hacia una respuesta nos llega de Nietzsche. Justamente en uno de sus cursos en el Collège de France, Roland Barthes la resume de esta manera: “Lo contemporáneo es lo intempestivo”. En 1874, Friedrich Nietzsche, un joven filósofo que había trabajado hasta ese momento con textos griegos y dos años antes había alcanzado una inesperada fama con El nacimiento de la tragedia, publica las Unzeitgemässe Betrachtungen, las “Consideraciones intempestivas”, con las que quiere hacer las cuentas con su tiempo, tomar posición con respecto al presente. “Esta consideración es intempestiva”, así se lee al principio de la segunda “Consideración”, pues trata de “entender como un mal, un inconveniente y un defecto algo de lo que la época está orgullosa, es decir, su cultura histórica, pues yo pienso que todos somos devorados por la fiebre de la historia pero por lo menos tendríamos que darnos cuenta”. Nietzsche coloca su pretensión de “actualidad”, “su contemporaneidad” con respecto al presente, dentro de una falta de conexión, en un desfase. Pertenece verdaderamente a su tiempo, es realmente contemporáneo aquel que no coincide perfectamente con él ni se adapta a sus pretensiones, y es por ello, en este sentido, no actual; pero, justamente por ello, justamente a través de esta diferencia y de este anacronismo, él es capaz más que los demás de percibir y entender su tiempo.
Esta falta de coincidencia, este intervalo no significa, obviamente, que contemporáneo sea aquel que vive en otro tiempo, un nostálgico que está mejor en la Atenas de Pericles o en el París de Robespierre y del marqués de Sade que en la ciudad o en el tiempo en el que le tocó vivir. Un hombre inteligente puede odiar su tiempo, pero de todas maneras sabe que pertenece a él irrevocablemente, sabe que no puede huir a su tiempo.
La contemporaneidad es esa relación singular con el propio tiempo, que se adhiere a él pero, a la vez, toma distancia de éste; más específicamente, ella es esa relación con el tiempo que se adhiere a él a través de un desfase y un anacronismo. Aquellos que coinciden completamente con la época, que concuerdan en cualquier punto con ella, no son contemporáneos pues, justamente por ello, no logran verla, no pueden mantener fija la mirada sobre ella.
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En 1923, Osip Mandelštam escribe una poesía que titula “El siglo” (aunque la palabra rusa vek significa también “época”). Ella contiene no una reflexión sobre el siglo, sino sobre la relación entre el poeta y su tiempo, es decir, sobre la contemporaneidad. No el “siglo”, sino, según las palabras que abren el primer verso, “mi siglo” (vek moi):
Siglo mío, mi bestia, ¿quién podrá/ mirarte a los ojos/ y unir con su sangre/ las vértebras de dos siglos?
El poeta, quien tenía que pagar su contemporaneidad con la vida, es aquel que debe tener fija la mirada en los ojos de su siglo-bestia, unir con su sangre la espalda despedazada de su tiempo. Los dos siglos, los dos tiempos no son solamente, como fue sugerido, el siglo XIX y el XX, sino también, y ante todo el tiempo de la vida del individuo (recuerden que la palabra latina “saeculum” significa en sus orígenes el tiempo de la vida) y el tiempo histórico colectivo, que llamamos, en este caso, el siglo XX, cuya espalda —aprendemos en la última estrofa de la poesía— está despedazada. El poeta, en cuanto contemporáneo, representa esta fractura, es lo que impide al tiempo formarse y, a la vez, la sangre que debe suturar la ruptura. El paralelismo entre el tiempo —y las vértebras— de la criatura y el tiempo —y las vértebras— del siglo constituye uno de los temas esenciales de la poesía:
Hasta que vive la criatura/ debe llevar sus propias vértebras,/ los flujos bromean/ con la invisible columna vertebral./ Como tierno, infantil cartílago/ es el siglo neonato de la tierra.
El otro gran tema —también éste, como el anterior, una imagen de la contemporaneidad— es el de las vértebras despedazadas del siglo y de su unión, que es obra del individuo (en este caso, del poeta):
Para liberar al siglo de las cadenas/ para dar inicio al nuevo mundo/ se necesita reunir con la flauta/ las rodillas nudosas de los días.
Se puede probar con la siguiente estrofa, la que cierra el poema, que se trata de una labor irrealizable —o, incluso paradójica—. No sólo la época-bestia tiene las vértebras despedazadas, sino también vek, el siglo que apenas nació, con un gesto imposible para quien tiene la espalda rota, quiere voltearse hacia atrás, contemplar las propias huellas y, de este modo, muestra su rostro demente:
Pero está despedazada tu columna/ mi estupendo y pobre siglo./ Con una sonrisa insensata/ como un bestia alguna vez flexible/ te volteas hacia atrás, débil y cruel/ a contemplar tus huellas.
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El poeta —el contemporáneo— debe tener fija la mirada en su tiempo. ¿Pero qué es lo que ve quien observa su tiempo, la sonrisa demente de su siglo? En este punto quisiera proponerles una segunda definición de la contemporaneidad: contemporáneo es aquel que tiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no la luz sino la oscuridad. Todos los tiempos son, para quien experimenta la contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es, justamente, aquel que sabe ver esta oscuridad, y que es capaz de escribir mojando la pluma en las tinieblas del presente. ¿Pero qué significa “ver las tinieblas”, “percibir la oscuridad”?
Una primera respuesta nos la sugiere la neurofisiología de la visión. ¿Qué nos pasa cuando nos encontramos en un ambiente en el que no hay luz, o cuando cerramos los ojos? ¿Qué es la oscuridad que vemos en ese momento? Los neurofisiólogos nos dicen que la ausencia de luz desinhibe una serie de células periféricas de la retina, llamadas justamente off-cells, que entran en actividad y producen esa particular especie de visión que llamamos oscuridad. Por lo tanto, la oscuridad no es un concepto exclusivo, la simple ausencia de luz, algo como una no-visión, sino el resultado de la actividad de las off-cells, un producto de nuestra retina. Esto significa, si regresamos ahora a nuestra tesis sobre la oscuridad de la contemporaneidad, que percibir esta oscuridad no es una forma de inercia o de pasividad, sino implica una actividad y una habilidad particular, que, en nuestro caso, corresponden a neutralizar las luces que provienen de la época para descubrir sus tinieblas, su oscuridad especial, que, sin embargo, no se puede separar de esas luces.
Puede decirse contemporáneo sólo aquel que no se deja cegar por las luces del siglo y que logra distinguir en ellas la parte de la sombra, su íntima oscuridad. Sin embargo, con todo ello, no hemos logrado todavía responder a nuestra pregunta. ¿Por qué el lograr percibir las tinieblas que provienen de la época tendría que interesarnos? ¿No es quizá la oscuridad una experiencia anónima y por definición impenetrable, algo que no está dirigido a nosotros y que no puede, por eso mismo, correspondernos? Al contrario, el contemporáneo es aquel que percibe la oscuridad de su tiempo como algo que le corresponde y no deja de interpelarlo, algo que, más que otra luz se dirige directa y especialmente a él. Contemporáneo es aquel que recibe en pleno rostro el haz de tinieblas que proviene de su tiempo.
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En el firmamento que observamos en la noche, las estrellas resplandecen rodeadas por una espesa oscuridad. Dado que en el universo hay un número infinito de galaxias y de cuerpos luminosos, la oscuridad que vemos en el cielo es algo que, según los expertos, necesita de una explicación. Es justamente de la explicación que la astrofísica contemporánea da de esta oscuridad de lo que quisiera hablarles en este momento. En el universo en expansión, las galaxias más remotas se alejan de nosotros a una velocidad tan fuerte que su luz no logra alcanzarnos. Lo que percibimos como la oscuridad del cielo, es esta luz que viaja a una gran velocidad hacia nosotros y, sin embargo, no puede alcanzarnos pues las galaxias de las que proviene se alejan a una velocidad superior a la de la luz.
