Poesia: Edgar Allan Poe - Antologia - Parte 11 - Dreamland - El Cuervo - Links

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in | Posted on 17:28


DREAMLAND


I

En una senda abandonada y triste
que recorren tan sólo ángeles malos,
una extraña Deidad la negra Noche
ha erigido su trono solitario;
allí llegué una vez; crucé atrevido
de Thule ignota los contornos vagos
y al Reino entré que extiende sus confines
fuera del Tiempo y fuera del Espacio.

II

Valles sin lindes, mares sin riberas,
cavernas, bosques densos y titánicos,
montañas que a los cielos desafían
y hunden la base en insondables lagos,
en lagos insondables siempre mudos
de misteriosos bordes escarpados,
gélidos lagos, cuyas muertas aguas
un Cielo copian tétrico y extraño.

III

Orillas de esos lagos que reflejan
siempre un Cielo fatídico y huraño
cerca de aquellos bosques gigantescos,
enfrente de esos negros océanos,
al pie de aquellos montes formidables,
de esas cavernas en los hondos antros,
vense a veces fantasmas silenciosos
que pasan a lo lejos sollozando,
fúnebres y dolientes... ¡son aquellos
amigos que por siempre nos dejaron,
caros amigos para siempre idos,
fuera del Tiempo y fuera del Espacio!

IV

Para el alma nutrida de pesares,
para el transido corazón, acaso
es el asilo de la paz suprema,
del reposo y la calma en Eldorado.
Pero el viajero que azorado cruza
la región no contempla sin espantos
que a los mortales ojos sus misterios
perennemente seguirán sellados,
así lo quiere la Deidad sombría
que tiene allí su imperio incontrastado.

V

Por esa senda desolada y triste
que recorren tan sólo ángeles malos,
senda fatal donde la Diosa Noche
ha erigido su trono solitario,
donde la inexplorada, última Thule
esfuma en sombras sus contornos vagos,
con el alma abrumada de pesares,
transido el corazón, he paseado...
¡He paseado en pos de los que huyeron
fuera del Tiempo y fuera del Espacio!


 

EL CUERVO

Traducción por J. Pérel Bonaldo

Una fosca media noche, cuando en tristes reflexiones,
sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
a mi puerta oí llamar:
como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
mano tímida a tocar:
«Es—me dije—una visita que llamando está a mi puerta:
eso es todo, ¡y nada más!»

¡Ah! Bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
Cuán ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
procurando en vano hallar
tregua a la honda desventura de la muerte de Leonora,
la radiante, la sin par
virgen pura a quien Leonora las querubes llaman hora
ya sin nombre... ¡nunca más!

Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo, que el latido de mi pecho palpitante
procurando dominar,
«es, sin duda, un visitante—repetía con instancia—
que a mi alcoba quiere entrar;
un tardío visitante a las puertas de mi estancia...
eso es todo, ¡y nada más!»

Paso a paso, fuerza y bríos
fué mi espíritu cobrando:
«Caballero—dije—o dama:
mil perdones os demando;
mas, el caso es que dormía,
y con tanta gentileza
me vinisteis a llamar,
y con tal delicadeza
y tan tímida constancia
os pusisteis a tocar
que no oí»—dije—y las puertas
abrí al punto de mi estancia;
¡sombras sólo y...
nada más!

Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
quedé allí, cual antes nadie los soñó, forjando sueños;
más profundo era el silencio, y la calma no acusaba
ruido alguno... Resonar
sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
yo me puse a murmurar,
y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora!...
esto apenas, ¡nada más!
A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia
pronto oí llamar de nuevo—esta vez con más violencia,
«De seguro—dije—es algo que se posa en mi persiana;
pues, veamos de encontrar
la razón abierta y llana de este caso raro y serio
y el enigma averiguar.
¡Corazón! Calma un instante y aclaremos el misterio...
—Es el viento—y nada más!»

La ventana abrí—y con rítmico aleteo y garbo extraño
entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
con aspecto señorial,
fué a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el busto que de Palas la figura representa,
fué y posose—¡y nada más!

Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria decorosa gentileza;
y le dije: «Aunque la cresta calva llevas, de seguro
no eres cuervo nocturnal,
viejo, infausto cuervo oscuro, vagabundo en la tiniebla...
Dime:—«¿Cuál tu nombre, cuál
en el reino plutoniano de la noche y de la niebla?...»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
que lograse contemplar
ave alguna en la moldura de su puerta encaramada,
ave o bruto reposar
sobre efigie en la cornisa de su puerta, cincelada,
con tal nombre: «¡Nunca más!»

Mas el cuervo, fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella,
sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
vinculada—ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar...
Dije entonces al momento: «Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado.»
Dijo el cuervo:»¡Nunca más!»

Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
«no hay ya duda alguna—dije—lo que dice es aprendido;
aprendido de algún amo desdichoso a quien la suerte
persiguiera sin cesar,
persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,
sus canciones terminar,
y el clamor de la esperanza con el triste ritornelo
de jamás, ¡y nunca más!»

Mas el cuervo, provocando mi alma triste a la sonrisa
mi sillón rodé hasta el frente al ave, al busto, a la cornisa;
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
dime entonces a juntar,
por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso
de un pasado inmemorial,
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
al graznar: «¡Nunca jamás!»

Quedé aquesto, investigando frente al cuervo en honda calma,
cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma.
Esto y más—sobre cojines reclinado—con anhelo
me empeñaba en descifrar,
sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
luminoso mi fanal—
terciopelo cuya púrpura ¡ay! jamás volverá ella
a oprimir—¡Ah! ¡Nunca más!

Pareciome el aire entonces,
por incógnito incensario
que un querube columpiase
de mi alcoba en el santuario,
perfumado—«Miserable sér—me dije—Dios te ha oído
y por medio angelical,
tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
te ha venido hoy a brindar:
¡bebe! bebe ese nepente, y así todo olvida ahora.
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

«Eh, profeta—dije—o duende,
mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo—ya te envíe
la tormenta, ya te veas
por los ábregos barrido a esta playa,
desolado
pero intrépido a este hogar
por los males devastado,
dime, dime, te lo imploro:
¿Llegaré jamás a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

«Oh, profeta—dije—o diablo—Por ese ancho combo velo
de zafir que nos cobija, por el mismo Dios del Cielo
a quien ambos adoramos, dile a esta alma adolorida,
presa infausta del pesar,
si jamás en otra vida la doncella arrobadora
a mi seno he de estrechar,
la alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora!»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

«Esa voz,
oh, cuervo, sea
la señal
de la partida,
grité alzándome:—¡Retorna,
vuelve a tu hórrida guarida,
la plutónica ribera de la noche y de la bruma!...
de tu horrenda falsedad
en memoria, ni una pluma dejes, negra, ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
Quita el pico de mi pecho. De mi umbral tu forma aleja...»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

Y aun el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura...
y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja, trunca
su ancha sombra funeral,
y mi alma de esa sombra que en el suelo flota... ¡nunca
se alzará... nunca jamás!









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