Pensamiento: Antonin Artaud - En Plena Noche o El Bluff Surrealista - Completo
Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in Pensamiento: Antonin Artaud - En Plena Noche o El Bluff Surrealista - Completo | Posted on 21:16
E
N P L E N A N O C H E
O
E
L B L U F F
S
U R R E A L I S T A
A
N T O N I N A R T A U D
Que los surrealistas me hayan expulsado
o que yo mismo me haya alejado de sus grotescos simulacros, hace mucho que no
es ésa la cuestión.1
Me retiré porque estaba harto de una
mascarada que había durado demasiado, por otra parte estaba muy seguro de que
en la nueva posición que habían elegido, no menos que en cualquier otra, los
surrealistas no harían nada. Y el tiempo y los hechos no tardaron en darme la
razón.
Uno se pregunta qué puede importarle al
mundo que el surrealismo coincida con la Revolución o que la Revolución deba hacerse
por fuera y por encima de la aventura surrealista, cuando se considera la poca
influencia que los surrealistas han tenido sobre las costumbres y las ideas de
esta época.
1 Insistiré apenas sobre el hecho de
que los surrealistas no hayan encontrado nada mejor para tratar de destruirme
que servirse de mis propios escritos. Es necesario que se sepa que la nota que
figura al pie de las páginas 6 y 7 del artículo «Au grand jour» y que apunta a
arruinar los fundamentos de mi actividades es apenas una reproducción pura y
simple,
la copia apenas disfrazada de
fragmentos tomados de textos que yo les destinaba y donde me ocupaba de poner a
la luz su actividad, embutida de odios miserables y de veleidades sin futuro.
Esos fragmentos constituían la materia de un artículo que me rechazaron
sucesivamente dos o tres revistas, entre ellas la N.R.F, por demasiado
comprometedor.
Poco importa saber por los oficios de
qué soplón llegó este artículo a sus manos. Lo esencial es que lo hayan
encontrado tan molesto como para sentir la necesidad de neutralizar su efecto.
En cuanto a las acusaciones
que les destinaba y que me devuelven,
dejo a la gente que me conoce bien, no ya según su innoble manera, el trabajo
de clasificarnos. En el fondo, todas las exasperaciones de nuestra pelea giran
alrededor de la palabra Revolución.
Además, hay todavía una aventura
surrealista y acaso no ha muerto el surrealismo el día en que Breton y sus
adeptos creyeron que debían adherir al comunismo y buscar en el terreno de los
hechos y de la materia inmediata el resultado de una acción que normalmente
sólo podía desarrollarse dentro de los marcos íntimos de la mente.
Creen poder permitirse echarme cuando
hablo de una metamorfosis de las condiciones interiores del alma,2 como si yo
entendiera el alma en el sentido infecto en que ellos mismos la entienden y
como si desde el punto de vista de lo absoluto pudiera tener el menor interés ver
cambiar la estructura social del mundo o ver pasar el poder de manos de la
burguesía a las del proletariado.
2 Como si un hombre que ha sentido de
una vez por todas los límites de su acción, que rehúsa comprometerse más allá
de lo que él cree que son esos límites, fuera menos digno de interés, desde el
punto de vista revolucionario, que el gritón imaginario que en el mundo
asfixiante en el que vivimos, mundo cerrado y para siempre inmóvil, en atención
a no sé qué estado insurreccional del cuidado de clasificar los actos y los
gestos que todos saben bien que no haré.
Exactamente eso es lo que me ha hecho
vomitar el surrealismo: la consideración de la impotencia nativa, de la
debilidad congénita de esos señores, opuesta a su actitud perpetuamente
ostentatoria, a sus amenazas en el vacío, a sus blasfemias en la nada.
¿Y hoy, qué hacen ellos para desplegar
una vez más su impotencia, su invencible esterilidad? Es por haber rehusado a
comprometerme más allá de mí mismo, por haber reclamado silencio alrededor mío y
por ser fiel en pensamiento y en acto a lo que sentía ser mi profunda, mi
irremisible impotencia que esos señores han juzgado mi presencia inoportuna
entre ellos. Pero lo que les pareció por encima de todo condenable y
blasfematorio fue que no quisiera comprometerme sino conmigo mismo acerca de la
determinación de mis límites, que exigiera ser dejado libre y dueño de mi
propia acción.
¿Pero qué me importa toda la Revolución del mundo si
sé permanecer eternamente doloroso y miserable en el interior de mi propio
osario?