Percibir en la oscuridad del presente esta luz que trata de alcanzarnos y no puede hacerlo, esto significa ser contemporáneos. Por ello los contemporáneos son raros. Y por eso, ser contemporáneos es, ante todo, una cuestión de valor: pues significa ser capaces no sólo de tener la mirada fija en la oscuridad de la época, sino incluso percibir en esa oscuridad una luz que, dirigida hacia nosotros, se aleja infinitamente. Es decir, una cosa más: ser puntuales a una cita a la que sólo se puede faltar.
Es por ello que el presente que percibe la contemporaneidad tiene las vértebras rotas. En efecto, nuestro tiempo, el presente no es solamente el más lejano: no puede de ninguna manera alcanzarnos. Su espalda está despedazada y nosotros nos mantenemos exactamente en el punto de la fractura. A pesar de todo, por esto somos contemporáneos a él. Entiendan bien que la cita que está en cuestión con la contemporaneidad no tiene lugar sólo en el tiempo cronológico: está en el tiempo cronológico, algo que es necesario y que lo transforma. Y esta urgencia es la inconveniencia, el anacronismo que nos permite comprender nuestro tiempo en la forma de un “demasiado pronto”, que es también un “demasiado tarde”, de un “ya” que es, incluso, un “no aún”. Y, al mismo tiempo, reconocer en las tinieblas del presente la luz que, sin que jamás pueda alcanzarnos, está perennemente en viaje hacia nosotros.
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La pregunta que quisiera apuntar al comienzo de este [texto] es: “¿De quién y de qué somos contemporáneos? Y, ante todo, ¿qué significa ser contemporáneos?” Una primera y provisoria indicación para orientar nuestra búsqueda hacia una respuesta nos llega de Nietzsche. Justamente en uno de sus cursos en el Collège de France, Roland Barthes la resume de esta manera: “Lo contemporáneo es lo intempestivo”. En 1874, Friedrich Nietzsche, un joven filósofo que había trabajado hasta ese momento con textos griegos y dos años antes había alcanzado una inesperada fama con El nacimiento de la tragedia, publica las Unzeitgemässe Betrachtungen, las “Consideraciones intempestivas”, con las que quiere hacer las cuentas con su tiempo, tomar posición con respecto al presente. “Esta consideración es intempestiva”, así se lee al principio de la segunda “Consideración”, pues trata de “entender como un mal, un inconveniente y un defecto algo de lo que la época está orgullosa, es decir, su cultura histórica, pues yo pienso que todos somos devorados por la fiebre de la historia pero por lo menos tendríamos que darnos cuenta”. Nietzsche coloca su pretensión de “actualidad”, “su contemporaneidad” con respecto al presente, dentro de una falta de conexión, en un desfase. Pertenece verdaderamente a su tiempo, es realmente contemporáneo aquel que no coincide perfectamente con él ni se adapta a sus pretensiones, y es por ello, en este sentido, no actual; pero, justamente por ello, justamente a través de esta diferencia y de este anacronismo, él es capaz más que los demás de percibir y entender su tiempo.
Esta falta de coincidencia, este intervalo no significa, obviamente, que contemporáneo sea aquel que vive en otro tiempo, un nostálgico que está mejor en la Atenas de Pericles o en el París de Robespierre y del marqués de Sade que en la ciudad o en el tiempo en el que le tocó vivir. Un hombre inteligente puede odiar su tiempo, pero de todas maneras sabe que pertenece a él irrevocablemente, sabe que no puede huir a su tiempo.
La contemporaneidad es esa relación singular con el propio tiempo, que se adhiere a él pero, a la vez, toma distancia de éste; más específicamente, ella es esa relación con el tiempo que se adhiere a él a través de un desfase y un anacronismo. Aquellos que coinciden completamente con la época, que concuerdan en cualquier punto con ella, no son contemporáneos pues, justamente por ello, no logran verla, no pueden mantener fija la mirada sobre ella.
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En 1923, Osip Mandelštam escribe una poesía que titula “El siglo” (aunque la palabra rusa vek significa también “época”). Ella contiene no una reflexión sobre el siglo, sino sobre la relación entre el poeta y su tiempo, es decir, sobre la contemporaneidad. No el “siglo”, sino, según las palabras que abren el primer verso, “mi siglo” (vek moi):
Siglo mío, mi bestia, ¿quién podrá/ mirarte a los ojos/ y unir con su sangre/ las vértebras de dos siglos?
El poeta, quien tenía que pagar su contemporaneidad con la vida, es aquel que debe tener fija la mirada en los ojos de su siglo-bestia, unir con su sangre la espalda despedazada de su tiempo. Los dos siglos, los dos tiempos no son solamente, como fue sugerido, el siglo XIX y el XX, sino también, y ante todo el tiempo de la vida del individuo (recuerden que la palabra latina “saeculum” significa en sus orígenes el tiempo de la vida) y el tiempo histórico colectivo, que llamamos, en este caso, el siglo XX, cuya espalda —aprendemos en la última estrofa de la poesía— está despedazada. El poeta, en cuanto contemporáneo, representa esta fractura, es lo que impide al tiempo formarse y, a la vez, la sangre que debe suturar la ruptura. El paralelismo entre el tiempo —y las vértebras— de la criatura y el tiempo —y las vértebras— del siglo constituye uno de los temas esenciales de la poesía:
Hasta que vive la criatura/ debe llevar sus propias vértebras,/ los flujos bromean/ con la invisible columna vertebral./ Como tierno, infantil cartílago/ es el siglo neonato de la tierra.
El otro gran tema —también éste, como el anterior, una imagen de la contemporaneidad— es el de las vértebras despedazadas del siglo y de su unión, que es obra del individuo (en este caso, del poeta):
Para liberar al siglo de las cadenas/ para dar inicio al nuevo mundo/ se necesita reunir con la flauta/ las rodillas nudosas de los días.
Se puede probar con la siguiente estrofa, la que cierra el poema, que se trata de una labor irrealizable —o, incluso paradójica—. No sólo la época-bestia tiene las vértebras despedazadas, sino también vek, el siglo que apenas nació, con un gesto imposible para quien tiene la espalda rota, quiere voltearse hacia atrás, contemplar las propias huellas y, de este modo, muestra su rostro demente:
Pero está despedazada tu columna/ mi estupendo y pobre siglo./ Con una sonrisa insensata/ como un bestia alguna vez flexible/ te volteas hacia atrás, débil y cruel/ a contemplar tus huellas.
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El poeta —el contemporáneo— debe tener fija la mirada en su tiempo. ¿Pero qué es lo que ve quien observa su tiempo, la sonrisa demente de su siglo? En este punto quisiera proponerles una segunda definición de la contemporaneidad: contemporáneo es aquel que tiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no la luz sino la oscuridad. Todos los tiempos son, para quien experimenta la contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es, justamente, aquel que sabe ver esta oscuridad, y que es capaz de escribir mojando la pluma en las tinieblas del presente. ¿Pero qué significa “ver las tinieblas”, “percibir la oscuridad”?
Una primera respuesta nos la sugiere la neurofisiología de la visión. ¿Qué nos pasa cuando nos encontramos en un ambiente en el que no hay luz, o cuando cerramos los ojos? ¿Qué es la oscuridad que vemos en ese momento? Los neurofisiólogos nos dicen que la ausencia de luz desinhibe una serie de células periféricas de la retina, llamadas justamente off-cells, que entran en actividad y producen esa particular especie de visión que llamamos oscuridad. Por lo tanto, la oscuridad no es un concepto exclusivo, la simple ausencia de luz, algo como una no-visión, sino el resultado de la actividad de las off-cells, un producto de nuestra retina. Esto significa, si regresamos ahora a nuestra tesis sobre la oscuridad de la contemporaneidad, que percibir esta oscuridad no es una forma de inercia o de pasividad, sino implica una actividad y una habilidad particular, que, en nuestro caso, corresponden a neutralizar las luces que provienen de la época para descubrir sus tinieblas, su oscuridad especial, que, sin embargo, no se puede separar de esas luces.
