Poesia: Cesare Pavese - Alter Ego - Celos - Creación - El paraíso sobre los tejados... - Bio links

Posted by Ricardo Marcenaro | Posted in | Posted on 22:44





Alter Ego

        Desde la mañana al ocaso, yo veía el tatuaje
        en su pecho sedoso: una mujer rojiza
        incrustada, como en un prado, entre el pelo. Allí
             debajo
        brama a veces un tumulto que sobresalta a la mujer.
        Transcurría el día entre blasfemias y silencios.
        Si la mujer no fuese un tatuaje y estuviese viva
        y aferrada a su pecho peludo, ese hombre
        bramaría aún fuerte en su pequeña celda.

        Callaba, tendido en el lecho, con los ojos abiertos.
        Un profundo hálito de mar ascendía
        de su cuerpo de huesos grandes y recios: estaba
             tendido
        al igual que en cubierta. Pesaba sobre el lecho
        como quien ha despertado y podría saltar de él.
        Su cuerpo, salado por la espuma, chorreaba
        un sudor solar. La pequeña celda
        era insuficiente para el alcance de una mirada suya.
        Al verle las manos, se pensaba en la mujer.

        Versión de Carles José i Solsora






       Celos

        1
        Uno se sienta de frente y se vacían los primeros vasos
        lentamente, contemplando fijamente al rival con adversa mirada.
        Después se espera el borboteo del vino. Se mira al vacío,
        Bromeando. Si tiemblan todavía los músculos,
        también le tiemblan al rival. Hay que esforzarse
        para no beber de un trago y embriagarse de golpe.

        Allende el bosque, se oye el bailable y se ven faroles
        bamboleantes -sólo han quedado mujeres
        en el entarimado. El bofetón asestado a la rubia
        congregó a todo el mundo para regodearse con el lance.
        Los rivales notaban en la boca un gusto de rabia
        y de sangre; ahora notan el gusto del vino.
        Para liarse a golpes, es preciso estar solos,
        como para hacer el amor, pero siempre está la noche.

        En el entarimado, los faroles de papel y las mujeres
        no están quietos con el aire fresco. La rubia, nerviosa,
        se sienta e intenta reír, pero se imagina un prado
        en que los dos contienden y se desangran.
        Les ha oído vocear más allá de la vegetación.
        Melancólica, sobre el entarimado, una pareja de mujeres
        pasea en círculo; alguna que otra rodea a la rubia
        y se informan acerca de si en verdad le duele la cara.

        Para liarse a golpes es preciso estar solos.
        Entre los compañeros siempre hay alguno que charla
        y es objeto de bromas. La porfía del vino
        ni siquiera es un desahogo: uno nota la rabia
        borboteando en el eructo y quemando el gaznate.
        El rival, más sosegado, ase el vaso
        y lo apura sin interrupción. Ha trasegado un litro
        y acomete el segundo. El calor de la sangre,
        al igual que una estufa, seca pronto los vasos.
        Los compañeros en derredor tienen rostros lívidos
        y oscilantes, las voces apenas se oyen.
        Se busca el vaso y no está. Por esta noche
        -incluso venciendo- la rubia regresa sola a casa.

        2
        El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,
        tiene una mujer que es suya -que hasta ayer fue suya.
        Le gustaba desnudarla, como quien abre la tierra,
        y mirarla largo tiempo, boca arriba en la sombra,
        esperando. La mujer sonreía con sus ojos cerrados.

        Se ha sentado el viejo esta noche al borde
        de su campo desnudo, pero no escruta la mancha
        del seto lejano, no extiende su mano
        para arrancar la hierba. Contempla entre los surcos
        un pensamiento candente. La tierra revela
        si alguien ha colocado sus manos sobre ella y la ha violado:
        lo revela incluso en la oscuridad. Más no hay mujer viviente
        que conserve el vestigio del abrazo del hombre.

        El viejo ha advertido que la mujer sonríe
        únicamente con los ojos cerrados, esperando supina,
        y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo
        pasa, en sueños, el abrazo de otro recuerdo.
        El viejo ya no contempla el campo en la sombra.
        Se ha arrodillado, estrechando la tierra
        como si fuese una mujer que supiera hablar.
        Pero la mujer, tendida en la sombra, no habla.

        Allí donde está tendida, con los ojos cerrados, la mujer no habla
        ni sonríe, esta noche, desde la boca torcida
        al hombro lívido. Revela en su cuerpo,
        finalmente, el abrazo de un hombre: el único
        que podría dejarle huella y que le ha borrado la sonrisa.







Creación

        Estoy vivo y he sorprendido las estrellas en el alba.
        Mi compañera continúa durmiendo y lo ignora.
        Mis compañeros duermen todos. La clara jornada
        se me revela más limpia que los rostros aletargados.

        A distancia, pasa un viejo, camino del trabajo
        o a gozar la mañana. No somos distintos,
        idéntica claridad respiramos los dos
        y fumamos tranquilos para engañar el hambre.
        También el cuerpo del viejo debería ser sano
        y vibrante -ante la mañana, debería estar desnudo.

        Esta mañana la vida se desliza por el agua
        y el sol: alrededor está el fulgor del agua
        siempre joven; los cuerpos de todos quedarán al
             descubierto.
        Estarán el sol radiante y la rudeza del mar abierto
        y la tosca fatiga que debilita bajo el sol,
        y la inmovilidad. Estará la compañera
        -un secreto de cuerpos. Cada cual hará sentir su
             voz.
        No hay voz que quiebre el silencio del agua
        bajo el alba. Y ni siquiera nada que se estremezca
        bajo el cielo. Sólo una tibieza que diluye las estrellas.
        Estremece sentir la mañana que vibre,
        virgen, como si nadie estuviese despierto.


        Versión de Carles José i Solsora




El paraíso sobre los tejados...

        Será un día tranquilo, de luz fría
        como el sol que nace o muere, y el cristal
        cerrará el aire sucio fuera del cielo.

        Se nos despierta una mañana, una vez para siempre,
        en la tibieza del último sueño: la sombra
        será como la tibieza. Llenará la estancia,
        por la gran ventana, un cielo más grande.
        Desde la escalera, subida una vez para siempre,
        no llegarán voces, ni rostros muertos.

        No será necesario dejar el lecho.
        Sólo el alba entrará en la estancia vacía.
        Bastará la ventana para vestir cada cosa
        con una tranquila claridad, casi una luz.
        Se posará una sombra descarnada sobre el rostro sumergido.

        Será los recuerdos como grumos de sombra
        aplastados como las viejas brasas
        en el camino. El recuerdo será la llama
        que todavía ayer mordía en los ojos apagados.


        Versión de Carles José i Solsora








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Cesare Pavese - Wikipedia, la enciclopedia libre

es.wikipedia.org/wiki/Cesare_Pavese
Cesare Pavese, nacido en Santo Stefano Belbo (Cuneo) el 9 de septiembre de 1908 y fallecido en Turín el 27 de agosto de 1950), fue un escritor italiano, uno ...







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