Que cada hombre no quiera considerar
nada más allá de su sensibilidad profunda, de su yo íntimo, es para mí el punto
de vista de la revolución integral. No hay mejor revolución que la que me
beneficia a mí y a la gente como yo. Las fuerzas revolucionarias de un
movimiento cualquiera son aquellas capaces de desarticular el fundamento actual
de las cosas, de cambiar el ángulo de la realidad.
Pero en una carta escrita a los
comunistas, ellos confiesan su absoluta falta de preparación en el terreno en
el que acaban de comprometerse.
Más aún, que el tipo de actividad que
se les pide es inconciliable con su propio espíritu. Y es aquí que ellos y yo,
sea lo que sea, nos volvemos a reunir al menos en parte en una inhibición
esencialmente similar aunque debida a causas graves en otro sentido, en otro
sentido significativas para mí que para ellos. Se reconocen finalmente
incapaces de hacer lo que yo siempre me rehusé a intentar. En cuanto a la
acción surrealista misma, estoy tranquilo. Casi no pueden sino pasar sus días
condicionándola.
Si los surrealistas realmente buscaran
eso, al menos tendrían una excusa. Su objetivo sería banal y restringido pero
al menos existiría. ¿Pero tienen acaso algún objetivo hacia el que lanzar una
acción y cuándo fueron capaces de formularlo?
--------
Hacer el balance, hacer el balance en
ellos como cualquier Stendhal, esos Amiel de la Revolución comunista.
La idea de la Revolución
siempre será para ellos una idea, sin que esta idea, a fuerza de envejecer
adquiera una sombra de eficacia.
¿Pero acaso no ven que revelan la
inanidad del movimiento surrealista, del surrealismo intacto de toda
contaminación, cuando sienten la necesidad de romper su desarrollo interno, su
verdadero desarrollo para apuntalarlo por una adhesión de principio o de hecho
al Partido Comunista Francés? ¿Era esto aquel movimiento de revuelta, aquel
incendio en la base de la realidad? ¿Acaso el surrealismo, para vivir, tenía
necesidad de encarnarse en una revuelta de hecho, de confundirse con
reivindicaciones concernientes a la jornada de ocho horas, o al reajuste de los
salarios o la lucha contra la vida cara? ¡Qué chiste o qué bajeza de alma! Sin
embargo es lo que parecen decir, ¡¡¡que esta adhesión al Partido Comunista Francés
les parecía la continuación lógica del desarrollo de la idea surrealista y su
única salvaguarda ideológica!!!
Pero yo niego que el desarrollo lógico
del surrealismo lo haya llevado hasta esta forma definida de revolución que se
entiende bajo el nombre de Marxismo. Siempre pensé que un movimiento tan
independiente como el surrealismo no se justificaba con los procedimientos de
la lógica ordinaria. Además es una contradicción que no perturba a los
surrealistas, dispuestos a no perder nada de todo lo que pueda ser una ventaja para
ellos, de todo lo que momentáneamente pueda servirles. Háblenles con su Lógica,
responderán Ilógico, pero digan Ilógico, Desorden, Incoherencia, Libertad,
responderán Necesidad, Ley, Obligación, Rigor. Esta mala fe esencial es la base
de sus maniobras.
--------
¿Acaso trabajamos con una meta?
¿Trabajamos con móviles? ¿Creen los surrealistas poder justificar su
expectativa por el simple hecho de la conciencia que tienen?
La expectativa no es un estado de
ánimo. Cuando no se hace nada no se corre el riesgo de romperse la cara. Pero
no es razón suficiente para que hablen de uno.
Desprecio demasiado la vida para pensar
que cualquier cambio desarrollado en el marco de las apariencias, pueda cambiar
algo de mi detestable condición.
Lo que me separa de los surrealistas es
que aman tanto la vida como yo la desprecio.
Disfrutar en toda ocasión y por todos
los poros es el centro de sus obsesiones. Pero el ascetismo no coincide con la
verdadera magia, incluso la más sucia, incluso la más negra. Incluso el gozador
diabólico tiene aspectos ascéticos, un cierto espíritu de mortificación.
No
hablo de sus escritos que son brillantes aunque vanos desde el punto de vista
que ellos sostienen. Hablo de su actitud central, del ejemplo de toda su vida.
