Ricardo Marcenaro bitácora - Flor Entre Las Piedras Del Tren, Music: Hermanos Rincón - Corre trenecito corre

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in , | Posted on 6:51




Flor en las Piedras

Tengo tres hijos y voy a contar una historia que refiere a la mayor, hoy treinta añera, María Magdalena, que así se llama en honor a la que fuera prostituta en el símbolo que para mí fue y es: la que tiene oportunidad, por eso elegí ese nombre que su madre consintió con amor.
Darle eso de arranque a un hijo, “tú siempre tendrás oportunidad”, me parece sagrado, un excelente Karma para una vida y los padres deben ser custodios del símbolo.
Recordemos, suma, fue la querida amiga y compañera de Cristo, es a quién primero se aparece, tanta su importancia que la iglesia pareciera soslayar, no importa, Magdalena y Cristo viven felices en las tierras del Amado.
Pongan a funcionar el video y mientras escuchan recorren la historia que les contaré.



Thanks to danvasol Youtube account



Cuando Magda tenía tres o cuatro años yo la llevaba de paseo por las vías abandonadas del ferrocarril Mitre, que desde la estación Mitre llegaban a Tigre, circuito hoy conocido como Tren de la Costa, al que yo llamo Tren Caniche, por esa estética demodé que se le dio en un sobre pasado por lo inglés recreando un inglés de chapa lata verde duro, arregladita y recortada para que las mascotas paseen, que para ser kitsch le faltaría, aparte de los caniches peluqueados al pompón, los jardines franceses ídem, con arbustos disciplinados esculpiendo conejos y regordetes que se pasean por el Shopping con un helado de hamburguesa fast.

Ese abandono hacía magia a quienes sabían ver, no discuto lo que se ha mejorado la costa pero para el perro solitario se le fueron sus bosque salvajes donde natura dibujaba lo que fueran en el origen nuestras costas, de tal suerte, que quedarse a contemplar, era maravilla pura, había pureza, no esa arbitrariedad que dibuja el hombre, imponiendo un orden que no llega a una estética donde lo salvaje conviva y se despliegue hermosamente y sin amenazas, como a nosotros los citadinos, pareciera gustarnos, anatemáticamente.

Por eso mi jardín es salvaje y los loros lo visitan, lleno de pájaros que alegran y se sirven de las uvas que tengo para ellos, no para mí ni para nadie, ya no maduran como antes, las casa se van para arriba y se hacen bodoques, cargan temperatura con el sol que chupan y refractan, el Jardín del Té que construí exuberante aplaca mientras los ignorantes no se dan cuenta y debieran pagarme por la energía que les ahorro.
Hasta un ibicuá, gran pájaro amigo del agua, totalmente negro, de unos 50 cm de alto y una envergadura de un metro de alas, pico diseñado para la pesca, me encontré una mañana, aún durmiendo, aterrizado de su emigración en medio de una gran tormenta que hubo esa noche y que lo obligó a buscar refugio.
Así me miró a unos cuatro metros sorprendido desde el paso del patio al parque, bajo la parra, donde descansó de su angustia para reponerse y seguir viaje.
Él vio en medio de la noche enloquecida y desde el cielo esta isla salvaje que habito, supo que una paz, que una abundancia enmascararía su presencia en una seguridad que los animales requieren pues el hombre les ha enseñado quién es su mayor enemigo.

Entonces caminábamos sobre los durmientes, glorioso quebracho que ancianos más bellos, agrisados, cuarteados de dibujos que enseñaban secuencias, órdenes, texturas, imbricaciones, abstracciones, ojos y dibujos casuales en los que al avanzar a veces pareciera que uno se fuera encontrando con mensajes para los pensamientos que en ese momento cruzaban o para las obsesiones que buscaban en su desespero de conocer, encontrar la válvula, la llave, la puerta, bisagra o el iris de luz que acabara de circular lo que no era más que coordenada turbia, serrucho de estadística sin diagnóstico, indignada fruslería por incomplitud o por pensamiento que debía enviarse al desperdicio.
En esa soledad aprendía mucho y ¿cómo no conducirla ahí a mi hija para que en la carne se le grabara sin saberlo, las herramientas?

Así, entre los durmientes, los cascajos de granito que habían perdido por años de traqueteos maquinales, sus filos nuevos, las transparencias de sus cuarzos que en la presión y calor de las profundidades se hacen en este caldero de Dios que habitamos, tan vivo, tan conmovedoramente vivo y peligroso.
Lo que pasó en Haití nos lo recuerda y es uno de los motivos por los que voy a los Andes salteños donde la no vegetación me muestra las terribles fuerzas orogénicas de la tierra situándome en orden el ego, ante eso no soy nada y luego de eso permanece en la conciencia en la ciudad.
El ego del ser humano es una basura, basura que produce y que poluciona peor y más peligrosamente que cualquiera de las peores fábricas que haya creado o vaya a crear nunca el hombre, de ahí las guerras, las disputas, la necedad, la ignorancia y tantos vicios de los que me es imposible excluirme.

Esas piedras llenas de óxido, ferrosas, donde los aceros pulidos por el uso, recubrían dando una lección de química justicia, de vuelta al origen que pulveriza deshaciendo, sabio.
Como la piedras se calentaban con el sol y son pilas que lo almacenan, noción que los diseñadores de ciudades, nosotros, cada uno, no queremos anotar, para construir ambientes más benignos, más apropiados a nuestro ser básico, somos naturaleza también, la necesitamos hermana para hermanados con ella ser armónicos y no compulsivos, agitados, fóbicos o violentos, como cada vez más se agudizan estas enfermedades que desde el ambiente a la personalidad nos mal hacen y relacionan.