Puede decirse contemporáneo sólo aquel que no se deja cegar por las luces del siglo y que logra distinguir en ellas la parte de la sombra, su íntima oscuridad. Sin embargo, con todo ello, no hemos logrado todavía responder a nuestra pregunta. ¿Por qué el lograr percibir las tinieblas que provienen de la época tendría que interesarnos? ¿No es quizá la oscuridad una experiencia anónima y por definición impenetrable, algo que no está dirigido a nosotros y que no puede, por eso mismo, correspondernos? Al contrario, el contemporáneo es aquel que percibe la oscuridad de su tiempo como algo que le corresponde y no deja de interpelarlo, algo que, más que otra luz se dirige directa y especialmente a él. Contemporáneo es aquel que recibe en pleno rostro el haz de tinieblas que proviene de su tiempo.
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En el firmamento que observamos en la noche, las estrellas resplandecen rodeadas por una espesa oscuridad. Dado que en el universo hay un número infinito de galaxias y de cuerpos luminosos, la oscuridad que vemos en el cielo es algo que, según los expertos, necesita de una explicación. Es justamente de la explicación que la astrofísica contemporánea da de esta oscuridad de lo que quisiera hablarles en este momento. En el universo en expansión, las galaxias más remotas se alejan de nosotros a una velocidad tan fuerte que su luz no logra alcanzarnos. Lo que percibimos como la oscuridad del cielo, es esta luz que viaja a una gran velocidad hacia nosotros y, sin embargo, no puede alcanzarnos pues las galaxias de las que proviene se alejan a una velocidad superior a la de la luz.
Percibir en la oscuridad del presente esta luz que trata de alcanzarnos y no puede hacerlo, esto significa ser contemporáneos. Por ello los contemporáneos son raros. Y por eso, ser contemporáneos es, ante todo, una cuestión de valor: pues significa ser capaces no sólo de tener la mirada fija en la oscuridad de la época, sino incluso percibir en esa oscuridad una luz que, dirigida hacia nosotros, se aleja infinitamente. Es decir, una cosa más: ser puntuales a una cita a la que sólo se puede faltar.
Es por ello que el presente que percibe la contemporaneidad tiene las vértebras rotas. En efecto, nuestro tiempo, el presente no es solamente el más lejano: no puede de ninguna manera alcanzarnos. Su espalda está despedazada y nosotros nos mantenemos exactamente en el punto de la fractura. A pesar de todo, por esto somos contemporáneos a él. Entiendan bien que la cita que está en cuestión con la contemporaneidad no tiene lugar sólo en el tiempo cronológico: está en el tiempo cronológico, algo que es necesario y que lo transforma. Y esta urgencia es la inconveniencia, el anacronismo que nos permite comprender nuestro tiempo en la forma de un “demasiado pronto”, que es también un “demasiado tarde”, de un “ya” que es, incluso, un “no aún”. Y, al mismo tiempo, reconocer en las tinieblas del presente la luz que, sin que jamás pueda alcanzarnos, está perennemente en viaje hacia nosotros.
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La contemporaneidad se inscribe en el presente y lo marca, ante todo, como arcaico, y sólo quien percibe en lo más moderno y reciente los indicios y las marcas de lo arcaico puede ser contemporáneo. Arcaico significa: cercano al arké, es decir, al origen. Pero el origen no está situado sólo en un pasado cronológico, él es contemporáneo al devenir histórico y no cesa de actuar en éste, de la misma manera que el embrión sigue actuando en los tejidos del organismo maduro y el niño en la vida psíquica del adulto. La división y, al mismo tiempo, la cercanía, que definen la contemporaneidad tienen su fundamento en esta cercanía con el origen, que en ningún punto late con tanta fuerza como en el presente. Quien ha visto por primera vez, llegando al amanecer por mar, los rascacielos de Nueva York, rápidamente percibe esta facies arcaica del presente, esta proximidad con las ruinas cuyas imágenes atemporales del 11 de septiembre hicieron evidentes a todos.
Los historiadores de la literatura y del arte saben que entre lo arcaico y lo moderno hay una cita secreta, y no sólo porque, justamente, las formas más arcaicas parecen ejercer sobre el presente una fascinación particular, sino más bien porque la llave de lo moderno está escondida en lo inmemorial y en lo prehistórico. Así el mundo antiguo, al llegar a su fin, se vuelve, para reencontrarse, con sus inicios; la vanguardia, que se perdió en el tiempo, persigue lo primitivo y lo arcaico. Es en este sentido que se puede decir que la vía de entrada al presente tiene necesariamente la forma de una arqueología. Que, sin embargo, no retrocede a un pasado remoto, sino a lo que en el presente no podemos vivir de ninguna manera, y al permanecer sin vivir, es incesantemente absorbido, hacia el origen, sin que se pueda alcanzar jamás. Dado que el presente no es otra cosa más que lo no-vivido de todo lo vivido y lo que impide el acceso al presente es justamente la masa de lo que, por alguna razón (su carácter traumático, su demasiada cercanía), no logramos vivir en él. El cuidado puesto a esto no-vivido es la vida del contemporáneo. Y ser contemporáneos significa, en este sentido, regresar a un presente en el que nunca hemos estado.
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Aquellos que han intentado reflexionar sobre la contemporaneidad, lo pudieron hacer sólo con la condición de dividirla en varios tiempos, de introducir en el tiempo una des-homogeneidad esencial. Quien puede decir: “mi tiempo” divide al tiempo, inscribe en él una cesura y una discontinuidad: y, sin embargo, justamente a través de esta cesura, de esta interpolación del presente en la homogeneidad inerte del tiempo lineal, el contemporáneo pone en obra una relación especial entre los tiempos. Si, como vimos, es el contemporáneo el que despedazó las vértebras de su tiempo (o, más bien, percibió la falla, o el punto de ruptura). Él hace de esta fractura el lugar de una cita y de un encuentro entre los tiempos y las generaciones. Nada más ejemplar, en este sentido, que el gesto de Pablo, en el momento en el que lleva a cabo y anuncia a sus hermanos la contemporaneidad por excelencia: el tiempo mesiánico: el ser contemporáneos del Mesías, y que llama justamente el “tiempo-de ahora” (ho nyn cairos). No sólo este tiempo es cronológicamente indeterminado (la parusía, el regreso de Cristo, que señala el fin, es verdadero y está cercano, pero es incalculable) sino que él tiene la singular capacidad de poner en relación consigo mismo cada instante del pasado, de hacer de cada momento o episodio de la narración bíblica una profecía o una prefiguración (typos es el término que Pablo prefiere) del presente (así Adán, a través del cual la humanidad recibió la muerte y el pecado, es “tipo” o figura del Mesías, que lleva a los hombres hacia la redención y hacia la vida).
Esto significa que el contemporáneo no es sólo aquel que, percibiendo la oscuridad del presente, comprende la luz incierta; es también aquel que, dividiendo e interpolando el tiempo, es capaz de transformarlo y de ponerlo en relación con los demás tiempos, de leer de forma inédita la historia, de “citarla” según una necesidad que no proviene de ninguna manera de su arbitrio sino de una exigencia a la que él no puede responder. Es como si esa invisible luz que es la oscuridad del presente proyectara su sombra sobre el pasado y éste, tocado por este haz de sombra, adquiriera la capacidad de responder a las tinieblas del presente. Algo más o menos semejante debía tener en mente Michael Foucault cuando escribía que sus investigaciones históricas sobre el pasado son solamente la sombra de su interrogación teórica del presente. Y W. Benjamin, cuando escribía que el índice histórico contenido en las imágenes del pasado muestra que ellas alcanzarán su legibilidad sólo en un determinado momento de su historia. Es de nuestra capacidad de escuchar esa exigencia y esa sombra, de ser contemporáneos no sólo de nuestro siglo y del “presente” sino también de sus figuras en los textos y en los documentos del pasado, que dependerán el éxito o fracaso de nuestro seminario.
