Poesia: Estanislao del Campo - Fausto (Poema Gauchesco) - Parte 2 - Ilustrado con fotos de Gauchos

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in | Posted on 21:55



 Aldo Sessa - Gaucho

II

-Como a eso de la oración,
aura cuatro o cinco noches,
vide una fila de coches
contra el tiatro de Colón.

La gente en el corredor,
como hacienda amontonada,
pujaba desesperada
por llegar al mostrador.

Allí a juerza de sudar,
y a punta de hombro y de codo,
hice, amigaso, de modo
que al fin me pude arrimar.

Cuando compré mi dentrada
y di güelta... ¡Cristo mío!
Estaba pior el gentío
que una mar alborotada.

Era a causa de una vieja
que le había dao el mal...
-Y si es chico ese corral
¿a qué encierran tanta oveja?

-Ahí verá: por fin, cuñao,
a juerza de arrempujón
salí como mancarrón
que lo sueltan trasijao.

Mis botas nuevas quedaron
lo propio que picadillo,
y el fleco del calzoncillo
hilo a hilo me sacaron.

Y para colmo, cuñao,
de toda esa desventura,
el puñal de la cintura
me lo habían refalao.
 



-Algún gringo como luz
para la uña ha de haber sido.
-¡Y no haberlo yo sentido!
En fin, ya le hice la cruz.

Medio cansao y tristón
por la pérdida, dentré
y a una escalera trepé
con ciento y un escalón.

Llegué a un alto, finalmente,
ande va la paisanada,
que era la última camada
en la estiba de la gente.

Ni bien me había sentao,
rompió de golpe la banda
que detrás de una baranda
la habían acomodao.

Y ya tamién se corrió
un lienzo grande, de modo,
que a dentrar con flete y todo
me aventa, creameló.

Atrás de aquel cortinao,
un Dotor apareció
que asigún oi decir yo,
era un tal Fausto mentao.

-¿Dotor dice? Coronel
de la otra Banda, amigaso;
lo conozco a ese criollaso
porque he servido con él.

-Yo tamién lo conocí,
pero el pobre ya murió:
¡bastantes veces montó
un zaino que yo le di!

 


Dejeló al que está en el cielo,
que es otro Fausto el que digo,
pues bien puede haber, amigo,
dos burros del mesmo pelo.

-No he visto gaucho más quiebra
para retrucar, ¡ahijuna!...
-Dejemé hacer, Don Laguna,
dos gárgaras de giñebra.

Pues como le iba diciendo,
el Dotor apareció
Y, en público, se quejó
de que andaba padeciendo.

Dijo que nada podía
con la cencia que estudió.
que él a una rubia quería,
pero que a él la rubia no.

Que al ñudo la pastoriaba
dende el nacer de la aurora,
pues de noche y a toda hora
siempre tras de ella lloraba.

Que de mañana a ordeñar
salía muy currutaca,
que él le maniaba la vaca,
pare de contar.

Que cansado de sufrir,
y cansado de llorar,
al fin se iba a envenenar
porque eso no era vivir.

El hombre allí renegó,
tiró contra el suelo el gorro,
y por fin, en su socorro,
al mesmo Diablo llamó.
 



¡Nunca lo hubiera llamao!
¡Viera sustaso, por Cristo!
¡Ahi mesmo, jediendo a misto
se pareció el condenao!

Hace bien: persinesé
que lo mesmito hice yo.
-¿Y cómo no disparó?
-Yo mesmo no sé por qué.

¡Viera al Diablo! Uñas de gato,
flacón, un sable largote,
gorro con pluma, capote,
y una barba de chivato.

Medias hasta la berija,
con cada ojo como un charco,
y cada ceja era un arco
correr la sortija.

«Aquí estoy a su mandao,
cuente con un servidor»,
le dijo el Diablo al Dotor,
que estaba medio asonsao.

«Mi Dotor no se me asuste
que yo lo vengo a servir:
pida lo que ha de pedir
y ordenemé lo que guste».

El Dotor medio asustao
le contestó que se juese...
-Hizo bien: ¿no le parece?
-Dejuramente, cuñao.

Pero el Diablo comenzó
a alegar gastos de viaje
y a medio darle coraje
hasta que lo engatusó.
 


-¿No era un Dotor muy projundo?
¿Cómo se dejó engañar?
-Mandinga es capaz de dar
diez güeltas a medio mundo.

El Diablo volvió a decir:
«Mi Dotor, no se me asuste,
ordenemé en lo que guste,
pida lo que ha de pedir».

«Si quiere plata tendrá:
mi bolsa siempre está llena,
y más rico que Anchorena
con decir quiero, será».

«No es por la plata que lloro»,
Don Fausto le contestó:
«otra cosa quiero yo
mil veces mejor que el oro».

«Yo todo le puedo dar»,
retrucó el Rey del Infierno,
«Diga: ¿quiere ser Gobierno?
Pues no tiene más que hablar».

«No quiero plata ni mando»,
dijo Don Fausto, «yo quiero
el corazón todo entero
de quien me tiene penando».

No bien esto el Diablo oyó,
soltó una risa tan fiera,
que toda la noche entera
en mis orejas sonó.

Dio en el suelo una patada,
una paré se partió,
y el Dotor, fulo, miró
a su prenda idolatrada.
 


-¡Canejo!... ¿Será verdá?
¿Sabe que se me hace cuento?
-No crea que yo le miento:
lo ha visto media ciudá.

¡Ah Don Laguna! ¡Si viera
qué rubia!... Creameló:
crei que estaba viendo yo
alguna virgen de cera.

Vestido azul, medio alzao,
se apareció la muchacha:
pelo de oro, como hilacha
de choclo recién cortao.

Blanca como una cuajada,
y celeste la pollera,
Don Laguna, si aquello
era mirar a la Inmaculada.

Era cada ojo un lucero,
sus dientes, perlas de mar,
y un clavel al reventar
era su boca, aparcero.

Ya enderezó como loco
el Dotor cuando la vio,
pero el Diablo lo atajó
diciéndole: «Poco a poco;

si quiere, hagamos un pato:
usté su alma me ha de dar.
y en todo lo he de ayudar:
¿le parece bien el trato?»

Como el Dotor consintió,
el Diablo sacó un papel
y lo hizo firmar en él
cuanto la gana le dio.
 


-¡Dotor, y hacer ese trato!
-¿Qué quiere hacerle, cuñao,
si se topó ese abogao
con la orma de su zapato?

Ha de saber que el Dotor
era dentrao en edá,
asina es que estaba ya
bichoco para el amor.

Por eso al dir a entregar
la contrata consabida,
dijo: «¿Habrá alguna bebida
que me pueda remozar?»

Yo no sé qué brujería,
misto, mágica o polvito
le echó el Diablo y... ¡Dios bendito!
¡Quién demonios lo creería!

¿Nunca ha visto usté a un gusano
volverse una mariposa?
Pues allí la mesma cosa
le pasó al Dotor, paisano.

Canas, gorro y casacón
de pronto se vaporaron
y en el Dotor ver dejaron
a un donoso mocetón.

-¿Qué dice?... ¡barbaridad!...
¡Cristo padre!... ¿Será cierto?
-Mire: que me caiga muerto
si no es la pura verdá.

El Diablo entonces mandó
a la rubia que se juese,
y que la paré se uniese,
y la cortina cayó.

A juerza de tanto hablar
se me ha secao el gargüero:
pase el frasco, compañero.
-¡Pues no se lo he de pasar!
 

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