Filosofia: Cioran - Desgarradura - Parte 5 - Urgencia de lo peor - Parte 2

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in | Posted on 22:25








II


En alguna ocasión he sostenido que sólo podría admirar a un hombre ultrajado y feliz. Acabo de darme cuenta de que Epicteto fue más lejos: agonizante y feliz, decía él. Sin embargo, tal vez sea más fácil alborozarse en la agonía que en la deshonra.

                                                              *

 Sólo quien padece varias dolencias crónicas, es decir, recurrentes, puede comprender plenamente la idea del Eterno Retorno, pues goza de la ventaja de pasar de una recaída a otra, con la reflexión filosófica que ello implica.

                                                              *

 Un hombre que se precie no tiene patria. Una patria es un engrudo.

                                                              *

 En el escaparate de una librería de medicina, en primer plano, un esqueleto. Sentí tal repugnancia que escupí de asco. Pensé después que, habiéndolos exaltado tantas veces, hubiera debido mostrar alguna gratitud hacia esos huesos sarcásticos, cuya imagen, y sobre todo la idea, me han sostenido caritativamente en innumerables ocasiones.

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 En cuanto sale uno a la calle y ve a la gente, exterminio es la primera palabra que acude a la mente.

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 Enviar un libro a alguien es cometer una efracción, un allanamiento de morada; es usurpar su soledad, lo más sagrado que posee, y obligarle a renunciar a sí mismo para que piense en pensamientos ajenos.

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 "Por fin alguien que no tuvo un sólo enemigo", pensé en el entierro de C. ‑No es que fuera mediocre, pero ignoraba hasta lo inaudito la embriaguez de herir.

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 X. no sabe ya qué hacer consigo mismo. Los acontecimientos le atormentan demasiado. Su pánico me resulta saludable, pues me obliga a calmarle, y ese trabajo de persuasión, esa búsqueda de argumentos tranquilizadores, me apacigua también a mí. Para evitar la ansiedad lo mejor es relacionarse con gente más ansiosa que uno mismo.

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 Todas esas miradas duras e implacables cuya expresión, en caso de motín, no me atrevo a imaginar.
 La palabra "prójimo" no tiene ningún sentido en una gran ciudad. Era un vocablo legítimo en las civilizaciones rurales, donde todo el mundo se conocía bien y podía amarse o detestarse en paz.

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 Ritual tántrico: durante la ceremonia de iniciación le presentan al candidato un espejo que le devuelve su propia imagen; contemplándola comprende que no es más que eso, es decir, nada.
 ¿Para qué tantos aspavientos cuando tan fácil resulta darse cuenta de lo poco que se es?

                                                              *

 Plotino conoció cuatro éxtasis; Ramana Maharshi sólo uno. Pero qué importa el número.
 Si hemos de compadecer a alguien, compadezcamos a quien nunca haya presentido ninguno y hable de oídas.

                                                              *

 Ese hombrecillo ciego de apenas unos días que mueve la cabeza en todas las direcciones buscando no se sabe qué; ese cráneo desnudo, esa calvicie original; ese simio ínfimo que durante meses ha residido en una letrina y que, olvidando sus orígenes, pronto escupirá a las galaxias...

                                                              *

 En casi todos los pensadores se puede observar la necesidad que tienen de creer en los temas que tratan, incluso de identificarse con ellos hasta cierto punto. Esa necesidad, censurable en teoría, resulta una bendición, pues gracias a ella no les asquea pensar.

                                                              *

 Si existiera una manera corriente, o incluso oficial, de matarse, el suicidio sería mucho más fácil y frecuente. Pero como para morir cada uno debe encontrar su propia fórmula, se pierde un tiempo tan precioso sopesando tonterías que se olvida lo esencial.

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 Durante varios minutos me concentro en el paso del tiempo, fijando toda mi atención en la emergencia y el desvanecimiento de cada instante. En realidad, mi mente no se detiene en el instante individual (que no existe), sino en el hecho mismo del paso, de la interminable disgregación del presente. Si realizáramos esta experiencia sin interrupción durante todo el día, el cerebro también se desintegraría.

                                                              *

 Ser es estar acorralado.

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 En las familias desquiciadas surge siempre un vástago que se consagra a la verdad y se pierde buscándola.

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 Lo que más me ha asombrado en la mayoría de los filósofos que he conocido es su falta de discernimiento. Nunca atinan en nada: qué extraordinaria ineptitud para lo justo. ‑El vicio de la abstracción corrompe la mente.