* Este texto, inédito en español, fue leído en el curso de Filosofía Teorética que se llevó a cabo en la Facultad de Artes y Diseño de Venecia entre 2006 y 2007.
** Traducción: Verónica Nájera
***Homo sacer fue la trilogía con la que el pensador italiano se colocó en un lugar prominente de la filosofía política contemporánea, aunque en su obra también confluyen ensayos sobre literatura, lingüística, derecho, teología, estética y metafísica. Alumno de Martin Heidegger entre 1966 y 1968, Giorgio Agamben (Roma, 1942) dirigió la edición italiana de las Obras completas de Walter Benjamin, y desde 2003 es profesor de estética en la Università de Venecia. Sus títulos más recientes son El reino y la gloria (2007) y Signatura rerum. Sobre el método (2008), en los que extiende el análisis de la soberanía política hacia las cuestiones económicas y gubernamentales.
Los historiadores de la literatura y del arte saben que entre lo arcaico y lo moderno hay una cita secreta, y no sólo porque, justamente, las formas más arcaicas parecen ejercer sobre el presente una fascinación particular, sino más bien porque la llave de lo moderno está escondida en lo inmemorial y en lo prehistórico. Así el mundo antiguo, al llegar a su fin, se vuelve, para reencontrarse, con sus inicios; la vanguardia, que se perdió en el tiempo, persigue lo primitivo y lo arcaico. Es en este sentido que se puede decir que la vía de entrada al presente tiene necesariamente la forma de una arqueología. Que, sin embargo, no retrocede a un pasado remoto, sino a lo que en el presente no podemos vivir de ninguna manera, y al permanecer sin vivir, es incesantemente absorbido, hacia el origen, sin que se pueda alcanzar jamás. Dado que el presente no es otra cosa más que lo no-vivido de todo lo vivido y lo que impide el acceso al presente es justamente la masa de lo que, por alguna razón (su carácter traumático, su demasiada cercanía), no logramos vivir en él. El cuidado puesto a esto no-vivido es la vida del contemporáneo. Y ser contemporáneos significa, en este sentido, regresar a un presente en el que nunca hemos estado.
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Aquellos que han intentado reflexionar sobre la contemporaneidad, lo pudieron hacer sólo con la condición de dividirla en varios tiempos, de introducir en el tiempo una des-homogeneidad esencial. Quien puede decir: “mi tiempo” divide al tiempo, inscribe en él una cesura y una discontinuidad: y, sin embargo, justamente a través de esta cesura, de esta interpolación del presente en la homogeneidad inerte del tiempo lineal, el contemporáneo pone en obra una relación especial entre los tiempos. Si, como vimos, es el contemporáneo el que despedazó las vértebras de su tiempo (o, más bien, percibió la falla, o el punto de ruptura). Él hace de esta fractura el lugar de una cita y de un encuentro entre los tiempos y las generaciones. Nada más ejemplar, en este sentido, que el gesto de Pablo, en el momento en el que lleva a cabo y anuncia a sus hermanos la contemporaneidad por excelencia: el tiempo mesiánico: el ser contemporáneos del Mesías, y que llama justamente el “tiempo-de ahora” (ho nyn cairos). No sólo este tiempo es cronológicamente indeterminado (la parusía, el regreso de Cristo, que señala el fin, es verdadero y está cercano, pero es incalculable) sino que él tiene la singular capacidad de poner en relación consigo mismo cada instante del pasado, de hacer de cada momento o episodio de la narración bíblica una profecía o una prefiguración (typos es el término que Pablo prefiere) del presente (así Adán, a través del cual la humanidad recibió la muerte y el pecado, es “tipo” o figura del Mesías, que lleva a los hombres hacia la redención y hacia la vida).
Esto significa que el contemporáneo no es sólo aquel que, percibiendo la oscuridad del presente, comprende la luz incierta; es también aquel que, dividiendo e interpolando el tiempo, es capaz de transformarlo y de ponerlo en relación con los demás tiempos, de leer de forma inédita la historia, de “citarla” según una necesidad que no proviene de ninguna manera de su arbitrio sino de una exigencia a la que él no puede responder. Es como si esa invisible luz que es la oscuridad del presente proyectara su sombra sobre el pasado y éste, tocado por este haz de sombra, adquiriera la capacidad de responder a las tinieblas del presente. Algo más o menos semejante debía tener en mente Michael Foucault cuando escribía que sus investigaciones históricas sobre el pasado son solamente la sombra de su interrogación teórica del presente. Y W. Benjamin, cuando escribía que el índice histórico contenido en las imágenes del pasado muestra que ellas alcanzarán su legibilidad sólo en un determinado momento de su historia. Es de nuestra capacidad de escuchar esa exigencia y esa sombra, de ser contemporáneos no sólo de nuestro siglo y del “presente” sino también de sus figuras en los textos y en los documentos del pasado, que dependerán el éxito o fracaso de nuestro seminario.
* Este texto, inédito en español, fue leído en el curso de Filosofía Teorética que se llevó a cabo en la Facultad de Artes y Diseño de Venecia entre 2006 y 2007.
** Traducción: Verónica Nájera
***Homo sacer fue la trilogía con la que el pensador italiano se colocó en un lugar prominente de la filosofía política contemporánea, aunque en su obra también confluyen ensayos sobre literatura, lingüística, derecho, teología, estética y metafísica. Alumno de Martin Heidegger entre 1966 y 1968, Giorgio Agamben (Roma, 1942) dirigió la edición italiana de las Obras completas de Walter Benjamin, y desde 2003 es profesor de estética en la Università de Venecia. Sus títulos más recientes son El reino y la gloria (2007) y Signatura rerum. Sobre el método (2008), en los que extiende el análisis de la soberanía política hacia las cuestiones económicas y gubernamentales.
Giorgio Agamben (Roma, 1942) es un filósofo italiano de renombre internacional.
Trayectoria
Agamben se doctoró en la Universidad de Roma con una tesis sobre el pensamiento político de Simone Weil. Fue alumno de Martin Heidegger entre 1966 y 1968.
Es profesor de Filosofía en la Universidad de Verona, Italia, en el Collège International de Philosophie de París y en la Universidad de Macerata en Italia; enseña asimismo Iconografía en el Instituto universitario de Venecia.
Ha tenido a su cargo la edición de la versión italiana de la obra de Walter Benjamin.
Obra
En su obra, como en la de otros autores (Umberto Eco), confluyen estudios literarios, lingúísticos, estéticos y políticos, bajo la determinación filosófica de investigar la presente situación metafísica en occidente y su posible salida, en las circunstancias actuales de la historia y la cultura mundiales.
Esta investigación tiene mucho de reapertura de caminos olvidados en el transcurso de la historia cultural de Occidente. Como sucede siempre en la Historia de la Filosofía, una interpretación abre un itinerario pero cierra otros. La tradición europea se encuentra, de esta manera, sembrada de oportunidades perdidas. ¿Oportunidades de qué? De alcanzar la Utopía.
La tradición occidental
Agamben se hace acompañar en sus textos por Aristóteles, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Marx o Kafka, entre otros; aunque también por menos conocidos cabalistas, trovadores, padres de la Iglesia Católica Romana y poetas medievales; e incluso por autores influyentes como el jurista Carl Schmitt. Sus maestros o mentores son Martin Heidegger y Walter Benjamin, a cuya obra retorna siempre. En sus investigaciones sobre las imágenes sigue la estela de Aby Warburg.
Las preguntas que plantea a la tradición occidental podrían simplificarse en ¿cómo hemos llegado al punto en que nos encontramos? Esta cuestión supone un enjuiciamiento político y un diagnóstico desolado de la situación que vivimos, e implica otra de cuya respuesta acertada depende la supervivencia y para la cual cada vez hay menos tiempo: ¿Qué podemos hacer, qué dirección tomar?
El abordaje de unas preguntas tan complejas y decisivas, supone a la vez una investigación de conceptos clave en los campos jurídico, estético, cultural, y la confrontación con las últimas estrategias filosóficas para tratarlos y comprenderlos. Supone también el rastreo a través de autores de todas las épocas, en busca de esas oportunidades abandonadas, o de los destellos que muestran las claves de una época.