Yo no tengo odio individual. Los rechazo y los condeno en bloque rindiendo a
cada uno de ellos toda la estima e incluso toda la admiración que merecen por
sus obras o por su inteligencia. En todo caso y desde ese punto de vista no
cometeré, como ellos, el infantilismo de darle vuelta la cara a ese tema, y de
negarles talento porque han dejado de ser mis amigos. Pero felizmente no se
trata de eso.
Se
trata de una ruptura del centro espiritual del mundo, de un desacuerdo de las
apariencias, de una transfiguración de lo posible que el surrealismo debía contribuir
a provocar. Toda materia comienza por un desarreglo espiritual. Confiar en las
cosas, en sus transformaciones, en el cuidado al conducirnos es un punto de
vista de torpe obsceno, de aprovechador de la realidad. Nadie ha comprendido
nada nunca y los surrealistas no comprenden y no pueden preveer adonde los
llevará su voluntad de Revolución. Incapaces de imaginar, de representarse una
Revolución que no evolucione dentro de los desesperantes marcos de la materia,
se resguardan en la fatalidad, en cierto azar de debilidad y de impotencia que
les es propio, del trabajo de explicar su inercia, su eterna esterilidad.
El
surrealismo siempre ha sido para mí una nueva forma de magia. La imaginación,
el sueño, toda esta intensa liberación del inconsciente que tiene por finalidad
hacer aflorar a la superficie del alma lo que habitualmente tiene escondido,
debe necesariamente introducir profundas transformaciones en la escala de las
apariencias, en el valor de significación y en el simbolismo de lo creado. Lo concreto
cambia completamente de vestido, de corteza, no se aplica más a los mismos
gestos mentales. El más allá, lo invisible rechaza la realidad. El mundo ya no
se sostiene.
Entonces
se puede comenzar a calibrar los fantasmas, a rechazar las falsas apariencias.
Que
la muralla espesa de lo oculto se hunda de una vez sobre todos esos impotentes
charlatanes que consumen su vida en admoniciones y vanas amenazas, sobre esos
revolucionarios que no revolucionan nada.
Esos
torpes tratan de convertirme.3 Ciertamente tendré mucha necesidad. Pero al
menos yo me re- conozco inválido y sucio. Aspiro después a otra vida.
Y
bien pensado, prefiero estar en mi lugar y no en el suyo.4
3 Ces brutes qu'ils me convient de me
convertir.
Frase muy oscura, de difícil
traducción. (N. de la T)
4 Esta bestialidad de la que hablo y
que tanto los subleva es sin embargo lo que los caracteriza mejor. Su amor al
placer inmediato, es decir a la materia, les ha hecho perder su primitiva
orientación, ese magnífico poder de evasión cuyo secreto creímos nos iban a
dispensar. Un espíritu de desorden, de mezquina chicana, los impulsa a
desgarrarse unos a otros. Ayer, Soupault y yo nos fuimos descorazonados. Antes
de ayer, Roger Vitrac, cuya exclusión fue de una de sus primeras cochinadas.
Por más que griten en su rincón y digan
que no es así, les responderé que para mí el surrealismo siempre ha sido una
insidiosa extensión de lo invisible, el inconsciente al alcance de la mano. Los
tesoros del inconsciente invisible vueltos palpables, conduciendo la lengua
directamente, de un solo golpe.
A mí, Rusbroeck, Martínez de Pasqualis,
Boehme, me justifican suficientemente. Cualquier acción espiritual si es justa
se materializa cuando es necesario.
¡Las condiciones interiores del alma!
Pero éstas llevan en sí su investidura de piedra, de verdadera acción. Es un
hecho adquirido y adquirido por sí mismo, irremisiblemente sobreentendido.
¿Qué queda de la aventura surrealista?
Poca cosa además de una gran esperanza decepcionada, pero en el terreno de la
literatura misma tal vez hayan aportado algo.
Esa cólera, ese disgusto quemante
volcado sobre la cosa escrita constituye una actitud fecunda y que tal vez un
día, más tarde, sirva. La literatura ha sido purificada por ella, próxima a la
verdad esencial del cerebro. Pero eso es todo. Conquistas positivas al margen
de la literatura, de las imágenes, no ha habido y sin embargo era el único hecho importante. De la buena utilización
de los sueños podía nacer una nueva forma de conducir el pensamiento, de
mantenerse en medio de las apariencias.
La verdad psicológica estaba despojada
de toda excrecencia parasitaria, inútil, aproximada mucho más de cerca.