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 Desde hace unos cuarenta años no he dejado de sentir ni un sólo día una especie de crisis no declarada de epilepsia. Lo cual me ha permitido estar en forma y guardar las apariencias.
 ...Pero, ¿qué apariencias?

                                                              *

 Las personas capaces de ser objetivas en cualquier circunstancia dan la impresión de salirse de lo normal. ¿Qué se ha roto o pervertido en ellas? Imposible saberlo, pero se intuye un trastorno serio, una anomalía. La imparcialidad es incompatible con la voluntad de afirmarse o, simplemente, de existir. Reconocer los méritos de los demás es un síntoma alarmante, un acto contra natura.

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 "Ni este mundo, ni el otro, ni la felicidad están hechos para el ser abandonado a la duda".
 Esta frase del Bhaghavad Gita es mi sentencia de muerte.

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 Trato de combatir el interés que me inspira, me imagino sus ojos, sus mejillas, su nariz, sus labios, en plena putrefacción. Es inútil: lo indefinible que se desprende de ella persiste. En momentos así es cuando se entiende por qué la vida ha conseguido mantenerse a despecho del Conocimiento.

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 Cuando se ha "comprendido", lo mejor sería morirse en el acto. Pero, ¿qué significa comprender? Lo que verdaderamente se comprende no puede expresarse de ninguna forma, no puede transmitirse a nadie, ni siquiera a sí mismo, de manera que morimos ignorando la naturaleza exacta de nuestro propio secreto.

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 Imaginar únicamente cosas que nos gustaría rumiar en una tumba.

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 Siempre me han seducido las causas perdidas y los personajes sin porvenir, cuyas locuras he asumido hasta el extremo de padecerlas casi tanto como ellos. Cuando estamos condenados a torturarnos, los tormentos propios, por grandes que sean, no nos bastan; nos apropiamos los ajenos, para llegar a ser cien, mil veces más desgraciados.

                                                              *

 Poseer el sentido de lo perpetuo solamente para lo negativo, para lo que daña, para lo que contraría al ser. Perpetuidad de amenaza, de inacabamiento, de éxtasis deseado y fallido, de absoluto entrevisto, rara vez alcanzado; a veces sin embargo superado, rebasado, como cuando nos evadimos de Dios...

                                                              *

 En la linde del bosque, una paloma herida por alguna bala perdida avanzaba a pequeños saltos. Esos movimientos cómicos, que parecían divertirla, daban a su agonía un carácter alegre. Hubiera querido llevármela, pues hacía frío y la noche se acercaba, pero no sabía a quién confiarla: nadie se hubiera ocupado de ella en aquella región cerrada y morosa. Tampoco podía intentar apiadar al jefe de la pequeña estación donde iba a tomar el tren. Así que abandoné a la paloma a su gozo de morir.

                                                              *

 Haber estado siempre acosado por males particularmente fieles y no haber convencido a nadie de su realidad. Bien mirado, es justo que así sea: las dotes de charlatán y chistoso no se exhiben en sociedad impunemente. ¿Cómo conseguir luego que se admita la existencia de un mártir alegre?

                                                              *

 Estar cansado no solamente de lo que se ha deseado sino de lo que se hubiera podido desear. De todo deseo posible, en realidad.

                                                              *

 Los grandes santos no querían hacer milagros; consentían de mala gana, como si les obligara alguien. Una repugnancia tan viva procedía sin duda del miedo a pecar de soberbia y a ceder a la tentación del titanismo, al deseo de igualar a Dios y de robarle sus poderes.
 A veces, en el paroxismo de la voluntad, es concebible que puedan forzarse las leyes de la naturaleza. Esos momentos son tan extenuantes que dejan sin aliento, sin la energía interior capaz de transgredir y violar dichas leyes. Y si la intención del milagro agota, ¿qué ocurrirá con el milagro mismo?

                                                              *

 Siempre que encontramos algo de verdad existente, real, pleno, nos gustaría que todas las campanas repicasen como en las grandes victorias o las grandes calamidades.

                                                              *

 Experimentar en medio de una feria sensaciones de las que habrían estado celosos los Padres del Desierto.

                                                              *

 Quisiera proclamar una verdad que me excluyera para siempre del mundo de los vivos, pero sólo conozco el sentimiento, no las palabras que podrían expresarlo.

                                                              *

 Te atreviste a llamar al Tiempo "hermano", a aliarte al peor de los torturadores. Nuestras diferencias son evidentes: tú corres a su lado, mientras que yo lo precedo o lo sigo a rastras, sin adoptar jamás sus maneras y no pudiendo considerarlo más que cuando siento por él una especie de pena especulativa.