Este estudio hace aparecer a la cultura occidental desde sus orígenes como asombrosamente otra. Es lo que ocurre en Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, ensayo que hace un recorrido desde la psicología y medicina medievales y la poesía trovadoresca, hasta el concepto de mercancía de Marx y el Psicoanálisis; toda una historia de la producción occidental, no sólo la artística, centrada en la categoría de fantasma, cuya marginación u olvido tiene como consecuencia la actual inanidad del arte, su carácter autónomo y espectacularizado.
Mesianismo
La formulación de ambas cuestiones: ¿Cómo es nuestro tiempo?, ¿Cómo vivirlo, es decir cómo estar a la altura de su exigencia?, implica una actitud, en la que Agamben profundiza con sus estudios sobre Benjamin, sobre la tradición judía y sus intérpretes, sobre la Carta a los Romanos de Pablo de Tarso, una actitud mesiánica. Ésta se explicaría así: si la tradición metafísica1 insiste en la fundación, en el origen, la tradición mesiánica (también occidental en la medida en que en nuestra historia Atenas es inseparable de Jerusalén) reivindica el cumplimiento, ahora bien, para que éste se produzca el origen debe ser revocado.
La revocación del origen y por tanto la anulación o transformación de sus consecuencias sería una constante en la obra de Giorgo Agamben. El retorno a los orígenes no reviste el carácter de la identificación simplificadora del mal, del descubrimiento de una desviación culpable. Se trata de desvelar la lógica interna de un proceso cuya actualización es constante, contemporánea, y cuya ignorancia u olvido comporta su repetición fatal. Esta lógica no puede ser formalizada de acuerdo con los recursos que el pensamiento vigente ha establecido, por tanto éstos deben ser cuestionados y desmontados, en tanto cómplices del orden de cosas que no saben explicar.
Esta actividad deconstructiva2 (la obra filosófica de Agamben supone una constante explicación con la deconstrucción derrideana) implica también la búsqueda del concepto libre de tal culpa originaria, la fórmula destinada a atravesar una puerta cuyo mayor obstáculo es que se encuentra desde siempre abierta, a sortear las trampas que la metafísica tiende en el lenguaje, en el pensamiento, en la práctica.
La Biopolítica, La Nuda Vida
En relación con la primera pregunta antes referida (¿Cómo hemos llegado a la situación en que nos encontramos?) es necesario describir el lugar preciso en que se encuentra la civilización mundial: la época de la biopolítica. Este concepto fue introducido en el pensamiento filosófico por Michel Foucault. La biopolítica es la gestión política de la vida, la intervención del poder en la vida humana. Esto lleva a preguntar cuál es el carácter del pensamiento actual sobre la vida, y su camino teológico, filosófico, político, es decir, metafísico.
Este camino es aquel sobre el que transitan todos los logros de la cultura occidental en relación con la preservación de la vida, y los títulos-conceptos que se le otorgan como salvaguardia en un proceso que supuestamente lleva a los derechos individuales, la salud generalizada, el progreso social. Este camino también está jalonado de errores y horrores, lo que lleva a preguntar si éstos son accidentales o inherentes a ese proceso. Agamben muestra que el tratamiento metafísico de lo vital y su deriva política son inseparables de tales acontecimientos. Su concepto clave en relación con esto es el de Nuda vida.
Nuda Vida puede ser interpretado como un concepto científico o médico: la vida desprovista de toda cualificación, lo que tiene en común la vida humana con la de un caracol o una planta. Enseguida se percibe que se trata de una idea filosófico-teológica, que subyace a su posterior apropiación médica y política. Su genealogía va desde Aristóteles (vida nutricia, el antecedente del concepto de vida vegetativa)3 hasta Gilles Deleuze, con su intento de elaborar un concepto de Inmanencia que abarque plenamente el de vida.
Agamben señala cómo la filosofía y la política evolucionan hasta hacer de la vida su tema y su terreno. Considerar al hombre no como sujeto sino como cuerpo vivo, y más allá, como vida en un cuerpo, es una prueba de que a todos los conceptos, ideas y argumentos que han servido como pretextos o maniobras de ocultación les llega el momento de mostrar su verdad, este es el momento de máximo peligro, y quizá de oportunidad máxima también: el tiempo en que la biopolítica coincide íntegramente con la política, y el estado de excepción con el estado. En su trilogía Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Agamben intenta demostrar que toda la historia jurídica de occidente, desde el arcaico derecho romano hasta la moderna Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano con sus derivaciones, constituye un intento de gestionar la vida humana reduciendo a ésta a nuda vida.
La cuestión estriba en que cualquier estrategia humanista para revertir este hecho se encuentra inhabilitada desde su inicio, el Humanismo es tanto un rodeo como un medio de ocultamiento o de retraso del advenimiento de la gestión planetaria de la vida como vida desnuda. La consecuencia de considerar al hombre como mera vida, es que ésta puede ser sacada de todo contexto social, político, cultural, y tratada como proyecto, como plan, como tarea histórica, como mero residuo, como objeto de experimentación; puede ser aniquilada sin que esto entre en la esfera de lo punible.
El momento privilegiado de la extensión de la biopolítica al ámbito planetario, es el Campo de Concentración. Agamben estudia este espacio en "Lo que queda de Auschwitz", como realización de lo que ya está implícito en toda la evolución político-metafísica de occidente: el lugar en que, dentro del espacio jurídico de un estado y al mismo tiempo fuera de él, la vida es tratada como materia sin forma humana. Esta circunstancia límite somete a una dura prueba todos los referentes éticos válidos hasta el momento:en la desnudez absoluta del Campo el único rudimento de ética se halla en el testigo y su testimonio, más allá de la supervivencia misma como valor absoluto del Campo. Agamben no teme comparar4 el Campo de Concentración y la ideología nazi que lo ha hecho posible, con la situación filosófica actual, como si ambas prácticas en las que las divisiones metafísicas son anuladas, por dispares e incompatibles que puedan resultar, representasen lo más extremo en cuanto a posibilidades del mundo contemporáneo.
La vida como asunto sin límites de la filosofía, y la vida como materia sin forma del trabajo criminal del Campo. De esta manera intenta mostrar que los remedios humanistas son impotentes ante el extremo gesto de la biopolítica, y que sólo encarando ésta como realidad mundial, como cumplimiento paradójico de la promesa del desarrollo social y político de occidente, puede plantearse la resistencia.
El Cualquiera
La posibilidad de un mundo más allá del concepto de Soberanía, es decir del tenebroso abandono de la nuda vida, se encuentra tanto en el concepto de potencia diseñado por Aristóteles5 y perdido después en una larga tradición de interpretaciones, que abre a los hombres un margen de realización ajeno al poder sobre otros (la potencia como "potencia de no") como en las parábolas kafkianas6 que, hacia su final, invierten una conclusión desesperada y absurda, mostrando una salida para el ingenio humano. También en el pensamiento del Ereignis heideggeriano7 que sitúa el ser más allá de la metafísica, o en la escritura de Robert Walser8 ajena al pathos ontoteológico, cuyos personajes habitan una melancólica transparencia, una inocente jovialidad más allá de la salvación o la caída. En "La comunidad que viene" Agamben caracteriza, mediante breves textos tan eruditos como enigmáticos, el mundo postmetafísico.
¿Qué ha cambiado? Remotas discusiones de lógicos medievales toman una actualidad extraña, brillan como debates decisivos... somos nuestra cultura, todas nuestras posibilidades, tanto las de catástrofe como las de salvación, se encuentran esbozadas en el texto de la tradición, que debe poder ser leído e interpretado, no como una escritura sin significado, indistinguible de la vida misma (reproche que Agamben hace a la deconstrucción de Derrida: extiende el dominio de la "vigencia sin significado" al texto entero de la cultura de occidente) sino precisamente en busca de las respuestas que necesitamos.
