Prosa: Alejandra Pizarnik - La Condesa Sangrienta - Parte 4 - Magia Negra - Baños de Sangre - Links
Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in Prosa: Alejandra Pizarnik - La Condesa Sangrienta - Parte 4 - Magia Negra - Baños de Sangre - Links | Posted on 13:42
MAGIA NEGRA
Et qui le soleil pour installer le
royaume
de la nuit noire.
ARTAUD
La
mayor obsesión de Erzébet había sido siempre alejar a cualquier precio la
vejez. Su total adhesión a la magia negra tenía que dar por resultado la
intacta y perpetua conservación de su "divino tesoro". Las hierbas
mágicas, los ensalmos, los amuletos, y aún los baños de sangre, poseían, para
la condesa, una función medicinal: inmovilizar su belleza para que fuera
eternamente comme un rêve de pierre.
Siempre vivió rodeada de talismanes. En sus años de crimen se resolvió por un
talismán único que contenía un viejo y sucio pergamino en donde estaba escrita,
con tinta especial, una plegaria destinada a su uso particular. Lo llevaba
junto a su corazón, bajo sus lujosos vestidos, y en medio de alguna fiesta lo
tocaba subrepticiamente. Traduzco la plegaria: Isten, ayúdame; y tú también, nube que todo lo puede.
Protégeme a mí, Erzébet,
y dame una larga vida. Oh nube, estoy en peligro. Envíame noventa gatos, pues tú eres la suprema soberana de los gatos.
Ordénales que se reúnan
viniendo de todos los lugares donde moran, de las montañas, de las aguas, de los ríos, del agua de los techos y del agua de
los océanos. Diles que vengan
rápido a morder el corazón de... y también el corazón de... y el de... Que desgarren y muerdan también el corazón de Megyery el
Rojo. Y guarda a Erzébet
de todo mal.
Los
espacios eran para inscribir los nombres de los corazones que habrían de ser mordidos.
Fue
en 1604 que Erzébet quedó viuda y que conoció a Darvulia. Este personaje era, exactamente,
la hechicera del bosque, la
que nos asustaba desde los libros para niños. Viejísima, colérica, siempre
rodeada de gatos negros, Darvulia correspondió a la fascinación que ejercía en
Erzébet pues en los ojos de la bella encontraba una nueva versión de los
poderes maléficos encerrados en los venenos de la selva y la nefasta insensibilidad de la luna. La
magia negra de Darvulia se inscribió en el negro silencio de la condesa: la inició en los juegos más crueles; le enseño a mirar morir
y el sentido de mirar morir; la animó a buscar la muerte
y la sangre en un sentido literal, esto es: a quererlas por sí mismas, sin
temor.
BAÑOS
DE SANGRE
Si
te vas a bañar, Juanilla,
dime
a cuáles baños vas.
CANCIONES
DE UPSALA
Corría
este rumor: desde la llegada de Darvulia, al condesa, para preservar su
lozanía, tomaba baños de sangre humana. En efecto, Darvulia, como buena
hechicera, creía en los poderes reconstitutivos del "fluido humano".
Ponderó las excelencias de la sangre de muchachas --en lo posible vírgenes--
para someter al demonio de la decrepitud y la condesa aceptó este remedio como
si se tratara de baños de asiento. De este modo, en la sala de torturas, Dorkó
se aplicaba a cortar venas y arterias; la sangre era recogida en vasijas y,
cuando las dadoras ya estaban exangües, Dorkó vertía el rojo y tibio líquido
sobre el cuerpo de la condesa que esperaba tan tranquila, tan blanca, tan erguida,
tan silenciosa.
A
pesar de su invariable belleza, el tiempo infligió a Erzébet algunos de los
signos vulgares de su transcurrir. Hacia 1610, Darvulia había desaparecido
misteriosamente, y Erzébet, que frisaba la cincuentena, se lamentó ante su
nueva hechicera de la ineficacia de los baños de sangre. En verdad, más que
lamentarse amenazó con matarla si no detenía inmediatamente la propagación de
las execradas señales de la vejez. La hechicera edujo que esa ineficacia era
causada por la utilización de sangre plebeya. Aseguró --o auguró-- que,
trocando la tonalidad, empleando sangre azul en vez de roja, la vejez se
alejaría corrida y avergonzada. Así se inició la caza de hijas de gentilhombres.
Para atraerlas, las secuaces de Erzébet argumentaban que la Dama de Csejthe,
sola en su desolado castillo, no se resignaba a su soledad. ¿Y cómo abolir la soledad?
Llenando los sobríos recintos con niñas de buenas familias a las que, en pago de
su alegre compañía, les daría lecciones de buen tono, les enseñaría cómo comportarse
exquisitamente en sociedad. Dos semanas después, de las veinticinco "alumnas"
que corrieron a aristocratizarse no quedaban sino dos: una murió poco después,
exangüe; la otra logró suicidarse.
El Árbol de Diana – Poesía:
La Condesa Sangrienta – Prosa:
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