                                                              *

 Según el autor gnóstico del Apocalipsis de Juan, llamar al Altísimo infinito es apuntar muy bajo, pues El es "mucho más que eso".
 Me gustaría conocer el nombre del autor que vio con tanta perspicacia en qué consiste la extravagante singularidad de Dios.

                                                              *

 Es una lástima que no se pueda progresar en modestia. Yo lo he intentado con verdadero ahínco, lográndolo únicamente en momentos de gran fatiga. Una vez desaparecida ésta, mis esfuerzos han resultado siempre vanos. La modestia debe ser un estado muy poco natural para que sólo pueda alcanzarse mediante el agotamiento.

                                                              *

 Aquel náufrago, recién llegado a la isla, lo primero que vio fue una horca y, en vez de amedrentarse, se sintió tranquilo: se hallaba entre salvajes, de acuerdo, pero en un lugar donde reinaba el orden.

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 Pienso con frecuencia en las emociones de cualquier pagano tras el gran cambio de Constantino. Mi vida ha sido un perpetuo terror ante los dogmas, ante los dogmas nacientes.
 Los dogmas vacilantes, por el contrario, me seducen, pues han perdido su agresividad. No obstante, aun sabiéndolos amenazados, no puedo olvidar que su delicuescencia prepara el advenimiento de un mundo que temo. Así, la simpatía que me inspiran acaba por alimentar mi pavor...

                                                              *

 El éxito, los honores y todo lo demás sólo son excusables si quien los conoce siente que acabará mal y los acepta únicamente para, llegado el momento, gozar plenamente de su propia caída.

                                                              *

 "Ni en el mármol helado de las estatuas he visto nada tan impasible", escribe Barras a propósito de Robespierre. Me pregunto si la imperturbabilidad de ese crápula espléndido que fue Talleyrand no era una copia ultrarrefinada de las maneras y el estilo del Incorruptible.

                                                              *

 Fundar una familia. Creo que me hubiera sido más fácil fundar un imperio.

                                                              *

 El escritor auténtico escribe sobre los seres, las cosas y los acontecimientos, no sobre el hecho de escribir; se sirve de las palabras, pero no se demora en ellas, ni las hace el objeto de sus disquisiciones. Lo será todo, menos un anatomista del Verbo. La disección del lenguaje es la manía de quienes no teniendo nada que decir se confinan en el decir.

                                                              *

 Tras una grave enfermedad, en algunos países de Asia, como en Laos, existe la posibilidad de cambiar de nombre. Qué clarividencia demuestra semejante costumbre. En realidad, deberíamos cambiar de nombre tras cada experiencia importante.

                                                              *

 Sólo la flor que cae es una flor total, ha dicho un japonés.
 Casi podría decirse lo mismo de una civilización.

                                                              *

 La base de una sociedad, de toda sociedad, se halla en cierto orgullo de obedecer. Cuando este orgullo deja de existir, la sociedad se derrumba.

                                                              *

 Mi pasión por la historia procede de mi buen olfato para lo caduco y de mi apetito de lo condenado.

                                                              *

 ‑¿Es usted reaccionario?
 ‑Tal vez, pero en el sentido en que Dios lo es.

                                                              *

 Somos y seguiremos siendo esclavos mientras no estemos curados de la manía de esperar.

                                                              *

 Reconforta poder decirse: mi vida corresponde punto por punto a la clase de atasco que me deseaba a mí mismo.

                                                              *

 Durante más de treinta años mi padre administró la extremaunción miles de veces. Al igual que su "compañero" el sepulturero, no poseía el sentimiento de la muerte, sentimiento que nada tiene que ver con el cadáver, sentimiento íntimo, el más íntimo de todos, que experimentaríamos, si estamos predestinados a él, hasta en un mundo donde no existiera la posibilidad de morir.

                                                              *

 Esos momentos en los que actuamos como si nunca hubiera existido nada, en los que suspendemos toda espera por falta de instantes, y en los que sería inútil buscar en lo más profundo de nosotros mismos una partícula de ser aún manchada de Posible.

                                                              *

 Aquella nonagenaria se extinguía sin estar enferma, sin que le ocurriera nada, se moría simplemente porque no podía durar más... Cuando entré en su habitación la encontré adormilada; aun así tuvo fuerzas para murmurar: "Es el final, es el final". "Qué más da, no hay por qué preocuparse", le repliqué. Ella esbozó una sonrisa imprecisa, acaso de desprecio. Debí parecerle demasiado ingenuo o demasiado cínico, o ambas cosas a la vez.