Estas respuestas son legibles en el momento en que el mundo dividido de la metafísica toca a su fin, en que a embates de lo que está sucediendo somos "vida sin forma". Pero esta desubjetivación no borra, por ejemplo, la posibilidad de una ética, sino al contrario: la ética sólo es posible en ausencia de tarea histórica9 o biológica, de vocación o de esencia. Lo propio del hombre no es sino su impropiedad, y ésta debe ser asumida por fin como singularidad sin identidad. El ser que viene, el Cualquiera, no es "el ser no importa cual, sino el ser tal que, sea cual sea, importa..."
Obras
L'uomo senza contenuto (1970).
Stanze. La parola e il fantasma nella cultura occidentale (1977).
Infanzia e storia: Distruzione dell'esperienza e origine della storia (1978).
Il linguaggio e la morte: Un seminario sul luogo della negatività (1982).
Idea della prosa (1985).
La comunità che viene (1990).
Bartleby, la formula della creazione (1993, con Gilles Deleuze y otros).
Homo Sacer: Il potere soverano e la vita nuda (1995).
Mezzi senza fine. Note sulla politica (1996).
Categorie italiane. Studi di poetica (1996).
Quel che resta di Auschwitz. L'archivio e il testimone (Homo sacer III) (1998).
Il tempo che resta. Un commento alla Lettera ai Romani (2000).
L'aperto. L'uomo e l'animale (2002).
Stato di Eccezione. Homo sacer, 2,1 (2003).
Profanazioni (2005).
Che cos'è un dispositivo? (2006).
L'amico (2007).
Ninfe (2007).
Il regno e la gloria. Per una genealogia teologica dell'economia e del governo. Homo sacer 2,2 (2007).
Che cos'è il contemporaneo? (2007).
Signatura rerum. Sul Metodo (2008).
Il sacramento del linguaggio. Archeologia del giuramento. Homo sacer 2,3 (2008).
Nudità (2009).
Angeli. Ebraismo Cristianesimo Islam (ed. Emanuele Coccia y Giorgio Agamben). 2009.
La Chiesa e il Regno (2010).
La ragazza indicibile. Mito e mistero di Kore (2010, con Monica Ferrando).
Altissima povertà. Regola e forma di vita nel monachesimo (2011).
Opus Dei. Archeologia dell'ufficio (2011).
Traducciones
Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, Pre-Textos. Valencia 1995. Traducción: Tomás Segovia. ISBN 84-8191-053-8
Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Pre-Textos. Valencia 1998. Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera. ISBN 84-8191-206-9
Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III. Pre-Textos. Valencia 2000. Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera. ISBN 84-8191-288-3
Medios sin fin. Notas sobre la política, Pre-Textos. Valencia 2001. Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera. ISBN 84-8191-358-8
El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad, Pre-Textos. Valencia 2002. Traducción: Tomás Segovia. ISBN 84-8191-491-6.
Estado de excepción. Homo sacer II, 1, Pre-Textos. Valencia 2003. Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera. ISBN 84-8191-625-0. También: Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2004. Traducción: Flavia Costa e Ivana Costa, ISBN 987-1156-15-4
El hombre sin contenido. Áltera. Barcelona 2005. ISBN 84-89779-62-7.
Lo abierto. El hombre y el animal. Pre-Textos. Valencia 2005. Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera. ISBN 84-8191-673-0. También: Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2006. Traducción: Flavia Costa y Edgardo Castro. ISBN 987-1156-50-2
Profanaciones. Anagrama. Barcelona 2005. Traducción:Edgardo Dobry. ISBN 84-339-6232-9. También: Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2005. Traducción: Flavia Costa y Edgardo Castro. ISBN 987-1156-34-0
La comunidad que viene. Pre-Textos. Valencia 2006. Traducción: José Luis Villacañas, Claudio La Rocca y Ester Quirós. ISBN 84-8191-771-0.
El tiempo que resta. Comentario a la Carta a los Romanos. Trotta. Madrid 2006. Traducción: Antonio Piñero Sáenz. ISBN 84-8164-834-5.
Preferiría no hacerlo. Bartleby, el escribiente. Con otros. Pre-Textos. Valencia...ISBN 84-8191-284-0.
La potencia del pensamiento. Anagrama. Barcelona 2008. Traducción: Flavia Costa y Edgardo Castro. ISBN 978-84-339-6271-3.
Signatura rerum: sobre el método. Editorial Adriana Hidalgo. Buenos Aires 2009. Traducción: Flavia Costa y Mercedes Ruvitoso. ISBN 978-987-1556-17-5
Ninfas, Pre-Textos, Valencia 2011
El sacramento del lenguaje. Arqueología del juramento (Homo sacer II, 3). Pre-Textos, Valencia 2011. Traducción: Antonio Gimeno Cuspiner.
Desnudez. Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2011. Traducción: Mercedes Ruvituso, María Teresa D’Meza y Cristina Sardoy.
El reino y la gloria, Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2008. Traducción: Flavia Costa y Edgardo Castro, ISBN 978-987-1156-97-9
Bibliografía sobre Agamben
Alfonso Galindo Hervás, Política y mesianismo. Giorgio Agamben, Biblioteca Nueva, Madrid, 2005
Edgardo Castro, Giorgio Agamben. Una arqueología de la potencia, UNSAM edita, Buenos Aires, 2010
Flavia Costa, “La política que viene. Una lectura de Giorgio Agamben”, revista Redes n° 7, Facultad de Educación del Departamento de Humanidades de la Universidad de Santiago de Cali, Colombia, marzo de 2009, pp. 185 a 206. ISSN 1692 - 6803
Rodrigo Karmy Bolton (comp.), Políticas de la interrupción. Ensayos sobre Giorgio Agamben, editorial Escaparate, Santiago de Chile, 2010. pp. 21-36. ISBN: 956-7827- 89-3.
Flavia Costa, “La maquina gubernamental. Soberanía, gobierno, secularización” , en Ma. Elena Sierra Castillo (comp). Biopolítica.Reflexiones sobre la gobernabilidad del individuo. S&S Editores, Madrid, 2010.
Filmografía
Su único papel en el cine lo hizo en la película de Pier Paolo Pasolini: El Evangelio según San Mateo, interpretando al apóstol Filipo.
Referencias
El Tiempo que Resta Madrid 2006, página 104
Homo sacer, Valencia 1998, p. 74
La Potencia del Pensamiento, Barcelona 2008, pp. 388, 333 171
La Potencia del Pensamiento, página 333
La potencia del pensamiento, p. 285
Homo Sacer, p. 68
La potencia del pensamiento, p. 171
La comunidad que viene. G. Agamben, Valencia 2006, pp. 39 y 41
La comunidad que viene, p. 41
http://es.wikipedia.org/wiki/Giorgio_Agamben
Trayectoria
Agamben se doctoró en la Universidad de Roma con una tesis sobre el pensamiento político de Simone Weil. Fue alumno de Martin Heidegger entre 1966 y 1968.
Es profesor de Filosofía en la Universidad de Verona, Italia, en el Collège International de Philosophie de París y en la Universidad de Macerata en Italia; enseña asimismo Iconografía en el Instituto universitario de Venecia.
Ha tenido a su cargo la edición de la versión italiana de la obra de Walter Benjamin.
Obra
En su obra, como en la de otros autores (Umberto Eco), confluyen estudios literarios, lingúísticos, estéticos y políticos, bajo la determinación filosófica de investigar la presente situación metafísica en occidente y su posible salida, en las circunstancias actuales de la historia y la cultura mundiales.
Esta investigación tiene mucho de reapertura de caminos olvidados en el transcurso de la historia cultural de Occidente. Como sucede siempre en la Historia de la Filosofía, una interpretación abre un itinerario pero cierra otros. La tradición europea se encuentra, de esta manera, sembrada de oportunidades perdidas. ¿Oportunidades de qué? De alcanzar la Utopía.