Entonces se vivía con seguridad, pero tal vez es una ley de la inteligencia que
el abandono de la realidad sólo puede conducir a fantasmas. En el marco exiguo
de nuestro dominio palpable estamos apurados, exigidos de todas partes. Lo
hemos visto bien en esa aberración que llevó a revolucionarios en el plano más
alto posible, a literalmente abandonar ese plano, a dar a la palabra revolución
su sentido utilitario práctico, el sentido social que se quiere pretender el
único válido, porque nadie quiere contentarse con palabras vanas. Extraña
vuelta sobre sí mismos, extraño nivelamiento.
¿Quién puede creer que anteponer una
simple actitud moral bastará, si esta actitud está enteramente marcada por la
inercia? El interior del surrealismo lo conduce hasta la Revolución. Ese es
el hecho positivo. La única conclusión eficaz posible (según dicen ellos) y a la
que un gran número de surrealistas se ha rehusado a adherir; pero, a los otros,
¿qué les ha dado y qué les ha hecho dar su adhesión al comunismo?
No los hizo dar ni un paso. En el
círculo cerrado de mi persona nunca sentí la necesidad de esta moral del
devenir que, parece, revelaría la Revolución. Yo coloco por encima de toda
necesidad real las exigencias lógicas de mi propia realidad.
Es la única lógica que me parece válida
y no una lógica superior cuyas irradiaciones no me afectan sino en tanto tocan
mi sensibilidad. No hay disciplina a la que me sienta forzado a someterme por
riguroso que sea el razonamiento que me lleva a aceptarla.
Dos
o tres principios de muerte y de vida están para mí por encima de toda sumisión
precaria. Y cualquier lógica siempre me parecerá prestada.
*
El surrealismo ha muerto por el
sectarismo imbécil de sus adeptos. Lo que queda es una especie de montón
híbrido al cual los mismos surrealistas son incapaces de ponerle nombre.
Perpetuamente cerca de las apariencias, incapaz de hacer pie en la vida, el
surrealismo todavía está buscando su salida, pisoteando sus propias huellas.
Impotente para elegir para decidirse ya sea totalmente hacia la mentira, ya sea
totalmente hacia la verdad (verdadera mentira de lo espiritual ilusorio, falsa
verdad de lo real inmediato, pero destruible), el surrealismo busca este
insondable, este indefinible intersticio de la realidad donde apoyar su
palanca, antes poderosa, hoy en manos de castrados. Pero mi debilidad mental,
mi cobardía bien conocidas se rehúsan a encontrar el menor interés en las
convulsiones que sólo afectan ese lado exterior, inmediatamente perceptible de
la realidad. Para mí, la metamorfosis exterior es algo que sólo puede estar
dado por añadidura. El programa social, el programa material hacia el que los
surrealistas dirigen sus pobres veleidades de acción, sus odios jamás virtuales
a todo, son para mí sólo una representación inútil y sobrentendida.
Sé que en el debate actual tengo de mi
lado a todos los hombres libres, a todos los verdaderos revolucionarios que
piensan que la libertad individual es un bien superior al de cualquier
conquista obtenida en un plano relativo.
¿Mis escrúpulos hacia toda acción real?
Estos escrúpulos son absolutos y de dos
clases. Hablando absolutamente, apuntan a ese sentido enraizado de la profunda
inutilidad de cualquier acción espontánea o no espontánea.
Es el punto de vista del pesimismo
integral. Pero una cierta forma de pesimismo lleva en sí su lucidez. La lucidez
de la desesperación, de los sentidos exacerbados y como en las orillas de los
abismos. Y al lado de la horrible relatividad de cualquier acción humana, esta
espontaneidad inconsciente que pese a todo impulsa a la acción.
Y también en el terreno equívoco,
insondable del inconsciente, de las señales, de las perspectivas, de las
percepciones, toda una vida que crece cuando se establece y se revela aún capaz
de turbar el espíritu.
Estos son pues nuestros escrúpulos
comunes. Pero al parecer ellos se decidieron por la acción. Pero una vez
reconocida la necesidad de esta acción, se apresuran a declararse incapaces de
ella. La configuración de su pensamiento los aleja para siempre de este
terreno. Y en lo que a mí concierne ¿dije alguna vez otra cosa? En mi favor, de
todos modos, circunstancias psicológicas y fisiológicas desesperadamente
anormales y en las que ellos no podrían prevalecer.
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