                                                              *

 Cuando veo a alguien luchar por una causa trato de saber lo que sucede en su cerebro y de dónde puede provenir tan evidente falta de madurez. Quizás rechazar la resignación sea un signo de "vida", pero nunca lo será de clarividencia, ni siquiera de reflexión. Un hombre sensato no se rebaja a protestar, apenas si consiente a indignarse. Tomar en serio las cosas humanas demuestra alguna secreta carencia.

                                                              *

 Un antropólogo que estudiaba a los pigmeos constató con estupor que las tribus de los alrededores le despreciaban y le marginaban porque se relacionaba con un pueblo inferior, ya que los pigmeos eran considerados gentuza, "perros" indignos de despertar el menor interés.

 Nada hay más exclusivo que los instintos vigorosos, intactos. Una sociedad se consolida en la medida en que es inhumana y sabe excluir... Los "primitivos" sobresalen en esto. Fueron los "civilizados" quienes inventaron la tolerancia y quienes perecerán por su causa. Y la inventaron precisamente porque comenzaban a perecer... No fue la tolerancia lo que los debilitó; fue su propia debilidad, su energía deficiente, lo que los hizo tolerantes.

                                                              *

 Las dos mujeres con las que más me he relacionado: Teresa de Avila y la marquesa de Brinvilliers, aquella gran envenenadora.

                                                              *

 Odiamos a los obsesos de lo peor incluso cuando reconocemos la exactitud de sus aprensiones y de sus advertencias. Somos mucho más indulgentes con quienes se equivocan, pues creemos que su ofuscación es fruto del entusiasmo y de la generosidad, mientras que los otros, prisioneros de su propia lucidez, nos parecen cobardes incapaces de asumir el riesgo de una ilusión.

                                                              *

 Bien pensado, la época ideal no fue la de las cavernas, sino la inmediatamente posterior, cuando, después de tan largo encierro, se pudo al fin pensar fuera.

                                                              *

 No lucho contra el mundo, lucho contra una fuerza mucho mayor, contra mi fatiga del mundo.

                                                              *

 Esta vieja sexualidad es algo pese a todo. Reconozcámoslo: hemos hecho bien prestándole tanta atención desde que la vida es vida. ¿Cómo explicar si no que nos cansemos de todo menos de ella? El ejercicio más antiguo del ser vivo tenía que marcarnos; es normal que quien no se entregue a él sea un ser aparte, una piltrafa o un santo.

                                                              *

 Cuantas más injusticias se han sufrido mayor es el riesgo de caer en el engreimiento y hasta en la soberbia. Toda víctima se vanagloria de ser un elegido a contracorriente y reacciona en consecuencia, sin sospechar que es así como actúa el Diablo.

                                                              *

 Tan pronto como volvemos a la Duda (si es que en algún momento la habíamos abandonado), emprender algo parece menos inútil que extravagante. Con la duda no se bromea. Nos trabaja a fondo, como una enfermedad o, más eficazmente aún, como una fe.

                                                              *

 Según Tácito, Otón, persuadido por sus soldados de que aplazara su suicidio, dijo: "De acuerdo, añadamos otra noche a nuestra vida".
 ... Esperemos por su bien que aquella noche no fuera como la que yo acabo de pasar.

                                                              *

 Dice el Talmud que los malos impulsos son innatos y que los buenos no aparecen antes de los trece años... Pese a su carácter cómico, la precisión no carece de verosimilitud: nos descubre la incurable timidez del Bien frente al Mal, el cual, confortablemente instalado en nuestra sustancia, goza de los privilegios que le confiere su calidad de primer ocupante.

                                                              *

 El Mesías no podía ser para los judíos más que un rey triunfante, nunca una víctima. Demasiado ambiciosos para contentarse con un crucificado, esperaban a alguien fuerte. Tuvieron la suerte de no darse cuenta de que, a su modo, Cristo lo era. Si no, se hubieran mezclado a las hordas cristianas, desapareciendo lamentablemente.

                                                              *

 Nuestros achaques nos impiden escapar de nosotros mismos, ser otros, cambiar de piel, metamorfosearnos. Después de cada paso hacia adelante nos obligan a dar un paso hacia atrás, de manera que sólo podemos progresar en el conocimiento de nuestra inútil identidad.

                                                              *

 Mi misión es matar al tiempo, la suya matarme a mí. Se está perfectamente a gusto entre asesinos.