La tradición occidental
Agamben se hace acompañar en sus textos por Aristóteles, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Marx o Kafka, entre otros; aunque también por menos conocidos cabalistas, trovadores, padres de la Iglesia Católica Romana y poetas medievales; e incluso por autores influyentes como el jurista Carl Schmitt. Sus maestros o mentores son Martin Heidegger y Walter Benjamin, a cuya obra retorna siempre. En sus investigaciones sobre las imágenes sigue la estela de Aby Warburg.
Las preguntas que plantea a la tradición occidental podrían simplificarse en ¿cómo hemos llegado al punto en que nos encontramos? Esta cuestión supone un enjuiciamiento político y un diagnóstico desolado de la situación que vivimos, e implica otra de cuya respuesta acertada depende la supervivencia y para la cual cada vez hay menos tiempo: ¿Qué podemos hacer, qué dirección tomar?
El abordaje de unas preguntas tan complejas y decisivas, supone a la vez una investigación de conceptos clave en los campos jurídico, estético, cultural, y la confrontación con las últimas estrategias filosóficas para tratarlos y comprenderlos. Supone también el rastreo a través de autores de todas las épocas, en busca de esas oportunidades abandonadas, o de los destellos que muestran las claves de una época.
Este estudio hace aparecer a la cultura occidental desde sus orígenes como asombrosamente otra. Es lo que ocurre en Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, ensayo que hace un recorrido desde la psicología y medicina medievales y la poesía trovadoresca, hasta el concepto de mercancía de Marx y el Psicoanálisis; toda una historia de la producción occidental, no sólo la artística, centrada en la categoría de fantasma, cuya marginación u olvido tiene como consecuencia la actual inanidad del arte, su carácter autónomo y espectacularizado.
Mesianismo
La formulación de ambas cuestiones: ¿Cómo es nuestro tiempo?, ¿Cómo vivirlo, es decir cómo estar a la altura de su exigencia?, implica una actitud, en la que Agamben profundiza con sus estudios sobre Benjamin, sobre la tradición judía y sus intérpretes, sobre la Carta a los Romanos de Pablo de Tarso, una actitud mesiánica. Ésta se explicaría así: si la tradición metafísica1 insiste en la fundación, en el origen, la tradición mesiánica (también occidental en la medida en que en nuestra historia Atenas es inseparable de Jerusalén) reivindica el cumplimiento, ahora bien, para que éste se produzca el origen debe ser revocado.
La revocación del origen y por tanto la anulación o transformación de sus consecuencias sería una constante en la obra de Giorgo Agamben. El retorno a los orígenes no reviste el carácter de la identificación simplificadora del mal, del descubrimiento de una desviación culpable. Se trata de desvelar la lógica interna de un proceso cuya actualización es constante, contemporánea, y cuya ignorancia u olvido comporta su repetición fatal. Esta lógica no puede ser formalizada de acuerdo con los recursos que el pensamiento vigente ha establecido, por tanto éstos deben ser cuestionados y desmontados, en tanto cómplices del orden de cosas que no saben explicar.
Esta actividad deconstructiva2 (la obra filosófica de Agamben supone una constante explicación con la deconstrucción derrideana) implica también la búsqueda del concepto libre de tal culpa originaria, la fórmula destinada a atravesar una puerta cuyo mayor obstáculo es que se encuentra desde siempre abierta, a sortear las trampas que la metafísica tiende en el lenguaje, en el pensamiento, en la práctica.
La Biopolítica, La Nuda Vida
En relación con la primera pregunta antes referida (¿Cómo hemos llegado a la situación en que nos encontramos?) es necesario describir el lugar preciso en que se encuentra la civilización mundial: la época de la biopolítica. Este concepto fue introducido en el pensamiento filosófico por Michel Foucault. La biopolítica es la gestión política de la vida, la intervención del poder en la vida humana. Esto lleva a preguntar cuál es el carácter del pensamiento actual sobre la vida, y su camino teológico, filosófico, político, es decir, metafísico.
Este camino es aquel sobre el que transitan todos los logros de la cultura occidental en relación con la preservación de la vida, y los títulos-conceptos que se le otorgan como salvaguardia en un proceso que supuestamente lleva a los derechos individuales, la salud generalizada, el progreso social. Este camino también está jalonado de errores y horrores, lo que lleva a preguntar si éstos son accidentales o inherentes a ese proceso. Agamben muestra que el tratamiento metafísico de lo vital y su deriva política son inseparables de tales acontecimientos. Su concepto clave en relación con esto es el de Nuda vida.
Nuda Vida puede ser interpretado como un concepto científico o médico: la vida desprovista de toda cualificación, lo que tiene en común la vida humana con la de un caracol o una planta. Enseguida se percibe que se trata de una idea filosófico-teológica, que subyace a su posterior apropiación médica y política. Su genealogía va desde Aristóteles (vida nutricia, el antecedente del concepto de vida vegetativa)3 hasta Gilles Deleuze, con su intento de elaborar un concepto de Inmanencia que abarque plenamente el de vida.
Agamben señala cómo la filosofía y la política evolucionan hasta hacer de la vida su tema y su terreno. Considerar al hombre no como sujeto sino como cuerpo vivo, y más allá, como vida en un cuerpo, es una prueba de que a todos los conceptos, ideas y argumentos que han servido como pretextos o maniobras de ocultación les llega el momento de mostrar su verdad, este es el momento de máximo peligro, y quizá de oportunidad máxima también: el tiempo en que la biopolítica coincide íntegramente con la política, y el estado de excepción con el estado. En su trilogía Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Agamben intenta demostrar que toda la historia jurídica de occidente, desde el arcaico derecho romano hasta la moderna Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano con sus derivaciones, constituye un intento de gestionar la vida humana reduciendo a ésta a nuda vida.
La cuestión estriba en que cualquier estrategia humanista para revertir este hecho se encuentra inhabilitada desde su inicio, el Humanismo es tanto un rodeo como un medio de ocultamiento o de retraso del advenimiento de la gestión planetaria de la vida como vida desnuda. La consecuencia de considerar al hombre como mera vida, es que ésta puede ser sacada de todo contexto social, político, cultural, y tratada como proyecto, como plan, como tarea histórica, como mero residuo, como objeto de experimentación; puede ser aniquilada sin que esto entre en la esfera de lo punible.
El momento privilegiado de la extensión de la biopolítica al ámbito planetario, es el Campo de Concentración. Agamben estudia este espacio en "Lo que queda de Auschwitz", como realización de lo que ya está implícito en toda la evolución político-metafísica de occidente: el lugar en que, dentro del espacio jurídico de un estado y al mismo tiempo fuera de él, la vida es tratada como materia sin forma humana. Esta circunstancia límite somete a una dura prueba todos los referentes éticos válidos hasta el momento:en la desnudez absoluta del Campo el único rudimento de ética se halla en el testigo y su testimonio, más allá de la supervivencia misma como valor absoluto del Campo. Agamben no teme comparar4 el Campo de Concentración y la ideología nazi que lo ha hecho posible, con la situación filosófica actual, como si ambas prácticas en las que las divisiones metafísicas son anuladas, por dispares e incompatibles que puedan resultar, representasen lo más extremo en cuanto a posibilidades del mundo contemporáneo.
La vida como asunto sin límites de la filosofía, y la vida como materia sin forma del trabajo criminal del Campo. De esta manera intenta mostrar que los remedios humanistas son impotentes ante el extremo gesto de la biopolítica, y que sólo encarando ésta como realidad mundial, como cumplimiento paradójico de la promesa del desarrollo social y político de occidente, puede plantearse la resistencia.
El Cualquiera
La posibilidad de un mundo más allá del concepto de Soberanía, es decir del tenebroso abandono de la nuda vida, se encuentra tanto en el concepto de potencia diseñado por Aristóteles5 y perdido después en una larga tradición de interpretaciones, que abre a los hombres un margen de realización ajeno al poder sobre otros (la potencia como "potencia de no") como en las parábolas kafkianas6 que, hacia su final, invierten una conclusión desesperada y absurda, mostrando una salida para el ingenio humano. También en el pensamiento del Ereignis heideggeriano7 que sitúa el ser más allá de la metafísica, o en la escritura de Robert Walser8 ajena al pathos ontoteológico, cuyos personajes habitan una melancólica transparencia, una inocente jovialidad más allá de la salvación o la caída. En "La comunidad que viene" Agamben caracteriza, mediante breves textos tan eruditos como enigmáticos, el mundo postmetafísico.