Entre ellas, como un milagro, casi sin hojas o muy achaparradas, pegadas a la roca, techándola como musguito de la Parra Violeta maravillosa de Chile, ha por el fresco que las permita, despuntaba alguna flor que era joya, el tallo ínfimo y elevando la cabeza de sus pétalos que en la circunferencia de no más de tres milímetros, el regalo de sus colores impresionantemente vivos como todo lo que muy exigido es obligado a escencializar.
Por eso en la montaña de los valles secos se hace el mejor pimiento para el pimentón, el ají molido, el orégano, el tomillo y tantas otras que usamos para condimentar, los aceites esenciales (prefiero la forma antigua, escenciar, es-cencia, es ciencia) que se condensan en la altura y en la exigencia no son superados por los que en la pampa baja y húmeda se pudieran reproducir, reblandecidos como el humano en la comodidad se abandona y enferma.

Entonces cuando divisaba una le en-señaba "mirá Petu (así le digo a mi hija, mi Petuñita, como la flor de la petunia, alada, graciosa, frondosa y loca en su intensidad colorífica) mirá mirá Petu" y ahí ella descubría porque papá le contaba que lo ínfimo es más bello que lo abundante por valorado de su entorno en el detalle que lo hace resplandecer, como aquello que se eleva de lo muerto, de lo arruinado, para que lo supiera ver.
Que de lo ínfimo supiera sacar para cuando grande, en los dolores o desesperos, lo ínfimo, lo cósmico, que la salvara.

Pasaron muchos pero muchos años y creo que fue en su última visita, (Magda vive en Nueva York, donde vive también Azul, la más niña, que ya no lo es aunque para tata lo sea), y entrando a la casa que habito que tiene una senda de piedras Mar del Plata y Magda "mirá mirá mirá" ya ella con hijo, mi nieto hermoso y vivaz, Crazy Bubble, como lo llamo a Giuliano.

"Mirá mirá mirá" me dice y yo que ya no veo como entonces y entonces "¿qué?, "mirá ahí", "¿dónde que no veo?", "pero ahí papá, ¿no ves?, "no, mostrame", me señala con el dedo: "esa florcita" y lloré por dentro porque me dio vuelta el piso y me llevó casi treinta años atrás donde con amor, en seña, devolvió la seña, gratificándome de forma que no se dio cuenta, pues todo fue  rápido, espontáneo y personalmente voraz.

Gracia de un gracias cósmico encerrado en una flor milimétrica, en una situación mínima, me retornó al profundo entender de lo único y profundo, de lo simple en lo amado que se hace inmenso e infinito.

(::)

Este video que me pasó por el interno de los mensajes, como siempre lo hace, con ese buen gusto que tiene mi estimada amiga de la cuenta en Facebook, Yvonne Cruz-Sandoval, quién me colabora para que ustedes disfruten, sumándose al espíritu que me anima, de fecundar positivamente el gusto que a la idea , el espíritu enriquezca, para que desde el alma despertemos, ha despertado en mí este recuerdo que ella ignora.
Me lo trae desde el amado y lejano México donde vive y que por esta acción que relato comprueba la filosofía de vida que he adoptado y trato de participarles, no con palabras sino con hecho, como ella que a través del puente no solo acerca dos naciones que lo están y a la que los argentinos le debemos mucho en tiempos de persecuciones e intolerante violencia.

Gracias a ella entonces, como a mi Petuñita, a la que amo profundamente, como a mis tres, Leopoldo al que ahora nombro pues los Marcenaro somos todos celosos y que iluminan en lo que me consumo, en una transformación necesaria a la que me obligo vaya a saber por qué idea, esclarecer o amanecer que prefiero ignorar para no sentir miedo.

Perdonen que les arruinara la canción del tren.
Espero la disfruten ustedes con sus hijos.

Pasen un día hermoso, disfruten la vida, traten de ser más positivos que negativos, así todo va mejor.

Gracias.
Ricardo Marcenaro




Lyrics


Lírica infantil mexicana.

Arreglos: Hermanos Rincón, Óscar Chávez

Chucu, chucu, chucu,
Chucu, chucu, chucu.


Corre, trenecito, corre;
ya quiero el paisaje contemplar.
Corre, trenecito, corre;
ya quiero escuchar tu chucu chú.

Quiero recorrer los montes
y al viento acariciar,
Quiero contemplar los valles
y los lagos de cristal.

Quiero ver pasar las vacas
con cencerro y sus becerros
que me gustan tanto a mí;
pienso que tu vas comiendo
el paisaje y vas corriendo
y lo llevas todo en ti.

+++

Chucu, chucu, chucu,
Chucu, chucu, chucu.


Corre, trenecito, corre;
ya quiero llegar a mi ciudad.
Corre, trenecito, corre;
pues quiero a mis amigos platicar

Cómo devoras distancias
con un ritmo musical,
cómo saludas los campos
con tu canto chucu chú.

Y en alegre recorrido
yo cantanto voy contigo
pues me siento muy feliz,
de que seas mi buen amigo
trenecito que contento
vas a gran velocidad.


Chucu, chucu, chucu,
Chucu, chucu, chucu. 



 
 
(:)


Ricardo Marcenaro
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