                                                              *

 La obsesión de lo último a propósito de todo, lo último como categoría, como forma constitutiva del espíritu, como deformación original, y hasta como revelación...

                                                              *

 Sobre mi mesa, desde hace meses, un martillo. ¿Símbolo de qué? No lo sé, pero su presencia me resulta benéfica y en ciertos momentos me proporciona ese aplomo que deben conocer quienes se esconden tras una certidumbre cualquiera.

                                                              *

 Súbitamente, necesidad de demostrar agradecimiento, no sólo a los seres sino también a los objetos, a una piedra porque es piedra... Todo parece entonces animarse como si fuera para la eternidad. De golpe, inexistir parece inconcebible. Que esos escalofríos se produzcan, que puedan producirse, muestra que la última palabra tal vez no esté en la Negación.

                                                              *

 Un pintor me cuenta que una noche, en la Costa Azul, visitó a un ciego; encontrándole solo y en completa oscuridad, no pudo evitar compadecerle y preguntarle si era soportable la existencia cuando no se ve la luz. "No sabe usted lo que se pierde", le respondió el ciego.

                                                              *

 ¿Cómo superar los ataques de furia, esa necesidad de estallar, de partirle la cara a todo el mundo, de abofetear universos? Habría que dar inmediatamente un corto paseo por un cementerio o, mejor aún, un paseo definitivo...

                                                              *

 Ni un solo día, ni una sola hora, ni siquiera un minuto sin caer en lo que el filósofo budista Chandrakirti llamó el "abismo de la herejía del yo".

                                                              *

 Entre los iroqueses, cuando un anciano no podía ya cazar, su familia le proponía abandonarlo lejos, dejándolo morir de hambre, o romperle la cabeza con un tomahawk. El interesado optaba casi siempre por la segunda fórmula. Detalle importante: antes de darle a elegir todos sus parientes entonaban la Canción del gran Remedio.
 ¿Qué sociedad "avanzada" ha demostrado nunca tanta cordura o tanto sentido del humor?

                                                              *

 Hace tiempo que agoté todas las disponibilidades religiosas que poseía. ¿Aridez o purificación? No podría decirlo. En mi sangre no renquea ya ningún Dios...

                                                              *

 No olvidar nunca que la plebe echó de menos a Nerón. A recordar siempre que alguna quimera nos tiente.

                                                              *

 Pensar que desde hace tantos años no hago otra cosa que ocuparme de mi cadáver, remendarlo, en lugar de desecharlo para mayor gloria de ambos...

                                                              *

 Sólo merecen compasión los miserables que ante la imposibilidad de pegar ojo desean en mitad de la noche zarandear el espacio, rugir o, al menos, gritar, y ni siquiera tienen fuerzas para musitar anatemas.

                                                              *

 Cada vez distingo menos lo que está bien de lo que está mal. Cuando ya no encuentre ninguna diferencia entre una cosa y otra, suponiendo que lo logre algún día, ‑qué gran paso hacia adelante. ¿Hacia qué?

                                                              *

 Qué acertada parece esa idea de la Cábala según la cual el cerebro, los ojos, las orejas, las manos e incluso los pies poseen un alma distinta que sólo a ellos pertenece. Esas almas serían "destellos" de Adán... Lo cual resulta menos evidente...

                                                              *

 Al bajar la escalera oigo al robusto octogenario del piso de abajo cantar, con voz atronadora, el Miserere nobis. Subo media hora más tarde y vuelvo a oír el mismo "miserere", tan acuciante como antes. La primera vez había sonreído; la segunda, me sobrecogí.

                                                              *

 Esa paz de ultratumba que experimentamos cuando nos abstraemos del mundo. De pronto, creí percibir una sonrisa envolviendo el espacio. ¿Quién sonreía?, ¿de quién emanaba esa gran dicha que inunda los rostros de las momias? Durante un instante estuve en el otro lado; al siguiente tuve que regresar, indigno de compartir más tiempo el secreto de los muertos.

                                                              *

 A decir verdad no he conocido la indigencia. He sufrido, en cambio, si no la enfermedad, sí la ausencia de salud, lo cual me libra del remordimiento de no haber vivido en la miseria.

                                                              *

 ¿Cómo saber si estamos en lo cierto? El criterio es simple: si los demás nos hacen el vacío no hay ninguna duda de que estamos más cerca de lo esencial que ellos.

                                                              *

 Serénate, recupera la confianza, no olvides que a todos no ha sido dada la posibilidad de idolatrar al desaliento sin sucumbir a él.