¿Qué ha cambiado? Remotas discusiones de lógicos medievales toman una actualidad extraña, brillan como debates decisivos... somos nuestra cultura, todas nuestras posibilidades, tanto las de catástrofe como las de salvación, se encuentran esbozadas en el texto de la tradición, que debe poder ser leído e interpretado, no como una escritura sin significado, indistinguible de la vida misma (reproche que Agamben hace a la deconstrucción de Derrida: extiende el dominio de la "vigencia sin significado" al texto entero de la cultura de occidente) sino precisamente en busca de las respuestas que necesitamos.
Estas respuestas son legibles en el momento en que el mundo dividido de la metafísica toca a su fin, en que a embates de lo que está sucediendo somos "vida sin forma". Pero esta desubjetivación no borra, por ejemplo, la posibilidad de una ética, sino al contrario: la ética sólo es posible en ausencia de tarea histórica9 o biológica, de vocación o de esencia. Lo propio del hombre no es sino su impropiedad, y ésta debe ser asumida por fin como singularidad sin identidad. El ser que viene, el Cualquiera, no es "el ser no importa cual, sino el ser tal que, sea cual sea, importa..."
Obras
L'uomo senza contenuto (1970).
Stanze. La parola e il fantasma nella cultura occidentale (1977).
Infanzia e storia: Distruzione dell'esperienza e origine della storia (1978).
Il linguaggio e la morte: Un seminario sul luogo della negatività (1982).
Idea della prosa (1985).
La comunità che viene (1990).
Bartleby, la formula della creazione (1993, con Gilles Deleuze y otros).
Homo Sacer: Il potere soverano e la vita nuda (1995).
Mezzi senza fine. Note sulla politica (1996).
Categorie italiane. Studi di poetica (1996).
Quel che resta di Auschwitz. L'archivio e il testimone (Homo sacer III) (1998).
Il tempo che resta. Un commento alla Lettera ai Romani (2000).
L'aperto. L'uomo e l'animale (2002).
Stato di Eccezione. Homo sacer, 2,1 (2003).
Profanazioni (2005).
Che cos'è un dispositivo? (2006).
L'amico (2007).
Ninfe (2007).
Il regno e la gloria. Per una genealogia teologica dell'economia e del governo. Homo sacer 2,2 (2007).
Che cos'è il contemporaneo? (2007).
Signatura rerum. Sul Metodo (2008).
Il sacramento del linguaggio. Archeologia del giuramento. Homo sacer 2,3 (2008).
Nudità (2009).
Angeli. Ebraismo Cristianesimo Islam (ed. Emanuele Coccia y Giorgio Agamben). 2009.
La Chiesa e il Regno (2010).
La ragazza indicibile. Mito e mistero di Kore (2010, con Monica Ferrando).
Altissima povertà. Regola e forma di vita nel monachesimo (2011).
Opus Dei. Archeologia dell'ufficio (2011).
Traducciones
Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental, Pre-Textos. Valencia 1995. Traducción: Tomás Segovia. ISBN 84-8191-053-8
Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Pre-Textos. Valencia 1998. Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera. ISBN 84-8191-206-9
Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III. Pre-Textos. Valencia 2000. Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera. ISBN 84-8191-288-3
Medios sin fin. Notas sobre la política, Pre-Textos. Valencia 2001. Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera. ISBN 84-8191-358-8
El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad, Pre-Textos. Valencia 2002. Traducción: Tomás Segovia. ISBN 84-8191-491-6.
Estado de excepción. Homo sacer II, 1, Pre-Textos. Valencia 2003. Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera. ISBN 84-8191-625-0. También: Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2004. Traducción: Flavia Costa e Ivana Costa, ISBN 987-1156-15-4
El hombre sin contenido. Áltera. Barcelona 2005. ISBN 84-89779-62-7.
Lo abierto. El hombre y el animal. Pre-Textos. Valencia 2005. Traducción: Antonio Gimeno Cuspinera. ISBN 84-8191-673-0. También: Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2006. Traducción: Flavia Costa y Edgardo Castro. ISBN 987-1156-50-2
Profanaciones. Anagrama. Barcelona 2005. Traducción:Edgardo Dobry. ISBN 84-339-6232-9. También: Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2005. Traducción: Flavia Costa y Edgardo Castro. ISBN 987-1156-34-0
La comunidad que viene. Pre-Textos. Valencia 2006. Traducción: José Luis Villacañas, Claudio La Rocca y Ester Quirós. ISBN 84-8191-771-0.
El tiempo que resta. Comentario a la Carta a los Romanos. Trotta. Madrid 2006. Traducción: Antonio Piñero Sáenz. ISBN 84-8164-834-5.
Preferiría no hacerlo. Bartleby, el escribiente. Con otros. Pre-Textos. Valencia...ISBN 84-8191-284-0.
La potencia del pensamiento. Anagrama. Barcelona 2008. Traducción: Flavia Costa y Edgardo Castro. ISBN 978-84-339-6271-3.
Signatura rerum: sobre el método. Editorial Adriana Hidalgo. Buenos Aires 2009. Traducción: Flavia Costa y Mercedes Ruvitoso. ISBN 978-987-1556-17-5
Ninfas, Pre-Textos, Valencia 2011
El sacramento del lenguaje. Arqueología del juramento (Homo sacer II, 3). Pre-Textos, Valencia 2011. Traducción: Antonio Gimeno Cuspiner.
Desnudez. Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2011. Traducción: Mercedes Ruvituso, María Teresa D’Meza y Cristina Sardoy.
El reino y la gloria, Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2008. Traducción: Flavia Costa y Edgardo Castro, ISBN 978-987-1156-97-9
Bibliografía sobre Agamben
Alfonso Galindo Hervás, Política y mesianismo. Giorgio Agamben, Biblioteca Nueva, Madrid, 2005
Edgardo Castro, Giorgio Agamben. Una arqueología de la potencia, UNSAM edita, Buenos Aires, 2010
Flavia Costa, “La política que viene. Una lectura de Giorgio Agamben”, revista Redes n° 7, Facultad de Educación del Departamento de Humanidades de la Universidad de Santiago de Cali, Colombia, marzo de 2009, pp. 185 a 206. ISSN 1692 - 6803
Rodrigo Karmy Bolton (comp.), Políticas de la interrupción. Ensayos sobre Giorgio Agamben, editorial Escaparate, Santiago de Chile, 2010. pp. 21-36. ISBN: 956-7827- 89-3.
Flavia Costa, “La maquina gubernamental. Soberanía, gobierno, secularización” , en Ma. Elena Sierra Castillo (comp). Biopolítica.Reflexiones sobre la gobernabilidad del individuo. S&S Editores, Madrid, 2010.
Filmografía
Su único papel en el cine lo hizo en la película de Pier Paolo Pasolini: El Evangelio según San Mateo, interpretando al apóstol Filipo.
Referencias
El Tiempo que Resta Madrid 2006, página 104
Homo sacer, Valencia 1998, p. 74
La Potencia del Pensamiento, Barcelona 2008, pp. 388, 333 171
La Potencia del Pensamiento, página 333
La potencia del pensamiento, p. 285
Homo Sacer, p. 68
La potencia del pensamiento, p. 171
La comunidad que viene. G. Agamben, Valencia 2006, pp. 39 y 41
La comunidad que viene, p. 41
http://es.wikipedia.org/wiki/Giorgio_Agamben
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Mis blogs son una casa abierta a todas las culturas, religiones y países. Se un seguidor si quieres, con esta acción usted está construyendo una nueva cultura de la tolerancia, la mente y el corazón abiertos para la paz, el amor y el respeto humano.
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