                                                              *

 Mercado de pájaros. Qué fuerza, qué determinación en esos minúsculos cuerpos frenéticos. La vida reside en esa nada... abrumadora que anima una pizca de materia, que brota de esa materia misma y con ella se desvanece. Pero la perplejidad subsiste: imposible explicar esa fiebre, esa danza perpetua, esa representación, ese espectáculo que la vida se ofrece a sí misma. ¡Qué teatro el aliento!

                                                              *

 Todos esos transeúntes hacen pensar en gorilas pusilánimes y fatigados hartos de imitar al hombre.

                                                              *

 Si existiera algún rastro de un orden providencial, todos sabríamos exactamente cuándo se ha acabado nuestro tiempo y desapareceríamos sin vacilaciones. Pero como en semejante tema siempre existen pros y contras, esperamos, dialogamos con nosotros mismos y pasamos las horas y los días interrogándonos indignamente.
 En una sociedad perfecta la orden de desaparecer nos sería notificada en el instante mismo en que comenzáramos a sobrevivirnos. El criterio a seguir no sería siempre la edad, dado el número de jóvenes que hoy apenas diferencian de espectros. Toda la cuestión radicaría en cómo elegir a quienes tendrían que pronunciarse sobre la última hora de cada uno.

                                                              *

 Si consiguiéramos ser conscientes de todos nuestros órganos, poseeríamos una experiencia y una visión absoluta del cuerpo, el cual estaría tan presente en nuestra conciencia que no podría realizar sus obligaciones: él mismo llegaría a ser consciente y dejaría de desempeñar su papel de cuerpo...

                                                              *

 Me he quejado constantemente de mi suerte; de no haberlo hecho, ¿cómo hubiera podido afrontarla? Ponerla en tela de juicio era la única posibilidad de adaptarme a ella y soportarla. Debo, pues, continuar atacándola: por instinto de conservación y por cálculo, por egoísmo en suma.

                                                              *

 Un muchacho y una muchacha, ambos mudos, se hablaban por gestos: qué felices parecían.
 A todas luces la palabra no es, no puede ser, el vehículo de la plenitud.

                                                              *

 Cuanto más viejo se es, más se anda a la caza de honores. Puede que la vanidad nunca sea tan activa como en las cercanías de la tumba. Nos aferramos a lo fútil para no advertir lo que ello encubre, engañamos a la nada con algo más nulo todavía.

                                                              *

 La salud es un estado de no‑sensación y hasta de no‑realidad. En cuanto dejamos de sufrir, dejamos de existir.

                                                              *

 La locura no ahoga la envidia, ni siquiera la calma. La prueba es X., que sale del manicomio más rencoroso que nunca. Si la camisa de fuerza no consigue modificar el fondo de un ser, ¿qué puede esperarse de un tratamiento o incluso de la edad? Después de todo, la demencia es una conmoción más radical que la vejez, pero por lo que se ve tampoco ella consigue arreglar nada.

                                                              *

 Sabiendo lo que sé no debería estar expuesto a la menor sorpresa. Sin embargo, el riesgo existe, peor aún, es cotidiano. Esa es mi debilidad. Es vergonzoso que todavía pueda sentirme satisfecho o decepcionado de algo.

                                                              *

 Morir es una superioridad poco buscada. Lo pensaba mientras escuchaba a un anciano que tiene miedo a la muerte y piensa en ella constantemente: qué no daría él por esquivarla. Con un ahínco irrisorio trata de convencerme de su inevitabilidad... Tal como él se la imagina parece aún más incontestable de lo que es en realidad. Sin problemas de salud a pesar de su edad, sin preocupaciones materiales, sin lazos de ninguna clase, rumia indefinidamente el mismo pavor, en lugar de pasar el tiempo que le queda de vida sin inquietudes. Pero la "naturaleza" le ha infligido ese tormento como castigo por haber escapado a los otros.

                                                              *

 La plenitud como cúspide de la felicidad sólo es posible en esos instantes en los que poseemos una conciencia profunda de la irrealidad de la vida y de la muerte. Instantes raros en tanto que experiencias, aunque frecuentes en el ámbito de la reflexión, en el cual sólo existe lo que se siente. Ahora bien, sentir la irrealidad y trascenderla en un mismo acto es una hazaña que rivaliza con el éxtasis y, a veces, lo eclipsa.







Filosofia: Cioran - Desgarradura - Parte 4 - Urgencia de lo peor - Parte 2








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